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A propósito de un artículo de Juan Torres López

Sobre dos dicotomías: partidos-movimientos; socialdemocracia-izquierda de la izquierda

Fuentes: Rebelión

Tal como Joan [Tafalla] nos expone, al escribirnos sobre el artículo de Juan Torres López [«Sobre la impotencia de la izquierda»] (1), el final del texto pega un salto muy flagrante y hace trampa; con toda probabilidad es una trampa no consciente; pero en ese final de texto se produce un fuerte non sequitur en […]

Tal como Joan [Tafalla] nos expone, al escribirnos sobre el artículo de Juan Torres López [«Sobre la impotencia de la izquierda»] (1), el final del texto pega un salto muy flagrante y hace trampa; con toda probabilidad es una trampa no consciente; pero en ese final de texto se produce un fuerte non sequitur en relación con los fines que se enuncian al principio del mismo. Porque propone como medio o instrumento para construir un nuevo bloque social comenzar por la creación de listas electorales. Torres pasa por alto las consecuencias que acarrea; a saber: en primer lugar, quedar en manos de la parte de clase política que haga bandera de ese nuevo proyecto y lo utilice para tratar de rebañar votos.

Y en segundo lugar, y como consecuencia de lo primero, bloquear la posibilidad de que la idea de la actividad directa de los subalternos corra y se abra paso; bloquear la posibilidad de la organización de plataformas unitarias de movilización concreta y de superación de la vieja forma partido («vieja» relativamente; me refiero a lo que se ha entendido por partido desde 1945 hasta ahora, que, a su vez, abarca varias «expresividades»), al darle a las otras facciones profesionales políticas ya existentes argumentos para desautorizar la propuesta por oportunista, y frenar así la penetración de esas ideas entre sus bases y gente próxima. Porque, como bien sabemos, estas castas políticas son muy competentes a la hora de descubrir analizar y denunciar los engaños y trampas -«añagazas»- de las otras facciones. Saben explicar a las mil maravillas los defectos de los demás para garantizarse la fidelidad de sus adeptos, horrorizados e indignados por las canalladas que sufren sus jefes. Y consiguen solidificar y aún petrificar en el inmovilismo a sus propias bases, al grito de la defensa de la propia identidad, haciéndoles tragar carros y carretas, precisamente gracias a un enemigo, así providencialmente surgido. Todos conocemos ejemplos y poseemos suficientes experiencias al respecto.

Pero creo que la equivocación del artículo que aparece tan claramente al final está ya implícita en los argumentos anteriores: cuando se divide la izquierda europea en izquierda socialdemócrata e «izquierda a la izquierda» de la socialdemocracia; y, luego, y en una segunda dicotomía, cuando se procede a la distinguir entre partidos y movimientos.. Creo que esta doble división es equivocada.

Me explico -y me manejo con la información que poseo, que es mala y poca-. Primero, respecto de la división partidaria entre socialdemocracia y su izquierda: con la excepción de la Linke, que tiene dos almas, como es normal y no puede ser de otro modo en la actualidad, dado su carácter de partido de profesionales, y en ausencia de verdadera movilización popular, no veo ninguna fuerza en Europa que no sea y tenga vocación de convertirse en una fuerza turnante del régimen político oficialmente instalado en cada sociedad respectiva. Precisamente la inconsciente comparación sin más de esas otras experiencias emergentes aquí y allí, en torno a listas, con la Linke es clara muestra de incomprensión de la especificidad de la Linke que ha posibilitado su singular desarrollo. Porque la Linke es la consecuencia, no del desarrollo afortunado de un proyecto electoral, gracias a la notabilidad de estas o aquellas figuras personales, sino de la existencia previa una base social, si no organizada para la movilización, sí culturalmente diferenciada, con una moralidad fuertemente normativa y unas expectativas vitales referidas a la vida cotidiana, diferentes a las generadas por el capitalismo del consumo.

Es cierto que esta ignorancia se debe a un silencio más que sospechoso existente al respecto, pues muchos de los que jalean la Linke aquí y allá y la proponen como ejemplo a seguir, callan y tratan de ignorar esto, precisamente: que las bases sociales generadas en la ex RDA -el «estalinismo»- son las que han dado como resultado la aparición del único proyecto político, expresión de una base moral diferenciada. Dicho esto, lo que queda claro es que la Linke surgió, tal como surgían los viejos partidos antaño, a partir de una base cultural autónoma. Que es precisamente lo que a nosotros nos falta y lo que hemos de comenzar a crear como fase previa

