En respuesta a Jaime Estoy de acuerdo en lo que dices respecto al movimiento 15M, su fin ha de ser la política. Lo que ha arruinado la izquierda es, precisamente, renunciar a ella y convertirse en instrumento de ingeniería institucional delegada, tal como tú señalas: tener resultados electorales, ocupar instituciones, actuar desde ellas según los […]
En respuesta a Jaime
Estoy de acuerdo en lo que dices respecto al movimiento 15M, su fin ha de ser la política. Lo que ha arruinado la izquierda es, precisamente, renunciar a ella y convertirse en instrumento de ingeniería institucional delegada, tal como tú señalas: tener resultados electorales, ocupar instituciones, actuar desde ellas según los márgenes que estas permitían.
La alternativa, la política es promover la organización de la ciudadanía para que sea su fuerza la que imponga una correlación nueva y un hacer nuevo. Contaba Xavier Doménech que en un debate al que él había asistido, un ponente había afirmado que no cabían ya programas socialdemócratas si antes no se tomaba el control político previo sobre los mercados. A continuación de esa intervención, el representante de ICV había intervenido señalando que se trataba de aprovechar los resquicios que la situación posibilitaba… Nada se habló, por lo que parece, de la lucha organizada del movimiento en ninguna de esas intervenciones, de la lucha de masas, que es la irrupción nuevamente de la política en nuestra sociedad, en nuestro continente.
Es muy cierto que debemos seguir con prudencia, además de con esperanza, el incipiente movimiento. Pero me atrevo a aventurar que los posibles riesgos no serán semejantes a los del 68, profetizando para ello hacia el pasado. El 68 irrumpía contra la autoridad, contra elementos de una cultura de vida anterior, esa fue su parte positiva, pero también contra una cultura de vida autónoma anterior frente a la que no se sentía la necesidad de crear otra nueva, otro ethos. Frente al ethos austero, sobrio, solidario, de redes solidarias microfundamentadas, que era el niño que se arrojaba con el agua sucia, no se creaba nada. El modo de vida nuevo apolíticamente aceptado era el de la moto, el cochecito el viaje al Nepal -toneladas de petróleo-, el consumo. No era pensable, no cabía en la cabeza tener que preocuparse por la sanidad, la escuela, la gratuidad universitaria, las pensiones, o el simple puesto de trabajo, con vacaciones pagadas y 8 horas máximas. El nuevo ethos que entraba, o sea la nueva cultura, era la disgregadora de la cultura del ethos de la izquierda. Una forma de vida, articular una forma de vida, un ordine nuovo, es el fin de la política. Toda política surge de una forma de vida y va a articular una forma de vida. Pues nos liquidaban al liquidar esa cultura material de vida anterior, que no solo se trataba de reformar -sexualidad, antijerarquismo- sino que se abandonaba.
Lo capta Pasolini, lo capta Lukács, pero lo captan varios cuentos de Las gafas de oro –Gli ochialli d’oro– del gran Giorgio Bassani, uno que se desarrolla durante un entierro de un viejo militante y su cortejo, narrado desde el punto de vista de un narrador que lo ve y que está con su niña montado en una lambretta que pedorrea al paso del cortejo, que nada tiene que ver con su mundo. El otro es el del niño que acompaña a la militante antifascista encarcelada en reclusión domiciliaria durante su paseo permitido hasta la caída del sol y la pone en peligro y le impide regresar a casa, animándola a seguir hacia la muralla de la ciudad porque ha visto a una pajera que se refugiaba allí para sus relaciones sexuales y él siente el deseo de verlas y satisfacerse así. Ella cree que lo que ha pretendido el niño es que viera una hermosa puesta de sol: «no entendió nada, nunca entendió nada». Y en su madurez él está ya en EEUU en la universidad ganando más, consumiendo más… Este es el más escalofriante.
No supimos verlo, pero ahora toca de nuevo replantearse el ethos. Porque se va a vivir peor, o sea el consumo se va a venir abajo, se cierra un ciclo… También intervino en lo del 68, desde luego, nuestra quiebra. Según me contaban dos viejos militantes muy queridos -Román Serradell, y Margarita Abril- cuando estalla mayo, él toma vía de salida hasta Francia -a saber cómo- y al llegar a Francia toma un taxi hacia París. Todos los pueblos por los que pasaba tenían banderas rojas: pueblos grandes y pequeños, desde el sur… sigue Margarita, pero cuando se iba a convocar la huelga general, Waldeck Rochet -entonces secretario general del PCF- recibió orden de Moscú de desactivar todo. Bueno, nada que recriminar sin mirar para casa antes. Nosotros desmontamos nuestro movimiento poco tiempo después.
Quiero decir que no estamos ante una coyuntura semejante a la del 68, sin que esto sea elemento de seguridad para nada. La historia somos nosotros y lo que hacemos. Me atrevo a pensar que el ethos volverá a ser objeto de reflexión; no lo fue en la práctica en el ciclo de los 60, solo el texto de Berlinguer, del solitario Berlinguer, de fines de los años 70, aislado entre funcionarios; pero ahora no vamos hacia las vacas gordas y creo que hay más condiciones para que lo abramos: la redistribución, el reparto, una cultura sobria de vida. Reflexión política en grande, en letras mayúsculas. También quiero recordar aquí, que el sujeto y el objeto son idénticos: que es la misma praxis la que crea el mundo Objeto, y crea a la par al Sujeto. ¿Parida? Puede, pero yo le veo -perdonad- una relación. Si el ethos es/era ese, no era otro. Pues no era otro y era ese dentro de la gente, era un código ético comprendido y aceptado por las subjetividades. El capitalismo no es un autosistema autorreproductivo autorregenerado retroalimentado, estructuralmente reproducido-reproducible, estructura función, pathos que se devora a sí mismo, sin sujetos, deseos, intenciones, experiencias, culturas en sentido antropológico…sino el ethos, la cultura material y el plexo intencional de sentido que hemos creado. Ha existido porque queríamos ir a Benidorn, coche, gadgets de consumo: era eso, esa era su base microfundamentada. Y deja de poder existir si nos replanteamos el ethos, el modo de vida, el sentido del vivir cotidiano…
En los años 50/60 no fuimos capaces de hacerlo, nuestra subcultura, demasiado neopositivista, evolucionista, objetivista, modernizadora, industrialista, desarrollista, hegemonizada en una palabra por el mundo capitalista, no fue capaz de articular debate y lucha, salvo honrosas excepciones. Ni en los actuales y hasta ahora hemos abierto este debate, este gran debate político; pero puede abrirse, cabe que se abra este asunto a la reflexión política. La experiencia de vida, la dureza de la vida que se abre, el sentir nuevo de la gente que se expresa. El nuevo plexo de sentido, la nueva hermenéutica del sentido común ante su sufrimiento pueden abrirlo; ese sería, en fin, ya sabéis, se dice revolución.
Bueno, esta nota ha acabado al hilo de las charlas del seminario. Perdona, Jaime y los que no estáis en el seminario [de Espai Marx], porque seguramente resulta incomprensible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.