Introducción En este trabajo se analizan las especificidades de la obra de John D. Bernal Historia social de la Ciencia (1) como manual de referencia para la enseñanza de la historia de la ciencia en el nivel superior, especialmente en lo que se refiere a los niveles cronológicos anteriores al siglo XX. Como historia social […]
Introducción
En este trabajo se analizan las especificidades de la obra de John D. Bernal Historia social de la Ciencia (1) como manual de referencia para la enseñanza de la historia de la ciencia en el nivel superior, especialmente en lo que se refiere a los niveles cronológicos anteriores al siglo XX.
Como historia social de la ciencia esta obra de Bernal sigue siendo hoy en día rara avis en el elenco de síntesis histórico-científicas, más todavía en la bibliografía en español. Pero incluso en la época de su publicación constituye un ejercicio de audacia intelectual para un autor al que cualquier historiador de la ciencia profesional hubiera podido reprochar su falta de especialización. No es difícil encontrar en la Historia social de la Ciencia de Bernal datos puntuales incorrectos, carencias en el abundamiento de los diferentes desarrollos disciplinares o territorios geográficos escasamente explorados. Y sin embargo, la obra ha sobrevivido en uso al siglo que la alumbró.
Será entonces por sus virtudes. Aunque nada en la obra permite afirmar que los usos docentes estuvieran en el ánimo del autor, al menos de forma inmediata, lo cierto es que este libro de Bernal ofrece un síntesis coherente basada en una periodización propia que, acompañada de su propia geografía, consigue explicar razonablemente el desarrollo de la ciencia en bloque en su contexto socioeconómico y político.
A este respecto este trabajo destaca como especialmente relevante el tratamiento de los siguientes temas:
La Antigüedad clásica, que contempla de manera central las consecuencias del triunfo del idealismo sobre el materialismo en la conformación del corpus científico.
La Edad Media, centrada sobre el desarrollo tecnológico como motor del cambio científico, una tesis que sólo en décadas recientes emerge con energía.
La Revolución Industrial, que combina la aproximación cronológica a dos siglos de movimientos políticos, sociales y culturales bajo el común denominador del hecho central que transformó el mundo -la industrialización- con un tratamiento por disciplinas de las áreas científicas de mayor impacto -teórico o práctico, inmediato o no- en la transformación industrial.
Bernal en España
Pedro Marset mostró en el I Congreso de Historia Social de la Ciencia, la Técnica y la Industrialización – Homenaje a John D. Bernal (1901-1971) en el Centenario de su Nacimiento (Zaragoza, 19-22 septiembre 2001) la escasa influencia de John D. Bernal en la historia de la ciencia española en términos bibliométricos. Sin embargo, la reimpresión española(2) de la Historia social de la Ciencia actualmente en venta es la séptima, lo que constituye un récord casi histórico para una obra de estas características, entre otras cosas porque ni siquiera puede justificarse en términos de utilización docente. Téngase en cuenta que la presencia curricular de la historia de la ciencia en España se circunscribe únicamente al nivel universitario, donde aparece -cuando aparece- de manera absolutamente minoritaria en términos de créditos(3). Disponemos, eso sí, de un amplio número de testimonios destacados que nos indican que el libro representó un papel relevante -aunque difícilmente cuantificable en términos objetivos- en la formación política en sentido amplio de la intelectualidad progresista española desde su publicación en 1967 hasta la transición. De hecho, el traductor español, Juan Ramón Capella, se situaba en la estela de Manuel Sacristán. Poco después el propio Sacristán traducía la Historia general de las Ciencias dirigida por René Taton [Barcelona, Destino, 1971], cuyo carácter enciclopédico venía a llenar la por aquel entonces enorme laguna de la historia de la ciencia en lengua castellana, al tiempo que de la escuela de Laín/López Piñero emanaba la traducción de una propuesta de corte internalista, continuista y antimaterialista de aromas incensados, la Historia de la Ciencia: De San Agustín a Galileo de Crombie, cuya tarducción fue revisada por Luis García Ballester [Madrid, Alianza, 1974]. El panorama fue ampliándose paulatinamente con la traducción de manuales y obras de referencia tanto en el terreno de la historia de la ciencia en general como en el de las disciplinas específicas -singularmente matemáticas y astronomía-, pero el Bernal sigue encabezando las listas de ventas.