Y prosigo con el juicio que me merece la primera división propuesta por Torres, esto es, socialdemocracia e izquierda a la izquierda de la socialdemocracia: Con la salvedad -o duda en su favor- que me merece algún régimen político de los países escandinavos, no veo ningún régimen político que no esté en la línea política ferozmente ultraliberal dictada por la burocracia europea; vale decir, en una línea de revolución social y política, de acción revolucionaria procapitalista; o si se prefiere, de contrarrevolución activa en plena ofensiva, lanzada sin rebozo alguno ya en este momento y plenamente triunfante. Por tanto, en la medida en que estas fuerzas pretenden acceder a las instituciones políticas como forma de hacer política y no se plantean el problema de la organización social y cultural alternativa como base previa, están llamadas a quedar enredadas en las dinámicas institucionales impuestas por esos regímenes políticos. Para hacer esta evaluación, no me atengo a las declaraciones programáticas de los diversos partidos, sino a las políticas prácticas de gestión que asumen al poner los pies en las instituciones -municipios, etc-.

Estamos en julio, y el ejemplo que se me ocurre es bastante trivial: con independencia de la fuerza política que sea, y de que se denomine a la localidad Pamplona o Iruña: ¿hay alguna fuerza que se atreva a oponerse a esa locura consumista, despilfarradora y beoda que se denominan sanfermines?. «Prosperidad», «puestos de trabajo», «lo nuestro», se dirá.

Desde luego, en todas las fuerzas políticas que se denominan de izquierdas, tanto en las socialdemócratas como en las de la «izquierda de la izquierda», hay en ellas bases sociales populares, arropadas en las viejas identidades de las mismas, que si bien no consiguen reproducir y actualizar sus identidades pasando el testigo a las nuevas generaciones y ejerciendo políticamente como cuadros de masas, siguen preservando sus ideas en el interior de esas organizaciones. Son personas que no tienen influencia alguna sobre los «staffs» -es la palabra adecuada, por higiénica y posmoderna- dirigentes. Hoy los staffs dirigentes ni tan siquiera salen ya de las bases populares. Las cooptaciones de esas formaciones se realizan al margen de las militancias, y por tanto, esos staffs, ni comparten ni han conocido esas identidades culturales.

Paso a la segunda dicotomía propuesta por Torres. Tampoco me parece acertada la otra división: partidos/movimientos. ¿Qué movimientos? ¿Se puede considerar como tales a las vanguardias altermundistas, a las planillas de personas que sostienen «entidades paraestatales» al arrimo de «ayudas y subvenciones» tales como las que los ministerios y las consellerías dan a la dona, a tal o cuál grupo verde, a tal o cual, «proyecto» presentado con el fin de crear «yacimientos de empleo» público en tal o cuál barriada? ¿A las ONGs, quizá? Dentro de ese batiburrillo, mezcladas con quienes saben ingeniarse sus pesebres, hay también gentes que se mantienen al margen de los enjuagues, y ese sector es «majo y tal» -pues como nosotros-; pero eso no es un «movimiento». «Movimiento» es otra cosa, y es precisamente lo que se echa en falta. Curiosamente en ciertos pasos del artículo de este amigo, él mismo parece reconocer su inexistencia en este momento y parece echarlo también en falta.

Y llegamos entonces, creo yo, a un punto en el que ya el texto de Torres López no «incursiona». Porque precisamente lo que requiere al menos un momento de reflexión es, precisamente la explicación del parón general, de la general desmovilización. El hecho de que la crisis esté pudiendo ser aprovechada por la derecha, esto es, por el capitalismo más feroz y financiero, como el elemento definitivo para liquidar hasta la más insignificante y modesta línea política de tipo social de las mismas políticas sostenidas en las instituciones por las fuerzas denominadas de izquierda. El hecho de que la crisis es, precisamente, el elemento que ayuda a desmovilizar aún más a la gente. Porque, puede que yo me equivoque, pero la crisis ha desmontado o barrido o, quizá, ha hecho visible -quizá sea esto- la desaparición de las pocos sectores sociales que aún parecían quedar activos, mínimamente organizados. Ciertas corrientes populares de pensamiento vivas aún hace quizá, 15 años favorables a la movilización, herederas del movimiento antifranquista…-pero esto es impresionismo e intuición mías, claro.

