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Nicaragua

El auge revolucionario de 1956-1959 y la Revolución Cubana

Fuentes: Rebelión

La contraparte de todo el sistema de explotación, en el que se conjugaban en un todo los intereses del somocismo como tal, los de la oposición burguesa y los del imperialismo estadounidense, era el pueblo nicaragüense conformado por la inmensa mayoría de la población: obreros, campesinos, artesanos, etc. Es a ellos a quienes se impuso […]

La contraparte de todo el sistema de explotación, en el que se conjugaban en un todo los intereses del somocismo como tal, los de la oposición burguesa y los del imperialismo estadounidense, era el pueblo nicaragüense conformado por la inmensa mayoría de la población: obreros, campesinos, artesanos, etc. Es a ellos a quienes se impuso una dominación que, en el plano económico, que se basaba en la producción agro-exportadora. Pero precisamente como consecuencia de las contradicciones de una economía por entero dependiente del mercado mundial capitalista, la respuesta de los que han soportado el peso de sus contradicciones ha sido siempre la lucha de clases.

Desde 1934 hasta 1956, la lucha popular contra el régimen somocista estuvo mancillada por los líderes de la oposición burguesa, quienes no aspiraban a mayor cosa que la obtención de concesiones favorables a sus intereses económicos y políticos. No obstante, el 21 de septiembre de 1956, fecha en que el tirano Somoza García fuera ajusticiado, quedaría históricamente registrado como el momento a partir del cual comenzaría a romperse la tutela de la oposición burguesa sobre la lucha popular.

 1. Marco histórico del ascenso revolucionario

El proceso de reintegración del movimiento revolucionario nicaragüense, impulsado por el auge revolucionario de 1956-1961, fue producto del desarrollo de las contradicciones del sistema capitalista agroexportador existente en Nicaragua. No obstante, dicho auge representaba una de las múltiples manifestaciones del auge de los movimientos de liberación nacional y antiimperialista en el ámbito internacional.

Por ello, para comprender el proceso de reintegración del movimiento revolucionario nicaragüense, debemos ubicarlo históricamente, es decir, contemplarlo dentro de los marcos de lo que se denominó crisis general del capitalismo (en su tercera etapa). Por consiguiente, es necesario señalar, aunque sea a grosso modo, las características principales de esta crisis.

En primer lugar, durante la tercera etapa de esta crisis del capitalismo, el socialismo se había convertido en un factor de mucho peso para el desarrollo de la humanidad. Esto se manifestó, por ejemplo, en que en el período de 1950 a 1976, los países socialistas ven incrementada su producción industrial en 11.5 veces; en tanto que en los países capitalistas dicho incremento es tan sólo de 3.4 veces.

En segundo lugar, se produce el desmoronamiento del sistema colonial del imperialismo, lo cual se extiende a África y a Latinoamérica.

En tercer lugar, tiene lugar la aparición de nuevas contradicciones en el sistema capitalista, así como la agudización de las anteriormente existentes. Se observa, sobre todo, la imposibilidad de poner la revolución científico-técnica al servicio de la humanidad, ya que la misma se convierte en un instrumento de la carrera armamentista, promovida por el imperialismo. (1)

Conviene, para palpar más de cerca la gravedad de la crisis del sistema capitalista, señalar que entre los años 50 y 60 del siglo XX, en el mundo aparecen 25 nuevos estados y que el rasgo característico de los movimientos de liberación nacional consiste en que de movimientos aislados entre sí, se transforman en un fenómeno histórico universal. De esta suerte, las revoluciones de liberación nacional, desencadenadas en distintos países, pasaron ha ser eslabones de una misma cadena libertaria. (2)

No en vano, se afirmaba que «por su significado histórico, la desintegración del sistema colonial del imperialismo constituye el segundo acontecimiento [en importancia] después de la formación del sistema socialista mundial». (3)

Ante estas circunstancias, Estados Unidos, que después de la Segunda Guerra Mundial se vio convertido en gendarme del imperialismo internacional, comenzó a internacionalizar los conflictos, orientando la creación de bloques de estados imperialistas que, de manera conjunta, pudieran enfrentarse a los pueblos que se oponían al yugo extranjero. Expresión de esta táctica fue la intervención armada contra Corea (1950-1953), Egipto (1956), Vietnam (1950-1955), Líbano y Jordania (1958). (4)

A pesar de su agresividad, el imperialismo estaba, para estos tiempos, imposibilitado para detener el avance de los pueblos en el ámbito mundial. La causa fundamental de esto radicaba en que a dicha agresividad se oponía con fuerza el sistema socialista, encabezado por la hoy desaparecida Unión Soviética. En efecto, desde mediados de la década del 50, el poderío económico, político y militar de la URSS , se constituyó en un hecho que las potencias capitalistas debieron de considerar con suma seriedad.