Así pues, agotado el impulso político en el que se inscribe la irrupción de Bernal en España y sin una situación académica que explique su continuidad, el desfase existente entre las contabilidades bibliométricas y editoriales plantea todo un reto explicativo. ¿Es el bernalismo una corriente clandestina es España? Yo, partiendo de mi -limitada, como todas- experiencia personal, voy a proponer esta a mi juicio sugerente hipótesis, acaso vera, al menos ben trovata.
Tras la publicación de la traducción del Science in History en España y desde un punto de vista institucional la aparición de la moderna historia de la ciencia(4) en España se materializó de manera significativa en torno a la fundación de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias (SEHC) en 1974 -no creo que sea mero azar, habida cuenta de las sensibilidades políticas del núcleo fundador, el hecho de que el reconocimiento legal no se obtuviera hasta 1976, muerto ya el dictador-. Esta generación encontró continuidad y sucesión, pese a las limitaciones que el área de conocimiento halló para su reconocimiento académico, al amparo de los planes I+D que los gobiernos socialistas pusieron en marcha tras su llegada al poder en 1982, que incluyeron la Historia de la Ciencia entre las áreas prioritarias, lo que permitió la formación especializada de postgraduados en Historia de la Ciencia. Los nuevos becarios, formados metodológicamente conforme a los estándares científicos, ya no citaban manuales en sus trabajos de investigación, que se concentraban en aportar conocimiento efectivo como vía de superación de viejas polémicas -la de la ciencia española, la del externalismo/internalismo, la de las dos culturas-. El reconocimiento en las Facultades de Ciencias, a menudo ancladas en un rancio positivismo, se obtenía de la actividad científica normada en términos de publicaciones, congresos, estancias de investigación, a ser posible en el ámbito internacional; poco crédito y más de un contratiempo es lo que a un entonces joven becario podía reportarle la osadía de aventurarse en el proceloso terreno del debate teórico. La declaración de filiaciones intelectuales sólo podía cosechar algún fruto de provecho en el caso de afirmar lazos de parentesco con la poderosa Escuela de Laín. En este contexto, yo me atrevo a afirmar que en muchos de los núcleos investigadores de la historia de la ciencia en España -en Aragón, en el País Vasco, en Galicia, en Extremadura o en Murcia- el bernalimo ha sido una variable -a veces oculta, a veces manifiesta- de la formación y de la actividad investigadora. El manifiesto sesgo social de la historiografía científica española del último cuarto del siglo XX permite apostar por la presencia del bernalismo como ingrediente, aunque tampoco hay que descartar la posibilidad de que buena parte de la comunidad maneje esta influencia como Monsieur Jourdain hablaba en prosa, sin saberlo.
Sin embargo, con todo lo específica que pueda ser la situación española, tampoco parece ser tan insólita en el contexto internacional. La única celebración de alto nivel institucional que la obra de Bernal ha recibido de la comunidad de historiadores de la ciencia fue el Simposio específico dedicado a la conmemoración del 50 aniversario de la publicación de The Social Function of Science que se celebró en el seno del XVIII International Congress of History of Science de la Division of History of Science de la International Union of History and Philosophy of Science (IUHPS/DHS) reunido en Hamburgo en 1989(5). Pero más útil en la justificación de mi argumento me resulta la reciente publicación de la Reader’s Guide to the History of Science [Fitzroy Dearborn Publishers, 2000], editada por Arne Hessenbruch, resesarch fellow del famosísimo Dibner Institute for the History of Science and Technology y del aún más famosísimo MIT. Como a ambas dos prestigiosísimas instituciones yo, como en la copla, na les debo ni les pío, voy a permitirme la osadía intelectual y académica de criticar seriamente esta obra, que en mi opinión hereda y engrosa si cabe la ya endémica lista de fallos metodológicos de partida que hacen de este tipo de trabajos recopilativos de ámbito mundial un exponente más del imperialismo intelectual versión marginación, ostracismo y ninguneo de la producción