Introducción La noción de jerarquía está reprimida en la ideología políticamente correcta, que como toda ideología tiene la función de ocultar los antagonismos sociales. Nuestra sociedad es fuertemente jerárquica a nivel económico y político: éste es el conflicto social básico que se quiere ocultar Según Joan Corominas, el origen etimológico de la palabra «jerarquía» alude […]
Introducción
La noción de jerarquía está reprimida en la ideología políticamente correcta, que como toda ideología tiene la función de ocultar los antagonismos sociales. Nuestra sociedad es fuertemente jerárquica a nivel económico y político: éste es el conflicto social básico que se quiere ocultar
Según Joan Corominas, el origen etimológico de la palabra «jerarquía» alude a colectivos poseedores de la verdad, como sucede en las jerarquías eclesiásticas. No en vano es una derivación del término griego que se utilizaba para nombrar los jeroglíficos egipcios, un lenguaje supuestamente sagrado al que sólo tenían acceso los sacerdotes1. Jerarquía quiere decir, entonces, que hay una distribución desigual del poder en función del lugar simbólico que se ocupa en la estructura social. La sociedad capitalista a nivel global, a nivel nacional, local y empresarial encaja perfectamente en este modelo. Lo contrario de la jerarquía es la democracia, en el sentido genuino de la palabra. Quiere decir que cualquiera puede gobernar y que son los ciudadanos en su conjunto los que deben hacerlo. Como idea surge con el concepto de ciudadanía en la Atenas clásica. El historiador Arthur Rosenberg muestra como la aparición de la democracia en Atenas fue una conquista de los trabajadores libres pero pobres en contra de la nobleza y los propietarios2.
El movimiento democrático es recuperado a partir de la idea de ciudadanía producto de las revoluciones Francesa y Americana y continuada por múltiples movimientos reivindicativos que aparecen en diversas sociedades: Movimientos obreros, de mujeres, de minorías nacionales, anticoloniales, de derechos civiles, etc… El riguroso estudio desde la sociología histórica de Charles Tilly posibilita la comprensión de cómo se da este proceso en Europa3.
En el momento en que alguien tiene la capacidad de decidir sobre cuestiones públicos ya tiene un poder, ya se establece una jerarquía. Quizás el único planteamiento realista sea pues el de defender la práctica de la democracia contra la realidad de la jerarquía, en lugar de plantear una sociedad idealizada plenamente democrática. Se trata entonces de defender un movimiento reivindicativo, emancipatorio, que está siempre en marcha, siempre inacabado. Jacques Rancière nos ha insistido también con su brillantez habitual que la democracia significa siempre el acceso al poder de los excluidos, los «sin-parte»4.
No hay un determinado modelo social que lo garantice, porque cualquiera puede cristalizar en nuevas formas jerárquicas, como el comunismo en el siglo XX. Vale la pena repasar el incansable análisis crítico de Cornelius Castoriadis, ya desde los años 60, para comprobar cómo los países que se llamaban socialistas fueron estructurando una fuerte jerarquía basada en la estricta separación entre dirigentes y dirigidos. El socialismo sólo puede ser autogestionario y democrático. El mismo Castoriadis ha trabajado en profunidad para esclarecer lo que esto significa5.
Se trata entonces de que los movimientos de izquierdas, emancipatorios, luchen perpetuamente, siempre contra la tendencia opuesta a la jerarquía. No se trata de modelos, sino de movimientos en pugna. Nuestro trabajo tiene que ser luchar por la autonomía de los ciudadanos, su capacidad para resolver sus propias cuestiones privadas y participar en la resolución de las cuestiones públicas. Defender a la vez la libertad de los antiguos ( política) y de los modernos ( individual). Una sociedad democrática debe buscar formas de participación directa de los ciudadanos y de compromiso de los elegidos con los electores. Hay que reducir al mínimo la capacidad de los dirigentes de decidir por sí mismos en cuestiones políticas, sólo deben concretar las líneas que entre todos se han decidido. La izquierda no puede promover y teorizar planteamientos jerárquicos. Debe organizarse políticamente de forma democrática si quiere ser coherente con sí misma, con lo que quiere desarrollar.
