Introducción Tradicionalmente el pensamiento filosófico se ha planteado dos problemas que, a pesar de su aparente absurdo, tienen toda su sal y todo su sabor: uno, ¿existen los objetos del mundo exterior?, y dos, ¿podemos conocerlos? Hegel, en su estudio sobre la certeza sensible, no habla exactamente de estos dos problemas, sino de otro que […]
Introducción
Tradicionalmente el pensamiento filosófico se ha planteado dos problemas que, a pesar de su aparente absurdo, tienen toda su sal y todo su sabor: uno, ¿existen los objetos del mundo exterior?, y dos, ¿podemos conocerlos? Hegel, en su estudio sobre la certeza sensible, no habla exactamente de estos dos problemas, sino de otro que guarda cierto parecido con el primero: dice que hay ciertos filósofos que hablan de la existencia de los objetos externos como seres absolutamente singulares, totalmente personales e individuales, afirmando que esa existencia posee certeza y verdad absoluta para la conciencia. Se trata de saber si en la certeza sensible nos viene dado el carácter singular de los objetos externos o su carácter universal, y no de sí existen o no existen. Lo que plantea Hegel es si aquello que se supone de lo que se habla, la singularidad del objeto externo, es exactamente de lo que se habla. Hegel, para quien el lenguaje es lo más verdadero, plantea que como el lenguaje expresa lo universal le es imposible expresar lo singular. Dicho de otro modo: lo singular y lo sensible permanecen inasequibles para el lenguaje.
La certeza sensible tiene que ver con la experiencia que nos ofrece nuestra relación sensible con el mundo: ahí delante de nosotros están los objetos y nosotros los vemos, los oímos, los olisqueamos y los tocamos. En esta relación hay dos extremos: el yo y el objeto. Hegel llamará éste al yo y al objeto lo llamará esto. (Observe el lector de que forma tan abstracta, «este» y «esto», llama Hegel a las ya de por sí expresiones abstractas «yo» y «objeto»). Demostrará que tanto el yo como el objeto no vienen dados de forma inmediata sino de forma mediata. Y así concluirá que la verdad de la certeza sensible está en la universalidad tanto del yo como del objeto y no en su singularidad. Aunque esta lección de Hegel tiene un gran nivel de abstracción y exige grandes esfuerzos mentales para asimilarla, no obstante, es una gran oportunidad para conocer de cerca y en concreto el pensamiento dialéctico del genial filósofo alemán. Hay en este texto dos parejas de categorías contrarias que constituyen el motor dialéctico del mismo: lo dado y lo expresado, y lo inmediato y lo mediato.
El saber como saber de lo inmediato o de lo que es
Habla Hegel: «El contenido concreto de la certeza sensible hace que ésta se manifieste de un modo inmediato como el conocimiento más rico e incluso como un conocimiento de riqueza infinita».
Sólo hay que abrir los ojos y poner en acción todos los sentidos para comprobar que las cosas que podemos percibir son infinitas y su riqueza en colores, formas, sonidos y olores no tiene límites. Si permaneciéramos así, con el espíritu del poeta o con la sensibilidad del pintor, todo iría bien, no perderíamos nada de esta riqueza, pero Hegel nos hará desparecer toda esta sensibilidad por medio del pensamiento abstracto y nos quedaremos casi a oscuras si no sabemos mantener en tensión a nuestra facultad abstractiva.
Habla Hegel: «Este conocimiento se manifiesta, además, como el más verdadero, pues aún no ha dejado a un lado nada del objeto, sino que lo tiene ante sí en toda su plenitud».
