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Chile en la caverna

Fuentes: Rebelión

Como desde una caja de Pandora, todos los males han salido a relucir en Chile, especialmente de los que se derivan de la pobreza. Al gobierno se le atragantan los pobres y le crecen los enanos. Pobres que se damnifican en terremotos y tsunamis, pobres que se meten por su propia cuenta en minas inseguras, […]

Como desde una caja de Pandora, todos los males han salido a relucir en Chile, especialmente de los que se derivan de la pobreza. Al gobierno se le atragantan los pobres y le crecen los enanos. Pobres que se damnifican en terremotos y tsunamis, pobres que se meten por su propia cuenta en minas inseguras, pobres que además de pobres hacen huelgas de hambre por su autonomía mapuche, pobres que se asan vivos hacinados en las cárceles. Hay algo que ya no cuadra, los que llevarían al país al primer mundo, los unos y los otros, tienen muchos pobres, se han ido acumulando a lo largo de los años y no hay donde tenerlos. Al igual que en el mito platónico de La Caverna, Chile sólo puede mirar como aquellos desgraciados atados por las piernas y por el cuello en el interior de una gruta oscura y húmeda.

No son solo prisioneros de sus cadenas sino por sobre todo de sus propios y limitados campos de visión. En ese estado, deben mirar siempre al frente hacia las paredes del fondo, sin poder girar nunca la cabeza debido a sus ataduras, observando solamente las sombras proyectadas en el antro gracias a la luz de un fuego encendido por detrás de ellos. Justamente en la entrada de la gruta, hacia donde los prisioneros no pueden mirar, pasan hombres transportando objetos, a veces hablan, a veces callan, pero los cautivos llegan a pensar que las formas de estos hombres, donde algunos asemejan animales es la propia realidad. Glaucón es el interlocutor de Platón, y está convencido que los encadenados no pueden considerar sino como verdaderas las sombras de los objetos. Más aún, si algunos de esos infelices pudieran salir al exterior y comprobar la realidad de las figuras, al volver y contárselo a sus compañeros, estos probablemente lo matarían porque considerarían como abominable la verdad. Estamos ensimismados con los reflejos y no queremos ver la realidad.

En Chile, tanto el terremoto, el drama minero, el conflicto mapuche, o ahora la tragedia de la cárcel San Miguel, subyace la misma causa de fondo. Hombres y mujeres queriendo salir en libertad y con dignidad desde las ruinas de sus casas, desde el fondo de la caverna en el norte, desde una celda oscura y húmeda en el sur, desde el hacinamiento y la suciedad en San Miguel, prisioneros todos de las abusivas y leoninas relaciones económicas que Pinochet instaló hace casi cuarenta años y que consisten ni más ni menos, ¿hará falta explicarlo?, en la explotación intensiva del capital por sobre el trabajo, por sobre los recursos naturales o los grupos sociales que deben alimentar al capital. Estamos todos en el fondo de la caverna, pero en Chile esa realidad que pareciera imposible de reconocer, por deformación sensorial, error en la percepción o peor aún, amilanamiento o pusilanimidad, sólo se percibe como pálido reflejo.

Nadie quiere admitir que la gran contradicción, la enfermedad endémica que contrajo el sistema son las relaciones sociales desiguales en el trabajo, que hacen muy ricos a los ricos y muy pobres a los pobres, y que por lo tanto la tarea del momento, lo único realmente decente es la lucha por cambiar las condiciones de producción y reproducción de las relaciones económicas, políticas y sociales. El presidente se desahogó: ¡El sistema ya no da para más! Seguramente y lo más probable es que se refería a todo el sistema, o al modelo en su conjunto. Chile tal cual está, es una caverna, un socavón, una cárcel, donde ya no hay donde estar ni meterse. La Concertación que estaba prácticamente muerta, quiere resucitar rescatando a su icono, a su lideresa pública número uno, pero cada quien sabe en el fondo que ese ya es caballo corrido, sería más de lo mismo y probablemente corra cojo.

El gobierno de la Alianza (o del Presidente), quiere pasar a la historia como modelo ejemplar de democracia y que le ganó la mano a la Concertación en materia de compromiso social. Todos están de acuerdo en eso. Ya es un tópico común que el modelo de acumulación, ha sido muy bueno para el país, no importa que no alcance para todos si no nos fijamos en la desigualdad calamitosa. Se pueden corregir las normativas ecológicas, la calidad de la educación, incluso legislar sobre el matrimonio gay, la ley de partidos políticos, pero el modelo económico no se toca, es demasiado bueno para los chilenos, especialmente para los del salario mínimo, los del trabajo precario, temporal o los sin contrato. Lamentablemente, la transición chilena a la democracia, coincidió con la caída del muro y una legión de renegados, desertores, tránsfugas y oportunistas renovados hicieron gala de su olfato para posesionarse en las turbulentas tempestades liberales de los años noventa. Después de cooperar generosamente para que retornaran al gobierno los auténticos propietarios del sistema, les cuesta cada vez más presentarse con un perfil original y distinto, sufrieron la incomprensión de los díscolos, la ingratitud del pueblo que no les renovó su apoyo. Ahora buscan reposicionarse y reclutar adeptos para hacer oposición desde todo el arco político. No somos nada… Feliz Navidad.