Dos sucesos bastan para evidenciar que tan persuasiva resultaba la existencia de la URSS para los agresores de pueblos:

El primero consiste en la seria advertencia que esta última hiciera el 5 de noviembre de 1956 a Inglaterra, Francia e Israel, en el sentido que sus tropas procedieran a la desocupación inmediata del territorio Egipcio, puesto que, de lo contrario, los soviéticos estarían completamente decididos a destruir a los agresores para restablecer la paz en Oriente. (5) No extraña que, exactamente 22 días después de realizada esta advertencia, las acciones armadas de Inglaterra, Francia e Israel contra Egipto hayan sido suspendidas. (6)

El segundo consiste en que, gracias al apoyo militar que la URSS ofrece a Cuba en 1962, EEUU se vio imposibilitado de agredirla militarmente con sus propias tropas y, además, obligado a firmar con aquélla un acuerdo que los compromete a no realizar ninguna agresión directa contra Cuba. (7)

 II. América Latina: ascenso de la lucha antiimperialista (1945-1959)

Habiéndose señalado el marco histórico general en que se produce la reintegración del movimiento revolucionario nicaragüense, se hace necesario examinar, así sea brevemente, lo que tiene lugar en América Latina en la década del 50. La importancia de esto estriba en que precisamente el oleaje revolucionario desatado en esta región del mundo para este tiempo, es el marco en el que el pueblo nicaragüense, gradualmente, despierta nuevamente a la lucha política independiente, hasta lograr la conformación de su propio destacamento de vanguardia, en 1961.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el proletariado latinoamericano, como resultado del desarrollo industrial operado en América Latina desde comienzo de esa guerra, se convirtió en una gran fuerza social. Sus filas se acrecentaron significativamente, de modo que, hacia 1950, había en ellas unos 10 millones de personas. Fueron de igual modo notables los cambios producidos en la estructura social del campo, donde se registran más de 10 millones de asalariados. (8)

Reflejo de este considerable desarrollo numérico del proletariado latinoamericano, fue el crecimiento constante del número de huelguistas. Atestiguaban sobre esto los siguientes datos: si para 1951 la cantidad de huelguistas alcanzó una cifra de 2.5 millones de personas, para 1959 abarcó a 20 millones de personas. (9)

En el desarrollo de la lucha antiimperialista, el factor internacional ejerció un gran influjo. Ello se ligó, en primera instancia, con la derrota del fascismo alemán y con la liquidación del militarismo japonés a fines de la II Guerra Mundial, lo que recayó casi exclusivamente sobre los hombros del pueblo soviético. Bajo la constante presión de las masas populares, los círculos gobernantes de América Latina se vieron obligados a democratizar los regímenes políticos. Esto abrió a los partidos comunistas nuevas posibilidades para el desenvolvimiento de su accionar político. Muchos de ellos conquistaron su legalidad. En varios países (República Dominicana, Guadalupe, Guatemala, Bolivia, Guyana, Honduras y Haití), donde antes de la guerra las filas comunistas habían estado dispersas, surgieron partidos comunistas. (10)

Este clima democrático, vivido en muchos países latinoamericanos desde fines de la II Guerra Mundial, manifestado, por ejemplo, en el derrocamiento de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, en El Salvador (1944), en la de Jorge Ubico y en la creación del gobierno democrático de Juan José Arévalo en Guatemala (15/03/1951-27/06/1954), contribuyó al desarrollo del movimiento comunista latinoamericano, tanto cuantitativa como cualitativamente. Eso se expresó, por ejemplo, en que si antes de la guerra dicho movimiento contaba con un total de 90.000 hombres, para 1947 esta cifra se cuadruplicó, alcanzando 370.000 miembros. Se expresó, asimismo, en el hecho de que en Cuba, Chile, Brasil, Ecuador, Perú y Uruguay, para 1947 los partidos comunistas comenzaron a desplegar una labor parlamentaria en defensa de los intereses de las masas trabajadoras. (11)

Contraponiéndose al avance de la democracia por todo el continente americano, a fines de la década del 40, la reacción latinoamericana pasa a la contraofensiva. Esta política, que respondía a los designios del imperialismo estadounidense, desembocó en el establecimiento de dictaduras militares de corte burgués-terrateniente en Perú (1948), Venezuela (1950), Cuba (1952) y Colombia (1953).

