El negocio del terror Desde la Segunda Guerra Mundial, el imperio estadounidense ha mantenido en vilo al mundo de una o de otra manera. Primero con guerras calientes, de sangre y fuego: Corea o Vietnam; luego con guerras frías, sin sangre ni fuego: contra el bloque soviético sin enemigos interpuestos; luego de nuevo con guerras […]
El negocio del terror
Desde la Segunda Guerra Mundial, el imperio estadounidense ha mantenido en vilo al mundo de una o de otra manera. Primero con guerras calientes, de sangre y fuego: Corea o Vietnam; luego con guerras frías, sin sangre ni fuego: contra el bloque soviético sin enemigos interpuestos; luego de nuevo con guerras calientes, otra vez a sangre y fuego: La 1ª guerra del Golfo o la guerra del 2º Golfo; y como pirueta final de su patético número circense, las guerras contra las amenazas fantasmas.
En las guerras calientes y frías, se dan dos circunstancias limitativas comunes: la limitación geográfica, y la limitación que supone la plena identificación del enemigo. Es cierto que en la guerra fría la cuestión geográfica no era precisamente pequeña, ya que abarcaba toda la frontera del bloque soviético libre, con el bloque esclavo capitalista, amén de Cuba, Corea y, en menor medida por su entonces estado pre-industrial, China; pero la limitación de la plena identificación del enemigo circunscribía y supeditaba toda acción al combate del comunismo.
En cambio, en la guerra contra las amenazas fantasmas, también llamada por el imperio «guerra contra el terror», no existe la limitación geográfica, ya que por la definición suministrada ex profeso por el imperio, el terror es una amenaza ubicua, y el imperio posee intereses por todo el mundo, ya que todo el mundo le interesa de una u otra manera, bien como aliado, bien como esclavo, que viene a ser lo mismo. Ni existe tampoco la limitación que identifique al enemigo, ya que el imperio se ha tomado la molestia de individualizar, persona a persona, cada una de las amenazas fantasmas que ha utilizado como excusa para mantener una deshonesta posición de fuerza sobre determinadas áreas geográficas. Esta personificación del terror hace imposible establecer a un país como enemigo, pero al mismo tiempo nos convierte a todas las personas del planeta en terroristas potenciales. Esta circunstancia le otorga al imperio una placa de sheriff mundial que le permite, eventualmente, tener libre acceso a territorios soberanos de otra nación con la excusa de «defenderse» del terror que una o varias personas, «en representación de sí mismas», pretenden infligirle. Igualmente, el sheriff mundial se ha arrogado el derecho supranacional de privar de la libertad a todo aquel que resulte sospechoso, según su propia definición de sospechoso.
Después de haber hecho de cada cosa que sucede bajo el sol, una cuestión de seguridad nacional, de seguridad imperial; el imperio ha encontrado al verdadero enemigo que sus dos industrias más pujantes, la bélica y la pánica, necesitaban urgentemente: el terror.
Desde la inestimable contribución del bloque soviético al crecimiento de estas industrias del imperio en la época de la guerra fría, el terror ha sido esgrimido en el congreso estadounidense en infinidad de ocasiones como argumento para destinar el 5% del presupuesto imperial bruto al apartado militar. Es decir, el imperio destina a operaciones de ataque, lo que el resto del mundo sumado destina a presupuesto de defensa.
No contento con ello, el imperio convenció en 2.002 a sus aliados para que destinaran el 2% de su producto interior bruto al gasto militar. Afortunadamente, y debido a la crisis, Francia y Reino Unido han vuelto a la senda de la cordura forzosa y dejarán de cumplir su diezmo con el imperio.
El mundo lleva décadas reclamando que los países más ricos del mundo destinen un 0,7% de sus presupuestos a erradicar la miseria de los países subdesarrollados. Y el imperio, con solo unas pocas amenazas fantasmas, consigue el triple de sus socios militaristas, aunque sea para acabar con la pobreza a tiros.
Del mismo modo que antaño las guerras, calientes o frías, se sucedían periódicamente para que la orgía militarista no decayera, en nuestros días, las amenazas fantasmas se suceden de la misma manera. Y los medios de comunicación de que dispone el imperio para informarnos, le dan inusitada difusión y un tratamiento exagerado y hasta alarmista.
La última de estas amenazas fantasmas, da «cobertura imperial» a Israel, ya que los supuestos explosivos tenían como destino una sinagoga en Chicago. Inmediatamente salió Obama a decir que «los acontecimientos subrayan la necesidad de permanecer en alerta contra el terrorismo», nada nuevo, lo esperado, lo marcado en el guión. Y añade, refiriéndose a los supuestos explosivos: «no sabemos cómo pensaban activarlos, pero estaban diseñados para llevar a cabo algún tipo de ataque». Yo no sé cómo pensará usted activar la siguiente amenaza fantasma, pero seguro que está diseñada para llevar a cabo algún tipo de ataque a la verdad y a nuestra inteligencia.
En esta ocasión, puede que el diseño de esta enésima falsa alarma, contemple un único objetivo: el de presentar una vez más a Israel como víctima de un inminente ataque por fuerzas de esa red, en cuya existencia cada vez cree menos gente, llamada Al-Qaeda. Creíble o no, de momento le sirve al imperio para actuar impunemente por el mundo con la estrella de sheriff en la pechera. No es descabellado pues, pensar que quizás le de al imperio por buscar al próximo terrorista de Al-Qaeda en Irán, de lo contrario todas las sinagogas de Estados Unidos seguirán en grave riesgo de sufrir un atentado fantasma, con supuestos explosivos enviados por supuestos integrantes de una supuesta red de terrorismo internacional. Aunque supongo que todo esto es mucho suponer.
Deseo que llegue muy pronto el día en que no solo de terror viva el imperio.
Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que mientras al imperio le preocupan unas amenazas fantasmas, al resto del mundo nos debería preocupar la amenaza real de este imperio del terror.
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