intelectual fuera del selecto club de los países del G-8, todo ello para mayor gloria de la Tesis de Merton. En el caso que nos ocupa, la obra pretende ser ni más ni menos que una instantánea de la historia de la ciencia a comienzos del siglo XXI [p. viii], lo cual explica ya de entrada que todo no cupiera en la foto. Hessenbruch, con 24 advisers (todos estadounidenses y británicos, salvo una canadiense y un francés), seleccionaron al resto de colaboradores, una nómina nada representativa de la geografía del planeta pero utilísima para conocer cuántas ignotas poblaciones de los Estados Unidos de América albergan universidades con especialistas en historia de la ciencia, aunque en muchos casos sus currícula omitan doctorado y publicaciones -será también por problema de espacio-. Además Hessenbruch y sus 24 consejeros decidieron las 500 entradas que debían agrupar la bibliografía secundaria -preferentemente libros- con que esta obra se plantea asistir a estudiantes, profesores, aficionados y curiosos en general, y aunque resulte imposible adivinar con qué criterio han entrado o no un montón de individualidades y países, muchas instituciones y diferentes tópicos, la obra sí que incluye ¡faltaría más! una entrada firmada por Hessenbruch bajo el título History of Science: general works [pp.341-342]. Pues bien, allí se incluyen una serie de diccionarios, cronologías y repertorios bibliográficos, se conserva el clásico manual -en alemán- de Darmstaedter de ¡1908! -quizás porque fue reimpreso en Nueva York en 1960-, se incluye el inefable Companion to the History of Modern Science de Routledge -¡otra obra colectiva de matriz sajona!- y se entroniza una obra militantemente contraria al reduccionismo sociopolítico, a saber, The Edge of Objectivity de Gillispie [Princeton U.P., 1960]. Y nada más. Ni Taton, ni Dampier, ni Wussing, ni Mason, ni Geymonat, ni Rossi, ni Serres que, mírese como se mire, tendrán cada una sus defectos, sus lagunas y sus limitaciones, pero no se pueden arrancar de cuajo porque lisa y llanamente no son obras superadas, y menos por las alternativas seleccionadas por Hessenbruch. ¿Y qué pasa con el Science in History de Bernal? Pues que ha sido catalogado en la entrada Marxism and Science [pp. 441-442], en la que no se ha olvidado mencionar la militancia política del autor en el Partido Comunista británico. La pregunta del millón es: ¿escogerá un estudiante, profesor, aficionado o curioso estadounidense esta obra como aproximación a la historia de la ciencia? Y, si lo hace, y le gusta y le interesa, ¿citará su fuente? ¿con el ordenamiento jurídico de excepción que su país ha puesto en marcha tras el once de septiembre? Yo, sinceramente, aún a riesgo de ser tachada de suspicaz y maliciosa, lo dudo.
Pero volvamos al caso español. He dejado deliberadamente para el final de esta aproximación a la presencia de la Historia social de la Ciencia de Bernal en España un núcleo social que, a mi juicio, puede contribuir a explicar el éxito editorial y la dilatada presencia en el mercado de la obra en cuestión. Se trata del público que durante las dos últimas décadas del pasado siglo ha estado sosteniendo la oferta docente que en Historia de la Ciencia se ha desplegado con base en instituciones que afrontan la formación de postgrado desde una perspectiva de aplicabilidad profesional -Escuelas de Verano, Institutos de Ciencias de la Educación, Centros de Profesores y Recursos-, incluso desde las mismas Universidades en forma de títulos propios -Diplomas de Postgrado, Masters-. Este núcleo, formado fundamentalmente por profesionales de la enseñanza secundaria, ha buscado en la historia de la ciencia bases y complementos formativos a los que no pudieron acceder en sus estudios de licenciatura, y los ha buscado no sólo con una preocupación didáctica y pedagógica de carácter inmediato -que también-, sino además con una perspectiva claramente social, tratando de indagar en las interacciones entre la ciencia, la técnica y la sociedad. Ahí es donde la historia social de la ciencia de Bernal encaja como anillo al dedo porque, como se argumentará a continuación, el Bernal, como obra de síntesis -con sus lagunas, con sus deslices-, tiene virtudes que lo hacen único para la iniciación en la historia social de la ciencia y para su docencia.