Supongamos que estamos al mediodía en una loma y estamos viendo una ciudad costera, con sus edificios, parques, avenidas y puerto. Si por la noche recordamos lo que vimos, habremos dejado multitud de cosas atrás. Y si expresáramos por medio del lenguaje lo que vimos, dejaríamos aún más cosas atrás. Desde que abandonamos la relación inmediata que tenemos con los objetos externos y ponemos en marcha nuestro pensamiento, habremos dejado atrás multitud de aspectos de los objetos externos. Y cuanto más abstracto o parco sea nuestro pensamiento, más cosas dejaremos atrás. De ahí que de la certeza sensible, cuando tenemos a los objetos externos ahí delante de nosotros, se diga que es lo más verdadero, puesto que todavía no ha dejado atrás nada de ellos, sino que los tiene a todos en toda su plenitud.
Habla Hegel: «Sin embargo, esta certeza se muestra ante sí misma como la verdad más pobre y más abstracta. Lo único que enuncia de lo que sabe es esto: que es; y su verdad contiene solamente el ser de la cosa«.
Es decir, el contenido de la certeza sensible es de riqueza infinita, pero lo que enuncia de lo que sabe es que lo que ve, oye y huele es. En la certeza sensible decimos aquel edificio es, ese barco es, ese puerto es, etcétera. Yo, éste, no estoy cierto de esta cosa porque haya puesto en marcha el pensamiento de diversos modos, nada de eso, yo me limito a decir de cada cosa que veo, oigo, huelo o toco que es. Apenas pongo en marcha el pensamiento o sólo lo pongo en marcha en su mínima función: de todo predico que es. La certeza es una pura relación inmediata: la conciencia es yo y nada más que yo, un puro éste; el singular sabe un puro esto o lo singular. Yo, éste, sé esto: el puerto, el edificio, etcétera. Aquí operan dos contrarios: el contenido de la certeza sensible, que es rico y concreto, y la expresión de la misma, que es pobre y abstracta. Por un lado, es el lenguaje y en especial el verbo ser quien aporta aquí parte de la pobreza, y por otro lado, es la función de la certeza quien también contribuya a esta pobreza, pues su tarea sólo consiste en decir que las cosas son. Yo, éste, estoy cierto de que esto es. ¿Se da cuenta el lector dónde está la pobreza? En las propias categorías que dan expresión a la certeza: yo, este y esto.
La mediación
Habla Hegel: «Ni el yo ni el esto son en la certeza sensible de un modo inmediato. Pues yo tengo la certeza por medio de otro, que es precisamente la cosa; y ésta, a su vez, es en la certeza por medio de otro, que es precisamente el yo».
Aquí se trata de ver que en una relación siempre hay dos lados, y que cada uno de ellos es por medio del otro. Pongamos un ejemplo: yo veo o percibo esta mesa. Yo soy el perceptor y la mesa es el objeto percibido. Yo soy perceptor por medio del otro, que es justamente la mesa, y la mesa es objeto percibido por medio del otro, que soy justamente yo. Cada uno es lo que es por medio del otro. Fuera de esta relación yo soy una persona en general y la mesa una mesa en general, pero desde que entramos en una relación perceptiva cada uno es por medio del otro. Igual sucede con la certeza: yo tengo la certeza por medio de otro, que es la cosa de la que estoy cierto, y la cosa es en la certeza por medio de otro, que soy yo. Aquí se presenta otra ley de la dialéctica: la mediación entre los extremos de una relación: cada contrario es por medio del otro.
Pequeña introducción de objetivos
Se trata de captar el carácter inmediato de la certeza sensible. Hegel investigará, primero, si la inmediatez reside en el objeto, después, si reside en el sujeto, y por último, si reside en el proceso en su conjunto. El lector observará que de todo lo veíamos en lo alto de la loma irá quedando poco o más bien nada. El lenguaje abstracto ha devorado toda la realidad sensible: hemos perdido la vista, el oído, el olfato y el tacto. Ya estamos en manos de Hegel y hará con nosotros lo que quiera. A esto sí debe llamársele quedar atrapado en las redes del lenguaje.
El objeto y el saber
Habla Hegel: «El objeto es lo verdadero y la esencia, puesto que es indiferente a ser sabido o no, y permanece aunque no sea sabido. En cambio el saber no es si el objeto no es«.
