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Día del Trabajador en el mundo

Pobrecito mi patrón piensa que el pobre fui yo

Fuentes: Rebelión

Son los fantasmas que deambulan por los lugares sin etiqueta de reuniones sociales y relaciones públicas. Crean sus habitad con sus mujeres y sus hijitos malnutridos en las mismas pilastras de la industrialización donde se confinan, y toman fotos para asir en el instante mágico del encuadre, el terreno propio de la productividad en donde […]

Son los fantasmas que deambulan por los lugares sin etiqueta de reuniones sociales y relaciones públicas. Crean sus habitad con sus mujeres y sus hijitos malnutridos en las mismas pilastras de la industrialización donde se confinan, y toman fotos para asir en el instante mágico del encuadre, el terreno propio de la productividad en donde se les ha asignado vivir por el resto de sus vidas. Las casas de hogar son solo pretextos y las enfermedades la rescisión de sus normalidades. Allí se pudren millones de vidas humanas en la intrascendencia, y se reproducen generación tras generación, grupos informes y anónimos de nombres con números de identificación, y aumentos de salarios decrecientes para defraudar el hambre. Las luchas sindicales son satanizadas y antiestéticas y se convierten en los últimos suspiros desfallecientes con que la miseria va imponiendo los límites de la sobrevivencia.

Ocupan como actores de la tragedia de las mortalidades previsibles, los números tendenciosos de la estadística, emborronando páginas aristocráticas de pensadores ufanos y tarifados en el espacio del ocio, y los llaman masas y peligrosas hordas de malvivientes, y en sus fobias y en sus delirios de persecución sopesan el riesgo en sus oscuros planes de civilización o el paso impostergable de los modernos y virtuales superhombres diseñados en los estudios de la industria del entretenimiento.

Los rascacielos, los muelles, los aeropuertos, los centros del comercio y tanta banalidad de las ciudades derivan de sus manos pero no tienen el fino prestigio de los artistas para firmar sus obras y obtener colosales ganancias. Son hijos olvidados de los dioses oficiales, quienes prefieren alinearse a las espiritualidades del éxito, ausente de sudores y pesadeces manuales, o esperas burocráticas, ni que sufrir con la oscilante decisión de las corporaciones para remendar los números de la inflación subiendo salarios y encareciendo consumos.

Se llaman pedros, Juanes, pacos, pablos, joches, manueles, chicos, danieles y sus apellidos se pierden en las sencilleces de lo común y cuando por alguna coincidencia comulgan en sus identidades con algún apellido Marquez, Reyes, Cortes, Reynas, Condes son el hazmerreir de sus mismos compañeros y de los patrones que en sus mentes cuadradas de noblezas, saben que hay altos perfiles y clases de bajas categorías presuntuosas, pero que no se han descubierto todavía formulas para teñir las venas y las arterias de color azul de las coronas y de las hemofilias.

Ellos son los culpables del pan en la casa y en las calles, de la limpieza de las ciudades, de que en los hospitales hayan turnos de atención en los amaneceres, de que la educación escriba las primeras M y P en las páginas soñolientas de un niño, de la limpieza de la casa, de la frescura del jabón, de la ternura del olor de las camisas nuevas, de la pavimentación de las ciudades, de los miradores donde las parejas se declaran sus amores, de las camas permitidas y las furtivas, de la casa como nido provisional de la existencia, de las iglesias donde engañan sus tragedias, de todo y casi todo, porque los otros y pocos dueños de todo como fieras voraces son las víctimas de la acumulación del dinero, y como aves accidentadas en postes eléctricos claudican ante el vacío de su vidas y sus problemas irreales y de sus enfermedades químicas de ansiolíticos y antidepresivos, corren moribundos al Psiquiatra para alargar los días y noches de sus consabidos suicidios.

Ellos han sido llamados esclavos, siervos, tributarios, masa, chusma, rebaño, salvajes, bárbaros, presos de guerras, sucios pescadores, carpinteros de cuna y tumba, buscadores solitarios del oro, muelleros en Panamá y en Tampa, repartidores de periódicos en la India y Estados Unidos, saladores de carnes en Galicia y en la Pampa, cultivadores de remolacha y arroz en Ucrania y en China, roedores de minas en Chile y Costa Rica, piezas del positivismo de las máquinas en México y en Canadá, desperdicios óseos en el Potosí, hijos del banano en las fincas de barbas amarillas en Centroamérica y la zona Caribe de América del sur, recogedores de frutas en California,, reyes de la chatarra en Barcelona, cuidadores de perros en Madrid y Manchester. Hojalateros en Perú, inmigrantes caídos en las fronteras terrestres de México y marítimas de Italia, campesinos mártires en el Aguan de Honduras, cocaleros en Bolivia, buhoneros en cualquier plaza de América, asalariados feudales, obreros de maquilas en las ciudades modelos de la explotación transnacional, cobradores de buses en las metrópolis, lavadoras de ropa ajena, tortilleras del bocado presto y sabrosuras de perros calientes, esclavos en mansiones imperiales, zapateros, limpiadores de carros, vendedores de lo ajeno, recibos de luz , agua y teléfono en mora y en preocupaciones que asaltan, angustia por desalojo de casas con llantos de niños desplazados y dolores de cabeza por los cuadernos del pequeño y sus meriendas. Ellos siempre han sido basura humana y sus gritos de justicia son terrorismo y sus reclamos cárcel y asesinatos. A nadie se le ocurrido que la riqueza que han producido sus manos, por un truco llamado comercio inventado por los economistas, se ha deslizado a las manos de las ufanas riquezas de los países del primer mundo, es simple hacer la operación aritmética para salir del error, si al sudor vertido le sumamos la sangre derramada, el resultado es la acumulación de capital que hoy irriga de bonanzas los bolsillos de unos tan pocos hombres, llamados dueños del mundo.

Por eso, por sus riquezas en las alegrías de las fiestas y el carnaval, por las juergas donde burlan el peso de sus consabidas tristezas, por los juegos donde subvierten el dominio invisible del capital, por los refranes en que reivindican con mofas populares el eterno retorno de los viejos destinos, por el dolor punzante que nutre de madurez sus próximas decisiones, por la lagrima compartida del sueldo atrasado y que mereció una reprimenda, por el pago de la pulpería para alargar la dignidad del crédito, por el júbilo que trae el pan en la mesa vacía y por el sueño reparador del cansancio bien ganado, por todo ello y por muchas cosas que aquí escapan a las letras: El pobrecito en resumidos cuentos resultó ser mi patrón.

* Milson Salgado es escritor hondureño

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.