Por otro lado, con la abierta complicidad de los gobiernos lacayos de República Dominicana, Honduras, El Salvador y Nicaragua, el imperialismo estadounidense, aplicando la táctica de internacionalizar los conflictos, derrocó, mediante una agresión militar, al gobierno progresista de Jacobo Árbenz. (12)

Expresiones de esa ofensiva reaccionaria fueron, de igual modo, las siguientes: la ilegalización de los partidos comunistas en la mayoría de los países latinoamericanos, el rompimiento de relaciones diplomáticas con la URSS , la suscripción del Pacto de Defensa del Hemisferio Occidental (1947) y la creación de la OEA (1948). (13)

Sin embargo, la lucha de los pueblos no se detuvo y cobró cada día mayores dimensiones. Los obreros no sólo realizaron huelgas para defender sus intereses inmediatos, sino que, además, se enfrentan abiertamente contra las dictaduras militares impuestas por el pentágono. Como resultado de esa lucha en la que participan amplios sectores de la población, las dictaduras fueron cayendo una tras otra: primero, la del Perú (1956); luego, la de Colombia (1957); le siguió la de Venezuela (1958) y finalmente la de Cuba (1959).

El derrocamiento de la dictadura batistiana fue más allá que un simple cambio de hombres en el poder, significó la sustitución del poder de las minorías por el poder del pueblo en general. Así las cosas, en el propio «patio trasero» del imperialismo, tan solo a 90 millas de sus costas, apareció el primer territorio libre de América.

Ahora bien, si la revolución cubana representó la síntesis de la lucha antiimperialista, librada en el subcontinente Latinoamericano desde la Segunda Guerra Mundial, el auge revolucionario que se inicia en Nicaragua en 1956, se vio grandemente fortalecido gracias al benéfico influjo moral que sobre él ejerció la lucha del pueblo cubano contra una dictadura tan entreguista, sanguinaria y antipopular como la de los Somoza en Nicaragua.

 III. Cuba y Nicaragua: semejanzas de dos dictaduras

Entre Cuba y Nicaragua existen grandes diferencias, pero también grandes semejanzas. La primera es una isla; la segunda se encuentra en tierra firme. Pero por las ventajas de su posición geográfica ambas se asemejan grandemente. Una, por el Caribe, se encuentra frente a las costas de muy buena parte del continente americano; la otra, une territorialmente al Norte y al Sur del Hemisferio occidental; pero, además, ambos territorios son cercanos a las costas de EEUU. Por ello, históricamente han sido objeto de dominación estratégica para esta potencia. Por la misma razón, han sido también motivo de discordia entre potencias coloniales, primero, y, luego, capitalistas, lo que ha marcado grandemente sus destinos.

Pero ¿acaso es la geografía lo único que las hace parecerse una a otra? Evidentemente no. No es tampoco eso lo que más puede llamar nuestra atención. Ya apuntábamos que Cuba y Nicaragua han sido objeto y motivo de disputas entre potencias. No obstante, la geografía, por sí sóla, no puede conducir a ello. No son las condiciones geográficas las que determinan el desarrollo social, sino, en última instancia, la producción de bienes materiales o, mejor dicho, un modo de producción históricamente determinado.

Por consiguiente, por sí sóla, la ubicación geográfica no ha sido la causa de que Cuba y Nicaragua hayan sido codiciadas históricamente por distintas potencias, sino que han sido codiciadas por distintas potencias porque han existido, hasta la fecha, inmersas dentro de sistemas sociales en los que ha imperado la explotación del hombre por el hombre y el sometimiento de unas naciones por otras. Primero fueron dominadas por España, luego por EEUU. Esto naturalmente, estuvo determinado por lo que se ha llamado mayores niveles de desarrollo económico y social que dichas potencias habían alcanzado al momento de conquistar y someter a Cuba y Nicaragua. ¿O es que los conquistadores europeos fueron racialmente superiores y por ello conquistaron a nuestros pueblos?

En las dos, el dominio extranjero contó siempre con el apoyo de los explotadores locales, que le sirvieron de base social para mantenerse. Pero también en las dos hubo siempre una tenaz resistencia contra el dominio interno y externo. No es por ello casual que Cuba sea hoy un territorio libre de América y que Nicaragua, desde 1979, haya dado un gran paso para la consecución de su plena liberación nacional y social, que desde el año 2007, tras dieciséis años de pleno dominio liberal, se vuelve a reanudar en mejores condiciones para su consolidación definitiva como proceso revolucionario.

Cuba se independizó de España en 1898, convirtiéndose de inmediato en una república mediatizada. De este modo, la lucha que durante décadas los patriotas cubanos libraron por su independencia se vio frustrada por el nuevo amo de la isla: el imperialismo yanqui. Las riquezas de la misma, que antes le habían pertenecido al imperio español, pasaron entonces a pertenecerle a EEUU.

