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¿Unos sí y otros no?

Fuentes: Bohemia

No me atrevo a suscribir la previsión del inminente fin del capitalismo porque, insisto, anda uno escaldado de que la cíclica destrucción de las fuerzas productivas -ah, las guerras, las crisis – le sirva de premisa para un nuevo aire, a costa de una humanidad estrujada hasta los huesos, en tanto los patronos indemnes se […]

No me atrevo a suscribir la previsión del inminente fin del capitalismo porque, insisto, anda uno escaldado de que la cíclica destrucción de las fuerzas productivas -ah, las guerras, las crisis – le sirva de premisa para un nuevo aire, a costa de una humanidad estrujada hasta los huesos, en tanto los patronos indemnes se refocilan con la dizque eterna valorización del capital.

Pero comulgo con la visión de quienes justiprecian la debacle explayada desde Europa hasta Japón y los Estados Unidos. Debacle vívida a pesar de las voces empeñadas en convencernos de la recuperación, argumentando que en EE.UU. se amplían las ventas de bienes durables, o perorando sobre el más lento ritmo de descenso del PIB.

¿Dónde quedan el despegue del desempleo, a más del 9 por ciento, y la quiebra en cadena de casi 50 bancos? ¿Acaso pueden soslayarse el ciclópeo déficit comercial, un déficit presupuestal que se pronostica alcance 1,38 billones de dólares (el tercero más alto en 65 años) durante el 2011, y el que las exportaciones hayan dejado de constituir una suerte de seguro anticrisis? Claro que no anda descaminado el ensayista y teólogo de la Liberación Frei Betto al señalar que «el mundo se puso patas arriba. Europa y los EE.UU. juntos no van a crecer en el 2012 más del 1,9 por ciento (…) Y a renglón seguido: «Mientras (…) los países emergentes avanzarán del 6,1 por ciento al 6,4 por ciento (…) China, para envidia del mundo, deberá pasar a un 9,5 por ciento.»

Detengámonos aquí. USA ve hoy amenazada su competitividad económica por el papel de esa última nación en el planeta, incluida su arrolladora presencia en América Latina, donde desplazó a la potencia como principal socio comercial de Brasil, por ejemplo, y en el 2010 se convertía en el mayor inversionista en ese país.

¿Por qué unos -EE.UU., Japón, la Unión Europea – decididamente no, en tanto otros -Brasil, Rusia, China, Sudáfrica: los BRICS- evidentemente sí? Sucede que frente a la crisis de una formación que aprendió a acumular dinero pero no a producir justicia, apunta Betto, el FMI, que «sufre una crónica falta de imaginación, saca del sombrero la receta de siempre: ajuste fiscal. Lo que significa recortar los gastos del Gobierno, aumentar impuestos, reducir el crédito, etc. Nada de subsidios, de aumentos de salarios, de inversiones que no sean estrictamente necesarias». Nada de instrumentos como el keynesianismo, conjurador de la hecatombe allá por los años 30 del siglo pasado. Cuando de los intereses inmediatos del capital financiero se trata, la lógica deviene prescindible.

En contraposición, asistimos al florecimiento de los mercados emergentes, en gran medida gracias a la demanda de China y la India y a una dinámica Sur-Sur generadora de relativa independencia. Conforme al uruguayo Raúl Zibechi, con 700 mil millones de dólares de reservas monetarias, 400 millones de habitantes, grandes reservas de hidrocarburos, autonomía energética, importantes yacimientos mineros, la más rica biodiversidad del orbe, Sudamérica no tiene motivo para no despegarse de la crisis y no elaborar su propia agenda.

Y la región parece decidida. Evoquemos medidas como la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), el Consejo de Defensa Sudamericano y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños; ello, sin contar que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) ensaya con éxito formas de integración e intercambio fuera del hegemónico «libre» comercio.

Ahora, existe un obstáculo. En el criterio de Zibechi y otros entendidos, la expansión de los monocultivos, de la minería a cielo abierto y de la ganadería convirtió al subcontinente en gran exportador de commodities, lo que supone la profundización del extractivismo, con desindustrialización y exclusión de una porción importante de la población. «La incapacidad para superar el modelo neoliberal que viene mostrando el progresismo, en sus diversas variantes, no solo representa un problema en sí mismo sino que facilita el crecimiento de las derechas, (…) y tiende a generar inestabilidad».

Por tanto, cuando los gobiernos se quejan de la actitud de los reaccionarios deberían pensar en quién los alimenta. O sea, reparar en el esquema que, mediante la concentración de la renta, agudiza todos los problemas sociales, a despecho de las políticas públicas, y militariza los territorios donde se asienta, criminalizando la protesta, en el peor de los casos; y en el «mejor», propiciando el desánimo, la indiferencia, la desmovilización.

De todo lo cual podría inferirse que continúa en pie la posibilidad del fin del capitalismo, aunque algunos países hayan logrado sortear la crisis, y los patronos ilesos se deleiten en dizque la eterna valorización del capital. ¿Cuándo caería? De muchos depende la respuesta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.