Maldiciones y conjuros caribeños que llegan hasta la familia Kennedy, fantasía nórdica, juegos de roles, spanglish, momentos claves de la historia dominicana: Hatuey, las intervenciones norteamericanas, Cuba, los haitianos, el trujillato y la diáspora. «Todo mezclado» -diría Guillén-, para crear una obra maestra que narra, de manera hilarante y en ocasiones dolorosa, la búsqueda de […]
Maldiciones y conjuros caribeños que llegan hasta la familia Kennedy, fantasía nórdica, juegos de roles, spanglish, momentos claves de la historia dominicana: Hatuey, las intervenciones norteamericanas, Cuba, los haitianos, el trujillato y la diáspora. «Todo mezclado» -diría Guillén-, para crear una obra maestra que narra, de manera hilarante y en ocasiones dolorosa, la búsqueda de la belleza desde la condición de emigrante, negro, y joven amante de la ciencia ficción.
Con imaginación y humor -y quienes la lean sabrán que no es un recurso retórico- literalmente a prueba de balas, Junot Díaz no ha escrito aquí una sola página en que no nos conmueva y a la vez provoque nuestra admiración.
La breve y maravillosa vida de Óscar Wao, editada en Cuba por Casa de las Américas de cara a la XIX Feria del Libro, es una fiesta que no debemos perdernos. Su protagonista, el antihéroe insólito y al mismo tiempo creíble, que sueña con ser el Tolkien dominicano, capta desde sus primeras apariciones nuestra simpatía.
Si su autor recibió por este libro en 2007 el National Book Critics Circle Award y en 2008 el Premio Pulitzer, es porque con esta novela rompe demasiados esquemas para ser ignorado: escrita originalmente en inglés y repleta de referentes anglosajones -el mismo nombre del personaje central es una alusión a Óscar Wilde-, puede ser incluida entre la mejor literatura latinoamericana; es un desborde de imaginación y sus referencias históricas -como lo demuestran sus muy exactas y no menos irónicas notas al pie- son absolutamente rigurosas; da espacio a las realidades sociales más terribles y a la denuncia de todas las discriminaciones sin dejar de ser divertida; y así pudiéramos seguir largamente en una enumeración paradojal que hace ver en esta obra el surgimiento de algo nuevo y deslumbrante.
La industria editorial española, aunque la incluyó entre las diez mejores novelas del año 2008 en la península, no mostró con ella el mismo entusiasmo que con La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa -libro con el que Díaz polemiza aquí de modo lateral y al que a mi juicio supera en toda la línea-; aquella vez hubo giras por América Latina, reseñas en las principales páginas literarias del continente, entrevistas a bombo y platillos, y tribunas políticas para un libro que, aunque conserva el oficio, dista mucho de los valores de Conversación en La Catedral y La guerra del Fin del Mundo.
Díaz, nacido en República Dominicana en 1968 y residente desde los siete años en Estados Unidos, rompe todos los límites y penetra, amena y agudísimamente, en temas cruciales de nuestro tiempo y de la condición humana, con un disfraz de ingenuidad casi adolescente que no es sino grandeza literaria, profunda cultura y honestidad intelectual. En un mundo de emigrantes, con los hispanos creciendo hasta convertirse en la minoría más numerosa en territorio norteamericano y con el drama haitiano en el orden del día, este texto no nos dará respuestas pero nos hará comprender mejor ese otro que también somos.
Es posible que el relato del fukú terrible que persigue a la familia Cabral desde el trujillato hasta estos veranos en que «los aeropuertos se traban con gente demasiado arreglada; los cuellos y los portaequipajes gimen bajo el peso acumulado de las cadenas y paquetes de ese año, y los pilotos temen por sus aviones …», sea un intento de zafa salvador y divertido contra esa dinámica de uno mandando y otro mandado, culpable de tantos abusos e injusticias en este Caribe que el también dominicano Juan Bosch bautizó como frontera imperial.
Si los veranos acaban «en un pari grande; un pari grande para todos salvo los pobres, los prietos, los desempleados, los enfermos, los haitianos, sus niños, los bateyes y los carajitos que a ciertos turistas canadienses, americanos, alemanes e italianos les encanta violar…», los versos de Derek Walcott que abren el libro sintetizan las intenciones del narrador: «si amar estas islas ha de ser mi cruz, de la podredumbre mi alma tomará alas».
Para los lectores cubanos, no sólo por la simpatía y el cariño con que se refiere a nuestro país -incluso a su pasado más reciente-, muy lejos de cualquier concesión, será una lectura inolvidable. La relación entre dominicanos y cubanos es algo a lo que el libro, en historia y ficción, no deja de hacer guiños de principio a fin, con la feliz coincidencia de que la traducción al español es obra de la escritora cubana Achy Obejas.
Para terminar, sólo una aclaración sobre el título de esta reseña: no es que la novela de Junot Díaz sea precisamente breve, es su lectura sin sosiego la que nos lo hace parecer. Este es de esos libros de los que no podemos desprendernos hasta terminar y que -como los buenos platos- mientras nos vamos acercando al final nos hace tratar de espaciarlo para que no se nos acabe sin paladearlo como merece.
Así pues, compartamos con Óscar Wao la bienvenida a la belleza, o mejor dicho, su búsqueda interminable y riesgosa; sabido es ya que resulta inasible y efímera, como el fugitivo instante quevediano, el único que permanece y dura.
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