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Superexplotación del trabajo y nuevas periferias en la economía mundial

Fuentes: Rebelión

Estudiar y analizar las (nuevas) condiciones en que se estructura la dependencia en el sistema capitalista mundial en el siglo XXI, constituye un verdadero reto de orden teórico, metodológico y político-ideológico para valorar los nuevos fenómenos que se agregaron en las tres últimas décadas de desarrollo y crisis del capitalismo histórico. Nos referimos esencialmente a […]

Estudiar y analizar las (nuevas) condiciones en que se estructura la dependencia en el sistema capitalista mundial en el siglo XXI, constituye un verdadero reto de orden teórico, metodológico y político-ideológico para valorar los nuevos fenómenos que se agregaron en las tres últimas décadas de desarrollo y crisis del capitalismo histórico.

Nos referimos esencialmente a tres órdenes de problemas estructurales (pero con expresiones dialécticas en el plano social y del poder) que se están desplegando en la actualidad:

La tendencia a la generalización de la superexplotación del trabajo en la economía mundial, hasta abarcar prácticamente a los países centrales del capitalismo avanzado.

El surgimiento de nuevas periferias en Europa a raíz de la desintegración de la URSS y del «bloque socialista» en beneficio de los países hegemónicos y de sus empresas transnacionales.

Por último, el arribo de nuevas potencias en la economía mundial, como China que, al lado de Estados Unidos, se coloca como nueva locomotora de la economía internacional, destacando en este aspecto, su relación con los países sudamericanos, en especial, con Brasil que cada vez más desdobla sus rasgos subimperialistas en tanto potencia subregional en América Latina (para este tema véase a Ruy Mauro Marini, «La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo», disponible en internet: http://www.marini-escritos.unam.mx/006_acumulacion_es.htm).

La teoría de la dependencia ilumina estos fenómenos estructurales y sociopolíticos y los coloca y caracteriza dentro de la lógica expansionista de la economía capitalista mundial. En este contexto América Latina enfrenta grandes retos, entre otros, el hecho de que el capital y los fuertes Estados de los países avanzados han encontrado en las nuevas periferias (Hungría, República Checa, etc.) elementos suplementarios y mecanismos de presión y de sojuzgamiento de los trabajadores y de los pueblos para redoblar su dependencia y redefinir su papel dentro del esquema dominante de división internacional del trabajo en detrimento de los sectores industrial, de servicios y de la agricultura con grandes repercusiones sociales para las clases campesinas y productoras latinoamericanas que verán, así, depreciados aún más los precios de sus productos y deterioradas sus condiciones generales de vida y de trabajo.

En sus análisis sobre el subdesarrollo y el atraso, la teoría de la dependencia identificó un centro capitalista hegemónico y una colonia o periferia. Esos centros fueron inicialmente España, Portugal, Francia, Holanda, Inglaterra, y, por último, Estados Unidos, particularmente después de la segunda guerra mundial en que este país afirmó su supremacía en el sistema mundial de dominación imperialista prácticamente hasta la actualidad.

En cada proceso histórico, el ciclo del capital de la economía dependiente se articulaba con cualquiera de esos centros quedando subordinado ―y sobredeterminado― a la dinámica de acumulación, reproducción y expansión de capital de éstos, lo que les aseguró su conversión en imperios. Esta tesis la ilustra muy bien Vania Bambirra (Teoría de la dependencia: una anticrítica, Editorial Era, México, 1978. Existe versión en internet: http://www.rebelion.org/docs/55078.pdf), cuando escribe: «…la reproducción dependiente del sistema pasa por el exterior, es decir, en un primer momento los sectores I (bienes de producción) y II (bienes de consumo manufacturados) están en el exterior, luego, con el desarrollo del proceso de industrialización, el sector II se desarrolla en el seno de varias de las economías latinoamericanas pero el sector I no; para que el sistema se reproduzca tiene que importar maquinaria. A partir de los años cincuenta el sector I empieza a ser instalado en América Latina (en algunos casos antes) pero sigue dependiendo, para su propio funcionamiento y expansión, de maquinaria extranjera. Esta maquinaria, a partir de este periodo, no llega como mercancía-maquinaria sino como capital-maquinaria, es decir, bajo la forma de inversiones directas extranjeras. Esta es la especificidad de la reproducción dependiente del sistema: la acumulación de capitales pasa por el exterior a través de la importación de maquinaria; luego, cuando ésta empieza a ser producida internamente -sólo en algunos países y con muchas limitaciones pues los sectores de punta, como electrónica, energía nuclear, etcétera, son monopolios de los países más desarrollados-, está controlada directamente por grupos extranjeros, y si bien ya empieza a suplir las necesidades de máquinas del sector II -que por cierto también pasa a ser controlado en gran parte por el capital extranjero- sigue dependiendo de la maquinaria-capital del sector I de los países capitalistas desarrollados» (pp. 28-29). Como se sabe esta dinámica de la acumulación dependiente se observó particularmente en Brasil, México y Argentina durante todo el período de industrialización de las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

En la actualidad en el seno de un sistema capitalista mucho más complejo y extendido, se observa el surgimiento de nuevas potencias, en especial China, cuya lógica comercial viene determinando (¿subordinando?) a países como Brasil y a regiones como Sudamérica, cuyos comportamientos económicos estructurales recientes en buena medida se explican en función de la dinámica expansiva y de desarrollo económico de China (datos interesantes al respecto se encuentran en CEPAL, Panorama de la inserción internacional de América Latina y el Caribe. Crisis y espacios de cooperación regional, Naciones Unidas, Santiago, agosto de 2009. Versión en internet: http://www.eclac.cl/cgi-bin/getProd.asp?xml=/publicaciones/xml/6/36906/P36906.xml&xsl=/comercio/tpl/p9f.xsl&base=/tpl/top-bottom.xslt). ¿Significa esto una nueva forma de dependencia cuyo eje se traslada de la potencia imperialista norteamericana a China?, ¿ha dejado de ser Estados Unidos la potencia central articuladora de la dependencia y del atraso en que todavía se encuentran sumergidas las formaciones sociales dependientes? Por último, entonces: ¿ha dejado de ser la dependencia una categoría de subordinación y sojuzgamiento de países periféricos formalmente independientes a los países capitalistas hegemónicos? Preguntas fundamentales que deben orientar los análisis y reflexiones de los estudios de dependencia en la actualidad.

