«Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas» Karl Marx En 1951 la UNESCO instituyó el 18 de mayo como fecha para celebrar el Día Internacional de los Museos. Y tal […]
«Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas» Karl Marx
En 1951 la UNESCO instituyó el 18 de mayo como fecha para celebrar el Día Internacional de los Museos. Y tal celebración mueve sus ejes al ritmo de intereses muy diversos y contradictorios. Celebran los Museos con la idea de crear «conciencia» sobre su papel social que consiste, dicen, en conservar y divulgar el patrimonio cultural y difundir el arte universal, con su diversidad, para, también, aprender, valorar, conocer, cuidar, apreciar y atesorar el conocimiento.1 Para eso manejan anualmente millonadas en presupuestos, donaciones, ventas, rifas… El International Council of Museums (ICOM) se encarga de dar vuelo a todas las generalidades y ambigüedades posibles para dejar a resguardo principalmente su Colección Especial de eufemismos, útiles para no dejar ver los trasfondos verdaderos.
La celebración de la UNESCO es un pretexto magnífico para que todos los profesionales del oficio de construir, diseñar o administrar Museos, se organicen y afilen sus tácticas y estrategias. La realidad suele ser muy dolorosa. Los museos sólo son exitosos en la vendimia de glamour y en la verbena de las donaciones y los financiamientos. Visitar un museo no necesariamente significa conocer la ciencia, el arte o el saber en general. No siempre implica «admirar» obras de arte, ni tener, verdaderamente, experiencias interactivas, entretenidas, divertidas e ilustrativas, ni para chicos y ni para grandes. La oferta cultural burguesa que ofrecen casi todos los Museos es una coartada ideológica plagada con demagogia y marginación. Da lo mismo si se trata de exposiciones con objetos artesanales, fotografías, arte contemporáneo o colecciones variopintas de todo el mundo. El objetivo es auto-complacerse y complacer a sus convencidos. Como en el Louvre.
El negocio da para organizar, y explotar el trabajo de muchos, por ejemplo, con visitas guiadas, clases de arte, pintura y dibujo, convenios con escuelas (privadas muchas) de todo nivel, agencias de turismo, líneas aéreas, hoteles, restaurants y actividades paralelas relacionadas con suvenires y reproducciones propias de las exposiciones, permanentes o efímeras, estanciadas en cada Museo. Algunos hacen subastas, limosnean full time y hasta ofrecen «promociones de verano». Para el propio capitalismo los Museos son una «papa caliente» ininteligible incluso en la mayoría de sus funcionarios y políticos. No pocos gobiernos cuentan con aparatos burocráticos encargados, directa o indirectamente, de los Museos. Los hay Nacionales y regionales y hay convenios de todo género con instituciones educativas, de investigación y de divulgación. Todos se sientan a la misma mesa y degustan las viandas de la palabrería culturosa que muy poco tiene que ver con la realidad educativa y con las necesidades de memoria crítica, activa, movilizada y concreta de los pueblos.
En los Museos, manejados por la lógica burguesa, ocurren negociaciones simbólicas que modelan un proyecto de cultura minuciosamente tejido con, y en, las «exposiciones», con sus estrategias de selección, con los valores propios de la lógica de la acumulación disfrazados de «colección». Los Museos en manos de la burguesía son un discurso al mismo tiempo de la parte y del todo y son instrumentos para la expansión de la ideología de la clase dominante. Siempre reverencialmente, casi como iglesias. Se caracterizan por ser proyectos de elites hambrientas de «identidad», «prestigio» y «respeto» y para eso idean modelos de representación que se han adueñado las clases dominantes. Su tarea es al mismo tiempo objeto de observación minuciosa y objeto de crítica permanente en todas sus líneas. Los Museos son, bajo el capitalismo, también máquinas de guerra ideológica. Máquinas de representación al servicio de la ideología del capitalismo y espacios histórico donde los pueblos acceden a los símbolos en los que tal ideología quiere reconocerse, incluso, «generosamente». Demagogia de la peor.
En los Muesos administrados por la burguesía se legitiman los valores del capitalismo. Se legitima la división del trabajo, se invisibiliza a los trabajadores sepultados por el culto a los objetos, se invisibiliza a los artesanos, a los que ponen el trabajo, el esfuerzo, el talento… las colecciones exhiben, mayormente, su capacidad de apropiación de acervos diversos. En los Museos se imponen modelos educativos que debemos desmontar y denunciar por sus trampas y peligros. Las políticas museísticas favorecen la idea de «patrimonio» privado. Lo cultural o lo artístico son objeto culto sacro para uno cuantos que logran comprender el valor de uso y el valor de cambio de los objetos que exhiben. El éxito de los Museos es clientelista y se mide a partir de estadísticas de asistencia. Eso les hace creer que merecen presupuestos y que merecen respeto. Con esa coartada productivista se reafirma la lógica de la cultura como espectáculo. Esa coartada, que hegemoniza e institucionaliza en buena parte las políticas de la memoria, se opone a la constitución de museos comunitarios o a la administración democrática de los museos existentes bajo filosofías emancipadoras y revolucionarias. Lo vemos a diario. .
No hay preocupación por las memorias escondidas y olvidadas, por la memoria viva de las luchas revolucionarias. La crítica de los Museos no puede quedarse sólo en términos de las exposiciones o de las teorías curatoriales. En los Museos reina, hoy, la lógica de donaciones, aportaciones financieras o tributarias, y el profesional museístico hoy es un erudito con conocimientos especializados en recaudación de fondos bajo las modalidades más disímbolas. Lógica utilitaria que toma al Museo como pretexto para almacenar objetos y poder simbólico. El alma mater de su pensamiento radica en seducir voluntades filantrópicas con capital privado o con gasto público, hacerlos solidarios, unirlos, darles identidad de poder, en manos de conservadores, administradores y pedagogos museísticos gerenciadores de ideología. Hacen «didáctica» del objetualismo relatada con amor por el ornato, la vaciedad y la descontextualización. Atomismo empiriocriticista a todo volumen. Guarde silencio, no tocar.
Los Museos de la burguesía son herramientas ideológicas que hacen retórica «benevolente» dirigida a un «público» del que se espera acepte, reverencial, el contenido de las exhibiciones como una dádiva de los administradores y de sus proyectos ideológicos. Los gerentes de los Museos piensan en convencernos de que somos beneficiarios de su generosidad para que los pueblos tengan al menos un momento de placer, puro y refinado, de élites. La lucha de clases, es decir, el motor de la historia y toda su riqueza simbólica y expresiva, para los filántropos de la cultura de élite, es objeto de olvido, persecución, tergiversación y cachondeo. Y para eso cuentan con sus Museos y sus celebraciones donde, como en casi todos sus nuevos templos, el capitalismo se rinde culto a sí mismo. La historia se queda afuera. «la premisa de toda crítica es la crítica de la religión» Marx