La esperanza es a veces antojadiza: se nos aparece cómo, cuándo y dónde le da la soberana gana. Parecíamos empantanados en un punto muerto en que la tiránica voluntad del gobierno colonial campeaba por sus respetos. Asestaba golpe tras golpe al bienestar de sectores significativos del pueblo y sólo nos limitábamos a una crecientemente inconsecuente […]
La esperanza es a veces antojadiza: se nos aparece cómo, cuándo y dónde le da la soberana gana. Parecíamos empantanados en un punto muerto en que la tiránica voluntad del gobierno colonial campeaba por sus respetos. Asestaba golpe tras golpe al bienestar de sectores significativos del pueblo y sólo nos limitábamos a una crecientemente inconsecuente oposición que no pasaba esencialmente de un ejercicio de un derecho al pataleo. Hasta que los estudiantes de los once recintos de la Universidad de Puerto Rico dijeron ¡basta ya! Se negaron a someterse a los rigores ordenadores y asfixiantes de lo políticamente razonable y se plantaron en sus trincheras hasta conseguir que los representantes del gobierno colonial les tuvieran que prestar atención a sus demandas.
Ante un gobierno que se había negado hasta ahora a dialogar con los amplios sectores afectados por sus insensibles políticas neoliberales, los estudiantes universitarios lo obligó a negociar y ceder en sus afanes privatizadores de la esfera pública. Los estudiantes tomaron conciencia de su poder y lo ejercieron magistralmente frente a un gobierno colonial fatalmente embriagado de su propio poder, el cual creía absoluto. La Universidad de Puerto Rico nunca será igual. Ojalá también el país.
El viernes pasado, a pocas horas de haberse suscrito el acuerdo que puso fin al conflicto universitario, sujeto a la ratificación por el estudiantado, tuve la fortuna de entrevistar a cuatro representantes del movimiento huelgario del Colegio de Mayagüez. Hacía tiempo que alguien o algo me provocase tanta admiración o me motivase tanta esperanza. Su militancia es fruto natural de la vida y no de dirigismos vanguardistas. Su verdad no surge de un programa político-partidista ni fue impuesta por un estado. «La fuimos encontrando en el camino», me aseguran. Son hijos e hijas de ese movimiento real de la vida que refuta y supera el estado de cosas actual. Y tienen mucho que decir y proponer.
El Colegio se transformó
Para Kasielis Molina, una estudiante que confiesa un amor especial por el periodismo y el teatro más allá de sus estudios en Ciencias Agrícolas y Administración de Empresas, el Colegio es el recinto que más se transformó a partir del conflicto. «Se decía que el Colegio de Mayagüez es esa máquina que sólo se dedica a producir profesionales…Sus bachilleratos no son para cambiar el mundo. Pero eso se rompió». Afirma que muchos se dieron cuentan que no se trata de la cantidad de dinero que vas a hacer al graduarte sino que de «luchar por tu derecho a una educación de calidad».
Según Eury González, estudiante de Teoría del Arte y teatrero, «una mayoría del estudiantado sabe que la opinión de los estudiantes no se toma en cuenta». Por su parte, Kasielis asiente: «Los estudiantes lograron que la administración prestará atención a los estudiantes y por primera vez se sentaron a negociar con nosotros».
Sin embargo, al movimiento estudiantil no le bastó con meramente expresar sus opiniones, sino que se constituyeron en una comunidad democráticamente participativa desde la cual producían colectivamente sus decisiones. Hubo tres asambleas en el Colegio y un referéndum auspiciado por la administración. En cada uno de estos eventos aseveran que estaban dispuestos a acatar los resultados. Por ello, insisten, había que prepararse para ganarlos y se prepararon para ganarlos.
«Ganamos porque nos preparamos para ganar», garantizó sin titubeos la arecibeña Eyla Santos, una estudiante de quinto año de Ingeniería Mecánica. Hubo más de 150 estudiantes repartidos entre los 6 portones del Recinto Universitario de Mayagüez, numerosos comités (seguridad, finanzas, limpieza, prensa, entre otros). De afuera les llegó comida y agua, pero sobre todo mucho apoyo. Hasta en los semáforos le donaron dinero a favor de su causa. Se organizaron «cátedras en la calle», fuera de los salones acostumbrados, sobre distintos temas en las que, con la ayuda de profesores solidarios, se aprendió mucho, muchísimo. Cada noche constituían plenos para tomar colectivamente sus propias decisiones.
La democracia tiene que ser participativa
«Nunca había tenido la oportunidad de participar en un proceso colectivo de toma de decisiones», admite Kasielis,.
Señala Eury que el país está acostumbrado a una democracia de cada cuatro años, donde se va a votar por alguna de las tres opciones: «Piensan que por nosotros votar por ellos, pueden de allí en adelante hacer lo que les dé la gana con nosotros».
Enseguida interviene Eyla para añadir que se vota pero luego los elegidos no le hacen caso al pueblo. «La democracia es lo que hicimos nosotros en esta huelga, cada día en los plenos… La comunidad estudiantil es muy grande y amplia para que un estudiante o unos pocos estudiantes la representen toda…De ahí que en la huelga las decisiones se tomaban por todos…Se era participativo en esta toma de decisiones».
