Sé que mi discurso va contracorriente, que lo que hoy necesitamos es crecimiento económico y creación de empleo y que eso sólo se puede conseguir aumentando el consumo. Sé que hasta los grupos políticos que son críticos con el capitalismo no dejan de proponer medidas políticas y económicas que lo único que pueden conseguir es […]
Sé que mi discurso va contracorriente, que lo que hoy necesitamos es crecimiento económico y creación de empleo y que eso sólo se puede conseguir aumentando el consumo. Sé que hasta los grupos políticos que son críticos con el capitalismo no dejan de proponer medidas políticas y económicas que lo único que pueden conseguir es dar un poco más de aire a este moribundo que arrastra a la tumba al planeta con él. Pero no queda más remedio que decirlo, porque de lo contrario serán las piedras griten la verdad…, las piedras y los océanos y el viento pues la verdad puede silenciarse y ocultarse, pero tiene la virtualidad de ser efectiva. Por muy postmodernos que seamos, dos y dos suman cuatro y el modelo económico que nos gobierna arruina nuestro propio hogar. No podemos llamar a esto economía, porque la economía, como explicara Aristóteles ( Política 1258b) es el arte de gobernar la cosas de la casa, sea la familia o la polis, en vistas del bien común, lo otro, la búsqueda del lucro y el beneficio a toda costa y por sí mismo es la crematística. Según el estagirita, hay dos tipos de crematística en tanto que busca del lucro contrario al ser de las cosas: el comercio y la usura. Estos dos modos de crematística arruinan el ser del hombre porque lo ponen en el errado camino de la búsqueda de riquezas por sí mismas y no en vistas de una buena vida.
Pues en esas estamos. Aristóteles tenía toda la razón del mundo y en un doble plano, en el social y en el natural. En el social porque la búsqueda de riquezas, teniendo en cuenta que la economía es un juego de suma cero, siempre produce pobreza en otros. Riqueza y pobreza son términos dialécticamente relacionados, mantienen una relación proporcional: aumentan y disminuyen juntas. Cuando aumenta la riqueza de unos es porque ha aumentado la pobreza de otros, y viceversa. Pero también en lo natural tiene razón el de Estagira, pues las riquezas aumentan obteniéndolas también de la naturaleza, que sufre el saqueo constante de aquellos que quieren obtener el beneficio de su uso. Cuando la sociedad se gobierna por la oikonomía, es decir, por la organización de la producción y el consumo en vistas al bien común, presente y futuro, entonces a nadie se le permite buscar el lucro y el beneficio, sino que todos deben buscar el bien común. Esto sólo se puede conseguir cuando el gobernante tiene claro cuáles son los principios de la economía y se aleja de la crematística. Y también cuando la actuación de la comunidad tiene presente cuál es el bien superior. Sin embargo, en el modelo económico capitalista, al que hay que definir claramente como modelo puramente crematístico, el bien común no tiene ningún espacio y sólo se ejerce de forma indirecta por medio de la irreal mano invisible. Supuestamente, cuando los individuos buscan su crematística, hay una armonía preestablecida en la sociedad por la que se genera la economía. Esto, además de ser una falacia y un dislate, es puramente ideológico. No existe esa tal mano invisible, sino que la hay bien visible: el Estado gobernado por los intereses de los enriquecidos que organizan la sociedad con el fin de que todas las acciones individuales tengan como único fin la producción de su riqueza como clase social y la segregación de una ideología que convenza a todos de que esto es lo único posible y hasta lo bueno.
Decía Walter Benjamin que la revolución no es el desvocamiento del tren, sino el freno de emergencia que evita el descarrilamiento. En dos obras nos lo dice. Dirección única, de 1928 y las famosas Tesis sobre el concepto de historia de 1940, testamento filosófico del filósofo. En ambas obras, este pesimista lúcido que es Benjamin, es incapaz de imaginar el sufrimiento que se venía encima fruto de la unión de dos elementos que él mismo veía con inquietud: el progreso tecnológico y la ideología del progreso. Aunque llega a decir que el progreso es la barbarie, no fue capaz de imaginar hasta qué punto llegó en los años posteriores y hasta qué punto estamos en estos momentos. La ideología del progreso, ideología que abarca a gentes de derecha y de izquierda, es el verdadero peligro para la humanidad. Es una ideología subsidiaria del modelo crematístico capitalista y está al servicio de la producción de un incensante lucro que es acumulado por la clase social gozante en forma de posesiones, estatus, poder y espectáculo. Esta ideología del progreso es útil para frenar cualquier intento de poner en cuestión el desarrollo económico como fruto de conservadores trasnochados o como propuestas bienintencionadas pero irrealizables. ¡O el progreso o las cavernas!, se nos dice, no hay otra opción y a fe que, de seguir así no habrá más opción. Hemos de tirar del freno de emergencia que es la revolución social para parar el tren que avanza a marchas forzadas hacia el abismo. Tenemos que dejar de consumir para poder vivir una vida a la medida del ser del hombre, centrada en la reproducción de la vida y no en la generación de lucro. Hemos de tener menos para ser más; trabajar menos para vivir mejor; eliminar tantas necesidades ficticias que el modelo social suicida nos ha creado artificialmente y centrarnos en lo que realmente nos hace felices; imponer un gobierno que ejerza su función en vistas del bien común y regule las necesidades básicas de los seres humano, evitando lo superfluo, el lucro y la riqueza y creando las condiciones para una vida en armonía con el medio y entre los hombres.
Muy al contrario de lo que piensan los obtusos apologistas del capitalismo y la crematística, el hombre es capaz de trabajar para los demás sin buscar a cambio nada más que el reconocimiento del trabajo bien hecho y el gozo de ver a los demás gozar con ello, como hacemos los padres por nuestros hijos y los profesores por los alumnos y los médicos por los enfermos y los científicos por la sociedad. Es seguro que una sociedad estructurada así es la única viable y la única que se rige por el ser de los hombres. Es seguro que en una sociedad así nadie buscaría el lucro porque estaría mal visto, como siempre lo estuvo en las sociedades precapitalistas. Es seguro que en una sociedad así todos seríamos verdaderamente felices, porque no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita, a pesar de Ikea.
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