Teorías contra la democracia
Desde este punto de vista la teoría antidemocrática no sólo es propia de las doctrinas políticas que defienden las dictaduras. También son antidemocráticas las que defienden la necesidad de unas las élites dirigentes. Históricamente Platón fue el primero en hacerlo, planteando que son los sabios los únicos capaces de gobernar. Este argumento será empleado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia para justificar la exclusión de la mayoría de la sociedad de los mecanismos de toma de decisiones. Formas todas ellas que reflejan lo que Rancière llama «el odio a la democracia».
El liberalismo y el republicanismo conservador también han desarrollado esta teoría, adoptando varias formas en los tres últimos siglos. En el siglo XIX, por ejemplo, se concibió la idea de «sufragio censitario», según la cual sólo eran electores y elegibles los ciudadanos que pagasen una cierta cantidad de impuestos, es decir, que estuviesen censados. La práctica del «sufragio censitario», durante combatida por el movimiento obrero a lo largo de todo el siglo, se encontraba justificada en la idea de que sólo quien dispusiera de un cierto nivel de renta estaba preparado, es decir educado, para gobernar y decidir acerca de los negocios públicos. Autores clásicos como Mosca, Pareto y Michels teorizaron la necesidad de que la élite gobernante se separase de una masa cada vez más sujeto de la historia6.
Mucho más cercana en el tiempo está el relanzamiento de las luchas sociales iniciado a finales de los 60, que llevó a politólogos como Samuel Hunginton, Michel Crozier y Joj Watanuki (en su famoso «Informe sobre la Gobernabilidad de las Democracias») a plantear la necesidad de limitar la participación ciudadana para garantizar la supervivencia de la democracia misma. Argumentaban estos tres ilustres conservadores que la democracia se veía, paradójicamente, amenazada por la práctica de la propia democracia, puesto que la presión de los intereses y grupos particulares interferían sobre el buen gobierno. Por esto, para salvar la democracia de sí misma, resultaba necesario limitar la participación y dar más poder al ejecutivo. Disfraces nuevos para viejas ideas. El lúcido analista de Sheldon S. Wolin nos explica como esto ha dado lugar en la práctica a un totalitarismo invertido en EEUU7.
Las teorías antidemocráticas en la izquierda
La teoría elitista se transfiere a la izquierda a través de la teoría de las vanguardias. Esta teoría no está en Marx pero sí en Lenin., aunque en la práctica existía ya en los partidos de la II Internacional. Con todo, es Lenin quien de forma más eficaz y explícita elabora la idea del partido como vanguardia de la clase obrera. Es muy posible que se inspirase en las «vanguardias artísticas» del modernismo, contemporáneas al propio Lenin. A su vez éstas habían tomado el término del léxico militar ( del que lenin se confesaba admirador ) : la vanguardia es el cuerpo que se adelanta al grueso del ejército, y por tanto es el primero en tener una visión completa del campo de batalla. De aquí que fuese una idea aplicable tanto al arte como a la política: la vanguardia se adelanta, va más allá, anticipa el futuro. Una teoría que, en definitivas cuentas, se entronca con la tradición ilustrada de los intelectuales como guías de masas.
El prestigio que el triunfo de la Revolución Rusa confirió a Lenin y a los bolcheviques motivó que la teoría de las vanguardias se transformase en una teoría política. Stalin, Trostsky y Mao, pese a sus diferencias, continuaron haciendo bandera de ella. Los partidos comunistas y, después los troskystas y maoístas que se desarrollaron a partir del movimiento de Mayo del 68, un movimiento democrático de jóvenes estudiantes y obreros, surgieron paradójicamente para mantener estas formas jerárquicas, básicamente teorizadas por Althusser y popularizadas por Marta Harnecker. En sus manifestaciones más extremas, la idea de vanguardia está en la base fundacional de los grupos terroristas de izquierda que surgieron en los años 70: ETA, GRAPO, RAF, Brigadas Rojas, etc.