Como expresó Fidel Castro, en el I Congreso del Partido Comunista de Cuba, los gobiernos entreguistas que se sucedieron en las primeras décadas de la república, junto a las intervenciones yanquis que tuvieron lugar en ese mismo período, pusieron en manos de los amos del norte «las mejores tierras agrícolas, los centrales azucareras más importantes, las reservas minerales, las industrias básicas, los ferrocarriles, los bancos, los servicios públicos y el comercio exterior». (14)

Y ¿qué ocurrió en Nicaragua después que la intervención yanqui derrocara al gobierno burgués-nacionalista de Zelaya (1893-1909 y Madriz (1909-1910)? ¿No fue acaso esencialmente lo mismo? En efecto, los conservadores -que lograron, gracias a la intervención yanqui retornar al poder en 1910- pusieron en manos del amo yanqui: las rentas de aduanas, los impuestos sobre consumo, las contribuciones, los puertos, el correo, la sanidad etc. Asimismo, entregaron a sus amos imperialistas el Banco Nacional, los ferrocarriles y los vapores.

Por si esto fuera poco, amén de las riquezas, las clases gobernantes de Cuba y Nicaragua entregaron lo más preciado que un pueblo puede tener: su soberanía. Las de Cuba lo hicieron en 1902, mediante la Enmienda Platt , la que no sólo anulaba la independencia de este país, sino que, además, contemplaba intervenirlo militarmente (siempre que la paz interna se viera «perturbada») y el establecimiento de estaciones navales o carboneras de EEUU. (15)

Las de Nicaragua, por su parte, oficializaron la entrega de la soberanía nacional en 1914, mediante la suscripción del tratado canalero Chamorro-Bryan, que concedía a EEUU, para siempre y sin ningún tipo de impuestos, «los derechos exclusivos y propietarios necesarios y convenientes para la construcción operación y mantenimiento de un canal intereoceánico por la vía del río San Juan y el lago de Nicaragua o por cualquier otra ruta sobre el territorio de Nicaragua». (16)

Pero ¿qué significaron para el imperialismo estadounidense las dictaduras de Fulgencio Batista, en Cuba, y la de Anastasio Somoza García y sus herederos, en Nicaragua, establecidas respectivamente en 1952 y 1934 si partimos, para el segundo de los casos, no de lo oficial (registrado en 1937) sino de lo factual (con el asesinato de Sandino y de centenares de sus seguidores)?

Durante la tiranía batistiana, todas las medidas económicas aplicadas por el gobierno, se orientaban al fortalecimiento del capital estadounidense en la economía del país. A las compañías de EEUU les fueron hechas grandes concesiones en la minería, en la exploración del petróleo, en la venta de gasolina en el interior de la isla. Ya en el primer año de su existencia, la dictadura batistiana permitió que cien nuevas compañías estadounidenses comenzaran a operar en Cuba. No extraña, por eso que, para entonces, de todos los depósitos bancarios de la isla, un cuarto de ellos se encontrara en las sucursales cubanas de los bancos estadounidenses. (17)

El dictador nicaragüense, Somoza García, también realizó grandes concesiones a las compañías de EEUU. Éstas sin ninguna restricción de por medio, empleaban de manera muy irracional los recursos naturales de la nación, como el oro, la madera y el caucho. Se estima que el capital privado de EEUU llegó a controlar, durante el somocismo, el 90% de las riquezas del subsuelo, los bosques y la pesca; el 50% del comercio interno y externo; así como el 40% de la producción industrial del país. (18)

Un examen detallado de las condiciones de vida de los pueblos de Cuba y Nicaragua nos mostraría, de igual modo, las grandes semejanzas de dos dictaduras tan entreguistas, como la batistiana y la somocista. Hambre, miseria, desempleo, analfabetismo, exilio, persecución, cárcel, tortura y muerte, fue en realidad lo que los gorilas gobernantes ofrecían, en vez del pan de cada día, a los pueblos de ambos países.

Batista y los Somoza, servían al imperio yanqui no sólo internamente sino también en el campo internacional. En este aspecto, ambos gorilas demostraban con creces su hermanamiento.

Batista, a través de sus representantes en los foros internacionales, apoyaba sin reservas las intervenciones y acciones agresivas del imperialismo yanqui. Pero ello fue propio también de su antecesor, Pío Socarras, quien en 1949 tuvo la intención de enviar a 25 mil soldados cubanos a la guerra de Corea. (19) No obstante el pueblo cubano se lo impidió, frustrando su maligno propósito.