La Historia social de la Ciencia de Bernal en el aula
Es bien conocido que Science in History no fue expresamente concebido para la docencia: tiene su origen en un ciclo de conferencias impartidas por Bernal quien, fiel a la honestidad intelectual que le caracterizó, hubo de tomarse seis años para profundizar en un tema que inicialmente pensó que podía ventilarse en tres semanas(6). El tema en cuestión, la presentación de la ciencia en la historia social, indica, ya de entrada, que la obra tiene un objetivo tan amplio como preciso, una tesis previa en palabras de sus críticos. ¡Como si sus críticos no la tuvieran! ¿Acaso Koyré no pretendió mostrar justamente lo contrario? ¿Acaso Crombie no intentó absolver al pensamiento religioso de sus pecados contra la libertad de expresión y de creación científicas? ¿Acaso Merton no manipuló las herramientas del análisis sociológico para intentar mostrar las bondades sociales del desarrollo científico cuando éste se encuentra en las habilidosísimas manos del protestantismo capitalista? No nos engañemos, la historia social de la ciencia emerge en un contexto histórico bien concreto, el de la curiosidad, la admiración y las esperanzas que suscitó la toma del poder político por los soviets, y fue por tanto en primer lugar militantemente combatida -negada o, mejor aún, ignorada-, y posteriormente, ya en la Guerra Fría, sutilmente convertida en una sociología de la ciencia de corte idealista que manipuló sin escrúpulos las técnicas del análisis sociológico en un intento de justificar la utilización primordial de la ciencia en la carrera armamentista. Bernal, a diferencia de otros afamados historiadores de la ciencia, no sólo no intentó engañar a nadie con su obra, sino que además expuso de entrada su concepción genuinamente social de la ciencia cuando se negó a dar una única definición universal -universalmente válida en términos geográficos y cronológicos- de la misma y optó, alternativamente, por especificar los usos significativos de la palabra ciencia, los aspectos de la ciencia: la ciencia como institución, como corpus metodológico, como tradición acumulativa, como medio de producción, como fuente de ideas y en sus interacciones sociales(7).
Con estas premisas, la síntesis de Bernal ofrece una explicación coherente del desarrollo de la ciencia en el contexto socioeconómico y político cuyo éxito en buena parte se basa, a mi juicio, en una periodización propia. Es más, la obra de Bernal ha sobrevivido, también en mi opinión, porque además de síntesis proporciona un modelo explicativo que permite completar aspectos que la propia obra no desarrolló, tanto en términos geográficos como disciplinares.
A este respecto cabe destacar que el tema de las periodizaciones en historia de la ciencia, periódicamente sometido a debate, ha experimentado en la última década del siglo XX un intento de aplicación de categorías procedentes del ámbito de la historia del arte. Se ha escrito sobre ciencia romántica(8) y hasta sobre ciencia barroca(9) -aún siendo el de barroco un término que la historia del arte aceptó por un consenso mínimo sólo en 1931- y, aunque de momento la propuesta no ha merecido la general aceptación -fundamentalmente porque ha carecido de desarrollos teóricos que ofrecieran un marco explicativo convincente a un nivel suficientemente universal-, lo cierto es que los rótulos aparecieron inicialmente como una alternativa estéticamente sugerente a las periodizaciones de corte socieconómico que la influencia marxista había logrado asentar en buena parte de la historiografía científica y que, por lo visto, tanto molestan al pensamiento reaccionario en todo tiempo y lugar.
Efectivamente, la periodización propuesta por Bernal es de corte socioeconómico. Sabemos de la importancia que Bernal asignaba al determinismo económico como herramienta de análisis y marco explicativo, sin que ello le impidiera criticar las ideas simplistas del determinismo económico como supremo, único y explícito factor causal de todo fenómeno social, político, religioso o científico(10). Hasta el siglo XX distingue cuatro grandes bloques, a saber, La ciencia en el mundo antiguo, La ciencia en la edad de la fe, El nacimiento de la ciencia moderna (1440-1690) y La ciencia y la industria (s. XVIII y XIX), que se analizan brevemente a continuación.