Por lo pronto el impacto de la globalización del capital, la reestructuración productiva y tecnológica, la acérrima competencia entre países y empresas en escala mundial, la concentración y centralización de activos, capital y tecnología en la esfera de la acumulación de los países desarrollados del G-7, el abultado y creciente desempleo, así como la singularidad de la crisis capitalista, están provocando un desplazamiento paulatino e inminente de las viejas periferias dependientes y subdesarrolladas que se constituyeron históricamente desde mediados del Siglo XIX en América Latina y el Caribe y que, como documenta el análisis socioeconómico y la ciencia histórica, coadyuvaron a la expansión capitalista durante los siglos XIX y XX reforzando, sin embargo, el subdesarrollo, el atraso y la dependencia. (Véase al respecto: Ruy Mauro Marini, Dialéctica de la dependencia, ERA, México, 1973 y Tulio Halperin Donghi, Hispanoamérica después de la independencia, Paidós, Buenos Aires, 1993)

Como dice Marini

    América Latina se desarrolla en estrecha consonancia con la dinámica del capital internacional. Colonia productora de metales preciosos y géneros exóticos, en un principio contribuyó al aumento del flujo de mercancías y a la expansión de los medios de pago que, al tiempo que permitieron el desarrollo del capital comercial y bancario en Europa, apuntalaron el sistema manufacturero europeo y allanaron el camino a la creación de la gran industria (op. cit., 17).

Y más adelante afirma que:

    … más allá de facilitar el crecimiento cuantitativo de éstos» (de los países industriales: AS)- la participación de América Latina en el mercado mundial contribuirá a que el eje de la acumulación en la economía industrial se desplace de la producción de plusvalía absoluta a la de plusvalía relativa, es decir, que la acumulación pase a depender más del aumento de la capacidad productiva del trabajo que simplemente de la explotación del trabajador» (op. cit., p. 23).

De acuerdo con Marini en virtud de la instauración de relaciones centro-periféricas de dominación y de dependencia los países subdesarrollados, productores de materias primas y alimentos, abastecieron la creciente demanda de los centros imperiales, al mismo tiempo que aceleraron la transición del eje de acumulación de capital desde la producción de plusvalía absoluta a la producción de plusvalía relativa (mediante la sistemática reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo del obrero colectivo) en las economías de los países imperialistas, particularmente después del desencadenamiento de la primera revolución industrial en Inglaterra (1789-1792). De esta manera a finales del siglo XVIII y el siglo XIX las periferias dependientes coadyuvaron para el desarrollo de dicha revolución en ese país cuya expansión prácticamente cubrió toda la primera parte del siglo XX. La revolución industrial más tarde se extendió a los países más desarrollados de Europa occidental y, posteriormente, a Estados Unidos y Japón bajo la forma de taylorismo y fordismo en las primeras décadas del siglo XX, aunque cabe aclarar como hace David Harvey que fue necesaria una revolución en las relaciones de clase entre 1930 y 1950 y la posterior derrota de los movimientos obreros insurgentes que habían resurgido después de la segunda guerra mundial, para que el fordismo, como sistema productivo, organizacional y político, se difundiera y asentara definitivamente en Europa en tanto sistema de control del capital del proceso de acumulación y de la fuerza de trabajo (David Harvey, La condición de la posmodernidad, Buenos Aires, Amorrortu Editores. 2004, pp. 151 y 155). En esta misma obra este autor destaca la diferencia existente entre Taylor y Ford, entre taylorismo y fordismo cuando expresa que «Lo propio de Ford…fue su concepción, su reconocimiento explícito de que la producción en masa significaba un consumo masivo, un nuevo sistema de reproducción de la fuerza de trabajo, una nueva política de control y dirección del trabajo, una nueva estética y una nueva psicología; en una palabra: un nuevo tipo de sociedad racionalizada, modernista, populista y democrática» (op. cit., pp. 147-148).

Después de la segunda guerra mundial la generalización del sistema industrial y productivo de la gran industria -que marcó el periodo de expansión del capitalismo posbélico entre 1950 y 1973, su época de oro-, estimuló el desarrollo de las fuerzas productivas de los países de América Latina y otros del tercer mundo que lograron instaurar algunos segmentos de la industria, primero liviana y, más tarde, pesada -en la producción de medios de producción y de productos semielaborados- y, al mismo tiempo, posibilitó la adopción y el desarrollo de nichos de producción y de mercado de tecnología de punta si bien dependiente de los centros desarrollados. Fue el caso de Brasil, de Argentina y de México y otros como Corea del Sur en el curso de la década de los setenta, cuando desplegaron procesos de sustitución de importaciones y, en el último, las exportaciones por medio de la intervención del Estado. En la siguiente década la crisis de ese «modelo» impuso el patrón de acumulación de capital neoliberal y desindustrializador estimulado por la aplicación de las políticas de ajuste estructural del neoliberalismo por parte del Estado. Harvey apunta que la conexión que operó entre fordismo y keynesianismo durante 1950-1973 respondió por la gran expansión mundial del capitalismo que, a la par, posibilitó que naciones que recién se habían liberado del colonialismo (en África y Asia) fueran nuevamente atrapadas en las redes de la dependencia dentro de los sistemas económicos y políticos de las naciones capitalistas avanzadas como Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, España y, en particular, Estados Unidos (op. cit., p. 152).