Y creo que en el artículo de Torres López no se valora la cultura de las generaciones de los mileuristas y de los demás trabajadores asalariados que se han incorporado al trabajo en los últimos 25 años -dos generaciones casi- bajo el régimen de las socialdemocracias procapitalitas, y de los partidos de «izquierdas a la izquierda» -partidos comunistas y trotskistas, y los restos de sus naufragios, dicho en cristiano, con algún brote verde; pues: ¿qué otros?- que se apuntaron al carro de tratar de mojar en el voto de esos votantes aceptando sin debatir la cultura que se imponía: basada en un consumo cotidiano muy elevado -aunque sea una mierda en cuanto a su calidad real-, altísimo en gasto en carburantes, en consumo de ocio profesionalizado , en vacaciones fuera de casa, en compra y disposición de gadgets, visuales y telefónicos, en automóviles, etc., cosas todas en las que se basa el prestigio y la identidad del individuo. Una cultura que prestigia la riqueza, el modo de vida de los ricos y de los famosos, y que alberga expectativas de enriquecimiento, de «éxito» social, tan ilusas como ardientes…toda una derrota cultural impensable hace 30 años, cuando el asalariado más conservador tenía conciencia de que los trabajadores no se hacen ricos nunca de ningún modo . Y que nadie podía hacerse rico honradamente; y que más tiene el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece etc. Toda esta nueva cultura debe ser sumada, desde luego, a lo que había de despolitización y de deseo de vivir mejor, de las anteriores generaciones que fueron troqueladas por el fascismo del consumo, desde los años 60.

Creo que si queremos tener un espejo fácil, de las consecuencias de todo esto en los proyectos morales, podemos vernos en la derrota y disgregación de la otra institución cultural de este país: la iglesia. Cómo se aferra a una lucha por la dentellada a los presupuestos del estado, por el poder político, cómo se esfuma la militancia de base entre sus gentes, cómo se vacía y ritualiza en formalismos, etc…y, por ejemplo, en los escolapios ya no hay ni clase de religión -así que no tienen problema de alternativa a la religión como asignatura…-.En fin perdonad estas vaciedades.

El despiste del texto es tan gordo que propone en estas condiciones, comenzar a pegarle al hierro en frío, esto es, comenzar la reconstrucción del partido antes de la existencia del movimiento, de nueva moralidad, de rearme de la moral de lucha, de la recuperación de criterio- y lo propone, precisamente, como medio para hacer surgir el movimiento.

Por supuesto creo que no se puede separar más que de forma casi, casi, casi, «analítica» la idea de partido -de «intelectual orgánico»-, de la idea de movimiento. Creo que, desde un determinado respecto son indiscernibles -el mismo respecto que lleva a Gramsci a decir que Estado y Sociedad civil son inseparables-.Y desde otro, son tan sólo discernibles como materiales constituyentes de un todo orgánico: se llamará partido al conjunto y suma de los activistas que impulsen microgrupos organizados, estables, de movilización y acción en todo un territorio, a los activistas cuyo nivel de actividad les empuje a buscar y relacionarse con otros individuos que, como ellos, dinamicen y animen en otros lugares grupos semejantes, con la intención de poder coordinar acciones e intercambiar experiencias, con el fin de crear un nuevo sujeto social mayor, con independencia del credo que ellos crean profesar. De modo que para que pueda ir originándose uno de los cabos de este binomio, ha de ir cuajando y formándose el otro. Y en ausencia de un proceso tal -llamémosle dialéctico, aunque a mí la palabra me sobre porque no me añade nada a la elaboración de la idea- lo que puede surgir es un nuevo proyecto institucional, un nuevo «yacimiento de trabajo» que dé de comer a algunos profesionales de la política.

Pero para vernos en una tal nueva situación, antes habrá de haber movilizaciones, luchas, rechazo a lo que hay, comunicación pública -eso lo viene a señalar Torres-….o sea habrá que trabajar en la línea de recomponer una moral y unas mores, de proponer una reforma moral e intelectual. Que sea de recibo el discurso, al menos, el discurso, de que para garantizar, sanidad escuela, enseñanza superior , trabajo repartido y con garantías y derechos, pensiones, calefacción, agua potable y demás servicios , medios culturales dignos en general, hay que recuperar la soberanía sobre la sociedad, y esto significa una guerra terrible por salirse del banco europeo y del euro -hasta aquí, nada parece tener que ver con el día a día-, y que eso, el bloqueo de los flujos del capital financiero, de los préstamos tomados sin control, de las inversiones de los fondos internacionales de inversión…etc, acarrea un tremendo descenso del consumo. Que, como mínimo, se discuta y se acepte intelectualmente este discurso, que se acepte una renuncia al tipo de vida que actualmente embarga nuestras expectativas vitales, o sea un cambio de forma de vida…y que se piense que eso es lo deseable.