1. La ciencia en el mundo antiguo
La ciencia en el mundo antiguo abarca desde el Paleolítico hasta la Edad del Hierro pasando por el Neolítico y la Edad del Bronce, lo cual supone, de entrada, abordar aspectos que todavía hoy siguen siendo sistemáticamente marginados por la historiografía científica, que acostumbra a atacar de golpe con Egipto y Mesopotamia. Con ello, Bernal toma en consideración lo que en la actualidad constituye una de las cuestiones más apasionantes y complicadas de la investigación desde muy diversas aproximaciones y áreas temáticas, a saber, la del surgimiento y desarrollo de la inteligencia humana y el pensamiento abstracto. En particular, encajan en la aproximación de Bernal con total naturalidad desarrollos muy ligados a la historiografía científica que en la época de la publicación del libro apenas si podían vislumbrarse, singularmente lo que ahora se denomina etnociencia(11). Por último, presenta ya como parte consustancial del pensamiento científico el desarrollo tecnológico, que a lo largo de la obra se configurará en buena medida como hilo conductor, una posición por la que la Historia social de la Ciencia ha sido muy atacada(12) hasta fechas bastante recientes, cuando emerge con fuerza, quizás porque todo el sistema científico-tecnológico -incluida la educación superior- está en proceso de adecuación a las necesidades de la sociedad postindustrial.
Por otra parte, la presentación bernaliana de la cultura clásica, el plato fuerte con el que las historias de las ciencias comienzan en serio, recogió la benéfica influencia de Farrington para mostrar con claridad meridiana cómo la ciencia griega se conforma, aunque sobre un sustrato materialista, como triunfo del idealismo platónico-aristotélico para mayor beneficio de las clases dominantes que en la historia han sido. La pedagógica exposición del significado de la filosofía materialista jonia, aunque vencida, en la formación del pensamiento científico moderno a largo plazo es todavía hoy infrecuente, como lo es también la explicación del fenómeno de idealización de la ciencia pura e independiente de sus aplicaciones prácticas en virtud del papel ejemplificador que la ciencia abstracta representó en el conjunto de la filosofía idealista como justificadora del orden social imperante.
2. La ciencia en la edad de la fe
En el tratamiento de este periodo lo primero que llama la atención es cómo la Historia social de la Ciencia se aleja de los tópicos historiográficos todavía al uso, que han servido desde la Ilustración para justificar las bondades, en todos sus frentes y variedades, del sistema liberal, que se opone al terrible y oscuro feudalismo, lo supera y, finalmente, nos libera. No hay aquí Edad de las Tinieblas ni, como dijera Echegaray, látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo(13). Ni tampoco pecado de eurocentrismo, otro de los bloques de revisión a los que la historia de la ciencia se enfrenta en la actualidad que tampoco colisiona con los planteamientos de la obra de Bernal. Ça va de soi que tampoco figuran expresiones despectivas de filiciación racista respecto de árabes, musulmanes, chinos o indios(14). Lo que hay es una magistral exposición de la transición al feudalismo que explica, por una parte, la adaptación del sistema platónico/aristotelismo, siempre interesante para la justificación del orden social imperante, a los nuevos credos religiosos organizados -singularmente al cristianismo- y cómo en ese proceso la ciencia, entronizada en la Grecia clásica, perdió su papel a favor de la fe: la ciencia, especialmente las matemáticas, ya no eran ejemplo singular de la superior verdad y belleza de las abstracciones idealistas, porque para verdad y belleza las de dios; ya no había que consolarse con el mito de la caverna, para consolarse estaban el paraíso, la vida eterna y dios. También es singular la exposición del papel representado por las herejías cristianas en la transmisión del legado helenístico(15) y, una vez más, la supremacía concedida a la técnica frente a la ciencia en el balance de las conquistas de la Edad Media: arquitectura, collera, molino, reloj, brújula, timón de codaste, gafas, pólvora, cañón, destilación y alcohol, papel e imprenta desfilan en el análisis detallado que ocupa más de un tercio del bloque reservado a la ciencia y técnica medievales.
