Casi cinco millones de parados por aquella inicial «desaceleración» de la economía que a los más pesimistas del patio hasta les deba por denunciar como «pasajera recesión» y que sólo aceptaron llamar crisis cuando «ya lo peor ha pasado». Y ha pasado tantas veces desde entonces que, lo peor, ni siquiera se vislumbra en una […]
Casi cinco millones de parados por aquella inicial «desaceleración» de la economía que a los más pesimistas del patio hasta les deba por denunciar como «pasajera recesión» y que sólo aceptaron llamar crisis cuando «ya lo peor ha pasado».
Y ha pasado tantas veces desde entonces que, lo peor, ni siquiera se vislumbra en una sociedad aborregada, cautiva de una farsa electoral en la que a veces vota y en la que nunca elige, que todo lo ignora porque todo lo olvida, y que insiste en mirar para otro lado cuando, todos los días, le llegan ramalazos del dispendio que en su nombre perpetran los gobiernos que nombra.
El lunes se despierta con el caso del millonario aeropuerto de Ciudad Real, una ciudad de apenas 75 mil habitantes que cuenta con una de las pistas más grandes de Europa y con el aeropuerto más caro del mundo. Alrededor de 700 millones de euros para dos vuelos a la semana de la compañía Ryanair y que, si despegan, es gracias a una subvención pública.
Muy cerca, en Levante, pierde aceite el Valencia Street Circuit, un costoso circuito de carreras para los Fórmula-1 y que, al margen de los millones extraviados, como si fuera una falla, sigue demandando más y más madera que quemar desde que Camps y Barberá abrieran el negocio
El martes se levanta en las vías del más grande despilfarro que la impunidad consienta. Un tren de alta velocidad cuyo ruinoso precio se multiplica de estación en estación, que no va para ninguna parte y que, al igual que los demás faraónicos proyectos, no sólo se han hecho sin contar con la ciudadanía sino a pesar de ella, del sentido común y del medio ambiente. Millones de euros, entre los que se gastan y se embolsan, que hasta nuestros nietos deberán seguir pagando.
El miércoles, noche de pesadilla, los mismos actores retoman las noticias. Camps y Carlos Fabra inauguran el aeropuerto de Vilanova de Alcolea, en Castellón, y entran en competencia con el de Ciudad Real por ver cuál es más oneroso y grotesco. Pronto cumplirá un año desde que fuera inaugurado y, ya que no aviones que entren en servicio, se dispone a contratar «un servicio de halcones y hurones para eliminar la fauna», otra fauna distinta a la que dirige un aeropuerto sin vuelos en el que el director percibe más de cien mil euros al año. Casi son 200 los millones entre los distraídos y los malversados.
El jueves, muy temprano, esta sociedad se encuentra con otro elefante blanco. A diferencia de algunos paquidermos, el Estadio Olímpico de Sevilla, sí ha sido inaugurado. Desde hace 12 años, cuando Sevilla iba a ganar la candidatura de los Juegos Olímpicos, el coloso deportivo ha sido testigo de la beatificación de una monja, de un concierto de Madonna y de una asamblea de los testigos de Jehová, entre otros variopintos espectáculos. Al largo centenar de millones de euros que supuso la obra hay que agregar las pérdidas anuales por su mantenimiento.
¿Y qué decir del circuito de Los Arcos, en la Navarra foral y española? Más de 60 millones que deberemos seguir pagando hasta el 2024, para sostener un improcedente y ruinoso circuito de carreras de coches que por cada euro que ingresa consume cuatro según sus propias cuentas.
El viernes la sociedad se da por enterada de la existencia en la Caja de Ahorros de Navarra de una «Comisión Ejecutiva de la Junta de Entidades Fundadoras», pomposa denominación con que fuera designado un organismo tan de suma importancia en el organigrama de la Caja que, un día más tarde de que fuera descubierto, fue dejado sin causa y sin efecto. Cuatro eméritos cargos del Reino de Navarra, los más ilustres, por cierto, apandillados en fundadora comisión y ejecutando sus habituales comisiones: 60 mil al año, más lo que se ignora y tiro porque me toca.
La presidenta del reino, la Barcina, la más ilustre de las comisionadas, sale al paso de infundados rumores y pone las cosas en su sitio: «Hay que olvidar el pasado y mirar el futuro».
Y a las cuentas y cuentos de la caja navarra, siguen las de la mediterránea, las cantábricas, las atlánticas, las de los cuatro puntos cardinales de una ruina de estado que persiste en la tortura, prohíbe derechos y encarcela ideas.
El sábado se descubre la laboriosa entrega de un funcionario extraordinario al que el periódico Insurgente. Org postulaba como plusmarquista nacional del trabajo. Por fin un funcionario entregado a la causa de la pública gestión que, en lugar de entretener el tedio fingiendo que resuelve crucigramas, trabaja lo indecible por mejorar las condiciones de su pueblo.
Se llama Agustín González y es alcalde de El Barco de Ávila y presidente de la diputación de la misma ciudad. Pero también es presidente de la Caja de Ávila, en la que preside el consejo de administración y la comisión ejecutiva, así como preside la comisión de retribuciones que decide los salarios y la comisión de obra social que determina los proyectos. Es, igualmente, presidente de ASIDER, la asociación que gestiona la zona de los fondos europeos. Y por si no bastara tanto empeño, también es presidente de la mancomunidad de servicios de Barco y Piedrahita y presidente de la fundación cultural Santa Teresa y, aún tiene tiempo de servir de consejero al Banco Financiero de Ahorros. Desgraciadamente, meses atrás, tuvo que desentenderse de la presidencia de la Federación de Cajas de Ahorro de Castilla y León, de la presidencia de Madrigal Participaciones y del Consejo de Administración del grupo de supermercados El Árbol que también presidía, porque no le alcanzaba el tiempo.
«No hay pan para tanto chorizo» recuerda la memoria. Tampoco días para tantos casos remitidos al limbo de la impunidad: Caso Gürtel, Caso Filesa, Caso Palau, Caso Matas, Caso Pretoria, Caso Malaya, Caso Naseiro, Caso Sofico, Caso Marbella…casos que van y vienen, pasan por los juzgados, entran y salen algunos pringados, y ejercen de padres de la patria los demás impunes, exhibiendo sus acrisoladas reputaciones e irreprochables conductas.
Pero llega el domingo, que todo lo compensa para esa sociedad que «quiere sumarse a la pelea por el cambio», y la España inmortal de mantilla y pandereta, del Jesulín y el Pocero, del Bigotes y la Esteva, del Pachuli y la Pantoja, de las duquesas del alba y de los reyes de copas, emerge alborozada de su leyenda negra, se ajusta la corbata y, entre las bicicletas de Ronaldo y la bendición del Papa, deposita en las urnas su esperanza que es, también, su condena: ¡Marchando otra semana!
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