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En respuesta a Sergio de Castro Sánchez

Consideraciones sobre Darwin, el darwinismo, la izquierda y asuntos afines (IV)

Fuentes: Rebelión

Para Adolfo Sánchez Vázquez. In memoriam et honorem Una de las dos citas con la que SCG abre su respuesta: «En cualquier época, las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes; […] Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideológica de las condiciones materiales dominantes, que han tomado la forma […]

Para Adolfo Sánchez Vázquez. In memoriam et honorem

Una de las dos citas con la que SCG abre su respuesta: «En cualquier época, las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes; […] Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideológica de las condiciones materiales dominantes, que han tomado la forma de ideas; no son otra cosa que la expresión de las condiciones que justamente transforman a esta clase en dominante, por lo tanto, las ideas de su dominación. […] No queda entonces ninguna duda: las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes y no tienen ningún poder independiente del de esta clase». Karl Marx, La ideología alemana, un texto de juventud al que los propios autores no ubicaron en un lugar muy destacado de su obra. Los roedores y su acerada crítica darían cuenta de él con el transcurso del tiempo. Eso sí, había sido muy útil para aclarar sus propias ideas.

Sea como fuere, suponiendo que el paso seleccionado -como cualquier otro texto o fragmento de autores cuyo pensamiento nunca se caracterizó por su asentamiento definitivo- no exija matices, ampliaciones, correcciones, revisiones o enmiendas a la totalidad, cabe señalar en torno a él:

1. Que las ideas dominantes sean ideas (nociones, categorías, teorías, visiones, costumbres, hipótesis, «cuentos» generadores de consenso) de la clase dominante no significa que no existan otras ideas no-dominantes que ejerzan un papel destacado socialmente aunque no sea éste dominante ni hegemónico (efectos, si se quiere, de la luchas clases en el ámbito de la teoría; también aquí hay conflicto, no rige la supuesta paz de los cementerios).

2. Que esas ideas dominantes sean las de la clase dominante tampoco implica que todas las ideas de las clases dominantes tengan mando en plaza ni incluso que algunas de esas ideas puedan ser importadas o aceptadas, son matices, cambios o nuevas interpretaciones si fuera preciso, por clases subalternas que puedan llegar a tener un papel hegemónico en otras situaciones.

3. ¿Los conceptos, hipótesis, conjeturas, procedimientos y teorías del conocimiento científico, formal, social, natural, socionatural, formarían parte, sin más cuidados, de las ideas que dominan entre las clases dominantes? Parece obvio que no siempre. Sectores de las clases dominantes no recibieron de buen agrado la teoría de Darwin en su momento o, por poner otro ejemplo conocido, la física de Galileo o incluso la teoría de la relatividad einsteiniana no siempre fueron leídas con gritos de júbilo.

4. La forma en que esas ideas dominantes son expresión ideológica «de las condiciones materiales dominantes» que han tomado «forma de ideas» no parece un tema sin necesidad de desarrollo. ¿En todos los casos?, ¿sin excepción? Si fuera el caso, asunto nada trivial, es obvio que hay aquí mucha cera que cortar y mucho trabajo de investigación que realizar. Dicho así, la comida no tiene apenas bebida. Es costosa de tragar.

5. Incluso más, si esas ideas fueron la expresión «de las condiciones que justamente transforman esa clase en dominante», las ideas de su dominación, tal situación, la génesis social de su posibilidad, no implicaría inexorablemente que fueran ideas o nociones sin interés, o con interés tan sesgado que las hicieras asignificativas gnoseológicamente, o que generaran siempre proposiciones falsas y argumentos inválidos. «La verdad es la verdad, la diga Agamenón o la diga el porquero», escribía don Antonio Machado en la obertura de su Juan de Mairena. El porquero, razonablemente, a eso le hemos llamado siempre «instinto o sabiduría inmediata de clase» y es asunto crucial, sospechó de la neutralidad epistémica de la aseveración pero, obviamente, el no-convencimiento no es equivalente a rechazo ni a abono de la tesis contraria.

6. La inexistencia de dudas, de las que habla el paso seleccionado, parece un desliz retórico de los clásicos o un pecadillo de juventud: el viejo Marx recordó en alguna ocasión una de sus lemas preferidos, uno que tiene su fuente en el «empirista» Bacon: es bueno, es conveniente si se prefiere, dudar de todo (que no de todos).

7. Leído literalmente, del paso final del fragmento -«las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes y no tienen ningún poder independiente de esa clase»-, se colegiría que el conocimiento positivo o formal, cuanto menos algunos de sus desarrollos o apartados, no formarían parte de las ideas dominantes, ejercieran o no un papel socialmente dominante. La geometría de Euclides, la «filosofía natural» de Newton, para poner dos ejemplos entre mil, sí tuvieron y siguen teniendo un valor independiente de las coordenadas clasistas y del sistema social esclavista en el que, por ejemplo, se generó la primera, una de las mayores aportaciones teóricas de la historia de la humanidad. En honor del espíritu humano, le gustaba decir al gran matemático francés Jean Alexandre Eugène Dieudonné.

SCS recuerda que la concepción de la ciencia «como superestructrua ideológica, es decir, como ámbito condicionado de manera profunda por la estructura económica de cada momento histórico, será desarrollada de manera prolija por la Escuela de Frankfurt». Entre autores de esta escuela, SCS cita a Horkheimer y Adorno (Dialéctica de la Ilustración, 1947), Marcuse (El hombre unidimensional [EHU], 1964) o Habermas (Conocimiento e interés, Ciencia y técnica como ideología, 1968). Finaliza el apartado con una cita de Marcuse de EHU, recogida por Jürgen Habermas en el segundo de los libros citados: «[…] el método científico, que conducía a una dominación cada vez más eficiente de la naturaleza, proporcionó después también tanto los conceptos puros como los instrumentos para una dominación cada vez más efectiva del hombre sobre el hombre a través de la dominación de la naturaleza… Hoy la dominación se perpetúa y amplía no sólo por medio de la tecnología, sino como tecnología; y ésta proporciona la gran legitimación a un poder político expansivo que engulle todos los ámbitos de la cultura».