Volviendo a Batista, debemos agregar que apenas hubo arribado al poder, producto del golpe de estado que dio a Pío Socarrás en 1952, rompió relaciones diplomáticas con la URSS.

A Somoza García, el imperialismo yanqui le asignó un papel digno de un perfecto gorila: el de gendarme en Centroamérica y el Caribe. Este papel se hizo presente en los conflictos que afectaron a Costa Rica (1948); en el rechazo a la Legión del Caribe (1954); en la agresión militar contra el gobierno progresista de Jacobo Árbenz, en Guatemala.

Y después de su ajusticiamiento en 1956, Somoza García heredó a su hijo Luis el papel de gendarme, quien también lo jugó en los precisos momentos que su amo imperialista señalara, por ejemplo, en la agresión mercenaria a Cuba revolucionaria, en 1961.

Antes de ser derrocado, Batista utilizó contra el pueblo cubano tanques que le fueron proporcionados por la dictadura somocista. (20)

Indudablemente, la mayor semejanza existente entre las dictaduras de Batista y la de los Somoza está dada por el carácter de ocupación que prácticamente poseían los ejércitos de Cuba y Nicaragua, sostenes fundamentales del dominio imperialista en estos países. Ambos ejércitos tenían como objeto fundamental defender los intereses estadounidenses, aplastando a sangre y fuego las aspiraciones libertarias de los pueblos de Martí y de Sandino.

Somoza y Batista competían en pretextar la lucha contra el comunismo para reprimir a sus adversarios y para anular hasta los más elementales derechos ciudadanos. Ambos gorilas despedían de sus trabajos a aquéllos que no apoyaban su política.

Procedamos ahora a establecer algunas comparaciones entre la lucha de ambos pueblos:

En primera instancia, como ya quedó dicho más atrás, estos pueblos, el cubano y el nicaragüense han tenido siempre una actitud de permanente rechazo contra el yugo, venga de donde venga. Pero más que hacer referencia a las ricas tradiciones de luchas de estos pueblos, vamos a examinar algunos problemas de la lucha comunes para ambos.

Los problemas de la lucha antidictatorial en Cuba y Nicaragua, aunque no eran idénticos, tenían en común, entre otras cosas, la influencia que sobre la misma ejercían los opositores burgueses.

En el caso de Nicaragua, eso significaba la hegemonía de la oposición burguesa en la lucha antisomocista (ello desde 1934 en que Somoza García asesina a Sandino y a centenares de sus seguidores), a causa en primera instancia de la inexistencia de una vanguardia revolucionaria.

En Cuba, la influencia burguesa en la lucha del pueblo creaba fuertes prejuicios anticomunistas en el mismo. La consecuencia de esto fue que «aunque existía un destacamento abnegado y combativo de comunistas cubanos -afirma Fidel Castro- la burguesía y el imperialismo habían logrado aislarlos políticamente». (21)

En Nicaragua, la oposición burguesa practicaba una política dualista, consistente en que, por un lado, tendía a realizar simulacros armados contra Somoza y, por el otro, en que, no teniendo con éste contradicciones de carácter antagónico y temiendo que la lucha popular escapara de su control, recurría a los pactos con el dictador. (22) En Cuba los partidos tradicionales no deseaban ningún entendimiento con los comunistas y se mostraban incapaces de ofrecer resistencia a la dictadura reaccionaria. (23)

En ambos países, por consiguiente, la lucha antidictatorial exigía, en primer lugar, la creación de organizaciones que fueran independientes de los partidos tradicionales y, al mismo tiempo, capaces de superar la dispersión que caracterizaba a esa lucha. En segundo lugar, exigía y planteaba la necesidad de adoptar la lucha armada como la única vía factible para acabar con las dictaduras proimperialistas.

Tomando en consideración el carácter eminentemente represivo del régimen somocista, el comandante Carlos Fonseca escribía en 1960 lo que sigue:

«… las condiciones peculiares de la realidad nicaragüense llevan al convencimiento de que la lucha legal del pueblo no puede conducir a la victoria (…) la dictadura somocista es un régimen de fuerza y no de ley. Quienes controlan la dictadura son los que controlan la Guardia Nacional. Es absurdo por consiguiente que el pueblo levante la ley contra la fuerza, el código contra la bayoneta». (24)

Huelga decir que estas palabras eran perfectamente aplicables asimismo a la realidad cubana reinante durante el régimen dictatorial de Fulgencio Batista. En otras palabras, la política represiva de los gobiernos obligaba a las masas a enfrentar la violencia reaccionaria con la violencia revolucionaria.