El ser del objeto no depende del ser del saber, pero el ser del saber si depende del ser del objeto. El saber es siempre el saber de un objeto, mientras que el objeto es aunque no sea objeto del saber. De ahí que consideremos que el objeto sea en principio lo esencial. Si yo sé, siempre sé algo de algo. Supongamos que este algo sea la mesa en la que escribo. Así que sé algo de la mesa. Pero mi saber no es si la mesa no es. Mi saber depende del ser sabido. Por el contrario, la mesa es aunque yo no sepa de ella. De ahí que consideremos que el objeto sea en principio la esencia, pues es independientemente de ser sabido o no. Aquí, bajo el punto de vista de la dialéctica, se plantea dos relaciones entre los extremos: un lado puede ser sin que el otro lado sea, y un lado sólo puede ser si el otro lado es.
¿Qué es el esto?
Dijimos al principio que Hegel llama «esto» al objeto. Habla Hegel: «El esto lo entenderemos bajo su doble figura de aquí y ahora».
Vemos aquí cómo se cumple una de las leyes principales de la dialéctica: uno se divide en dos, el esto se divide en aquí y ahora. Tanto el esto como el aquí y el ahora son las forma abstractas de referirse a la realidad o lo inmediato, es la necesidad lógico gramatical de expresar lo más cercano y más inmediato de la forma más universal. (El lector podrá encontrar en mi blog bajo la etiqueta «Filosofía de Feuerbach» un pequeño trabajo titulado «Critica materialista a la fenomenología de la certeza sensible de Hegel»).
Habla Hegel: «Preguntemos, por ejemplo, qué es el ahora. Y respondemos: el ahora es la noche. Escribamos esta verdad. Una verdad no pierde nada con ser puesta por escrito, como tampoco por ser conservada. Pero si ahora, este mediodía, revisamos esta verdad escrita, no tendremos más remedio que decir que esta verdad ha quedado ya vacía. El ahora que es la noche se conserva, es decir, se le trata como aquello por lo que se hace pasar, como algo que es; pero se muestra más bien como algo que no es. El ahora mismo se mantiene, sin duda, pero como algo que no es noche; y asimismo se mantiene con respecto al día que ahora es como algo que no es tampoco día o como un algo negativo en general. Por lo tanto, este ahora que se mantiene no es algo inmediato, sino algo mediado, pues es determinado como algo que permanece y se mantiene por el hecho de que otro, a saber, el día y la noche, no es. Lo que no impide que siga siendo tan simple como antes, el ahora, y que sea indiferente hacia lo que sigue sucediendo en torno a él; del mismo modo que el día y la noche no son su ser, tampoco el es día ni noche; no le afecta para nada este su ser otro».
Escribamos la siguiente serie de expresiones: el ahora es la mañana, el ahora es el mediodía, el ahora es la tarde, el ahora es la noche y el ahora es la madrugada. Si por la mañana examinamos la verdad «el ahora es la mañana», esta verdad supone al mismo tiempo la siguiente serie de negaciones: el ahora no es el mediodía, el ahora no es la tarde, el ahora no es la noche y el ahora no es la madrugada. Por lo tanto, la afirmación el ahora es la mañana incluye la negación del mediodía, la tarde, la noche y la madrugada. Aquí se cumple una ley importante de los contrarios: un lado de la contradicción es inmediatamente su contrario, afirmar es inmediatamente negar.
Supongamos ahora que examinamos la verdad «el ahora es la mañana» cuando sea el mediodía, la tarde, la noche y la madrugada. Esta verdad puede tratarse como aquello por lo que se hace pasar, como algo que es, pero se muestra como algo que no es. Se hace pasar como si ahora fuera la mañana, pero se muestra que no es la mañana sino la tarde, o la noche o la madrugada. Aquí nos encontramos con la siguiente pareja de contrarios: la verdad tal y como se hace pasar y la verdad tal y como se muestra, como ser y como no ser.