No hay que menospreciar desde luego el papel cultural que ejerce la tecnología en las sociedades capitalistas. Parte del consenso conseguido la tiene como responsable. Así, el papel de los objetos de tener y consumir como adormideras sociales para quienes pueden tenerlos, abonando pulsiones infantiles compulsivas, social e interesadamente cultivadas, de posesión de objetos; o la vieja canción, repetidas mil veces y falsada novecientas noventa y cinco, de que la tecnología, como Deus ex machina, todo -«todo» es todo- lo puede resolver. La hecatombe nuclear de Fukushima, una vez más, nos enseña la falsedad del slogan y el carácter fáustico de la cosmovisión que le subyace (de lo que se infiere ni debe inferirse ninguna tecnofobia: la bicicleta también es un producto técnico como lo son las sillas de ruedas de nuestros mayores o nuestros ordenadores).

Ahora bien, sostener que el método científico esté ligado forzosamente a la generación de conceptos «puros», convertidos en instrumentos de una dominación crecientemente efectiva «del hombre sobre el hombre a través de la dominación de la naturaleza», hace un gran favor a las relaciones sociales de producción capitalistas y a sus principales beneficiados que, mirado el asunto así, se sitúan en la lejanía del escenario principal de la obra. ¿El concepto puro de «cardinalidad transfinita» acelera la dominación del hombre sobre el hombre? ¿El «concepto puro» de quark o de fotón anda por el mismo sendero? ¿La noción de «huella ecológica» toca la misma melodía dominadora? ¿El método científico proporciona, sin más, como si fuera un algoritmo práctico, conceptos puros e instrumentos para la dominación? ¿Qué instrumentos son esos que han sido generados por el método científico? Por lo demás, ¿toda tecnología proporciona «la gran legitimación a un poder político expansivo que engulle todos los ámbitos de la cultura»? La tecnología asociada al movimiento del software libre, por ejemplo, ¿encaja también en esa gran legitimación?

No es el punto pero, en mi opinión, los grandes autores de la escuela de Frankfurt, los que fueron más leídos hace años, sin pretender quitar un ápice de valor a sus desarrollos en numerosos ámbitos, no siempre anduvieron muy finos en asuntos de filosofía de la ciencia. No fue lo suyo. A veces la brocha gorda, sospechas de interés extendidas sin matices y un desconocimiento del campo de análisis fueron características de la escuela o de muchos de sus miembros.

SCS señala también con razón «El número de citas de autores de corte marxista que entienden a la ciencia como instrumento de dominación a merced de las clases dominantes sería interminable». Si se me permite el sarcasmo: así nos ha ido. La tradición, ciertamente, ha generando -aunque no siempre desde luego- una epistemología y una sociología de la ciencia que exige y exigía a gritos matices documentados o enmiendas a la totalidad. Y lo que es peor. Con tragedias en la cuneta. Baste pensar en Lysenko y en Nikolai Vavilov, quien por cierto llegar a ser miembro del Soviet Supremo de la URSS y ganador del Premio Lenin, o en la prohibición o persecución de la lógica formal durante el estalinismo por partir de postulados o principios opuestos a las grandes leyes de la dialéctica.

Creo que por detrás de algunas consideraciones y críticas de SCS está el viejo y esencial problema de las relaciones entre ciencia y clases sociales. ¿El psicoanálisis es una ciencia o una teoría con ropajes científicos de la burguesía «decadente» vienesa de finales del XIX y principios del XX? ¿La geometría euclidiana tiene el lastre de haber surgido en una sociedad esclavista? ¿La teoría de Darwin ha sufrido el sesgo, y por tanto la condena poliética y epistémica, de haber sido formulada por un individuo de alta clase inglesa y de ser apoyada con entusiasmo por miembros reaccionarios de esa clase y magnates y capitalistas sin escrúpulos de toda ralea y condición y durante largo tiempo? ¿La teoría de la relatividad general es un conocimiento no proletario, antisocialista? ¿Lysenko defendió, con alguna inexactitud marginal, una biología proletaria-comunista consistente con las ideas que dominaban entre las nuevas clases dominantes? ¿Vavilov fue encarcelado justamente por ser un defensor de la genética, una «pseudociencia burguesa»?

No seré capaz de decir, con mis propias y únicas fuerzas, nada nuevo de interés sobre este asunto. Tomaré pie en Sacristán, en materiales inéditos, en la que, finalmente y para no agotar la paciencia del lector, será la última de mis contribuciones.

Notas:

[1] Una aproximación de Sacristán, una nota a pie de página de su traducción de Socialismo y filosofía de Labriola: «Die deutsche Ideologie (La ideología alemana) extenso manuscrito principalmente dedicado a la crítica de la interpretación ideológica de la historia y, en particular, a la crítica de la filosofía alemana. Marx y Engels no terminaron la obra. Interrumpieron el trabajo el mismo año en que lo empezaron (1845) y abandonaron el manuscrito, según palabras de Marx, «a la roedora crítica de los ratones, muy gustosamente porque habíamos alcanzado nuestro objetivo principal, entendernos a nosotros mismos». El texto no se publicó íntegramente hasta 1932 en la Marx-Engels Gesamtausgabe que dirigió Riazanov».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.