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Entrevista al escritor Élmer Mendoza

«Toda palabra posee una carga semántica y acústica que puede provocar tensión»

Fuentes: Rebelión/El Clarín de Chile

México DF.- En entrevista exclusiva con Clarín.cl Élmer Mendoza (1949) dispara un augurio sobre la literatura del narcotráfico: «Si logramos crear obras maestras será un género literario. La estética de la violencia parte de un lenguaje y su ductilidad no sólo para contar un acto de violencia, sino para crearlo; es decir, que se sienta […]

México DF.- En entrevista exclusiva con Clarín.cl Élmer Mendoza (1949) dispara un augurio sobre la literatura del narcotráfico: «Si logramos crear obras maestras será un género literario. La estética de la violencia parte de un lenguaje y su ductilidad no sólo para contar un acto de violencia, sino para crearlo; es decir, que se sienta que allí está ocurriendo algo terrible que es antihumano; que se escuche, que el lector experimente un peligro que puede cambiar su vida. Toda palabra posee una carga semántica y acústica que puede provocar un estado de tensión cercano a la inseguridad. Es el estado conseguido por Goethe que indujo a suicidios, o por Sabines y Neruda en lo amoroso»

Autor de cuatro antologías de cuentos: Mucho qué reconocer (1978), Trancapalanca (1989), El amor es un perro sin dueño (1992) y Firmado con un klínex (Tusquets, 2009); por otra parte, publicó dos volúmenes de crónica sobre el narcotráfico en México: Cada respiro que tomas (1992) y Buenos muchachos (1995); sin embargo siempre quiso ser novelista y desde que encontró un tono, «ese hilo conductor que consigue que el lenguaje se manifieste unido y separado», ha escrito cinco novelas: Un asesino solitario (1999); El amante de Janis Joplin (2003); Efecto tequila (2005); Cóbraselo caro (2006) y Balas de plata (Premio Tusquets 2007).

Antes de ser dramaturgo y novelista, Élmer Mendoza Valenzuela estudió Ingeniería en electrónica en el Instituto Politécnico Nacional y Literatura española en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); desde 1984 es catedrático de la Universidad de Autónoma de Sinaloa (UAS). Luego de 17 años de no publicar una antología de cuentos, entre octubre y noviembre presentó: Firmado con un klínex (Tusquets, 2009) -ante una multitud de lectores en la librería Octavio Paz del FCE y en la FIL Guadalajara, respectivamente- le pregunté, ¿por qué la demora?: «Después de cinco novelas publicadas creo que sé de qué se trata. No obstante en el trayecto me asaltaban historias que no eran para largo aliento. Nunca supe de relojes. Y sí, me parecieron demandantes. En la novela hay símbolos, ni duda cabe, pero en el cuento es la esencia; y entonces terminé metido en los textos como si fueran novelas».

MC.- Élmer, por un azar de la vida me enteré que La historia interminable (1979) te orilló a ser escritor, ¿cómo fue tu primer acercamiento a la literatura?

EM.- Michael Ende me enseñó que no temiera soñar, que desear lo imposible no es asunto de niños sino de seres humanos; y que si el destino te provoca y te descubre para lo que naciste: que nada te detenga. Antes de eso lo viví normal: cambiar besos por poemas, escribir las crónicas de las excursiones y después cuentos, con Julio Cortázar a la espalda. Mi primer acercamiento al acto de escribir fue un poema a Benito Juárez que todavía recuerdo, y que desde luego, es horrible.

MC.- ¿Tu entorno define la voz narrativa?, ¿ahora que viajas por Europa y Latinoamérica incorporas nostalgias, bitácoras del tren, bebidas, aromas y lenguajes?