«Allí en la huelga fue que entendí lo que verdaderamente es una democracia», insiste Eyla y añade: «Aprendimos la diferencia entre una democracia representativa y una democracia participativa».
Subestimaron nuestra capacidad
Eury puntualiza que éstas ideas no les vienen de afuera sino que de la misma Universidad: «Subestimaron lo que la misma Universidad en teoría enseña a través de muchos de sus profesores. Se nos pedía siempre que participáramos, hasta que llegó la situación en que tuvimos que tomar una posición». De paso, se decidió poner fin a ese conformismo que a veces encuentran entre sus padres y en el resto de la sociedad. «Llegó una generación que dijo ¡basta ya!», señaló el estudiante mayagüezano.
Para Eyla, quien es Presidente del Instituto de Ingeniería Mecánica, Capítulo Estudiantil e integrante del Grupo de Teatro del Colegio, su deseo de participar surgió del coraje que fue acumulando ante tanto atropello. «¡Exploté!, confiesa. En el caso de Kasielis «fue un despertar». «De momento nos dimos cuenta que teníamos la capacidad», asegura, para añadir que el gobernador Luis Fortuño «nos subestimó». Los legisladores del partido gobernante igualmente pretendieron predicarles una democracia que al fin y a la postre no practican, denunció Eyla.
Según Kasielis el movimiento empezó a gestarse a partir de la imposición de la notoria Ley 7 que afectó a muchos padres de familia. Se sintió en ese momento impotencia, no sólo por los efectos nocivos de dicha legislación sobre miles de familias sino que también por la desinformación que llevaba a muchos a achacarle dichas medidas draconianas a la existencia de una crisis. Ante ello, a Eyla le retumbaba en la cabeza, por su hipocresía, la consigna electoral fortuñista: ¡Es tiempo de cambiar!
Somos estudiantes, no clientes
Sin embargo, al examinar la documentación financiera y administrativa de la Universidad, no les resultaba lógico el argumento acerca de la insuficiencia de fondos producto de la crisis, sobre todo a la luz de algunos de los sueldos de los administradores de la institución. Es un descaro, entienden, que por un lado se diga que hay que hacer ajustes en la economía del país y por otro de despachen unos pocos con la cuchara grande.
«El fin de la Universidad es la educación y el interés principal es el del estudiante», puntualiza Eyla. Abunda Kasielis: «La administración es la que debe luchar con el gobierno para que se atiendan nuestros intereses…La educación debe ser una de las prioridades del gobierno…La educación no es un privilegio; es un derecho».
Para el joven mayagüezano Andrés Arias, estudiante de Teoría del Arte y Cinematografía, el problema es que «se empezó a ver al estudiante como cliente y no como estudiante».
Una huelga mediática y performática
Pero, ¿cómo consiguieron vencer en un país como el nuestro en que demasiadas veces la imagen desplaza el mensaje o el argumento racional? Desde un principio, nos indican, estuvieron luchando contra ese temor a que no pudieran llegar a la gente que estaba afuera de los portones. Sin embargo, con esta huelga «nos dimos cuenta que no tiene que ser así», dice Eury. Pone como ejemplo la inefectividad de los anuncios publicados en la prensa y difundidos en la radio por la Junta de Síndicos y la Presidencia de la UPR: «En este proceso nos dimos cuenta que podemos destruir esa imagen».
Para ello decidieron convertir el conflicto en una guerra mediática y le imprimieron un carácter bien «performático». De ahí la creación de Radio Huelga en el internet, la producción de dos videos que circularon por You-Tube y el uso constante del teatro para comunicar sus ideas.
Sus razones se encarnaron en múltiples mensajes de todo tipo y formas que fueron penetrando en la conciencia común de la gente. Rompieron así el cerco de desinformación que pretendió tenderle el gobierno colonial y la administración universitaria.
«Nos ganamos un respeto. Ahora queda continuar», subraya Kasielis. Amplía al respecto Eyla: «Ahora comienza otra etapa para encaminarnos hacia otro fin: trabajar para que los acuerdos se cumplan».
El país sí puede cambiar
Por otra parte, Eury le ve un alcance mayor a lo logrado: «Ya le demostramos al país que si nos unimos, podemos lograr que nos escuchen. Yo era uno que decía que este país no va a cambiar…Este proceso me demostró que sí se puede cambiar. Yo empecé a creer en la gente de nuevo».
Kasielis añade que si bien la lucha de los estudiantes no trató de ideologías ni de partidos, sí hubo intentos desde el gobierno para enmarcarlos política e ideológicamente, pero ellos «no se dejaron encerrar en eso».
Incluso, continúa Kasielis señalando como esta experiencia «me sirvió para estar más consciente de mis derechos y deberes como estudiante, a convivir con gente nueva, con gente distinta. En fin, aprendí muchísimo más de lo que hubiese aprendido en dos meses en el Colegio».
Aquí Andrés, quien es graduando, nos obsequia un ilustrativo relato acerca del pequeño elefante que se crió atado a una estaca. Creció acostumbrado a las limitaciones que le imponía la estaca a su movimiento. Hasta que, una vez creció y tomó conciencia de su enorme fuerza, decidió romper la estaca. «Nosotros somos como ese elefante. Hemos arrancado la estaca», sentencia.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.