Jerarquía interna en el partido, relación jerárquica entre la vanguardia (partido) y la clase obrera y relación jerárquica entre la clase obrera y el resto del pueblo. En palabras de Joaquín Miras8, hay que reivindicar nuevamente el humanismo y hacerlo incluso contra el obrerismo. Como bien señala Miras en este artículo, es preciso recuperar la tradición del Partido Comunista Italiano, que desde la resistencia contra el fascismo buscó articular políticamente al pueblo, a los ciudadanos. Y que después de la guerra creó una red social incomparable en otros partidos comunistas. Una praxis que se inspiró en la obra de Gramsci, quien pese a partir de Lenin jamás renunció a los principios democráticos del socialismo. De ahí su reformulación de la idea del partido como «intelectual colectivo» o incluso como «embrión de la sociedad socialista que existe en el estado capitalista», concepciones que se oponen frontalmente a la idea de un partido de cuadros profesionales del mismo Lenin.
La política de lucha en la base y creación de estructuras comunitarias del PCI contrasta vivamente con el obrerismo de la Autonomía Obrera de los años 70, que apareció también en Italia. El mismo obrerismo defendido por los maoístas en París después del 68 y teorizado por Althusser. Un obrerismo reivindicado en parte por jóvenes estudiantes que iban a las fábricas a salvar a los obreros, y que inspiró la terrible Revolución Cultural China.
No nos engañemos, Mayo del 68 fue un movimiento democrático de los jóvenes, que quería decidir sobre la vida que querían llevar y que acabó convirtiéndose en su contrario, como las Revoluciones Rusa y China anteriormente. Independientemente de lo que pensemos de Lacan, tenía razón cuando les dijo a los jóvenes airados que le increpaban: queréis un Maitre (palabra francesa que quiere decir a la vez un Maestro y un Amo) y lo tendréis. Efectivamente lo tuvieron: a través de la teoría de la vanguardia y de las estructuras autoritarias que derivaban de él. Hoy, muchos de aquellos jóvenes combativos, aquellos que no se deslizaron a la oscura pendiente del terrorismo, ocupan buena parte de los puestos de poder en las sociedades que un día quisieron cambiar.
Es cierto que la teoría de las vanguardias ha perdido actualmente mucho de su antiguo prestigio. Salvo algunos intentos dispersos, que por lo demás suelen limitarse a adaptar viejos mantras sin plantear nada especialmente nuevo9, los movimientos sociales suelen rechazar la idea de la vanguardia. Al menos en la teoría. En la práctica, casi un siglo de tradición organizativa pesa mucho en la dinámica de la izquierda, ya sea en partidos, sindicatos o asociaciones de base. Es visible en la permanente tendencia a la escisión y al enfrentamiento entre movimientos por detalles mínimos, simplemente porque cada parte cree tener la verdad absoluta tras de sí. O en el desprecio con el que a veces se considera al no militante. Detrás de estas prácticas no hay otra cosa que la idea de vanguardia, perviviendo como una idea zombi (viva aún después de la muerte) en la cotidianeidad de la izquierda.
La propuesta es olvidarse de una vez del obrerismo (la clase obrera fabril como clase dirigente) y del vanguardismo (el partido como conciencia de la clase obrera) y desarrollar las capacidades personales y políticas de los ciudadanos, de todos los ciudadanos, si queremos alcanzar una sociedad que genere felicidad colectiva sobre la base de la libertad y la igualdad de derechos. Esto nos obliga a buscar formas organizativas nuevas, tanto políticas como económicas. Es a partir de estas formas y en la lucha contra la lógica del capitalismo y las formas políticas e ideológicas que lo sostienen donde encontraremos el camino para la emancipación.