EM.- Mi entorno y mi capital cultural. Existen muchos contrastes entre mi hábitat natural y las regiones que recién he recorrido; sin embargo, lo que me provoca es eso, que más bien se da en la lluvia sobre los tejados, en la luz, en las sonrisas, en las fragancias: me muevo bien en el universo de las percepciones; pero mi voz narrativa está allí, en mi subconsciente. Soy mi lenguaje, mi lengua materna, y eso a la hora de crear es una fuerza incontrolable. Cuando no es suficiente, recurro a las hablas de otras regiones o de otras lenguas; y si no encuentro me permito la invención.

MC.- ¿Por qué transcurrieron 17 años desde la última vez que publicaste una antología de cuentos?, ¿el relato breve es más demandante que la novela?

EM.- Quería ser novelista. Un novelista solvente capaz de narrar lo que me parecía que sólo podía contar yo. Tardé años en encontrar mi tono, ese hilo conductor que consigue que el lenguaje se manifieste unido y separado. Después de cinco novelas publicadas creo que sé de qué se trata. No obstante en el trayecto me asaltaban historias que no eran para largo aliento. Nunca supe de relojes. Y sí, me parecieron demandantes. En la novela hay símbolos, ni duda cabe, pero en el cuento es la esencia; y entonces terminé metido en los textos como si fueran novelas.

MC.- Luego de leer «Firmado con un klínex», quería preguntarte, ¿El Zurdo Mendieta se convertirá en una saga?, ¿o el cuento sobre las mujeres suicidas fue el borrador de una novela nonata?, ¿todo escritor de novela negra necesita un detective en exclusiva?

EM.- No sé si pueda con una saga, me provoca más ser múltiple; sin embargo, El Zurdo Mendieta no ha desaparecido de mis proyectos. El cuento que citas fue concebido como cuento. Lo del detective viene de Sherlock Holmes y es una tradición poderosa; sobre todo porque el detective no muere, y cuando terminas una historia queda flotando, exigiendo acción y resulta un halago caer en la tentación.

MC.- ¿La secta de Gutenberg tiene reminiscencias de «Fantomas contra los vampiros multinacionales» de Cortázar?, ¿o te preocupa la destrucción de los libros al no ser vendidos ni leídos?

EM.- Me preocupa el declive de los lectores de libros. Creo que era un mundo lindo y una manera accesible de ser culto. Me sorprende que las distribuidoras prefieran destruirlos que regalarlos a las bibliotecas públicas. Me duele que los gobiernos no tengan auténticos programas de promoción de la lectura y de rescate de fondos. Espero que el libro digital que viene, proporcione tanto placer como los de papel y tinta.

MC.- El cuento «Fiesta» es sumamente original, me parece escuchar a los escritores mexicanos y extranjeros, ¿decidiste publicarlo con alevosía en la página siguiente de La secta de Gutenberg?, ¿te han comentado algo los colegas al verse como personajes entre citas textuales?

EM.- Algunos colegas han agradecido. Creo que somos un extenso testimonio de qué y cómo se escribe parte de la literatura de nuestro tiempo; aparte de la exquisitez de estar juntos entrelazando nuestras voces. No podría precisar qué factor consideré a la hora del índice: todo fue tan alucinante al final, que es probable que cada cuento encontrara su sitio sin mi concurso.

MC.- «Postal para Diego Luna», ¿lo imaginaste como el guión de una road movie?

EM.- No. Sólo deseaba crear una atmósfera poderosa para llegar a la escena de los cláxones. Mi amistad con Diego Luna me permitió utilizarlo como referente. Sin olvidar también aquel principio de que la literatura es un juego que te permite establecer las reglas y eludirlas según sea necesario.

MC.- De lo experimental de «Plop» a la ternura campesina de «La despedida», hay un montón de matices, ¿tenés un cuento preferido?, ¿cuál te costó mayor trabajo escribir?

EM.- No tengo un cuento preferido. Debe ser terrible elegir entre su propia obra. Espero no vivirlo jamás. El que más me costó fue «Rompecabezas». Los símbolos se distorsionaban, se convertían en leche tibia para dormir. No fue fácil, ni rápido, ni consciente, vencer esa resistencia desconocida. La línea neutra entre un hombre y una mujer que pretendía al principio, es imposible. Uno de los dos siempre tendrá más palabras para distorsionar el mundo.