Si examinamos la serie de expresiones en su conjunto, podemos afirmas que el ahora no es la mañana, ni el mediodía, ni la tarde, ni la noche ni la madrugada, al igual que podemos afirmar que siempre es ahora. Gramaticalmente esto es fácil de observar: el sujeto, esto es «el ahora, permanece constante en todas las oraciones, mientras que el predicado varía de una a otra. Podemos decir entonces que el ahora se mantiene, pero como algo que no es mediodía, noche, etcétera, como un algo negativo en general. Por lo tanto, este ahora que se mantiene no es algo inmediato sino mediado, pues es determinado como algo que se mantiene y se conserva por el hecho de que el otro, la mañana, el mediodía, la tarde, la noche y la madrugada, no es. Pero esto no impide que el ahora siga siendo tan simple como antes, que sea indiferente con todo lo que sucede a su alrededor.
¿Qué es un universal?
Habla Hegel: «A este algo simple, que es por medio de la negación, que no es esto ni aquello, un no esto al que le es indiferente el ser esto o aquello, lo llamamos un universal. Lo universal es, pues, lo verdadero de la certeza sensible».
Escribamos de nuevo la siguiente serie de expresiones: el ahora es la mañana, el ahora es el mediodía, el ahora es la tarde, el ahora es la noche, y el ahora es la madrugada. El ahora permanece en todas las expresiones y se muestra como algo simple, pero al que le es esencial la negación o que es por medio de la negación. Puesto que cada una de esas expresiones tomadas por separado, por ejemplo, el ahora es la mañana, supone la negación de las otras: el ahora no es el mediodía, el ahora no es la noche, etcétera. Este algo simple que es por medio de la negación es un universal.
Insisto y debe saber apreciarlo el lector: Hegel nos ha despojado de los sentidos y sólo nos deja representarnos el mundo por medio del lenguaje abstracto.
El lenguaje expresa lo universal
Habla Hegel: «Como un universal enunciamos también lo sensible. Lo que decimos es: esto, es decir, el esto universal, o: ello es, es decir el ser en general. Claro está que no nos representamos el esto universal o el ser en general, pero enunciamos lo universal; o bien no nos expresamos tal como lo suponemos en esta certeza sensible. Nosotros refutamos en el lenguaje nuestra suposición, y como lo universal es lo verdadero de la certeza sensible y el lenguaje sólo expresa esto verdadero, no es en modo alguno posible decir nunca un ser sensible que nosotros suponemos«. Debe observar el lector que desde el principio Hegel plantea una contradicción que a su juicio nos lleva a confusión y no nos deja ver claro las cosas: la contradicción entre lo que suponemos de lo que hablamos y de lo que en realidad hablamos. En realidad hablamos de A y suponemos estar hablando de B. Expliquemos esto mediante un ejemplo.
Estamos delante de nuestra mesa sobre la cual hay folios y bolígrafos. Y decimos: aquí y ahora esta es mi mesa, estos son mis folios y estos son mis bolígrafos. Suponemos que estamos expresando algo singular, este aquí y ahora que nosotros percibimos, pero lo cierto es que no es así. ¿Por qué? Porque cualquier otra persona en cualquier otra parte del mundo puede expresar lo mismo, puede decir esta es mi mesa, estos son mis folios y estos son mis bolígrafos. Por lo tanto, suponemos que estamos expresando un hecho sensible y singular, una experiencia puramente personal, pero lo que expresamos es algo universal. Puesto que esta mesa son todas las mesas, estos folios son todos los folios, y este bolígrafo son todos los bolígrafos. Así que atención: nuestros ojos perciben lo singular, pero nuestro lenguaje expresa lo universal y, por tanto, diluyen lo singular que captan nuestros sentidos. Aquí, bajo el punto de vista de la dialéctica, las contradicción presente es la siguiente: lo singular que aporta la percepción frente a lo universal que expresa el lenguaje.