Por otro lado durante la segunda parte del siglo XX América Latina y el Caribe perdió ventaja y participación en el comercio internacional tanto en relación con los países desarrollados como frente a los nuevos países industrializados (NICs.) que florecieron en ese periodo, en función de las reformas neoliberales y las privatizaciones ocurridas en la década de los años ochenta y noventa del siglo pasado y de la entrega de cuantiosos recursos naturales y estratégicos al gran capital internacional supuestamente con el objetivo de aumentar su participación en el mercado internacional mediante un aumento descomunal de sus exportaciones las cuales, sin embargo, en la actualidad no superan 5% del comercio internacional. De hecho esta va a ser una exigencia condicionante de las políticas neoliberales (BM, FMI, BID) a través del decálogo del Consenso de Washington que afirma que «Existe ahora un amplio consenso en el sentido de que el crecimiento basado en la exportación es el único tipo de progreso que puede lograr América Latina en la próxima década» (de los noventa: AS, John Williamson, El cambio en las políticas económicas de América Latina, Gernika, México, 1991, p. 42.). Crecimiento que depende, junto con la «recomendación» de liberar el comercio exterior a la lógica e intereses de las empresas trasnacionales, de la implantación de políticas monetaristas encaminadas a establecer un «tipo de cambio competitivo» (ídem) entendiendo por éste «…uno que promueva una tasa de crecimiento en las exportaciones capaz de permitir que la economía crezca en el aspecto de su potencialidad de suministro» (ídem). En este contexto com el aumento de las exportaciones los países latinoamericanos reconvirtieron sus aparatos productivos y sus patrones de acumulación de capital en la mejor tradición de la teoría ricardiana de los costos comparativos (para este tema véase: Anwar Shaikh, Valor, acumulación y crisis. Ensayos de economía política, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006). El resultado fue especializar sus economías en beneficio de sectores tradicionales primario-exportadores dependientes de la producción de petróleo, gas, agricultura, ganadería, minerales, frutas y, en casos como México y Centroamérica, en la exportación de fuerza de trabajo superbarata hacia Estados Unidos.

La especialización productiva exportadora basada en recursos naturales y mano de obra barata fue favorecida por el Estado neoliberal latinoamericano mediante políticas integracionistas como el Tratado de Libre Comercio (TLC), el MERCOSUR, el CARICOM y el Mercado Común Centroamericano, entre los más significativos acordados en las dos últimas décadas. Sin embargo, éstos se han llevado a cabo en el contexto de implementación de políticas neoliberales en beneficio de fracciones restringidas de las burguesías dependientes y de las empresas trasnacionales con fuerte afectación de los intereses y necesidades de las masas populares y los trabajadores latinoamericanos. Integración que queda cuestionada al constatar que no son integraciones de soberanías y nacionalidades, sino de carácter neocolonial debido a la reforzada dependencia que se registra con el capital internacional que afianza la dependencia estructural. Se trata, pues, de una subordinación que acentúa los rasgos de lo que se podría denominar multidependencia del centro imperial en los planos comercial, financiero, tecnológico, científico, político y cultural de los países subdesarrollados.

En lo que parece ser un verdadero retroceso al siglo XIX en materia de producción y exportaciones el mercantilismo neoliberal, que priva como norma en los países latinoamericanos, se ajustó al abastecimiento de materias primas y a la transferencia de valor y de plusvalía en beneficio de los centros industrializados acentuando el intercambio desigual y la superexplotación del trabajo. Los problemas que esto provoca repercuten en tasas de crecimiento económico muy bajas y balanzas de pagos deficitarias que se intentan paliar con endeudamiento externo, incremento de la exportación de mano de obra, principalmente hacia Estados Unidos y potenciando el capital ficticio en el sistema económico en detrimento del capital productivo, entendido por ficticio el conjunto de «medios de circulación imaginarios» como en su tiempo lo denominó J. W. Bosanquet, en: Metallic, Paper and Credit Currency, Londres, 1842, cit. por Marx, en El capital, Tomo III, FCE, México, 2000, Cap. XXV, p. 382. Se trata sencillamente de la especulación monetaria y financiera que hoy representa una de las características de la economía capitalista mundial y de su crisis, al grado de que hoy ese capital ficticio representa 20 veces más el producto interno bruto mundial. Lo que verdaderamente importa aquí es que el capital ficticio sirve como un poderoso vehículo para reciclar y acumular el capital de manera rentable en los países industrializados provocando, en contrapartida, endeudamiento externo y déficits en las balanzas de pagos de la mayor parte de los países latinoamericanos que, por esa vía circular y contradictoria, se mantienen postrados a los organismos financieros y monetarios internacionales y al capital internacional como es muy claro en el caso mexicano cuya deuda total, pública y privada, interna y externa, alcanza en la actualidad alrededor de 40% de su PIB.