Si hemos hecho referencia a las semejanzas existentes entre Cuba y Nicaragua, semejanzas que pueden ser, en mayor o menor grado, igualmente establecidas entre buena parte de los países latinoamericanos, ha sido con el propósito de fundamentar que, en última instancia, lo que explica la influencia de la lucha contra Batista, así como del triunfo de esta lucha, en el auge revolucionario registrado en Nicaragua en 1956-1961, no es, de ninguna manera, la exportación de la lucha revolucionaria del pueblo cubano a Nicaragua, sino la naturaleza entreguista y antipopular del gobierno somocista, muy semejante a la que Batista había aplicado durante su mandato.

Refutando las acusaciones que el somocismo hacía contra el FSLN, indicando que sus miembros obedecían a planes cubanos y eran entrenados en Cuba, el Comandante Carlos Fonseca, desde la cárcel de la aviación, escribió en 1964 un manifiesto en el que, en parte, se lee lo siguiente:

» La Revolución Cubana lleva casi seis años de haber triunfado. Aunque nosotros somos jóvenes, mucho antes del triunfo Cubano comenzamos nuestra lucha contra el gobierno somocista. Siendo el suscrito estudiante de secundaria en Matagalpa, participé en la huelga estudiantil en que participaban como estudiantes universitarios, Tomás Borge y Silvio Mayorga, exigiendo retirar del recinto de la universidad un medallón que representaba a Somoza.

«Con motivo de la acción de Rigoberto López Pérez en Septiembre de 1956, los tres hermanos de lucha mencionados sufrieron prisión juntos.

«Para el tiempo de estos dos sucesos el nombre de Fidel Castro era desconocido dentro de Nicaragua. Era un tiempo en que Fidel Castro ni siquiera estaba combatiendo contra la tiranía de Batista en la Sierra Maestra «.

Más adelante leemos:

«Los combatientes sandinistas sostenemos que no es Fidel Castro sino el régimen somocista el que con su feroz política antipopular ha entrenado para pelear en defensa de la libertad». (25)

¿En qué, pues, consiste el influjo cubano en el proceso de reintegración de la lucha revolucionaria del pueblo de Sandino?

Carlos Fonseca señala que la Revolución Cubana influyó en el pueblo nicaragüense aún antes de verse coronada con la victoria. (26) Ello fue así porque el Ejército Rebelde, encabezado por Fidel Castro, al infringirle golpe tras golpe al ejército batistiano, mostraba a los pueblos latinoamericanos y en particular al nicaragüense, la posibilidad real de enfrentar victoriosamente, en el plano militar, a una dictadura que, al igual que la de Batista, siendo fiel instrumento en manos del imperialismo yanqui, aplicaba una política basada en el entreguismo, el robo, la corrupción, la persecución, el exilio, la cárcel, el asesinato a los patriotas, etc.

En Nicaragua, el auge revolucionario que se iniciaba en 1956 se ligaba orgánicamente a las contradicciones del sistema capitalista agroexportador, sometido a los vaivenes del mercado capitalista mundial -en lo que atañe a los precios y cuotas de los productos de exportación- y tendiente a estrechar más y más la producción de alimentos, expropiando las mejores tierras a los pequeños productores, para ponerlas en función de la producción agroexportadora.

Precisamente en 1956, la economía nicaragüense entró en una prolongada crisis, producto del brusco descenso de los precios del café y del algodón en el mercado internacional. Esta situación condujo a las masas a la acción contra el régimen. En medio del descontento generalizado contra la dictadura somocista, el 21 de febrero de ese mismo año, se produjo el ajusticiamiento del tirano por el patriota Rigoberto López Pérez.

La importancia de este hecho consistió no sólo en que con él se dio inicio al auge de la lucha popular, sino también en que reavivó la lucha armada y reinauguró el accionar independiente del pueblo contra el sistema.

Pero si la acción de Rigoberto fue el principio del fin de la dictadura, ello obedeció a que, a partir de ella, el pueblo se iría liberando gradualmente de la tutela de la oposición burguesa. Y las victoriosas acciones del Ejército Rebelde sobre el ejército de Batista contribuyeron de manera notable con ese proceso de lucha contra la dictadura somocista.

