15 años después de la conferencia mundial de mujeres de Beijing, los compromisos de aquella cita son incumplidos sistemáticamente.
Vivimos tiempos difíciles para la primavera de la participación. Los vientos totalizadores de la globacapitalización campan a sus anchas y los espacios de resistencia sobreviven a duras penas, en un entorno en el que resulta cada vez más difícil difundir voces alternativas críticas. Y frente a esta realidad, la experiencia nos enseña el valor de la ‘resiliencia’, de la capacidad de las personas, especialmente de las mujeres, de sobreponernos a los obstáculos, aprender y fortalecernos con estas experiencias.
Este proceso de empoderamiento se acompaña de sus inseparables hermanas: la participación, la rendición de cuentas y la transparencia. Y Nueva York ha supuesto la última geografía de resistencia a la que hemos asistido, recientemente, en el marco del seguimiento a Beijing en la 54ª reunión de la Comisión para la Condición Sociojurídica de la Mujer (CSW, por sus siglas en inglés).
Esta comisión fue creada en 1946 con el fin de promover los derechos de las mujeres y, tras la IV Conferencia Mundial de Mujeres celebrada en Beijing (1995), se le encomendó realizar el seguimiento de la implementación de la Plataforma de Acción (PAB) así como supervisar su transversalización en la ONU.
¿Qué supone la Plataforma de Acción de Beijing? La Conferencia de Beijing supone un hito, al lograr el mayor consenso alcanzado entre gobiernos hasta ese momento (189 países) sobre las estrategias a aplicar para el logro de la igualdad, que pasa a ser una prioridad en la agenda de los Estados. Este consenso se plasma en un documento en el que se analiza la situación de las mujeres y se completa con objetivos, medidas, indicadores y plazos concretos que comprometen la palabra y la acción de los Estados en torno a 12 esferas de acción.
Se trata, en suma, de un programa político de acción que aúna todo el aprendizaje acumulado tras un largo proceso de reivindicaciones y experiencias de las mujeres. Beijing sistematiza a la perfección el espíritu de los ’90 cuando la ONU construía agendas conjuntamente con las organizaciones sociales en torno al Desarrollo Humano, donde las personas en general, y las mujeres en particular, nos erigimos en el centro y motor de los esfuerzos políticos de desarrollo.
Actualmente, estos espacios han dejado de suponer lugares de intercambio entre sociedad civil y Estados, aunque todavía resisten las alianzas y las redes sociales, tal y como ha demostrado Beijing+15. Balance de Beijing+15 Ocho mil mujeres nos reunimos del 1 al 12 de marzo en Nueva York para evaluar el grado de cumplimiento de los Estados. Este acompañamiento se vio dificultado desde el primer día, sufriendo colas de más de siete horas para lograr la acreditación que nos permitiría, o eso creíamos, el pase a las múltiples sesiones de debate que se iban a organizar. Y esa espera fue sólo el comienzo.
El caos organizativo muestra la creciente tendencia de limitar la participación social por parte de los Estados en este siglo post 11-S y la progresiva desidia a rendir cuentas ante la ciudadanía de sus (in)cumplimientos, que se acompaña de la escasa transparencia sobre sus procesos de toma de decisión. En este sentido, los Estados aprobaron una Declaración al segundo día de encuentro. Y aun cuando, ciertamente, los documentos vienen precocinados desde Bruselas, Nueva York, etc., la cortesía obligaba a los Estados a negociar algunos asuntos menores con las ONG y escuchar sus demandas. Ese protocolo se incumplió excluyendo a las ONG del proceso. Además, se trata de una declaración vacía en la que se sobrevaloran los esfuerzos, se ignoran los obstáculos y se olvida mencionar los problemas derivados del nuevo escenario global. En palabras del secretario general, Ban Ki Moon, «los progresos registrados en relación con las mujeres y las niñas (…) han sido muy dispares, con resultados insuficientes (…) Las múltiples crisis mundiales (…) económica y financiera, alimentaria y energética, así como el cambio climático, han incidido negativamente en los objetivos de desarrollo acordados a nivel internacional (…) y han puesto en tela de juicio los enfoques actuales del desarrollo».
Para el máximo representante de Naciones Unidos ha llegado el momento oportuno «de replantearse y modificar los enfoques, las estrategias y las medidas en materia de política a fin de garantizar una pauta de crecimiento y desarrollo más equitativa, paritaria y sostenible». El discurso oficial fue copado por dos cuestiones: los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y la nueva Agencia de Igualdad. Conviene recordar que los limitados objetivos del milenio no miden el grado de aplicación de la PAB.
Más bien al contrario, sólo cumpliendo con la Plataforma de Acción de Beijing alcanzaremos los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Es notorio que, a pesar de algunos avances en determinadas áreas, muchos de los ODM no se alcanzarán para 2015, especialmente el objetivo tercero y el quinto, relativos a la promoción de las mujeres y la reducción de la mortalidad materna, donde menos progresos ha habido.
Respecto a la Agencia, es de resaltar que la cacareada relevancia de la UE a esta reforma se traduce en una exigua resolución en la que poco dice y a nada se compromete y en la que la cuestión de la financiación permanece irresuelta. Ante este escenario, las ONG presentes decidimos retomar y repolitizar un proceso que es nuestro, denunciando los «teatros» políticos, exigiendo el cumplimiento de los compromisos en un documento respaldado por más de cien entidades. Éste promete ser el inicio de una nueva batalla que se reencontrará en septiembre en el marco de la revisión de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Allí estaremos, denunciando que no avanzar equivale siempre a retroceder en un contexto que cambia y con unos compromisos paralizados.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/Beijing-15-el-avance-del-retroceso.html