En consecuencia la caída de la rentabilidad, el deterioro de los precios de los productos de exportación y la contracción de la demanda interna por influjo de la disminución general de los ingresos de la sociedad y de los mercados internos, constituyen la contrapartida de las exigencias y condicionamientos de las grandes empresas transnacionales y de los Estados imperialistas para decidirse a invertir en los países de la periferia del capitalismo dominante (para el significado de la inversión extranjera en los países dependientes y subdesarrollados, véase a André Gunder Frank, Lumpenburguesía: lumpendesarrollo, México, ERA, 1974 y Ruy Mauro Marini. «El ciclo del capital en la economía dependiente», en: Úrsula Oswald (coord.), Mercado y dependencia, Nueva Imagen México, 1979. Pero para que afluya la inversión extranjera y recursos frescos a América Latina y a otras regiones dependientes -generalmente a través del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional-, estos condicionamientos encuentran respaldo en la revolución tecnológica y su monopolización en los países desarrollados, en la dinámica contractiva que la supremacía del capital financiero (ficticio en el sentido de Marx) provoca en la estructura de las economías dependientes, produciendo severas y recurrentes crisis estructurales y financieras y ciclos de des-acumulación de capital (desindustrialización) en beneficio de los centros desarrollados. Todo ello estimula transferencias de valor y de plusvalía desde los países subdesarrolladas para «seguir siendo sujetos de crédito» de los organismos internacionales monetarios y financieros. Esta lógica del ciclo del capital de la economía dependiente neoliberal aumenta el desempleo, estimula la migración de la fuerza de trabajo a los países desarrollados (Estados Unidos y Europa), provoca exclusión social masiva y estimula las presiones y amenazas imperialistas de utilización de la fuerza militar cuando ésta se convierte en la última garantía de manutención del orden imperialista como en el caso de Afganistán e Irak y, recientemente, en Colombia con la instalación de 7 bases militares para el uso exclusivo de Estados Unidos.

Emergencia de nuevas periferias (NP) en la economía mundial

En los últimos años las políticas neoliberales, la reestructuración productiva y el capital financiero especulativo, con su ola de burbujas financieras, desregularon la fuerza de trabajo, la flexibilizaron y precarizaron. Articulados, estos procesos erigieron un nuevo régimen sociotécnico y organizativo que, de manera progresiva, tendencial e inexorable se está imponiendo prácticamente en todo el mundo y en las relaciones sociales, humanas y productivas. Este régimen, por algunos llamado toyotismo y, por otros, automatización flexible, se ha ido extendiendo paulatinamente en los procesos de trabajo y en los sistemas productivos de prácticamente todo el mundo, desarrollado y subdesarrollado.

El derrumbe de la Unión Soviética -acontecimiento que, dígase de paso, se enmarcó en la mundialización del capital y en la conformación de Estados Unidos como neoimperialismo unilateralista-, la derrota de las insurgencias revolucionarias en Centroamérica, la arremetida imperialista a través del decálogo del Consenso de Washington y sus políticas ultraliberales, la implementación de la democratización formal de los regímenes políticos dictatoriales latinoamericanos a partir de mediados de la década de los ochenta, el inicio de la guerra preventiva de Estados Unidos luego de la primera Guerra del Golfo en 1991 son fenómenos que abrieron nuevos mercados y ensancharon el radio de acción de la acumulación y reproducción del capital para intentar resolver de manera duradera los problemas de acumulación y reproducción de capital y de producción de ganancias extraordinarias que se habían presentado en el periodo anterior (Para este tema véase nuestro libro, Crisis capitalista y desmedida del valor: un enfoque desde los Grundrisse, coedición, Itaca-FCPyS, México, 2009, en prensa).

Se comprende así que las «áreas liberadas» del antiguo sistema estatal-socialista planificado que existió en Europa del Este hasta finales de la década de los ochenta en el contexto de la formación de la Unión Europea, se estén constituyendo en NP en el espacio económico-político y territorial de los centros capitalistas imperiales y de sus empresas transnacionales. Ello marca enormes retos y desafíos (teóricos, metodológicos, analíticos y políticos) para las viejas zonas subdesarrolladas y dependientes de la periferia del capitalismo desarrollado, particularmente, en función del mundo del trabajo, de las migraciones y remesas (exportación de fuerza de trabajo) que el modo de reproducción capitalista neoliberal está provocando prácticamente en todos los países y regiones del planeta.

Las nuevas y viejas periferias se están estructurando en función de las cada vez más frecuentes -amenazas de-deslocalizaciones (outsourcing)  del capital y de sus empresas transnacionales que, partiendo de países dinámicos de los centros imperialistas -como Francia y Alemania, países que hasta ahora son la columna vertebral de la Unión Europea- se están llevando a cabo para imponer nuevas formas organizativas y de explotación en las relaciones sociales, laborales y políticas entre el capital y el trabajo favoreciendo un cambio en la correlación de fuerzas en detrimento de éste.

De esta forma las deslocalizaciones están cambiando la correlación económica y política de la antigua dependencia con el surgimiento, en los centros, de las periferias capitalistas, porque este nuevo modo de producción y de dominación del capital está articulando formas novedosas de concebir la dependencia y el atraso, marcando al mismo tiempo grandes retos para la compresión de esta nueva etapa del desarrollo histórico del capitalismo universal en la primera década del Siglo XXI.

El incremento de las migraciones de poblaciones que se despliegan prácticamente por todos los países y regiones del mundo, el creciente y paradigmático envío de remesas de los trabajadores extranjeros desde los países desarrollados hacia sus países de origen, el proceso de maquilinización y de desindustrialización de los sistemas productivos que se desarrolla de manera concomitante con los procesos capitalistas de integración (TLC, MERCOSUR, ALCA); el despoblamiento de grandes extensiones y regiones del sur de Europa y de España (particularmente en regiones como Galicia) y Portugal y otros como Estonia, Lituania, y su repoblamiento con contingentes humanos de fuerza de trabajo provenientes de África, Asia y América Latina, son características que las nuevas periferias van a consolidar muy pronto en el futuro mediato.