La otra forma del esto: el aquí.
Habla Hegel: «El aquí es, por ejemplo, el árbol. Pero si doy la vuelta, esta verdad desaparece y se trueca en lo contrario: el aquí no es el árbol sino que es una casa».
Vemos aquí cumplirse una ley fundamental de la dialéctica: la transformación de un contrario en otro. Afirmamos que el aquí es árbol y al momento debemos afirmar que el aquí no es árbol.
Habla Hegel: «El aquí mismo no desaparece, sino que es permanentemente en la desaparición de la casa, del árbol, etcétera, indiferente al hecho de ser casa, árbol, etcétera. El esto se revela de nuevo, pues, como una simplicidad mediada o como una universalidad«.
Escribamos la siguiente serie de expresiones: el aquí es el árbol, el aquí es la casa, y el aquí es el automóvil. Vemos que el aquí se conserva o se mantiene en todas las expresiones. El aquí permanece en la expresión «el aquí es árbol», mientras que en dicha expresión desaparece la casa y el coche. Igual sucede con las dos expresiones restantes, el aquí permanece en la desaparición de su ser otro: coche, árbol y casa. Por lo tanto, el aquí es algo simple pero no inmediato. Esta mediado por el no ser de su ser otro, mediado por el no ser árbol, no ser coche, no ser casa, etcétera. (El ser árbol, el ser automóvil y el ser casa son el ser otro del aquí)
El objeto, al contrario de lo que manteníamos al principio, no es lo esencial
Habla Hegel: «Si comparamos la relación en que primeramente surgían el saber y el objeto con la relación bajo la que se presentan en este resultado, los términos se invierten. El objeto, que debiera ser lo esencial, pasa a ser ahora lo no esencial de la certeza sensible, pues lo universal en que se ha convertido no es ya tal y como el objeto debiera ser esencial para ella, sino que ahora se hace presente en lo contrario, es decir, en el saber, que antes era lo no esencial. Su verdad está en el objeto como mi objeto, porque yo sé de él. Por lo tanto, la certeza sensible, aunque haya sido desalojada del objeto, no por ello ha sido superada, sino que se ha limitado a replegarse en el yo«.
Al principio manteníamos que el objeto de la certeza sensible era un dato absoluto, que era aunque no fuera sabido, pero después vimos que lo que expresábamos en la certeza sensible era lo universal, no lo singular y sensible. De manera que de lo sensible fuimos repelido a lo universal y, con ello, la certeza sensible ha huido del objeto y se ha replegado en el yo. ¿Y cómo hemos logrado esto? No hay secreto: por medio del lenguaje. Hemos pasado de la percepción sensible al lenguaje abstracto, por medio del cual la percepción sensible ha sido vaciada de su contenido sensible o su contenido sensible aparece negado por medio de las siguientes categorías lógicas: yo, esto, este, aquí y ahora.
El sujeto de esta certeza
Habla Hegel: «La fuerza de la verdad sensible reside ahora en el yo, en la inmediatez de mi vista, de mi oído, etcétera; la desaparición del ahora y el aquí singulares que nosotros suponemos se evita porque yo los tengo. El ahora es día porque yo lo veo; el aquí es un árbol por lo mismo».
Antes habíamos visto muchos ahora singulares: la mañana, el mediodía, la tarde, la noche y la madrugada. Vimos que la afirmación de uno de esos ahora singulares suponía la negación del resto. Comprobamos entonces que los ahora singulares desaparecían, mientras que el ahora universal se conservaba, como una simplicidad mediada, como una simplicidad a la que le era esencial su negación en tanto ser otro: no ser mañana, no ser mediodía, etcétera. Pero esa desaparición de los ahora singulares puede evitarse recluyéndonos en el yo, afirmando que el ahora singular, el ahora es la mañana, yo lo tengo.