MC.- En la vida real teníamos una Miss Sinaloa vinculada al narcotráfico, ahora su «Cuerpo» es parte de tu ficción, ¿tendremos una ciudad de Cuernavaca con narcoposada narrada en un futuro no inmediato?

EM.- Espero que sí; la literatura de violencia es cada vez más propositiva; no es sólo un recuento épico de la depredación humana; se sustenta en una estética que se va definiendo en base a una voluntad de estilo y un territorio lingüístico concreto: las formas de contar un atentado del narcotráfico requieren de una respiración diferente a la empleada, por ejemplo, para narrar un asesinato político. Y bueno, el caso de Cuernavaca es tema.

MC.- ¿La narconovela es un género literario?, ¿cómo defines la estética de la violencia?

EM.- Si logramos crear obras maestras será un género literario. Eso lo sabremos después. La estética de la violencia parte de un lenguaje y su ductilidad no sólo para contar un acto de violencia, sino para crearlo; es decir, que se sienta que allí está ocurriendo algo terrible que es antihumano; que se escuche, que el lector experimente un peligro que puede cambiar su vida. Toda palabra posee una carga semántica y acústica que puede provocar un estado de tensión cercano a la inseguridad. Es el estado conseguido por Goethe que indujo a suicidios, o por Sabines y Neruda en lo amoroso.

 

MC.- El año pasado te acompañaron Los Tigres del Norte y Arturo Pérez Reverte, ¿qué recuerdas de la FIL Guadalajara, entre un escritor mediterráneo y los 5 músicos norteños?

EM.- Recuerdo cómo nos permitieron exhibir nuestra amistad. Arturo, Jorge, Hernán, Luis, Óscar, Eduardo y yo, nos reunimos desde el desayuno. Recuerdo que llegó Carlos Fuentes y le dijo a Los Tigres que conocía su música y que los admiraba; después la multitud en la rueda de prensa. Por la tarde la charla ante el público y después la cena. Allí cantamos y conversamos, bebimos, y al salir, parte importante del personal del restaurante estaba al acecho, ¿de Arturo Pérez-Reverte o de mí?, para nada, de Los Tigres del Norte. Salimos con una sonrisa.

MC.- Tusquets cumplió 40 años, ¿cómo llegaste al catálogo de la editorial catalana?, ¿de qué forma celebraste las 4 décadas del proyecto de Beatriz de Moura y Antonio López Lamadrid?

EM.- Mandé mi novela Un asesino solitario (1999), a todas las editoriales; Tusquets fue la única que respondió. Para el 40 aniversario de la editorial, me encontraba en una playa terminando Firmado con un klínex (2009). Abrimos una botella mi mujer y yo y brindamos por los Cuarenta. Llamamos a Barcelona pero ya estaban con los teléfonos celulares apagados. Después nos contaron dónde estaban y en qué.

MC.- Finalmente, en una entrevista enumeraste a los mejores exponentes contemporáneos de la novela negra, en el listado había dos escritores latinoamericanos: «Rubem Fonseca y Paco Ignacio Taibo II»; ¿qué hay de los chilenos Roberto Bolaño, Poli Délano, Luis Sepúlveda y Roberto Ampuero?

EM.- De Luis Sepúlveda me quedo con: Un viejo que leía novelas de amor (1993); de Poli Délano: En este lugar sagrado (1998); de Roberto Ampuero conozco dos: Halcones de la noche (2005) y Los Amantes de Estocolmo (2003) y son buenas; también aprecio la sencillez de Ramón Díaz Eterovic, y la amplitud de Roberto Bolaño que para nuestra fortuna, es una literatura.
plitud de Roberto Bolaño que para nuestra fortuna, es una literatura.