¿Sensual, como el de fumar según la vieja canción? Más bien prohibitivo. Al parecer están finiquitando los tiempos en que un precio «razonablemente» alto podía poner a un fino hedonista, a un gourmet -no ya a un mero gastrónomo- en contacto con las más exóticas cocinas, o con los adictivos milagros de las cocinas nacionales. […]
¿Sensual, como el de fumar según la vieja canción? Más bien prohibitivo. Al parecer están finiquitando los tiempos en que un precio «razonablemente» alto podía poner a un fino hedonista, a un gourmet -no ya a un mero gastrónomo- en contacto con las más exóticas cocinas, o con los adictivos milagros de las cocinas nacionales. En el presente, el costo de los alimentos implica para muchos todo un rimero de salivaciones frustradas.
Sobre todo para los más pobres. Para quienes nunca supieron de portentos culinarios y cuyas filas habían decrecido en 2010 gracias a cierta concreción del Primer Objetivo de Desarrollo del Milenio, defendido como con densas filas de alabardas por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que ahora advierte sobre una cifra ascendente, por sobre mil millones, de gente en riesgo de inanición.
Y es que, si comer hoy resulta más caro aún que en los días de la crisis de 2007-2008, para más honda preocupación el 2011 vendrá preñado de una volatilidad extrema de los precios agrícolas, mayormente de los cereales, que han experimentado un incremento medio cercano al ciento por ciento desde el mes de junio, mantenido durante enero último.
El índice global de precios de productos de base (cereales, carne, azúcar, oleaginosas, lácteos) se sitúa en el nivel máximo desde que la FAO comenzó a elaborarlo, hace 20 años. Repunte que, de acuerdo con la entidad, constituye una seria amenaza para la seguridad alimentaria de los países en desarrollo, donde se concentra la más extensa porción de la población global, que gasta en la compra de provisiones hasta el 70 por ciento de los ingresos personales.
Algunas de las causas de este estado de cosas se arremolinan en decenas de documentos, en multitud de análisis: las sequías, las inundaciones, los incendios que han asolado a Argentina, Ucrania, Australia, Rusia y el este de Europa, graneros por antonomasia. Rusia, tercer exportador mundial de trigo, perdió el pasado verano una cuarta parte de las cosechas, por una ola de calor y consiguientes fuegos, lo que constituyó un mazazo para el mercado internacional…
Pero a las causas naturales se unen las sociales. Dicen los que saben que la presión por las magras cosechas está haciendo disparar los precios merced a la compra y el acaparamiento desmedidos – ah, los sempiternos especuladores-. A ello se suma el crecimiento de la demanda a expensas de una mejor perspectiva económica en países emergentes como China y la India, que concentran a casi un tercio de los habitantes del planeta; y las distorsiones monetarias en los tipos de cambio, provocadas por la debilidad del dólar y su empecinada guerra contra el yuan y el euro.
Sin embargo, no pocos especialistas reparan, insisten, en la inexistencia de una real situación de escasez, al menos por el momento. Las reservas de grano se reconstituyeron en 2008-2009. El trigo almacenado pasó de 166 millones 190 mil toneladas a 196 millones 68 mil, conforme a estadísticas del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Incluso, se espera que en la campaña 2010-2011 los depósitos alcancen 176 millones 720 mil toneladas, no obstante las previsibles adversidades climáticas.
¿Entonces? Razones (o sinrazones) imputables a los humanos. O a humanos insertos con ventaja en concretas condiciones socio-históricas. A aquellos que intentan coartar los resquicios hasta al nacional-desarrollismo en los estrechos márgenes del capitalismo. A los que emplean más de un tercio de los cereales producidos en el orbe como alimento animal, y cada vez más a guisa de carburantes. (La fabricación de etanol, por ejemplo, consume en los EE.UU. el 40 por ciento de la cosecha de maíz, una de sus materias primas. Por eso se ha encarecido… ¡62,40 por ciento!)
Si bien los poderosos aspiran a conservar para sí el planeta con otro tipo de energéticos, por no contaminantes y dados los estratosféricos precios de los derivados del petróleo y del gas, posiblemente eviten el quebradero de cabeza de buscar otra solución ecológica para mover sus coches, aun en el caso de que los agrocombustibles acarreen una hambruna feroz para los «condenados de la Tierra».
Ahora, como alguien ha dicho, «dejar de cosechar comida para alimentar automóviles» supone un magnífico negocio… hasta un día. Quizás ni la concreción de la promesa de los países del G-8 (los más ricos más Rusia) de invertir 20 mil millones de dólares en la reactivación de la agricultura planetaria llegue a conjurar el estallido gregario y final que por el costo de la harina, la leche, el azúcar, ya se ha «insinuado» en multiplicados sitios de Asia, África y Europa. Es duro siquiera imaginarlo, pero a la postre comer podría convertirse en un placer sensual, como fumar… principalmente entre caníbales.