Habla Hegel: «Pero la certeza sensible en esta relación experimenta en sí misma la misma dialéctica que en la relación anterior. Yo, éste, veo el árbol y afirmo el árbol como el aquí; pero otro yo ve la casa y afirma que el aquí no es un árbol sino una casa. Ambas verdades encierran el mismo título de legitimidad, que es el carácter inmediato del ver y la aseveración de ambas en cuanto a su saber; pero una de ellas desaparece en la otra. Lo que aquí no desaparece es el yo, en cuanto universal, cuyo ver es no un ver del árbol ni de esta casa, sino un simple ver mediado por la negación de esta casa, de este árbol, etcétera, y que en ello se mantiene igualmente simple e indiferente ante lo que en torno a ella sucede, ante la casa o el árbol. El yo solo es universal, como el éste, aquí, y ahora, en general«. Observe el lector en qué se transforma el ver en las manos mentales de Hegel: un ver mediado por la negación de lo que se ve. Borges se hubiera emocionado con este encantamiento de las palabras hegelianas, capaz de reducir a la nada, esto es, a la plena oscuridad, todo lo que se presenta a los ojos.
Yo afirmo que aquí es el árbol, que ese aquí lo tengo yo y nadie puede hacerlo desaparecer. Pero resulta que otro yo afirma que el aquí es la casa. Ambas verdades encierran el mismo título de legitimidad. Es tan legítimo afirmar que el aquí es el árbol como afirmar que el aquí es la casa. Pero cada una de ellas desaparece en la otra: el aquí como árbol desaparece en el aquí como casa, y el aquí como casa desaparece en el aquí como árbol. Lo que no desaparece es el yo. Escribamos la siguiente serie de expresiones: el yo afirma que el aquí es el árbol, el yo afirma que el aquí es la casa, y el yo afirma que el aquí es un automóvil. Vemos que en todas esas expresiones permanece constante el yo, que es un universal, pues es una simplicidad mediada por el no ser. Pero el yo que afirma el aquí como árbol, niega que el aquí sea coche o casa, y el yo que afirma el aquí como casa niega el aquí como árbol y como coche. Así que el yo es un universal de la misma naturaleza que el esto, el aquí y el ahora.
Habla Hegel: «Cierto es que lo que supongo es un yo singular. Pero del mismo modo que no podemos decir lo que suponemos en el aquí y en el ahora, no podemos decir tampoco lo que suponemos en el yo. Al decir este aquí, este ahora, algo singular, digo todos los estos, los aquí, los ahora, los singulares. Del mismo modo, al decir yo, este yo singular, digo en general todos los yo. Cada uno de ellos es lo que digo: yo, este yo singular«.
Hay pensadores que creen que cuando dicen «yo», están expresando su yo singular; al igual que creen que cuando dicen aquí y ahora, están captando su momento y experiencia absolutamente particulares y personales. Pero resulta que toda persona puede decir: yo, aquí y ahora. Cuando digo yo, estoy diciendo todos los yo; cuando digo aquí, estoy diciendo todos los aquí; y cuando digo ahora, estoy diciendo todos los ahora. Suponemos que expresamos el yo singular cuando decimos yo, pero en verdad sólo expresamos lo universal. Como ocurría para los casos del ahora y del aquí, el yo sensible permanece inasequible para el lenguaje. Vemos, por lo tanto, que el yo tampoco es lo esencial, puesto que se ha transformado en un universal, en una simplicidad que no es inmediata, sino mediada por la negación de su ser otro.
La experiencia de esta certeza
Hemos visto que la esencia de la certeza sensible no está en el objeto ni en el yo, que tanto el uno como el otro no son inmediatos, sino que ambos están mediados por la negación del ser otro. Así que sólo nos queda comprobar si la esencia de la certeza sensible se encuentra en su totalidad. Para eso lo que debo hacer es mantenerme en el puro intuir. Yo, éste, afirmo el ahora como día y no me entero si otro yo, en otra parte del planeta, afirma el ahora como noche, esto es, como no día. Veamos entonces cómo está constituido lo inmediato del ahora que se nos muestra.
