Los años son como las personas, hay muchas, la mayoría grises, anodinas y mediocres. Pero sólo algunas marcan la diferencia y quedan por siempre jamás en nuestra memoria. Este 2011 que ahora abandonamos ha hecho todos los méritos para conseguirlo, tantos o más que el último año que le precedió en trascendencia, el 1989, el […]
Los años son como las personas, hay muchas, la mayoría grises, anodinas y mediocres. Pero sólo algunas marcan la diferencia y quedan por siempre jamás en nuestra memoria. Este 2011 que ahora abandonamos ha hecho todos los méritos para conseguirlo, tantos o más que el último año que le precedió en trascendencia, el 1989, el año de la caída del muro de Berlín y punto final del mundo dividido entre los bloques occidental-capitalista y oriental-comunista.
Esas mismas generaciones que han vivido sin el muro, esas generaciones habituadas a los años de abundancia, se han convertido en agitadores que han ocupado plazas y calles como no se había visto desde 1968, otra de las efemérides digna de especial atención. Pioneros en la globalización de la protesta, una oleada de protestas iniciadas en Francia se extendieron a Estados Unidos, contra la Guerra de Vietnam o en Europa del Este, en la primavera de Praga, contra la represión soviética, entre otras muchas latitudes de la geografía mundial. Este 2011, entre varios actores y localizaciones, los protagonistas más destacados han sido los países árabes, España o Rusia, que han demostrado que no son, como muchos piensan, pueblos indiferentes a la carencia de ‘democracia’, más o menos avanzada, o incluso absolutamente inexistente.
Los paralelismos de nuestros días con 1968 y 1989 no pueden dejar de hacernos pensar que nos encontramos en un nuevo punto de inflexión. Una nueva ‘transición global’ desde la ‘modernidad’ que ya se aventuraba en las otras dos ocasiones, pero que ahora se está dando de forma mucho más acelerada. Ejemplo de esto es la rapidez en que se han preparado las diferentes protestas, dónde, a a diferencia de antes, hacía falta mucho más de tiempo por prepararlas sin unas potentes redes sociales como las de hoy en día. Pero como con las monedas, también hay otra cara. Con la misma velocidad, estas muy poco después se han detenido. La emoción, que es apta para protestar, resulta inútil para construir. Las personas de cualquier clase, condición y lugar del mundo que se han reunido plazas y calles, han gritado eslóganes iguales. Todos están de acuerdo en el que rechazan, pero cuando se los pregunta por la alternativa, muchos callan y otras dan respuestas incoherentes o claramente incompatibles. Y es que, sólo con emociones, sin pensamiento ni contenido no se llega a ningún lugar. Ese precisamente es el mayor reto tras el experimento social que hemos vivido.
Por otra parte, también se hace necesario hablar de la situación económica en el que nos encontramos. La crisis actual (o las ‘crisis’ en plural) tiene su principal causa en la disociación entre las escaleras de la economía y de la política. Vivimos sin casi habernos dado cuenta en un mundo dónde las fuerzas económicas son globales (mucho menos que las personas) y cada vez más fuertes, y los poderes políticos, estatales, y poco a poco más debilitados, y cómplices de esos poderes económicos globales. Esta descompensación ha convertido la globalización en una fuerza nefasta, cuando no debería serlo necesariamente, y genera grandes retos.
En ese mismo sentido, hace falta mencionar que el año próximo será año de elecciones y posibles cambios en los estados más poderosos del planeta. El rumbo de la política global va a estar en manos de presidentes salientes, sometidos a reelección o, directamente, novatos. EE.UU escogerá presidente entre un Obama decepcionante y posibles candidatos republicanos que dejarían a Bush en nuestra memoria como un santo. También habrá elecciones presidenciales en Rusia, y en Francia, dónde la extrema derecha apunta fuerte. A su manera, los chinos también tienen elecciones, puesto que tendrá lugar el Congreso del PCC, donde se prevé transferir el poder a la quinta generación de líderes. Y es precisamente China la que podría convertirse en la grande protagonista. Buena parte de sus éxitos se han basado en evitar a toda cuesta problemas, tanto desde el punto de vista económico como político. Aun así existen indicios de numerosas burbujas que podrían estallar. Hay un burbuja inmobiliaria y crediticia, pero también una burbuja democrática, expresada al censurado Internet chino y en pequeñas protestas sociales a nivel local. Podría estallar una o incluso dos, que se sumarían a la coyuntura económica global que ya todos conozcamos, y que puede advertirnos más sorpresas inesperadas.
En aquello que nos toca más de cerca, 2012 también será un año de transición en el poder. En la UE confirmaremos qué tipo de Unión se va a consolidar. Una encabezada por el eje franco-alemán (más alemán que franco) y abanderando la denominada ‘austeridad’, la cara amable de los recortes, y pilar fundamental de las medidas económicas del laboratorio. Esto mismo podremos verlo proyectado en el Estado español, en un escenario poco esperanzador, con la amenaza de una nueva recesión de la economía española, las tijeras del gobierno de Rajoy y sus tecnócratas encubiertos con inglés fluido (inédito en la política española) por entender a la primera las ‘sugerencias’ del FMI, la UE y los ‘mercados’.
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