En este contexto emergieron las nuevas periferias estimuladas por el desastre de las formaciones socialistas en el curso de la década de los noventa y en el contorno del capitalismo se convirtieron en auténticos mecanismos suplementarios de presión económica política y poblacional para acelerar los procesos de desindustrialización de países, regiones y localidades de la periferia del centro capitalista revirtiendo la industrialización latinoamericana que, mediante la política económica de la sustitución de importaciones, operó después de la segunda guerra mundial como un símbolo del progreso económico y social (para este tema véase mi libro: Desindustrialización y crisis del neoliberalismo: maquiladoras y telecomunicaciones, coedición Editorial Plaza y Valdés, UOM-ENAT, México, 2004). Al respecto los autores suecos Magnus Blomström y Björn  Hettne en su libro señalan que «La creencia de que la industrialización era el remedio para superar el subdesarrollo, se extendió no sólo a los países latinoamericanos durante los cincuenta, sino en la mayor parte de los países del Tercer Mundo…se suponía que el proceso a través del cual habían pasado los países industrializados era esencialmente repetible, y que las condiciones prevalecientes en estos países eran la meta última del desarrollo» (La teoría del desarrollo en transición, México, FCE. 1990, p. 63). Sin embargo hay que remarcar que dicho proceso de industrialización se trocó a partir de los ochenta en uno de desindustrialización que hoy constituye prácticamente un fenómeno universal (David Harvey, La condición de la posmodernidad, op. cit., p. 215).

En primera instancia las nuevas periferias desplazan y presionan a las antiguas (América Latina y El Caribe) como territorios de inversión, de acumulación de capital y como plataformas de exportación para aumentar la competitividad internacional de las grandes empresas transnacionales que hoy, articuladas a sus Estados centrales, son las únicas que muestran vocación universal para imponer la globalización económica y financiera y redefinir en su beneficio la dependencia estructural. Para regiones de África, Asia y América las NP, en tanto espacios de producción de riqueza y superexplotación del trabajo, plantean grandes retos y nuevas problemáticas para las poblaciones y los trabajadores de esas regiones, entre otras cosas, porque implican desvalorizaciones de sus economías, de sus exportaciones y, sobre todo, de sus salarios e ingresos con todas las consecuencias sociales y políticas que ello acarrea en materia de pobreza y justicia social. En este sentido las políticas del Consenso de Washington fracasaron en su propósito de reducir las desigualdades sociales y aumentar las tasas de crecimiento económico en América Latina. El criterio que se utilizó para evaluar el «éxito» de una reforma neoliberal en el ámbito de la política económica era que hubiera «…alguna razón para esperar un intercambio entre el crecimiento y la distribución equitativa del ingreso» según el Consenso (op. cit., p. 103). Pero como no hubo ninguna razón tanto el artífice del Consenso de Washington como sus representantes institucionales fueron incapaces de demostrar que haya ocurrido ese «intercambio» entre crecimiento y mejoramiento de la distribución del ingreso en el curso de la aplicación de las políticas ortodoxas neoliberales durante la década de los ochenta del Siglo XX. Entonces se contentó con declarar cínicamente que: «Sin embargo, como no hay por qué creer que los países con escaso crecimiento, hayan compensado este fracaso con una mejora en la distribución del ingreso, parece legítimo concentrarse en el crecimiento como medida del éxito» (ídem.). El cinismo disimulado es perverso, pero el cinismo desembozado, además, es cruel y lapidario.

Nos encontramos entonces ante un nuevo mapa internacional de la división del trabajo en donde se forman nuevas migraciones y regiones socioeconómicas y políticas que corresponden a una nueva estructuración de los procesos de acumulación y reproducción del capital. Ello, por supuesto, acarreará una encarnizada, reforzada e indiscriminada competencia intercapitalista entre las poblaciones laborales de las viejas periferias que constituyeron las relaciones de dependencia y de dominación en los siglos XIX y XX desde el origen de la formación del régimen colonial (Un excelente análisis para América Latina se encuentra en Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina, coedición, Grijalbo-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1992).

Destacando las diferencias salariales de los países de la Unión Europea, Arriola y Vasapollo aseguran que

    «La nueva situación no modifica el tamaño de la Unión Europea, sino que representa un auténtico cambio estructural que incorpora al mercado único una verdadera periferia laboral, tanto en términos salariales como en condiciones de trabajo. Ello facilita el proceso de reducción no sólo de las condiciones de trabajo sino en la participación de los trabajadores en el valor añadido por su trabajo en todo el territorio de la Unión Europea, en particular en los países con mayores conquistas sociales, independientemente de que las políticas laborales se sigan manejando en el ámbito de los estados, e incluso más por esta circunstancia». (Joaquín Arriola y Luciano Vasapollo, Flexibles y precarios, la opresión del trabajo en el nuevo capitalismo europeo, El Viejo Topo, Madrid, 2005, p. 178).

Las NP van a cumplir las siguientes funciones asignadas a ellas tanto por la división internacional del trabajo como por la dinámica regional que se circunscribe al ámbito europeo y a la política de deslocalización de empresas multinacionales con base en países centrales, como Alemania y Francia, hacia otros de menor desarrollo relativo en el propio territorio europeo.

  1. Servir de plataformas de recepción de grandes capitales y empresas que decidan deslocalizarse para aprovechar ventajas competitivas, tales como cercanía geográfica, diferencias salariales, jornadas de trabajo flexibles, nula o poca legislación laboral, poco activismo sindical y disposición de gobiernos neoliberales a impulsar políticas proclives al desarrollo de la libre empresa.
  2. Presionar a las empresas de los países desarrollados para que sus respectivas burguesías y sus gobiernos puedan chantajear a sus clases obreras y al mundo del trabajo para bajar los salarios, aumentar las tasas de explotación del trabajo y acentuar la competencia entre los trabajadores por puestos de trabajo precarios y escasas oportunidades de empleo.
  3. Una vez asumida la superexplotación del trabajo en cualquier modalidad en el capitalismo avanzado (rebaja salarial, aumento de la intensidad, prolongación de la jornada), las NP se revierten en verdaderas competidoras de los antiguas periferias (AP), como las de América Latina, con el fin de atraer y retener inversiones, fuerza de trabajo barata, tecnología y empresas. Ello, a su vez, es aprovechado por los países imperialistas para profundizar la desigualdad social en beneficio de la rentabilidad y de la expansión de sus negocios.

