NotaEl 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader del Río (Barcelona 1914-La Habana 1978), alias Frank Jacson, alias Jacques Mornand, asestaba el golpe mortal a León Trotsky en su refugio mexicano de Coyoacán. Era, según Víctor Serge, la medianoche del siglo: un año después de la victoria fascista en la guerra civil española; cuando Hitler […]
Nota
El 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader del Río (Barcelona 1914-La Habana 1978), alias Frank Jacson, alias Jacques Mornand, asestaba el golpe mortal a León Trotsky en su refugio mexicano de Coyoacán. Era, según Víctor Serge, la medianoche del siglo: un año después de la victoria fascista en la guerra civil española; cuando Hitler y sus tropas nazis avanzaban imparables en los campos de batalla de Europa; mientras Stalin aseguraba su dominio despótico en la URSS y en el «movimiento comunista» internacional.
70 años más tarde, el mundo se parece en casi nada al de entonces. Pero ese asesinato político, «uno de los crímenes más reveladores del siglo XX» – como lo define el notable escritor cubano Leonardo Padura -, es un acontecimiento contemporáneo. Un símbolo emblemático de lo que fue el estalinismo. Que, a su vez, explica la crisis y posterior derrumbe del mal llamado «socialismo real». Vale decir, la historia de ahora mismo.
Habría pues que utilizar este nuevo aniversario para re-pensar el horizonte de nuestra lucha socialista. Dejando a un lado la liturgia cargada de gestualidad. Además, claro está, de rescatar la memoria que alguna vez la infamia pretendió sepultar. Por el camino quedaron cuarenta millones de personas – «gente común» – víctimas de un sistema brutal, burocrático, policial, que estimuló la delación y la traición. Y dos millones de miembros del Partido asesinados en las prisiones y en los campos del Gulag. También, una cifra incalculable de verdaderos comunistas que se atrevieron, con coraje militante y decisión política, a desafiar la máquina contrarrevolucionaria del estalinismo.
Es difícil borrar o banalizar esas huellas de la historia. Sería, por otra parte, inmoral. El recuerdo, entonces, continúa actual. Así como la reivindicación de una herencia esencial: la de León Trotsky.
El artículo que presentamos de Daniel Bensaïd fue escrito hace diez años para el semanario Rouge (Francia), por entonces semanario de la Liga Comunista Revolucionaria. Su lectura mantiene la más plena vigencia. Fue publicado en Convergencia Socialista Nº 12, México, noviembre-diciembre 2000, revista del Partido Revolucionario de los Trabajadores. (Redacción de Correspondencia de Prensa).
Trotsky: un timonel del siglo (por Daniel Bensaïd (1946-2010)
¿Por qué este asesinato? Si dejamos de lado la personalidad perversa de Stalin, habría que volver a partir de los últimos combates de Trotsky, es decir, todo el período mexicano durante el cual llevó adelante principalmente tres grandes luchas en una fase de hundimiento de la esperanza.
Buscó, en primer lugar, evitar toda confusión posible entre revolución y contrarrevolución, entre la fase de octubre de 1917 y el Termidor estalinista. Lo hace fundamentalmente organizando desde su llegada a México, en momento del segundo proceso de Moscú, la Comisión de Investigación Internacional presidida por el filósofo norteamericano John Dewey. Quinientas páginas de documentos desarticulan el mecanismo de falsificación de las amalgamas políticas. El segundo combate es la comprensión de los encadenamientos hacia una nueva guerra, en una fase donde iban a exacerbarse los chovinismos y a oscurecerse los enfrentamientos de clase. Finalmente, el tercer combate, ligado a los precedentes, es el de la fundación de una nueva Internacional proclamada en 1938, pero proyectada al menos cinco años antes de la victoria de Hitler en Alemania, que él no concebía como la reunión de los marxistas revolucionarios únicamente, sino como una herramienta volcada para las tareas del momento. Es en este trabajo que Trotsky pudo, en ese momento, vivirse como irremplazable.
