El movimiento 15M y la izquierda sindical y política no socialdemócrata son dos mundos que deben encontrarse en un mínimo de lugares comunes si se pretende transformar el sistema democrático de España. Unos y otros utilizan discursos de diferente naturaleza, básicamente ético los primeros y político a la vieja usanza los segundos. Son dos espacios […]
El movimiento 15M y la izquierda sindical y política no socialdemócrata son dos mundos que deben encontrarse en un mínimo de lugares comunes si se pretende transformar el sistema democrático de España.
Unos y otros utilizan discursos de diferente naturaleza, básicamente ético los primeros y político a la vieja usanza los segundos. Son dos espacios que se tienen simpatía pero no alcanzan la empatía necesaria para reconocerse actores válidos en la escena social y política.
Ambos alimentan recelos mutuos, desconfianzas evidentes. Se advierte en las manifestaciones públicas, ambos quieren el protagonismo por encima del otro. El empuje en las calles del movimiento 15M les da alas para sentirse los primeros de la clase, condición que se resiste a avalar y compartir el movimiento obrero clásico: nosotros trajimos la democracia, nosotros abatimos el franquismo.
Ambos tienen razones de sobra para defender sus postulados, si bien son razones no exclusivas sino parciales. En parte, los defectos de fondo de la transición y de la desmemoria histórica consensuada son la causa de la actual situación: el 15M ha sido capaz de congregar bajo su discurso los silencios controlados por los dirigentes sindicales instalados en el añejo sistema del bipartidismo. En el lado del 15M, cabría decir que su aparición súbita en el escenario público no les otorga de facto el derecho a inaugurar una nueva era nacida de la mera espontaneidad: antes que ellos hubo otros hasta llegar a aquí que se dejaron la piel, cuando no la vida, por un mundo radicalmente mejor.
Las aversiones mutuas hay que limarlas con diálogo franco, con capacidad de empatizar con las posiciones del otro. Cierto es que el 15M ha puesto en el tapete una necesidad radical de transformar la sociedad actual, aunque sin saber muy bien cómo construir la nueva. El movimiento obrero, por su parte, sin referencias políticas transformadoras desde hace tiempo, solo con el apoyo más o menos crítico al posibilismo del PSOE, ya lleva años alejado de una visión de conjunto que postule cambios de fondo y de forma profundos.
Ninguno representa al otro. El discurso jovial, pacífico, bienpensante y teórico del 15M es insuficiente. Solo con árnica ética será imposible acabar con el capitalismo y sus corrupciones inherentes al sistema. El discurso técnico, sociológico y plagado de eufemismos políticos de salón del movimiento obrero tampoco será capaz, como se ha venido demostrando en las últimas décadas, de proponer una sociedad nueva plenamente democrática, justa y fraternal.
La realidad no ofrece dudas: el inmenso páramo de la precariedad laboral con jóvenes bien formados y mayores desencantados no está representada por los sindicatos actuales, que extraen su fuerza de los sectores industriales clásicos industriales y de los trabajadores funcionarios, es decir, de las personas, que más o menos, tienen un trabajo estable. Los jóvenes y la temporalidad laboral nutren al 15M de energía creativa, la creatividad que les falta a los sindicatos para cambiar sus estructuras monolíticas y desgastadas y sus discursos conservadores con arengas radicales que se difuminan una vez que sus líderes se bajan del estrado.
A pie de calle, de tajo, de universidad, de instituto y de barrio, la realidad impone que ambos mundos, el 15M y el movimiento obrero, tiendan puentes de entendimiento fundamentales para oponer una fuerza plural pero comprometida con la transformación progresista y radical de la sociedad.
Ética y política han de darse la mano en la acción conjunta. Hay que sentarse a dialogar desnudos de prejuicios para ensamblar una opción sin protagonismos estelares. La democracia ha de ser un lugar vacío al que todos podríamos acceder sin hacer nuestro ningún cargo ni prebenda pública.
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