3. El nacimiento de la ciencia moderna
Con ser éste quizás el apartado actualmente menos llamativo del libro de Bernal, por la cantidad de bibliografía que el siglo XX ha generado al respecto, vale la pena destacar que la periodización interna que propone sí que es especialmente útil en el contexto español, por cuando nuestra formación historiográfica básica ¡cosas de la historia nacional! nos prepara muy escasamente para entender las conexiones entre la revolución científica, la reforma protestante y los albores del capitalismo -primeras revoluciones burguesas incluidas- más allá del Renacimiento propiamente dicho. Así, se distinguen tres grandes fases, Renacimiento (1440-1540), Primeras revoluciones burguesas (1540-1650) y Mayoría de edad de la ciencia (1650-1690), que se corresponden en clave científica con el desafío a la ciencia escolástico-aristotélica primero, la justificación del sistema solar y el nacimiento de la física experimental después y, por último, la elaboración del nuevo sistema del mundo -la síntesis de Newton-. Si Newton -con sus Principia- es la figura clave de la tercera fase, Kepler, Galileo y Harvey lo serán de la segunda y Copérnico y Vesalio de la primera. Y hay más, más figuras, más obras, más desarrollos en el Bernal. Y fuera del Bernal. Pero difícilmente puede alterarse el orden de importancia y el entramado del desarrollo propuesto por Bernal, que permite abarcar el hecho científico en un amplio territorio geográfico subiendo desde Italia por el Rhin hasta el Mar del Norte y el Báltico.
4. La ciencia y la industria
Es éste quizás la parte más innovadora en sus planteamientos de todo el libro de Bernal, que se atrevió con los siglos XVIII y XIX en bloque unificando diferentes movimientos políticos y sociales -ilustraciones, revoluciones, contrarrevoluciones y restauraciones- mediante el hilo conductor de un fenómeno, la industrialización, que cambió el mundo de una manera tan radical que en términos históricos sólo tiene parangón con la llamada Revolución Neolítica -por la aparición de la agricultura-. La industrialización es un fenómeno que trasciende histórica y geográficamente a lo que en términos historiográficos se denomina concretamente Revolución Industrial y que ha cambiado radicalmente la civilización allí donde se ha producido. En el caso concreto de los siglos XVIII y XIX el horizonte geográfico se amplía desde Rusia hasta América del Norte y combina un análisis cronológico con un análisis temático de las áreas científicas de mayor impacto en la transformación industrial.
El análisis cronológico distingue el principio del siglo XVIII (1690-1760) como transición o fase latente de la Revolución Industrial, una de esas épocas de suave y paulatina mejora tecnológica que apenas precisa de auxilio científico -ocupado éste en la asimilación y desarrollo de la mecánica newtoniana-. Ciencia y Revolución cubre un periodo (1760-1830) revolucionario política, industrial y científicamente. El segundo tercio del siglo XIX (1830-70) corresponde al apogeo del capitalismo, que aplica a gran escala la tecnología del periodo anterior y la ciencia donde más lo necesita, en el terreno del transporte y las comunicaciones -ferrocarril, máquina de vapor, telégrafo-. El final del siglo XIX (1870-95) corresponde al imperialismo moderno, que alumbra la gran síntesis física de Faraday y Maxwell y la gran síntesis biológica de Darwin y Pasteur, al tiempo que prepara la transición a la gran revolución científica del siglo XX y pone en marcha grandes industrias iniciadas y mantenidas dentro de principios científicos -química, electricidad, comunicaciones-.
El análisis temático selecciona como grandes líneas de progreso el calor y la energía, la ingeniería y la metalurgia -especialmente del hierro y del acero-, la electricidad y el magnetismo, la química y la biología. Elegidas claramente en virtud de sus contribuciones a las transformaciones técnicas y económicas y en su relación con el desarrollo del capitalismo industrial, llama la atención que tres de ellas no se correspondan con grandes bloques disciplinarios clásicos -i.e. matemáticas, física, medicina-. No creo que los físicos tengan grandes objeciones que oponer a la elección bernaliana, pero mucho me temo que más de un médico se considere insuficientemente representado a través de la biología y me consta que muchos matemáticos se consideran injustamente marginados. Y aunque difícilmente puede criticarse la elección de Bernal atendiendo a sus prioridades explicativas, un matemático -por tratar el caso disciplinar que mejor conozco- no puede dejar de preguntarse por esta ausencia de su disciplina en un periodo de intenso crecimiento interno de la misma. Pues bien, quizás la respuesta esté en una reevaluación de la historia de la matemática del siglo XIX en virtud de sus aplicaciones -la del XVIII está más clara- que bien podría resultar en una visión más coherente y más real de esa rica historia de la matemática pura que avanza tan imparable como incomprensiblemente desde Gauss y Cauchy hasta Poincaré y Hilbert pasando por Jacobi y Weiertrass, entre otros.