De esta forma si en un primer momento las AP históricamente sirvieron como plataformas para la expansión del capital internacional sobre la base de la conversión de la producción de plusvalía a la producción de plusvalía relativa, hoy la NP tienden a desempeñar ese mismo papel en el plano regional, al mismo tiempo que presionar a las AP para que éstas profundicen las políticas neoliberales y ajusten sus economías a la lógica mercantilista y de ganancias del gran capital monopólico internacional.

Deslocalizaciones y nuevas periferias

Es ya una realidad palpable la reestructuración de las empresas que se ha desatado afianzando prácticamente en todas partes su deslocalización a costa de reducir las plantillas laborales, racionalizar los costos de producción y de una mejor centralización y planificación de ganancias extraordinarias que resultan de la competencia intercapitalista monopólica.

En este contexto se entiende la presión y el chantaje de empresas transnacionales de deslocalizar su producción a otras partes de Europa y del extranjero. Por ejemplo, Mercedes a Sudáfrica y Bosch a la República Checa, mientras que empresas como Siemens amenazaron con irse a Hungría (donde el salario medio en 2004 es de 3.8 euros por hora frente a 26.5 euros en Alemania) cuando en junio de 2004 logró acordar con la directiva del sindicato alemán, IG Metall, un aumento de la jornada de trabajo para unos 4 mil trabajadores de 35 a 40 horas a la semana en el ramo de la telefonía móvil sin compensación salarial y con renuncia explícita al pago por concepto de navidad (aguinaldo) y de vacaciones. Con sus matices particulares esta política está siendo implementada por compañías como Mercedes, Volkswagen, Continental y otras que ofrecen esta modalidad de empleo para el 25 por ciento de los trabajadores alemanes.

El efecto demostración de Siemens se bifurcó en Alemania y, por extensión, al conjunto europeo. Es así que para «salvar el empleo» la empresa Daimler Chrysler con el consentimiento de la directiva sindical aceptó aumentar las horas de trabajo semanarias con reducción salarial en alrededor de 3% en promedio sólo para conseguir de la empresa la promesa de no deslocalizarla por lo menos hasta el año 2012 y mantener unos 160 mil puestos de trabajo. Así también sucede en las compañías Mercedes Benz (que amenazó con irse a Sudáfrica), VW, Continental y otras empresas en ese país. En Francia, los trabajadores de la compañía fabricante de componentes automotrices, Bosch Vénissieux -que en 2004 amenazó con cerrar y deslocalizar su planta de producción de inyecciones diesel a la República Checa, lo que suponía suprimir 190 empleos en alrededor de 300 puestos de trabajo- «aceptaron» trabajar una hora más sin remuneración a cambio de «mantener» el empleo. La automotriz Opel estudia la posibilidad de aumentar la jornada de trabajo a 40 horas semanarias sin compensación salarial. En noviembre de 2004 la transnacional VW en Alemania logó un acuerdo con la directiva sindical para congelar los salarios de los trabajadores durante 28 meses con un pago por única vez de mil euros para cada trabajador. De esta forma la jornada de trabajo de las 35 horas se ha convertido en una verdadera pesadilla para la patronal europea, la cual pugna por aumentarla como una fórmula, asegura, para «conservar el empleo».

Estos acontecimientos: deslocalizaciones, reorientación de las inversiones hacia regiones y países de alta rentabilidad, la envalentonada política de chantaje de las patronales europeas, desregulación, flexibilidad y precarización del trabajo, están llevando a una verdadera reversión histórica de las conquistas obreras que habían conseguido materializarse, entre otros logros, en la reducción de la jornada de trabajo, en el seguro contra el desempleo, en importantes incrementos en los salarios globales y en un conjunto de prestaciones económico-sociales que permitieron a estudiosos y directivos sindicales caracterizar al Estado como uno de «bienestar-keynesiano» que, justamente debido a lo anterior, hoy está en crisis y en proceso de extinción.

Las políticas del capital cimentadas en la privatización y la desregulación a la par que provocaron crisis catastróficas en el mundo del trabajo, incidieron también en la crisis económica capitalista de rango estructural. En este sentido, refiriéndose a la crisis en los sectores de telecomunicaciones, electricidad y del sistema bancario de Estados Unidos, dice Stiglitz: «Aunque el descenso económico del 2001 sólo haya sido una manifestación benigna de éstas enfermedades más virulentas, no cabe duda de que esta baja económica fue en gran parte atribuible a la desregulación de los años 90» (Joseph Stiglitz, Los felices 90, la semilla de la destrucción, México, Taurus, 2003, p.127) responsabilizando, por tanto, directamente a las políticas neoliberales de la crisis del sistema.

En Francia la patronal y el gobierno conservador de Jacques Chirac amenazaron a los trabajadores con impulsar una reforma laboral para revertir la legislación de las 35 horas (la única que en Europa está regulada por ley) con el objetivo de codificar jurídicamente el aumento de la misma; reducir la masa salarial e incrementar la intensidad del trabajo (elementos, por cierto, del régimen de superexplotación del trabajo). Esta política de hecho tiende al quiebre definitivo del Estado de bienestar tal y como este surgió después de la segunda posguerra en el siglo pasado para transitar a dicho régimen de superexplotación en el capitalismo avanzado.