Habla Hegel: «Ahora, cuando se muestra, ya ha dejado de existir. El ahora que es, es ya otra ahora que el que se muestra. Vemos que el ahora consiste, precisamente, en cuanto es, en no ser ya. El ahora tal como se nos muestra es algo que ha sido. Esta es su verdad. No tiene la verdad del ser. Su verdad consiste en haber sido. Pero lo que ha sido no es una esencia. Lo que ha sido no es. Y de lo que se trataba era del ser».
Cuando digo ahora, ese ahora ya ha pasado, ya ha dejado de ser. De ahí que Hegel diga que el ahora consiste, en cuanto es, en haber sido. Pero lo que ha sido no es. Y se trataba del ser. Vemos aquí también que hay una diferencia entre lo que suponemos, el ahora como ser, y lo que muestra: el ahora como no ser. Por lo tanto, la certeza sensible concebida en su totalidad también se muestra como una simplicidad mediada por la negación, esto es, como una universalidad. Aquí, bajo el punto de vista de la dialéctica, se hace presente la contradicción entre lo que se supone y lo que se muestra.
Una pequeña alusión a Wittgenstein
Entre las frases más famosas de Wittgenstein se encuentra aquella que dice «de lo que no se puede hablar es mejor callarse». Esa frase es presentada como un enigma o como una frase donde todavía muchos quieren averiguar un sentido oculto. Hegel es un pensador complejo, pero claro y profundo. Hemos aprendido con él que lo singular es inasequible al lenguaje, que suponemos que estamos hablando de un yo, un aquí y un ahora singulares, pero lo que en verdad se muestra es lo universal. Luego de lo que no se puede hablar es de lo singular, pero no se puede hablar de lo singular cuando lo singular no está presente, ni como yo, ni como este ni como esto. Si están presentes el que habla, el que escucha y aquello de lo que se habla, si podemos hablar de lo singular o lo singular resulta asequible, no directamente por medio del lenguaje, sino por medio de la percepción. Y gracias a la percepción las categorías abstractas «yo», «este» y «esto» adquieren referencia objetiva.
A modo de conclusión.
En la percepción sensible, en la certeza sensible, el objeto viene dado en forma singular, sensible, particular. Lo que sucede es que cuando expresamos por medio del lenguaje la certeza sensible el objeto viene dado en forma universal, abstracta, general. Por lo tanto, la verdad del objeto se encuentra en sus dos formas: en lo singular y en lo universal. Hegel diluye lo singular en lo universal, hace desaparecer lo particular en lo general, pero lo singular y lo sensible permanecen aunque el lenguaje lo haya transformado en algo universal. El propio Hegel reconoce este lado, aunque lo trate de diluir: «Tampoco los animales se hallan excluidos de esta sabiduría, sino que, por el contrario, se muestran muy profundamente iniciados en ella, pues no se detienen ante las cosas sensibles como si fueran cosas en sí, sino que, desesperando de esta realidad y en la plena certeza de su nulidad, se apoderan de ellas sin más y las devoran; y toda la naturaleza celebra, como ellos, estos misterios revelados, que enseñan cuál es la verdad de las cosas sensibles«. Si los animales se apoderan de las cosas sensibles y las devoran, con ellos se demuestra el carácter inmediato de la relación entre los animales y las cosas sensibles, el carácter inmediato de la relación de los órganos de los sentidos con el mundo exterior. Pero esta relación, la de comer para poder vivir, también es básica para el ser humano. El ser humano para estar vivo tiene que satisfacer un número básico de necesidades, y entre ellas la de alimentarse. Por lo tanto, los medios de subsistencia son una gran verdad que no sólo la naturaleza sino también los seres humanos deben celebrar. Puesto que si no existieran medios de subsistencia, los seres humanos dejarían de estar vivos y, con ello, dejarían de hablar y de filosofar.
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