Quiero pensar que la sociedad actual, parida del vacío de los años 80 del siglo XX, es una transición hacia un mundo mejor. En lo humano, en lo educativo, en lo comprensivo y en lo evolutivo en general. En las primeras siete décadas del siglo XX (aparte de las valoraciones positivas, que las tiene), la […]
Quiero pensar que la sociedad actual, parida del vacío de los años 80 del siglo XX, es una transición hacia un mundo mejor. En lo humano, en lo educativo, en lo comprensivo y en lo evolutivo en general.
En las primeras siete décadas del siglo XX (aparte de las valoraciones positivas, que las tiene), la bestia (histórica que traemos desde los inicios) impuso grandes tragedias. Sin embargo, a partir de los 80, una vez caído el bloque soviético, se le hizo creer a la humanidad que un nuevo rumbo de paz nacía; el camino de la tolerancia (permitir a distancia aquello que no aceptamos) se celebraba. Y se celebra. Al respecto me quedo con la definición de José Saramago: «Si la intolerancia es mala, la tolerancia puede no ser mucho mejor. Siempre tiene una connotación de benevolencia, de generosidad regalada y graciosa por parte de uno al otro. Yo prefiero el convencimiento de que hay que respetar a los demás y la sabiduría de que nadie es más ni menos».
Hoy, al final de la primera década del siglo XXI, se insiste en dibujar los dramas de las primeros 70 años del siglo anterior (cosa que está bien para la memoria) sin enfrentar agudamente la compleja situación que se ha desencadenado durante los últimos 30 años. En éste período el mundo ha caído en un sótano de paz maquillada. Es mucho lo que se puede discutir sobre la supuesta evolución de este momento. ¿El desarrollo humano (incluyendo a los llamados países del primer mundo) es equiparable al avance tecnológico? ¿Quién comienza la discusión de fondo sobre la nueva forma de dictadura global que representan las grandes corporaciones?
El punto anterior, entre muchos otros, nos deja algo fácil de comprobar. El individuo actual (uniforme como lo manda la ley del mercado) es el robot característico de la ciencia ficción. Invito a establecer comparaciones, eliminemos de la mente la forma del robot y pensemos sólo en sus actuaciones. El resultado es el individuo (existencialmente) vacío que responde a las indicaciones de un mando central (trabaja; aplaude; sonría; calle, duerma; despierte). El conocimiento y la reflexión, entre otros retos, no son objetivos del robot de los 30 años de la barbarie invisible. O acaso, ¿podemos darle otro calificativo a un tiempo donde se está despojando a lo humano de la memoria y de su vínculo social? En nombre de un supuesto adelanto se están escondiendo debajo de la alfombra todos los dramas del planeta. Mientras bajo el amparo de la ley el mercado invisible (del consumo) se engulle al resto de los poderes. En este nuevo «orden» el individuo queda desnudo ante la muralla corporativa. Y, por primera vez en la cíclica batalla por las reivindicaciones sociales, los jefes de la dictadura son invisibles (el poder económico). ¿Habrá existido dictadura más poderosa y desigual?
No obstante, como fiel convencido del proceso de evolución, quiero creer-sobre todo cuando pienso en otros procesos históricos representativos de lo humano-que la sociedad actual es una transición hacia un mundo mejor.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.