Pero además, Bernal propone un modelo explicativo para el análisis de cualquier fenómeno de industrialización en el mundo capitalista contemporáneo(16), a saber, la combinación de innovación tecnológica e iniciativa empresarial, que está siendo probado con éxito en el análisis de territorios ajenos a la geografía del Bernal(17).
El tema no está cerrado. Las complejas interacciones entre ciencia, técnica e industria que Bernal reconocía siguen necesitando mucho estudio y mucho análisis. La contribución de Bernal se limita a ofrecer un primer repaso de las grandes contribuciones de la ciencia a las transformaciones técnicas y económicas sobre el telón de fondo del capitalismo industrial en expansión que constituye un marco de referencia y de trabajo eficaz y válido.
El siglo XX
No es fruto del descuido ni del azar el haber dejado fuera de este análisis todo un tomo de la Historia social de la Ciencia, el correspondiente al siglo XX. Y ello, porque a mi juicio es ahí donde la obra de Bernal necesita seria revisión. Justamente en la historia del siglo XX, donde más ha triunfado la vertiente social de la historia de la ciencia, en tanto en cuanto que son plenamente reconocidas las interacciones entre ciencia, técnica y sociedad. No dejar de ser curioso.
El propio Bernal anunciaba en el prefacio a la tercera edición(18) el final de las ediciones de la obra sobre la misma base debido a la acumulación de cambios operados en torno a una tercera revolución, la científico-técnica, del mismo calado histórico que la neolítica y la industrial, y proponía la Segunda Guerra Mundial como hito inicial del nuevo periodo. Al menos su propio método le había servido para advertir la radicalidad del cambio. Sin embargo, no era sólo la falta de perspectiva histórica lo que le llevaba a tirar la toalla, sino una cierta impaciencia histórica respecto de la materialización de su enorme optimismo revolucionario. A un hombre que creía que ciencia implicaba socialismo y que dedicó ingentes esfuerzos y energías a la promoción de cauces de participación política que permitieran un uso universalmente benéfico de las potencialidades de la ciencia la contemplación de la persistente amenaza nuclear, el incipiente desempleo, la constantemente creciente distancia entre los niveles de vida de ricos y pobres, debía resultarle particularmente dolorosa y personalmente frustante, hasta el punto de privarle de una perspectiva histórica a medio y largo plazo.
Treinta años después de su muerte la situación no es mucho mejor. Se ha hundido el campo socialista en Europa, en el que Bernal tantas esperanzas depositó. A los problemas por él detectados se han unido los derivados de los límites del desarrollo sostenible, que vienen a cuestionar seriamente algunas de las realizaciones que Bernal daba ya por materializadas a falta del correspondiente cambio político que asegurara la equidad del reparto: la inagotable energía nuclear no ha podido resolver el tema de los residuos, las energías limpias tienen un desarrollo limitado, los combustibles clásicos se agotan; se cuestiona la agricultura química y transgénica en virtud de su agresividad para con el medio ambiente. En cualquier caso, el colonialismo político cuyo próximo fin anunciara Bernal se ha mantenido y ampliado en términos de imperialismo económico -sin perjuicio de las eventuales intervenciones políticas y/o militares-.
Desconozco si Bernal llegó a conocer las tesis de los límites del desarrollo sostenible, pero es evidente que aunque éstas fueron aceptadas incluso por la mismísima Trilateral ya a mediados de los años setenta, la ciencia sigue estando en manos de una minoría que sigue aplicándola en beneficio -fundamentalmente económico- propio, ignorando que en la máquina de vapor de nuestra civilización ni el combustible es inagotable ni los humos de la chimenea se desvanecen inocuamente. En cualquier caso, no creo que un materialista dialéctico como Bernal se hubiera conformado con las explicaciones que para explicar las maldades de la ciencia obviando las variables de clase propone el feminist standpoint, otra alternativa que tampoco llegó a conocer. Habrá pues que seguir avanzando en el análisis, porque el siglo XX ya es historia. Para ello, la Historia social de la Ciencia de Bernal, entre otras de sus obras, constituye un excelente punto de partida.
