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Presentación del libro “Rompiendo el Cerco” de la socióloga española Mónica Iglesias

«Contribuir a la memoria y a la historia de los de abajo»

Fuentes: Rebelión

Palabras de presentación del libro «Rompiendo el Cerco: El movimiento de pobladores contra la Dictadura» en Evento realizado en la Sala Máster de la Radio Universidad de Chile «Hola. Buenas noches a todos, Agradezco mucho las palabras y reflexiones de Vivian Lavín, de Mónica Echeverría y de Mario Garcés. Yo quisiera hacer, nada más, cuatro […]

Palabras de presentación del libro «Rompiendo el Cerco: El movimiento de pobladores contra la Dictadura» en Evento realizado en la Sala Máster de la Radio Universidad de Chile

«Hola. Buenas noches a todos,

Agradezco mucho las palabras y reflexiones de Vivian Lavín, de Mónica Echeverría y de Mario Garcés.

Yo quisiera hacer, nada más, cuatro breves comentarios a propósito de las motivaciones que me impulsaron a preocuparme por el estudio de los pobladores en este periodo, ominoso, de la historia de Chile.

Partiendo de la creencia de que es necesario cultivar una ciencia social comprometida con las luchas de los sectores populares, es decir, crítica, una preocupación inicial, tenía que ver con la necesidad de comprender los procesos de constitución de los movimientos sociales (es decir, cómo surgen y que características presentan), y especialmente de qué manera el sistema político, esto es, el entramado de instituciones estales y elementos del contexto político (como la estabilidad de los alineamientos de las elites, la estructura de alianzas, la capacidad del sistema para reprimir, etc.), cómo todo esto influye en las formas de acción y de organización del movimiento, así como en las reivindicaciones que éste erige, creando un escenario de oportunidades y límites para la organización social y la expresión de la protesta. Y quería estudiar esta inter-relación, entre el sistema político (la política institucionalizada) y el movimiento social, en un contexto profundamente autoritario y dictatorial, como lo fue la Dictadura encabezada por Pinochet. Éste es un tema sobre el que existen pocos estudios en la literatura sobre movimientos sociales, porque los movimientos sociales surgen con más facilidad en regímenes que tienen algún grado de democracia, y que permiten en mayor medida y algunos incluso incentivan, la organización social y la participación política, lo cual no significa que los movimientos allí no deban enfrentar también la represión y criminalización por parte del Gobierno en determinados momentos. Así pues, en una primera aproximación al tema de estudio, conociendo ya de la importante participación de los pobladores en la resistencia contra la Dictadura, de la relevancia de las organizaciones poblacionales y de su radicalidad, no tuve ninguna duda de que era un tema muy fértil y que podía proporcionar muchas evidencias para comprender esto que yo estaba planteando.

Una segunda cuestión se refería al propósito de contribuir a rescatar una parte de esa historia de resistencia, de lucha, de dignidad que habían protagonizado los pobladores, que seguían siendo -que siguen siendo- uno de los sectores más pobres y marginados de la sociedad chilena. Los grados de represión, de criminalización, de estigmatización, por un lado, pero también de abandono, de segregación, y de aislamiento que habían sufrido los pobladores por parte de la Dictadura fueron realmente elevadísimos. Las poblaciones fueron identificadas, junto con las fábricas, como uno de los lugares, simbólicos, propios del pueblo, y el Estado contrarrevolucionario se cebó en la represión de los sectores populares. No en vano, éstos habían alcanzado durante los años anteriores al golpe militar, especialmente durante el período de la Unidad Popular, un gran protagonismo, una gran autonomía en muchos sentidos, y una mejor posición material y simbólica. Los militares creían que los pobres constituían el mejor caldo de cultivo para la subversión y que las poblaciones eran cuna de terroristas. Por ello impusieron a sangre y fuego una política represiva generalizada y una política económica, en general, y de vivienda, en particular, excluyente, volcada completamente al lucro de los grupos dominantes. Todo ello agravó hasta niveles insostenibles las condiciones de vida de los pobladores (algo que se hizo evidente con el problema de los allegados, por ejemplo). Efectivamente yo creo, en un sentido muy distinto al de los militares, que algunas poblaciones se convirtieron en una especie de reserva crítica, de espacio de compromiso, de solidaridad, de humanización frente al régimen de terror que impusieron los militares. Y que eso fue, precisamente, lo que hizo posible la organización de los pobladores para sobrevivir en la década de los setenta y que, posteriormente, en los ochenta, estallaran esas movilizaciones tan masivas, tan radicales, que marcaron el inicio del declive que experimentó la dictadura a partir de la segunda mitad de los ochenta. Los pobladores lograron romper el cerco físico, social y político, que se había erigido en torno a ellos.