Ejemplo de los embates de las deslocalizaciones empresariales estimuladas por la competencia intercapitalista y por la lógica neoliberal de la dirección imperial de la Unión Europea, es la amenaza de extinción de los astilleros españoles bajo las presiones que la directiva de la Unión Europea viene ejerciendo desde Bruselas para que el gobierno del Estado Español retire alrededor de 300 millones de euros por concepto de subsidios que hasta viene ejerciendo en esa importante rama de la economía. Otro elemento que obra en contra de la existencia de los astilleros estatales es la competitividad de los asiáticos que amenaza con dejar en la calle a miles de trabajadores españoles que no tendrían otro remedio más que el de inmiscuirse en las corrientes migratorias de la Unión Europea compitiendo con trabajadores provenientes de Marruecos y, en general, de los países africanos y latinoamericanos. Este ángulo del problema se puede apreciar en un país como Galicia en el Estado Español donde, de acuerdo con una fuente aproximadamente 60.000 mujeres trabajan en talleres clandestinos, sin luz natural, durante doce horas y con sueldos de doscientos euros al mes para empresas como Inditex que es la matriz de marcas como Zara, Stradivarius, Oysho, Pul & Bear, Bherska, Massimo Dutti o Kiddy’s. Hay otro fenómeno derivado del proceso de deslocalización de empresas en Galicia: «…las firmas de moda ya ocupan más trabajadoras fuera que dentro de la comunidad autónoma. Más de la mitad de la producción se ha instalado en el extranjero, en países con mano de obra mucho más barata y en condiciones laborales deficientes, como Marruecos, Rumania, Perú, Pakistán, la India y Malasia. La deslocalización, que perjudica a los más de cuatrocientos talleres de confección instalados en Galicia, ha permitido a los quince mayores industriales gallegos encabezados por Inditex, Adolfo Domínguez, Caramelo, Lonia y Roberto Verino, consolidar todavía más su posición en el sector…en Marruecos las trabajadoras pueden llegar a trabajar por menos de 180 euros mensuales, superando la semana de 48 horas que establece la legislación marroquí. En el caso de Tánger, donde se concentran numerosas factorías que trabajan para empresas como El Corte Inglés o Stradivarius, el salario no alcanza los 60 céntimos de euro semanales y en condiciones infrahumanas de salubridad y habitabilidad…firmas como Mango e Induyco (El Corte Inglés) someten a las mujeres a jornadas laborales de 12 y 16 horas en temporada alta, porque desde España se les pide plazos de entrega de seis días» (Corpas, 7 de mayo de 2005).

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que las deslocalizaciones no trasladan empleos de una parte a otra del mundo y que el aumento de la productividad en los países desarrollados no se traduce necesariamente en aumento del empleo, cuestión que indica entonces que dicho aumento corre a cargo de la mayor explotación del trabajo. Por el contrario, provoca «…destrucción de empleos que no se reemplazan, particularmente en el sector manufacturero» (OIT, «EL aumento de la productividad provoca más desempleo que deslocalización», en www. rebelión.org/ (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=8718, 12 de diciembre de 2004). En cambio aumentan las inversiones: «La deslocalización de los puestos de trabajo a países con salarios mucho más bajos aumenta al ritmo de las inversiones alemanas en el extranjero, mientras que disminuyen las que se quedan en Alemania: de 90.000 millones de euros en la segunda mitad de 2000 han pasado a 71.000 millones en la primera mitad de 2004. Y ello, pese a que el Gobierno no tenga otra política de empleo que aumentar el beneficio empresarial (rebaja de impuestos, moderación salarial), la única que considera adecuada para que crezcan las inversiones, y con ellas, los puestos de trabajo (Ignacio Sotelo, «Desmontaje del Estado de bienestar», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9719, 8 de enero de 2005).

James Petras constata que el aumento de la dependencia también se deriva del aumento de las inversiones, las que a la vez son producto de las deslocalizaciones y de la expansión de las nuevas periferias: «Europa y Japón están invirtiendo fuertemente en Irán, Rusia, Libia y África para afianzarse suministros de energía. Esta competencia interimperial ahonda la dependencia de América Latina en su papel tradicional en la división internacional del trabajo como un proveedor de materias primas e importador de artículos industriales» («El imperio en el año 2005», en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=9394, 29 de diciembre de 2004).

Por su parte Chossudovsky constata la expansión del capitalismo alemán en plantas de ensamblaje en Polonia, Hungría y las repúblicas Checa y Eslovaquia donde el costo unitario de la mano de obra que es del orden de 120 dólares por mes es mucho menor que en la Unión Europea. En contraste, los trabajadores en las plantas de automóviles alemanas tienen salarios que superan los 28 dólares por hora (Michel Chossudovsky, Globalización de la pobreza y nuevo orden mundial, Siglo XXI, México, 2002, p. 90).

La Confederación Intersindical Gallega (CIGa) enfatiza las causas  y factores de la extenuante precarización del trabajo en Galiza del Estado Español que alimentan y extienden la sobreexplotación del trabajo. Éstos obedecen a la expansión universal y a las necesidades del modelo neoliberal; a la desintegración del sistema de economía mixta, la reducción de la economía pública estatal; aplicación de reformas laborales para desregular el trabajo, flexibilizando la contratación y trocándolo por trabajo temporal y causal e intensificando, flexibilizando y ampliando la jornada de trabajo; externalizando y tercerizando el sistema productivo y de servicios en los sectores público y privado; la creación de un universo subsidiario de microempresas con la consiguiente profundización de la estratificación laboral y de clase; la disminución de la producción de valor y plusvalía en el sistema productivo y la consecuente crisis del patrón de acumulación de capital, con caída libre de salarios y condiciones de trabajo en los países subdesarrollados y su derivación magnética de este metabolismo a los países centrales del capital, así como por la desviación de las inversiones de capital al terreno financiero especulativo que podría explicar, que durante este período de recesión prolongado en la economía productiva, los valores financieros, en situación contraria, tengan un constante decrecimiento y rentabilidad (Antolín, Alcántara, Secretario Confederal de Acción Sindical de la Confederación Intersindical Gallega, A precariedad e sobreexplotación da forza do traballo nos sectores en Galiza, Galicia, octubre de 2004. Este trabajo se puede consultar en formato PDF en: http://www.galizacig.com/).

