Santidad: ya sé que usted va a venir a España. Yo soy de esos ingenuos que todavía se pregunta por el porqué de los enormes gastos que suponen sus triunfales viajes, gastos cuyo importe se podría usar para remediar unas pocas de las tantas necesidades que hay en el mundo. Pero los entendidos me aclaran […]
Santidad: ya sé que usted va a venir a España. Yo soy de esos ingenuos que todavía se pregunta por el porqué de los enormes gastos que suponen sus triunfales viajes, gastos cuyo importe se podría usar para remediar unas pocas de las tantas necesidades que hay en el mundo. Pero los entendidos me aclaran que estos viajes son como operaciones de marketing, pues, «al fin y al cabo», la Iglesia Católica es una sociedad y tiene que promocionar sus productos, por muy espirituales que sean, por los medios que las técnicas actuales ponen a su disposición. Claro que sí, tiene que ser así, pensé, cayendo en la cuenta de que, por los años sesenta del siglo pasado, cayeron en mis manos los resultados de una encuesta publicada en una revista de economía sobre las mejores sociedades mercantiles. Mejores en función de la habilidad con que vendían sus productos. Las mejores, digo, y allí estaba la Iglesia Católica en segundo lugar, sólo por detrás de la General Motors.
Pero no es para someter a su consideración estas obviedades para lo que me permito molestar su atención, no. Es porque, ordenando papeles, me he encontrado con la página 26 de la edición del diario ABC del sábado 25 de este septiembre que de alguna manera compartimos. En ella, un enorme titular reza así: EL PAPA SE REUNIRÁ EN BARCELONA CON LOS REYES Y EN SANTIAGO CON LOS PRÍNCIPES.
Verá, yo no soy creyente. Lo fui hasta los treinta años y antes estuve algunos saltando a uno y otro lado de la raya. Ateo convencido y filosóficamente fundamentado, nadie me ofendería llamándome cristiano. En Occidente, ¿quién que es no es cristiano? Me refiero a la escala de valores. Alguna vez he pensado que una doctrina como la del evangelio, «cientificada» por el marxismo, daría lugar -si no lo ha dado ya-a la doctrina que necesita el mundo para ser mejor. Soy ateo, digo, y me he dado cuenta de que, a veces, resulto especialmente incómodo o molesto en mis discusiones con los creyentes, porque sé mucha más teología, exégesis bíblica y hasta picaresca eclesial que ellos. Y puedo señalar, sin esfuerzo, las numerosas contradicciones que se pueden encontrar tanto en la doctrina como n la praxis católica.
No es extraño que mis antenas vibraran ante el titular de ABC. La palabra que más veces aparece en los evangelios es la palabra «pobre». Con muchísima ventaja sobre la segunda. La preocupación del nazareno por los pobres es continua. Entonces, me pregunté, quizá ingenuamente, ¿cómo es posible que este santo varón, vicario suyo en la tierra, venga aquí, no a convivir con los pobres y enterarse de sus necesidades, para intentar remediarlas, sino para reunirse con príncipes y reyes. Contradictorio, o francamente infame Hay algo que no cuadra y que los fieles se empeñan en no ver. Y no en este caso. En muchos. En tratándose de la iglesia institución, la doctrina nunca parece llevarse bien con los hechos de los jerarcas. Treinta y cinco obispos ha echado la Iglesia a la calle para protestar contra la ley que permite las bodas entre homosexuales. Se mire por donde se mire, una ley caritativa, por usar su lenguaje, y justa. Ni uno solo recuerdo que se haya lanzado al campo de batalla por el hambre de los africanos.
La Iglesia Católica Romana, desde Constantino, no tiene nada que ver con lo que predicaba aquel taumaturgo itinerante que, en el siglo primero, transitaba descalzo, predicando una doctrina sana, los polvorientos senderos de Galilea. Afirma la leyenda que resucitó de entre los muertos. Yo no lo creo. Pero sí imagino que, si resucitara y se encontrase con el Estado Vaticano, el Banco Ambrosiano, la Guardia Suiza, los cochazos de los Príncipe de la Iglesia y/o purpurados, las enormes riquezas de la Iglesia, que alguna vez ha dicho estar dispuesta a vender para remediar el hambre de tantísimos millones de seres humanos, pero que nunca lo ha hecho… Si se encontrara con todo esto, digo, pienso que se volvería a morir.
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