Tiempo de derrotas
Trotsky se equivoca en sus pronósticos, cuando hace un paralelo entre los hechos que siguieron a la Primera Guerra Mundial y los que podrían resultar de la Segunda. El error reside en el hecho de que los movimientos obreros se encuentran entonces en situaciones muy diferentes. En la Segunda Guerra Mundial se acumulan muchos factores; pero el cualitativo es, sin duda, la contrarrevolución burocrática de la URSS durante los años 1930. Con un efecto de contaminación sobre el conjunto del movimiento obrero y su componente más revolucionario.
Hay allí una suerte de mal entendido, del cual la desorientación de muchos comunistas franceses delante del pacto germano-soviético es la ilustración más perfecta. Pero se agregan derrotas cualitativas, como la victoria del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia, la derrota de la Guerra Civil Española, el aplastamiento de la segunda revolución en China. Una acumulación de derrotas sociales, morales e inclusive físicas, que nos cuesta imaginar. Pero no podemos jamás considerar que todo estaba predeterminado.
Uno de los errores importantes de Trotsky, es haber imaginado que la guerra significaría de manera ineluctable la caída del estalinismo, así como la guerra franco-alemana de 1870 había significado la estocada final del régimen bonapartista en Francia. Estamos en 1945, momentos del estalinismo triunfante, con sus aspectos contradictorios. Todo esto está muy bien ilustrado en el libro de Vassili Grossman, «Vida y Destino», sobre la batalla de Stalingrado. A través de los combates, vemos allí despertar a la sociedad e inclusive escapar parcialmente de la empresa burocrática. Podemos encarar la hipótesis de un relanzamiento de la dinámica de Octubre. Los veinte años transcurridos desde los años 1920 son un intervalo corto. Pero lo que dice el libro de Grossman a continuación es impactante. ¡Stalin es salvado por la victoria! No se les pide cuentas a los vencedores. Es el gran problema para la inteligencia de esa época.
Las implicaciones teóricas son importantes. En su crítica al totalitarismo burocrático, si Trotsky ve muy bien la parte de coerción policial, subestima el consenso popular ligado a la dinámica faraónica, incluso a un precio fuerte, conducida por el régimen estalinista. Hay aquí un punto oscuro que merecería ser retomado.
Dicho esto, después de la guerra, está la responsabilidad específica de los partidos comunistas. En el cuadro del reparto del mundo – el famoso encuentro Stalin-Churchill donde ellos se reparten Europa a lápiz azul – hay empujes sociales importantes o prerrevolucionarios; en Francia, con fuerzas en parte exiguas, pero con ventajas en Italia y Grecia. Y aquí, podemos francamente hablar de traición, de subordinación de los movimientos sociales a los intereses de los aparatos. Esto no quiere decir automáticamente una revolución victoriosa, sino una dinámica de desarrollo y una cultura política del movimiento obrero seguramente diferentes. Lo que acarrea otras posibilidades. También hay que recordar el famoso «hay que saber terminar una huelga» del secretario del PCF, Maurice Thorez, o la actitud del PC italiano en el momento del atentado a Togliatti. Pero lo peor y lo más trágico han sido la derrota de la revolución española, y el desarme de la resistencia y la revolución griega. Luego, el veto estalinista al proyecto de Federación Balcánica, entonces la única solución política, y la demora, frente a la cuestión de las nacionalidades en los Balcanes.
Lo necesario y lo posible
En resumen, el destino trágico de Trotsky ilustra la tensión entre lo necesario y lo posible. Entre la transformación social que responde a los efectos de un capitalismo en descomposición y las posibilidades inmediatas. Encontramos esto ya al leer la correspondencia de Marx. En cuanto al aporte teórico y estratégico este es considerable. Especialmente en el análisis del desarrollo desigual y combinado de las sociedades, comenzando por la Rusia de 1905 o la percepción de las modalidades actuales del imperialismo. Pero allí donde es irremplazable, a pesar de las lagunas, es en el análisis del fenómeno inédito en su época, y difícilmente comprensible, de la contrarrevolución estalinista.
Desde este punto de vista, Trotsky es un timonel. Lo que no significa una referencia piadosa ni exclusiva. Tenemos, al contrario, la tarea de transmitir una memoria pluralista del movimiento obrero y de los debates estratégicos que lo han atravesado. Pero en ese paisaje y ese paisaje peligroso, Trotsky es un punto de apoyo indispensable.
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