Notas:
(1) En lo sucesivo las citas se referirán a la segunda edición española (Barcelona, Península, 1968].
(2) Que no es la única en español, puesto que antes que en España se publicó en México la traducción de Eli de Gortari.
(3) Esta obra de Bernal aparece citada en la bibliografía recomendada en los cursos de Historia de la Ciencia que se imparten en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza y, por lo que se dijo en el citado Congreso, también en las universidades de Oviedo y Extremadura.
(4) En lo sucesivo dejo de lado conscientemente la Historia de la Medicina, cuyo proceso de institucionalización y profesionalización en España arranca a la salida de la Guerra Civil española de 1936-39 y tiene, en consecuencia, su propia tradición heredada. Para cuando la historia de la ciencia surgió en la España de la transición prácticamente de la nada y en buena parte ligada a los movimientos de contestación política al régimen franquista, la historia de la medicina había cubierto ya una larga andadura. Así pues, abordar la influencia de Bernal en la historiografía médica española exigiría la consideración de muchos otros factores y circunstancias que, por el momento, superan los objetivos del presente trabajo. Por otra parte, tanto en España como en el contexto internacional puede diferenciarse con cierta claridad la Historia de la Medicina -como disciplina y comunidad académicas- del resto de la Historia de la Ciencia, bloque en el que se encuadra y al que se dirige preferentemente la obra de Bernal aquí abordada.
(5) Aunque ha habido otras iniciativas, curiosamente en países periféricos -como se dice ahora-, por ejemplo el número especial que la revista finlandesa Science Studies dedicó en 1990 al 50 aniversario de la publicación de The Social Function of Science, o el ya citado I Congreso de Historia Social de la Ciencia, la Técnica y la Industrialización, recientemente celebrado en Zaragoza (España) con motivo del centenario del nacimiento de Bernal.
(6) p. 7.
(7) pp. 23-55.
(8) Véase, por ejemplo, Romanticism in Science [Dorcrecht, Luwer, 1994]. A este mismo tema estuvo dedidaco el volumen 35 (1996) de la revista Sciences et Techniques en Perspective (Universidad de Nantes).
(9) La conferencia inaugural del 19th International Congress of History of Science (Zaragoza, 1993) se tituló Une science baroque?
(10) Véase, por ejemplo, STEWARD, Fred (1999) «Political Formation». In: SWANN, Brenda & APRAHAMIAN, Francis (Eds.) J.D. Bernal. A Life in Science and Politics. London, Verso, pp. 37-77 [esp. p. 55] y también ROSE, Hilary & ROSE Steven (1999) «Red Scientist: Two Strands from a Life in Three Colours». In: SWANN, Brenda & APRAHAMIAN, Francis (Eds.) J.D. Bernal. A Life in Sciencie & Politics. London, Verso, pp. 132-159 [esp. pp. 142-147].
(11) Desde luego, haber incluido en su exposición ilustraciones de la regla de hueso de Ishango [p.78], o relativas a la técnica de la cestería [p. 90], por sólo citar dos ejemplos, constituye una posición pionera a este respecto.
(12) Véase al respecto MASON, Peter (1999) «Science in History». In: SWANN, Brenda & APRAHAMIAN, Francis (Eds.) J.D. Bernal. A Life in Science and Politics. London, Verso, pp. 255-267 [esp. pp. 259-262].
(13) Para ser exactos sí que hay una referencia a la edad oscura, pero en Europa occidental [p. 239].
(14) De todos los autores clásicos no puede decirse, desgraciadamente, lo mismo. Simplemente me remito a los ejemplos de la historiografía matemática con que Angel Ramírez nos ilustró en el ya citado Congreso del Centenario de Bernal, en una ponencia titulada La ignorancia arrogante. Notas sobre el eurocentrismo en la historia de las matemáticas.
(15) pp. 212-219.
(16) Anterior a la Segunda Guerra Mundial, tomada ésta como hito histórico a partir del cual el enorme impacto de las grandes corporaciones multinacionales exige otros modelos de análisis.
(17) A título de ejemplo cabe citar, por ejemplo, la Historia de la Industrialización de Zaragoza de Mariano Hormigón [Zaragoza, CEZ, 1999].
(18) pp. 15-20.