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«Samaranch, fot e camp!»

Fuentes: Rebelión

«¡Samaranch, vete!», corearon multitud de catalanes un día de abril de 1977 en la plaza St. Jaume de Barcelona. El Presidente de la Diputación Provincial de Barcelona escapó por una puerta trasera al amparo de sus guardias de seguridad. En la vida de Samaranch se pueden considerar dos fases muy distintas. Sus primeros muchos años […]

«¡Samaranch, vete!», corearon multitud de catalanes un día de abril de 1977 en la plaza St. Jaume de Barcelona. El Presidente de la Diputación Provincial de Barcelona escapó por una puerta trasera al amparo de sus guardias de seguridad.

En la vida de Samaranch se pueden considerar dos fases muy distintas. Sus primeros muchos años vivió bajo el generalísimo Franco, con la Falange, en los años 50 se metió en negocios. Samaranch, el Bonvivant, dejó de hablar catalán y se pasó al castellano. En 1956 Samaranch entró como representante de Cataluña en el Consejo Nacional de Deportes. A partir de ahí una carrera ascendente.

Su mujer María Teresa, una buena amiga de la hija de Franco, Carmen, supo ayudarle. Esta cercanía a Franco jamás perjudicó la carrera de Samaranch. Fue concejal de su ciudad, Barcelona, luego diputado en Madrid, para convertirse en Delegado Nacional de Educación Física y Deportes. Recientemente considera importante haber sido tan sólo secretario de Estado y no haber llegado a ministro. El deportista Samaranch, que doblaba el espinazo ante Franco con placer, entró en 1966 en el COI, donde rápidamente ascendió a jefe de protocolo. En 1975 murió su gran avalista y amigo, Franco, del que Samaranch siempre se declaró «seguidor acérrimo».

Con mucho detalle el periodista J. Weinreich escribió en el Berliner Zeitung que, con el inicio de la transición, el mundo de Samaranch comenzó a oler a polilla y Samaranch mudó de un sistema dictatorial a otro. En Madrid, donde el príncipe se convirtió en horas de franquista a demócrata de toda la vida, siguió teniendo todavía amigos influyentes. Y Samaranch se volvió diplomático. En 1977 fue destinado a Moscú como embajador en la Unión Soviética y Mongolia y preparó su desembarco en el Olimp.

El 16 de julio de 1980, poco antes de su 60 cumpleaños e inmediatamente antes de los Juegos Olímpicos boicoteados, se hizo nombrar séptimo presidente del COI. Ya entonces, comenta Weinreich, florecieron la presión, el tráfico, la intriga y los tejemanejes secretos. Ernest Lluch, ministro de Sanidad, calificó a Samaranch como «el mayor camaleón. Hombre que se acomoda a todo». Samaranch llevó a cabo una destacable transformación: de portador de camisa azul de la Falange a apóstol de la moral, a mandamás supremo del mundo deportivo. De secretario de Estado con el fascismo a presidente del COI.

Por tres veces fue confirmado en el puesto por la famosa aclamación, en 1989, en 1993 y en 1997, cuando el decano de servicio del COI, entonces el gran duque Jean de Luxemburgo, propuso a sus colegas ratificarlo a base de aplausos. Los amigos le tributaron un aplauso atronador. Nada extraño si se piensa que Samaranch personalmente había elegido a todos los miembros. Horst Dassler le proporcionó las bases financieras para los Juegos Olímpicos con un programa comercial revolucionario: patrocinio de los Juegos Olímpicos desde el COI. Cobró sumas de miles de millones provenientes de patrocinadores y televisiones. Samaranch podía repartir favores y regalar puestos a funcionarios, donar dinero a federaciones de deporte y condecoraciones a políticos; otorgó los Juegos Olímpicos a Barcelona para, de ese modo, reconciliarse con los paisanos catalanes en 1992.

Como escribió Antonio Salvador en Kaos en el 2009, hoy quizá veamos, leamos u oigamos en algunas televisiones, periódicos y radios, «las chaquetillas blancas, las camisas azul mahón, las boinas rojas, tiradas al fondo del armario, sustituidas por impecables trajes de alta costura, permutadas las esencias falangistas por aromas de tortilla campera, vestidas de pana marrón, ensalzando sin sonrojo al ex presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Juan Antonio Samaranch», con motivo de su muerte.

Sus pompas funerarias nos descubren la transición y los camuflajes. De nuevo Antonio Salvador: «A la desaparición del general Franco, la amnesia colectiva se fue instalando entre nosotros como por arte de magia, deslizándose bajo las alfombras de los ministerios y de las sedes partidarias. La oposición había legitimado la dictadura al sellar un pacto de silencio que anuló la memoria histórica de las izquierdas españolas, otorgando la dirección del cambio a las élites reformistas del propio franquismo. Los secuaces del tirano, los cómplices del exterminio, las comparsas de la felonía, acabaron autoindultándose, sin que sus víctimas, hastiadas tras tanta represión, sedientas de democratismo formal, dijeran esta boca es mía. La claque que palmeaba al son que le marcaban desde el Pardo, se acomodó al renovado escenario, aprendiendo a aplaudir al gracejo sevillano, al toque de Cebreros».

A la muerte de este falangista todavía 120.000 asesinados y desaparecidos, arrojados bajo tierra en caminos y matorrales, aguardan ser enterrados dignamente.

Quienes conocemos y hemos sufrido su historia le decimos, como aquellos catalanes en abril de 1977, RIP.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.