Éstas fueron mis preocupaciones iniciales. Pero a medida que me iba sumergiendo en los documentos, que me iba empapando de lecturas, de entrevistas, etc. hubo otra inquietud que se me presentó con la mayor fuerza; ésta era de tipo teórico, epistemológico y estaba vinculada con la discusión académica que animaron las acciones de los pobladores entre algunos científicos sociales chilenos, que se agruparon en torno de un centro de estudios, que todavía existe: SUR, Corporación de Estudios Sociales y Educación.

Este grupo de sociólogos, entre los cuales descollaban Eugenio Tironi, Vicente Espinoza y Eduardo Valenzuela, tuvo un especial interés en discutir, hecho de por sí muy relevante, acerca de si las acciones colectivas de los pobladores [expresadas en sus modos de organización -ollas comunes, comedores populares, talleres productivos, comités de vivienda, comités de allegados- y en su participación en las jornadas de protesta nacional] constituían o no un movimiento social, es decir, si podíamos hablar de un movimiento poblacional. Ello implicaba en el fondo, corroborar si los pobladores constituían un actor social o no. Su conclusión fue que no, que no eran un actor social, por lo tanto tampoco un movimiento social y, aún más, que nunca podrían serlo, porque eran sujetos marginales, que se constituían desde la negatividad, anómicos, desintegrados, que se movían entre el ensimismamiento comunitario y la rebelión vandálica, actuando inconsciente e impulsivamente. Y es que estos sociólogos partían en este punto del enfoque teórico-metodológico de Alain Touraine, el sociólogo francés, que era su mentor. Según el enfoque tourainiano, un movimiento social es aquél que está inmerso en el conflicto central de una sociedad, y que se opone a un adversario social, por el control de los recursos que permiten apropiarse de las orientaciones culturales de una sociedad. Y los pobladores, por el contrario, eran definidos como sujetos marginales, no como un sujeto central, como un sector altamente heterogéneo, en el que coexistían múltiples lógicas de acción y proyectos1 y ninguno lograba imponerse a las demás. Las expresiones colectivas que protagonizaban los pobladores en las décadas de los setenta y ochenta no entraban en los estrechos márgenes de esa definición de movimiento social. Lo más grave es que al final parecía importar más la etiqueta que la comprensión del fenómeno. Este conjunto de teóricos, no sólo afirma que no hay movimiento social, sino que recurre a otro enfoque para encasillar las acciones de los pobladores como manifestaciones de anomia, de desintegración, expresiones antisociales, violentas, delincuenciales, en definitiva «desviadas», anormales. Con ello, desconocieron el carácter de resistencia y de lucha de las acciones de los pobladores y llegaron a calificarlas de «antimovimiento», porque primaba en ellas, decían, la violencia. Por ello, Tironi, llegó a acuñar para este tipo de estudios el nombre de «sociología de la decadencia». El título del libro alude también a esa necesidad de romper el cerco teórico, la mirada miope de estos sociólogos, que impedía una comprensión fidedigna de la realidad.

