Primero fue Merkel, luego Cameron y ahora Sarkozy. El multiculturalismo y su legado se encuentran en el banquillo de los acusados en toda Europa. Pero, según el sociólogo Frank Furedi, el multiculturalismo crea división, ya que promueve una versión descafeinada de la tolerancia
El rechazo del primer ministro británico, David Cameron, al multiculturalismo de Estado se estaba haciendo esperar. Acierta al decir que es corrosivo y que provoca división. Sin embargo, no debería achacar los problemas del multiculturalismo a la tolerancia. Durante todo su discurso, pronunciado el 5 de febrero en el marco de una conferencia sobre seguridad en Múnich, argumentó erróneamente que la tolerancia era la responsable tanto del fracaso del multiculturalismo como del aumento del terrorismo islámico. «Francamente, necesitamos menos de la tolerancia pasiva de los últimos años y más de un liberalismo activo, muscular», afirmó.
Pero ¿qué es la «tolerancia pasiva»? La tolerancia es cualquier cosa menos pasiva. La tolerancia requiere valor, convicción y compromiso con la libertad, todas ellas características clave de un espíritu público seguro de sí mismo y activo. La tolerancia es la base de la libertad de conciencia y la autonomía individual. Afirma el principio de no interferencia en la vida interior de las personas, en su adhesión a ciertas creencias y opiniones. Y mientras como acto no dañe a terceros ni viole su autonomía moral, la tolerancia también exige que no existan restricciones en el comportamiento relacionadas con el ejercicio de la autonomía individual. Desde este punto de vista, la tolerancia representa el grado hasta el que las creencias y comportamientos de las personas no están sujetos a interferencias o restricciones institucionales o políticas.
Ser tolerante no es fácil. Requiere disposición para tolerar puntos de vista que uno considera ofensivos y el estar preparado para aceptar que ninguna idea debería ser incuestionable. Tolerar creencias que son hostiles a las nuestras requiere cierto grado de confianza en nuestras propias convicciones y también estar dispuestos a correr riesgos. La tolerancia fomenta la libertad de los individuos para reivindicar ciertas creencias y le proporciona a la sociedad en general una oportunidad para conocer mejor la verdad alentando un conflicto de ideas.
Una forma de evitar tomar decisiones morales difíciles
El multiculturalismo no tiene nada que ver con la auténtica tolerancia. El multiculturalismo no pide tolerancia, sino indiferencia indulgente. Promueve sin descanso la idea de la «aceptación» y disuade el cuestionamiento de las creencias y los estilos de vida de otras personas. Su valor principal es no juzgar las acciones de los demás. Aunque el juzgar, el criticar y el evaluar son atributos clave de cualquier sociedad democrática libre de prejuicios que se precie. Si bien la reticencia a juzgar el comportamiento de los demás tiene cualidades que resultan atractivas, se convierte con demasiada frecuencia en una indiferencia superficial, en una excusa para desconectar cuando los demás hablan.
La Declaración de Principios sobre la Tolerancia de la UNESCO ilustra de manera extraordinaria la confusión existente entre el concepto de tolerancia y la idea de la aceptación de todos los estilos de vida. Dice: «La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos». La UNESCO también afirma que la tolerancia es «la armonía en la diferencia». Para la UNESCO, la tolerancia se convierte en una sensibilidad expansiva y difusa que ofrece automáticamente el respeto incondicional a diferentes culturas y puntos de vista.
La reinterpretación de la tolerancia como la capacidad de no juzgar a los demás a menudo es considerada como algo positivo. En realidad, el gesto de afirmación y de aceptación puede ser visto como una forma de evitar tomar decisiones morales difíciles, una forma de no enfrentarse al reto de explicar qué valores vale la pena defender. Probablemente esa sea la razón por la cual la indiferencia indulgente del multiculturalismo ha ganado tanta fuerza durante las últimas décadas. En Gran Bretaña y en muchas otras sociedades europeas, el multiculturalismo les ha ahorrado a los gobiernos la molestia de tener que estipular los principios que apuntalan su forma de vida.
En su favor hay que decir que, tras darse cuenta de que el multiculturalismo estatal ha fomentado la segregación de distintas culturas, Cameron ha tocado una verdad incómoda: que «no hemos conseguido dar una visión de la sociedad a la que sientan que desean pertenecer». La ausencia de dicha visión no es accidental, ya que el multiculturalismo requiere que ningún sistema de valores sea considerado superior a ningún otro ni tomado como la norma deseable. Desde el punto de vista multicultural, la ausencia de una visión para la sociedad no es un fracaso, sino un logro.
Cualquier discusión seria sobre el problema de la integración cultural probablemente debería girar en torno al fracaso en perfilar y darles un significado a los valores que unen a la sociedad. Siempre resulta tentador señalar como culpables a los extremistas profesionales por inculcar el radicalismo a los jóvenes musulmanes, por ejemplo. Pero lo que con frecuencia se pasa por alto es que lo que causa estos problemas no es tanto la atracción del radicalismo, como la reticencia de la propia sociedad a inspirar a sus ciudadanos y a comprometerse con ellos.
La crisis de los valores
Desde hace algún tiempo, a muchas sociedades europeas les cuesta alcanzar un consenso mediante el cual poder afirmar logros pasados y los valores básicos que defienden. Los símbolos y las convenciones tradicionales han perdido mucho de su poder para entusiasmar e inspirar; en algunos casos han sufrido un daño irremediable. La constante polémica que envuelve a la enseñanza de la historia es fiel reflejo de ello. Cuando la generación dirigente siente que las historias e ideales con los que crecieron «han perdido su relevancia» en nuestro nuevo mundo, le cuesta mucho transmitir esas historias e ideales a sus hijos de una manera convincente.
No obstante, los responsables de formular políticas y los educadores reconocen de manera intuitiva que este es un problema que necesita ser tratado. Pero la provisión de valores «relevantes» bajo demanda rara vez tiene éxito, ya que a diferencia de las convenciones que estaban ligadas al pasado orgánicamente, estos valores tienden a ser artificiales, si son bien intencionados, construcciones abiertas al desafío. A diferencia de las costumbres y convenciones que se consideran sagradas, los valores construidos deben de justificarse regularmente.
No tiene mucho sentido seguir culpando al multiculturalismo de los profundos problemas a los que nos enfrentamos hoy en día. Pongamos todos los medios necesarios para acabar con el multiculturalismo estatal ya que, al menos, eso nos permitiría afrontar el problema subyacente: la crisis de la sociedad en cuanto a valores y significado. Pero no dejemos que decaiga nuestro compromiso para conseguir la tolerancia. La tolerancia sigue siendo una virtud muy importante, ya que se toma a los seres humanos muy en serio.
«On Tolerance: A Defence of Moral Independence»¸de Frank Furedy, será publicado en junio de 2011 por Continuum. (Reserve ya el libro en Amazon(UK). Visite su página web personal.
Fuente: http://www.presseurop.eu/es/content/article/499781-tolerancia-no-significa-indiferencia