No sería distinta la consecuencia acarreada por la otra posibilidad a defender por una izquierda moral, que yo veo más difícil aún: la creación de una alternativa política de masas de ámbito europeo, que ponga las bases de un nuevo proyecto civil europeo contra el capital financiero y la circulación de dinero fácil

Para terminar, y aunque no tenga que ver directamente con el texto que comentamos, quiero traer aquí a memoria colectiva otro elemento silenciado por actual silencio de guerra fría y que he recordado mientras escribía sobre la Linke. El Estado de bienestar ha pasado a ser historia. Las enérgicas políticas impulsadas por el gobierno europeo de coalición -no sólo los Durao Barroso, también Almunias- y por el FMI de coalición -un Strauss Kahn intercambiable con Rato- imponen medidas inmediatas, fundamentales, de demolición del mismo; es su orden del día. No debemos sorprendernos. Estas políticas fueron el resultado de una correlación política de fuerzas que las imponía, y hacía «aconsejables». Es la correlación de fuerzas que surge en 1945 como consecuencia de la derrota del nazifascismo, fundamentalmente por el esfuerzo bélico acometido por la URSS, la que impuso, por «la fuerza de las cosas» esta políticas. La guerra fría posterior aconsejaba a los países capitalistas tener en calma la retaguardia y garantizarse la desmovilización de la izquierda a base de aceptar los derechos sociales -«bienestar» – y civiles -que sus representantes pudiesen ocupar las periferias institucionales- de los trabajadores . Una vez liquidada la experiencia soviética y rota aquella correlación de fuerzas, en ausencia de unas clases populares movilizadas, aquella política carecía, carece, ya de valedores.

Apostilla final: Por qué me parece reveladora la descomposición actual de la iglesia española. Como sabemos por últimas noticias la mayoría de los matrimonios celebrados en España han pasado a ser civiles; tenemos aquí una muestra empírica de la pérdida del control de la Iglesia, incluso sobre los rituales de paso de nuestra sociedad. Pero para percibir la importancia y el sentido profundo de estos cambios y la consiguiente disgregación eclesiástica, debemos tener en cuenta las particularidades de la iglesia católica española. Ésta, y según sus propias categorías, no fue nunca una «iglesia militante», sino una «iglesia triunfante». Tras la Desamortización, y con la pérdida de su autonomía económica que le había garantizado hasta entonces autonomía en relación con el poder político -por ejemplo, su posición respecto de los primeros Borbones durante el siglo XVlll-, pasó a aliarse de forma inseparable con el régimen imperante. Esta nueva situación cuaja con Isabel ll, reina que recibió las más altas distinciones del reino pontificio cuyo monarca era Pío nono. La monarquía española mantendría un ejército expedicionario en los estados pontificios hasta 1868, que, junto con el ejército francés -hasta Sedán 1871-, sostendrían la monarquía vaticana -il Papa, re-.

Pero esto último es poco relevante; o, en todo caso, sirve a los efectos de probar la trabazón que se produce entre la Iglesia jerárquica española y el poder económico y político. Esta sólida unión se continuó bajo la Restauración, con la dictadura de Primo de Rivera y con el régimen franquista. En este régimen, 3 obispos españoles eran miembros natos del parlamento fascista, etc etc. Las opciones políticas e ideológicas de la iglesia española fueron siempre ferozmente contrarias a los intereses populares y a la democracia. Pero, y esto es lo sorprendente, en España, a pesar de la escasa militancia popular de la iglesia institucional española en el pueblo, a pesar del alejamiento respecto del movimiento obrero y de todo movimiento popular organizado y a pesar de la defensa encendida de los intereses políticos de la oligarquía española -actitud por completo distinta de la de la iglesia católica de los Países Bajos, «Malinas», o de parte de l a iglesia católica francesa, tras la tercera república, etc.- una base cultural popular autónoma, fuertemente normativa, reproducía necesidades culturales -«antropológicas»- de carácter moral, y necesitaba de la institución eclesiástica para satisfacerlas, pues las expresaba a través de la misma. Desde luego, allí donde las clases populares entraban en relación con otras posibilidades culturales e institucionales, de tipo religioso, de expresión de sus imperativos normativos, de sus sentimientos, etc, éstas podían vencer fácilmente a esta iglesia aristocratizante, lejana y aliada al poder; por ejemplo, la santería entre la masa popular cubana negra.

En consecuencia, el alejamiento actual de la iglesia española institucional respecto de las clases populares es la inveterada, y no es esto lo novedoso. Sí lo es la pérdida de relación con las clases populares. Una pérdida que es prueba del hundimiento de las culturas populares autónomas, fuertemente normativas… que eran las mismas culturas autónomas que generaban el suelo moral del que era orgánica la izquierda. Y así estamos también nosotros.

Nota:

[1] Juan Torres López, «Sobre la impotencia de la izquierda». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=110043

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.