La mirada de Tironi y compañía logró cierta hegemonía al interior de las ciencias sociales chilenas y, lo que es peor, del mundo social y político. Porque lo que hay que entender es que la identidad de los sujetos populares no es algo definido de una vez y para siempre, no es inmutable, no es fija, sino que constantemente está reformulándose, recreándose, también a partir de las percepciones que la élite tiene de ellos y de las funciones que el Estado, la Iglesia, los medios de comunicación y las ciencias sociales les han asignado. Y esto es muy relevante, porque nos permite comprender cómo después de las diferencias que atravesaron a la oposición a la Dictadura y de la disputa entre la opción de derrocar a la Dictadura por la vía de la movilización creciente, y la opción de arribar a una negociación con los militares, se impuso ésta última. Se impuso la transición pactada con los militares y tutelada por ellos, respetando los plazos establecidos por el dictador en la Constitución ilegal e ilegítima de 1980. No se modificó un ápice el itinerario que aquél y sus colaboradores habían diseñado. En esta investigación hay algunos elementos que permiten comprender por qué la transición frustró las expectativas de amplios sectores de la sociedad chilena; como hoy sabemos, para los más la alegría nunca llegó. Pero contrariamente a lo que una pudiera pensar: que la frustración de los anhelos populares vino después de 1990, una se da cuenta de que eso estaba fraguado desde muy temprano. Para poner un ejemplo que rescato en el libro: en 1983, después de las cinco primeras jornadas de protesta nacional (con lo que ellas significaron, en cuanto a arrojo, a valentía, a dignidad), y después de una gesta heroica de los pobladores que realizaron la primera toma masiva en diez años de dictadura dando lugar a los campamentos «Cardenal Silva Henríquez» y «Monseñor Francisco Fresno», personeros de la Alianza Democrática visitaron a los pobladores para convencerlos de realizar «otras formas» de protestar: éstas consistían en marchas circunscritas a las poblaciones y concentraciones en lugares cerrados. En el fondo, estos sectores no estaban dispuestos a reconocer las reivindicaciones de los sectores populares y mucho menos a permitir que sus acciones pusieran en peligro las negociaciones con la Dictadura y la transición pactada -elitista y antidemocrática- a la que de hecho aspiraban. La imagen que se forjó -desde las ciencias sociales- de los pobladores -como vandálicos, explosivos, desintegrados, enfrentados con la institucionalidad- coadyuvó a desbancarlos del escenario político y social, presentándolos como enemigos de la gobernabilidad democrática. Es decir, el profundo desprecio y temor que una parte importante de las elites de la «izquierda» y del centro, sentían por los sectores populares, permite comprender el tipo de transición que tuvimos en Chile.

Estas preocupaciones, sobre las que habrá que seguir trabajando, están reflejadas en esta investigación, que considero, aporta elementos para abrir el debate. Y me da mucho gusto que se esté dando a conocer este libro, cuyo propósito es contribuir a la memoria y a la historia de los de abajo, en este momento, cuando se intenta convencer a los mapuche y a los estudiantes de que desistan de las tomas, de las marchas, de la acción directa, en definitiva, de ser movimiento; o al conocer las intenciones del actual Gobierno de cambiar el término «Dictadura» por el de «régimen militar». En este último caso, se pone de manifiesto la relevancia de las palabras, ellas forman parte también de la lucha.
Finalmente, quiero expresarle mi agradecimiento al equipo de la Radio Universidad de Chile, a Gloria Barros, Isidora Sesnic, Vivian Lavín y, a su director, Juan Pablo Cárdenas, por la dedicación con que prepararon esta edición. Igualmente, a Kena Lorenzini que nos proporcionó las fotos para la portada del libro. Y, por supuesto, a todos los presentes. Muchas gracias.

«Rompiendo el Cerco», Mónica Iglesias, EDICIONES RADIO UNIVERSIDAD DE CHILE


* La autora obtuvo la maestría en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. En la actualidad se encuentra realizando un Doctorado en esta última universidad, especializándose en el estudio de los movimientos sociales en América Latina. Entre sus publicaciones recientes destacan: «Teoría en movimiento. Más de una década de pensamiento crítico» en revista OSAL (Buenos Aires: CLACSO); «Chile 2010: In crescendo. Informe de coyuntura sobre conflicto social» en OSAL (Buenos Aires: Argentina).