En nuestro país, en 1958, todos los trabajadores, incluyendo a los que anteriormente no se habían pronunciado abiertamente en defensa de sus intereses, se lanzaron a la lucha. Todos, ferrocarrileros, zapateros, maestros, estudiantes, campesinos, se manifestaron de forma espontánea y se organizaron de manera incipiente contra la dictadura. Ese mismo año, la cifra de sindicatos obreros pasó de 5 a 18 y se acrecentaron en miles los conflictos de tierras y de trabajo en el campo. (27)

En medio del despertar general del pueblo a la lucha política independiente, se produjo una lucha armada impresionante. Entre 1958 y 1962 se registraron las siguientes acciones armadas: la de Ramón Raudales (1958), la de Manuel Díaz y Sotelo (1959), la de Carlos Haslan (1959), la de Heriberto Reyes (1959), la de las Trojas y el Dorado (1960), la de Orosí (1959), la de Río San Juan de Luis Morales (1960), la de Poteca (1961), entre otras. (28)

Igualmente notable fue la actividad desplegada por el movimiento estudiantil, mismo que, entre otras cosas, logró impedir que Milton Eseinhower visitara la universidad para recibir el título Honoris Causa que las autoridades del Alma Mater deseaban entregarle. (29)

Al ahondar en el significado que la Revolución Cubana tuvo para el pueblo nicaragüense, es importante señalar que el sólo hecho de que la lucha del pueblo cubano influyera fuertemente en los fundadores del FSLN, en el preciso momento en que ella se libraba, es en sí mismo muy significativo, ya que en la medida en que dichos personajes vieran en esa lucha y en su triunfo reafirmado el planteamiento de que a la dictadura somocista sólo podría derrocársele por la vía armada, sólo en esa justa medida la lucha por el derrocamiento del régimen quedaba estratégicamente definida.

En efecto, el impacto de la Revolución Cubana contribuyó a que los líderes revolucionarios del pueblo nicaragüense se convencieran, de una vez por todas, del papel fundamental que la lucha armada debía jugar en el derrocamiento de la tiranía. Respecto a ello el Cmdte. Tomás Borge señala:

«Fidel fue para nosotros la resurrección de Sandino, la respuesta a nuestras reservas, la justificación de los sueños, de las herejías de unas horas atrás». (30)

Para los revolucionarios nicaragüenses, la Revolución Cubana fue una fuente de grandes enseñanzas. Ella demostraba, entre otras cosas: que un pueblo para derrocar a sus enemigos internos y externos, debe unirse y crear sus propios instrumentos de lucha, divorciados de los partidos tradicionales; que los pueblos con su decisión inquebrantable de lucha, cuando cuentan además con el apoyo internacional, son capaces de vencer a las fuerzas bélicas del enemigo, por muy superiores que éstas sean en cantidad de armas y de hombres.

Al respecto es importante lo que apunta el Comandante Fonseca, quien dice que «es indudable que la cantidad y calidad de las armas tienen importancia en el éxito de la Guerra , pero es conveniente no exagerar esta verdad. Debemos recordar que al finalizar la guerra del pueblo de Cuba contra la oprobiosa tiranía de Batista, esta poseía mayores y mejores armas que los rebeldes y sin embargo fue derrotada. Eso ocurrió así porque lo fundamental es la elevada moral del soldado del pueblo». (31)

Fidel Castro, por su parte, nos dice al respecto algo semejante: «Moncada y Alegría de Pío, dos amargas derrotas no impidieron el curso ulterior de la lucha. Con siete armas se inició de nuevo la contienda en la Sierra Maestra y, al cabo de dos años, el ejército de la tiranía supuestamente invencible, había sido liquidado y el pueblo victorioso empuñaba los ochenta mil fusiles que un día se esgrimieron contra la nación. La Guerra propiamente constituyó un alentador ejemplo de lo que podían lograr el tesón y la voluntad revolucionaria de un pueblo. Los combatientes revolucionarios armados en la fase final de la lucha apenas rebasaban los tres mil hombres. Las armas fueron arrebatadas al enemigo en los combates». (32)

El significado del triunfo de 1959 en Cuba, para los revolucionarios nicaragüenses fue también de carácter ideológico, ya que el marxismo entró y prendió «en un amplio sector del pueblo y de la juventud nicaragüense» (33) precisamente al triunfar la revolución cubana.

Los revolucionarios nicaragüenses aprendieron de los revolucionarios cubanos el papel que desempeña el repudio a los tiranos para movilizar a las masas populares.

Finalmente, es bueno tomar en cuenta lo que la oposición burguesa en Nicaragua opinó sobre el triunfo revolucionario del pueblo cubano. Ello muestra, como una radiografía, los temores de la burguesía por la suerte que pudiera tener el sistema capitalista en Nicaragua. Pero, además, ello mismo constituye el reconocimiento abierto de que las revoluciones no se exportan, sino que tienen sus causas internas. Un ejemplo bastará para demostrar lo arriba expuesto: lo que expreso Luis Cardenal, uno de los más notables líderes de la oposición burguesa al somocismo, el mismo día en que triunfo la revolución cubana.

