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Una izquierda atrapada por el Neo-institucionalismo

Fuentes: elpais.cr

En lo que va de este siglo ha quedado claro que el «Neo-institucionalismo», ingeniado por el Banco Mundial, se volvió una respuesta articulada por la derecha para frenar su propia tendencia a destruir o reducir el Estado y hasta la institucionalidad democrática, en su afán de imponer el fundamentalismo del mercado. En vez, ahora intenta […]

En lo que va de este siglo ha quedado claro que el «Neo-institucionalismo», ingeniado por el Banco Mundial, se volvió una respuesta articulada por la derecha para frenar su propia tendencia a destruir o reducir el Estado y hasta la institucionalidad democrática, en su afán de imponer el fundamentalismo del mercado. En vez, ahora intenta maquiavélicamente que el Estado se vuelva su fiel aliado en la gestión de los grandes negocios privados y los TLCs. Y lo más destacable: que, aparte de la orientación político-ideológica de cualquier gobierno, sea ésta hacia la izquierda o al centro, las reformas introducidas por esta segunda generación de políticas derivadas del Consenso de Washington, sigan adelante campantes y rampantes, bajo el supuesto de que son técnicamente saludables e inevitables, una especie de signo ineluctable de los tiempos ante el cual todos debemos doblegarnos y dar gracias a la trilogía BM-FMI-OMC por haberlas formulado.

Se trata, claro está, de un gran montaje y una peligrosa manipulación. Pero, la estrategia ha sido muy efectiva para domeñar la toma de decisiones políticas fundamentales en diversos campos por parte de partidos centro-izquierdistas ascendidos a gobierno en Suramérica y en Nicaragua y El Salvador, en medio de un juego donde la economía anda por la derecha, mientras unas políticas sociales paliativas andan por la izquierda, con su manejo a cargo de tecnócratas estatales en apariencia neutrales y confiables. Veamos el por qué del juego, puesto que no ha dejado de incidir en las posiciones que adoptan algunos actores locales suavezones frente a las derechas, hoy día rearticuladas por el nuevo Consenso y coaligadas por el gobierno de los Arias.

Se conoce ampliamente que los gobiernos de Chile (caso «ejemplar»), Brasil, Argentina y Uruguay se ubican en una corriente moderna de la izquierda denominada «progresismo», la cual ha resultado ser exitosa electoralmente y como administradora, quizás debido a una mezcla de reformismo socialdemócrata y pragmatismo político donde se reconoce la existencia de un capitalismo bueno y otro malo, o neoliberal. Con ello, no solo ha respetado el Consenso de Washington y el globalismo neoliberales (ahora bajo las nuevas reglas del Neo-institucionalismo y los TLCs), sino también logrado que se sostengan y prosperen los intereses cardinales de la derecha política y los grandes negocios entrelazados del capital local y transnacional; al punto que los círculos neoliberales de todas partes (el G-20 sumado) les han perdido el miedo a esos gobiernos y aceptan sin mayores problemas su gobernanza centro-izquierdista.

Pero ¿en qué consiste realmente este nuevo estilo de gobierno latinoamericano de centro-izquierda que no reta a fondo, por ser muy cauto y respetuoso, la hegemonía de la derecha globalista respaldada por Washington? ¿Se trata realmente de un estilo que va más allá del orden capitalista existente o anti-sistémico, una fase del avance hacia el socialismo del siglo XXI? ¿O estamos más bien ante una especie de «izquierda de la derecha», la cual renuncia a transformar la economía y las relaciones de poder, negocia TLCs, aspira a formar parte del G-20, y opera con prácticas sistémicas de adaptación al capitalismo planetario impulsando privatizaciones y alianzas de empresas públicas con privadas, abriendo toda la cancha a la banca y las inversiones foráneas, beneficiando la expansión de grandes complejos privados minero-agro-exportadores, plegándose así a exigencias de la nueva derecha, a la que imagina democrática, juiciosa y también progresista, la cual, a cambio, le da su bendición y visto bueno como compadre hablado que no se siente amenazado? ¿Sera cierto lo que dice Danilo Astori, ex ministro de economía y hoy candidato electo del Frente Amplio uruguayo a la vicepresidencia, de que «se podría hablar de modernización de la izquierda, no en el sentido metafórico, sino de una izquierda adaptada al mundo de hoy, no para aceptar al mundo como es sin cambiarlo, sino para encontrar los mejores caminos para cambiarlo», aduciendo de modo tajante que «no se puede ir contra la realidad si se la desea cambiar; al contrario, hay que beber de esa realidad y dejar que entre en nosotros para que después podamos transformarla»?

Las respuestas de las izquierdas a estas interrogantes son cruciales a la hora de trazar nuevos rumbos en la lucha, sea dentro o fuera del marco parlamentario. Pero, por ahora, lo primero a descifrar es lo siguiente: ¿por qué los movimientos sociales y partidos de centro-izquierda en varios países latinoamericanos han podido llegar al gobierno, pero no al «poder real» o medular, que no es solo es político sino también -y sobre todo- económico-social y cultural, el cual sigue siendo esencialmente capitalista y globalizado? ¿Y qué significa esta realidad comprobada a la hora de explicar el palpable debilitamiento del caudal político-electoral de esos actores en medio de lo que ya es una gran ofensiva de retorno de las derechas al poder en alianza con oscuros designios imperiales de Washington?

La primera respuesta es que, en los casos aludidos más institucionalizados (Chile, Argentina, Brasil y Uruguay) lo mismo que en los menos institucionalizados (Ecuador, Venezuela, Bolivia, Paraguay, y está por verse El Salvador), la norma ha sido que los gobiernos breguen con las clases capitalistas transnacionalizadas, pero dejen la estructura de la economía bajo signo privado y la política macro-económica bajo el signo neo-institucionalista que elimina toda barrera entre «Estado/instituciones» y «Mercado/empresas». Al mismo tiempo, se hacen esfuerzos de variada intensidad y eficacia para inclinar el papel redistributivo estatal a favor de los más pobres, mediante distintas mezclas o «paquetes» de política social paliativa de tipo universalista y focalizada (a veces abiertamente de cuño paternalista y asistencialista) junto a medidas de apoyo a la mediana-pequeña empresa. Pero nada más y, por cierto, casi nada nuevo. El resto es pugna intermitente con el poder real capitalista y una retórica destinada a crear la imagen de que se está ante un nuevo tipo de «revolución democrática», «revolución ciudadana», o de «socialismo del siglo XXI» a cargo de izquierdas que han aprendido a formar partidos, ganar elecciones y hacer gobierno.

Habrá que ver qué significa este escenario para las izquierdas que no se ubican dentro del progresismo, aspiran a ir más allá del ajuste o la adaptación sistémica, e insisten mucho en seguir afirmando que ser anti-neoliberal no basta porque no necesariamente significa que se esté repudiando el capitalismo, ni que haya un compromiso de presente y futuro con un proyecto alternativo de corte anti-capitalista y de avance hacia un socialismo nuevo.

Fuente: http://www.elpais.cr/articulos.php?id=15439