Salarios bajos, aumento de las tasas de explotación y de la competencia entre los trabajadores

La presión que ejerce la política neoliberal de la Unión Europea por parte sus burguesías y burocracias desde los centros de poder concentrados en Bruselas, apunta en la dirección de precarizar el trabajo, flexibilizarlo, presionar a la baja los salarios y extender el régimen de superexplotación del trabajo a las clases obreras de los países de la Unión Europea.

La unificación europea se planteó como objetivo resarcir las bajas tasas de crecimiento económico y la crisis capitalista mediante una profunda restructuración del aparato productivo con cargo en la explotación y en la precarización de la fuerza de trabajo. Como plantea Búster: «El proceso de reestructuración neoliberal de la economía europea, iniciado en su fase actual con el Tratado de Maastricht (1992), responde y agrava a la vez un bajo nivel de crecimiento económico y de capacidad de competir en la economía global con Estados Unidos y Japón» (G. Búster, «El No francés puede abrir la puerta a Otra Europa Posible», en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15851, 30 de mayo de 2005). El mecanismo que encuentra el capital europeo desde los años noventa para contrarrestar esas dificultades y la caída de la tasa de ganancia -que, entre otros factores, resulta del bajo crecimiento medio de la productividad de la economía europea que, a la vez, obedece a la baja inversión en tecnología-, es el «…incremento de la explotación del trabajo, bien directamente reduciendo salarios y aumentando las horas de trabajo o desmantelando el llamado ‘modelo social europeo» (Ibíd).

Al quedar vinculados a la dinámica de acumulación y centralización de capital de los centros hegemónicos de la Unión Europea (UE) -Alemania y Francia principalmente- y de Estados Unidos, así como a la influencia de empresas transnacionales, los otrora países y economías del bloque comunista mal llamados «en transición» se convirtieron en auténticas plataformas productoras e importadoras de mercancías y de servicios de empresas extranjeras con muy bajos salarios, altos índices de explotación del trabajo e intensos ritmos de actividad.

En el contexto de la desaparición de empresas, de pérdida de puestos de trabajo y de la crisis económica sistémica, los trabajadores se han visto limitados para lanzar una contraofensiva que redunde en la reversión de las políticas patronales de deslocalización y reestructuración de puestos de trabajo. Por el contrario, se ha dado un clima en el que «…las autoridades gubernamentales y los sindicatos debaten sobre la necesidad de renunciar a ciertas conquistas alcanzadas, especialmente en el marco del llamado Estado de bienestar. Así, discuten sobre la urgencia de establecer mayor flexibilidad en la jornada laboral y aumentar horas de trabajo sin que esto necesariamente conlleve a aumentos de salario, lo cual ocurre ya hace tiempo, en detrimento de la situación de la clase trabajadora». (Adela Mac Swiney González, «El papel del trabajo: la Unión Europea, ceder derechos para mantener el Empleo», disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2004/08/23/006n1sec.html, 23 de agosto de 2004). Por ello las patronales demandan una «reforma laboral» en la Unión Europea que consiga la «…flexibilidad en la jornada de trabajo con énfasis en la ampliación de las horas para poder adaptarla a lo largo del año a las condiciones que el mercado demande a fin de mejorar la productividad» (Ibíd). Esta política tiene su base material en la crisis estructural de los países de la Unión Europea, en particular, en Alemania que, junto con Francia, son el pilar fundamental de la Unión Europea.

El imperialismo y la dependencia no han desaparecido de la escena internacional como a veces se afirma sin argumentos y de manera superficial. Por el contrario, se han desarrollado hasta constituir una auténtica nueva etapa en el actual sistema internacional que resulta vital para impulsar el desarrollo de nuevas periferias y avanzar en los procesos de precarización, desregulación y extensión de la superexplotación del trabajo en Europa y en los demás países del capitalismo avanzado, incluyendo a Estados Unidos y Japón.

Por otra parte se puede aseverar que las periferias que emergieron de la caída de la Unión Soviética y del bloque socialista, junto con la política de deslocalización de empresas europeas se están convirtiendo en verdaderas fuentes de obtención de valor y acumulación de capital para las grandes empresas transnacionales apoyadas en sus Estados-nación imperiales. De esta manera consiguen presionar a los trabajadores para imponerles condiciones de trabajo, de empleo y salariales subordinadas a sus prerrogativas de competitividad internacional y de obtención de ganancias extraordinarias. Ello es posible, sin embargo, a través de un aumento monumental de la precariedad laboral y del crecimiento de las tasas de explotación del trabajo. Son estos últimos los que vienen marcando la política salarial y laboral de la Unión Europea en los últimos tiempos de crisis capitalista, no sin fuertes reacciones por parte de los trabajadores como en las pasadas jornadas de lucha de los mineros españoles del carbón y de los astilleros, así como de trabajadores y estudiantes de Francia que juntos echaron abajo la pretendida imposición del Contrato de Primer Empleo (CPE) que significaba la legalización de la superexplotación y la precariedad del trabajo no sólo en ese país sino en el conjunto de los que conforman la Unión. Por ello la patronal europea ha emprendido una nueva avanzada antisindical y antiobrera para cumplir con uno de los requisitos de la competitividad y la productividad del trabajo en el mundo capitalista: extender la superexplotación de la fuerza de trabajo en todos los ámbitos de la producción material de mercancías y servicios. Pero nuevamente las luchas y la organización de los trabajadores y de todos los participantes en el mundo del trabajo -la clase que vive de la venta de su fuerza de trabajo- tendrán la palabra y la iniciativa para detener la nueva ofensiva del capital a nivel universal.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.