En su artículo «la caída de un dictador» este personaje decía:

«Como una reflexión al problema nacional de un gobierno nacido de elecciones que no fueron aceptadas por la inmensa mayoría del país como fueron las del Ingeniero Luis Somoza en Febrero del 56, no puedo menos que pensar que mientras no haya elecciones libres y honestas en Nicaragua y en un plazo corto y prudencial no podremos en este país vivir en verdadera paz y tranquilidad y dedicados al trabajo y al mejoramiento de la patria ya que siempre habrá pueblo Nicaragüense que opine en la misma forma que el Glorioso pueblo Cubano. Se necesita por lo tanto, una verdadera conciliación nacional nicaragüense pero a base de civismo y paz, para así no exponernos a una conquista de sangre como en el caso cubano…» (34)

Posiciones de este tipo son las que llevaron al Comandante Fonseca a prevenir contra las maniobras de la oposición burguesa, tendientes a evitar el triunfo popular reduciendo el derrocamiento de la dictadura a un simple cambio de poder. (35)

Notas:

1. Rumiantsev, A. Economía Política. Capitalismo . Editorial Progreso, Moscú, 1980, p. 561.

2. Historia Universal . Tomo 12. Editorial «Pensamiento», Moscú 1979, p. 324. (Obra en ruso).

3. Ibíd. p. 323.

4. Ibíd. p. 324.

5. GROMICO, A.A.; Ponomarev, BN. Historia de la Política Exterior de la URSS 1945-1976 . Tomo II. Editorial «NAUKA», Moscú 1977, pp. 263-264. (Obra en ruso).

6.Ibíd. p. 265.

7. La Unión nos dio la Victoria. Informe del Comité Central del Partido Comunista de Cuba al Primer Congreso. Departamento de Orientación Revolucionaria del CC del PC de Cuba. La Habana , 1976, pp. 63-66. Véase también: Torshin, Mijail. Internacionalismo Proletario: Base de las Relaciones Soviético- Cubanas. En La Historia de Cuba, en tres tomos, tomo III (Cuba Revolucionaria). Redacción de «Ciencias Sociales Contemporáneas»; Academia de Ciencias de la URSS , Moscú 1980, p. 214.

8. Kobal, B.I. El Movimiento Obrero en América Latina . Editorial «NAUKA», Moscú 1979, p. 94.

9. Historia Universal. Ob. cit. p. 455.

10. Kobal, B.I. Ob. cit. p. 91.

11. Ibíd. pp. 92-93.

12. Muro Rodríguez, Mirtha; Dausa Céspedes, Rafael y otros. Nicaragua y la Revolución Sandinista . Editorial de Ciencias Sociales, La Habana , 1984, pp. 64-65.

13. Kobal, B.I. Ob. cit. p. 95.

14. La Unión nos dio la Victoria. Ob. cit. p. 19.

15. Agresiones de Estados Unidos a Cuba. 1787-1976. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1978, p. 26.

16. Véase El Tratado Chamorro Bryan en Carlos Quijano. Nicaragua : Ensayo sobre el Imperialismo de los Estados Unidos 1909-1927 . Managua: Vanguardia, 1987, p. 267.

17. Gavricov, Y.P. Cuba: Páginas de su Historia. Editorial «NAUKA», Moscú, 1979, p. 93.

18. Lanuza, Barahona, Chamorro. Economía y Sociedad en la Construcción del Estado en Nicaragua. ICAP, San José, Costa Rica, 1983, p. 226.

19. La Unión nos dio la Victoria. Ob. cit. 33.

20. Fonseca, Carlos. Obras. Bajo las Banderas del Sandinismo . Tomo I. Editorial Nueva Nicaragua, Managua 1982, p. 40.

21. La Unión nos dio la Victoria. Ob. cit. p. 38.

22. Fonseca, Carlos. Ob. cit. pp. 26-27.

23. La Unión nos dio la Victoria. Ob. cit.

24. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 28.

25. Ibíd.

26. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 27

27. Apuntes de Historia de Nicaragua. Selección de Textos. Tomo II. UNAN, Managua 1982, p. 203.

28. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 85.

29. Apuntes de Historia de Nicaragua. Ob. cit. Tomo II, pp. 202-203.

30. Borge, Tomás. Apuntes Iniciales del FSLN . Centro de Publicaciones «Silvio Mayorga». Managua, 1983, p. 15.

31. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 29.

32. La Unión nos dio la Victoria. Ob. cit. p. 45.

33. Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 219.

34. La Prensa. Primero de enero de 1959, p. 5.

35. Fonseca, Carlos. Ob. cit. pp. 61-62.

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