El pasado 15 de enero se cumplieron 93 años del asesinato de Rosa Luxemburgo, una de las más grandes revolucionarias del siglo XX. Rosa Luxemburgo nació en 1871 en Polonia. Desde sus días escolares fue una combatiente contra la opresión social, al ser discriminada en la Rusia zarista (en aquel entonces Polonia era parte de […]
El pasado 15 de enero se cumplieron 93 años del asesinato de Rosa Luxemburgo, una de las más grandes revolucionarias del siglo XX. Rosa Luxemburgo nació en 1871 en Polonia. Desde sus días escolares fue una combatiente contra la opresión social, al ser discriminada en la Rusia zarista (en aquel entonces Polonia era parte de Rusia) por ser judía y polaca. En 1894, fue una de las fundadoras del partido socialdemócrata de Polonia y Lituania.
En 1897 entró al partido socialdemócrata alemán, que por aquellos años era el principal partido revolucionario europeo, orientado desde sus orígenes por Marx y Engels. Después de que estos murieron, Bebel y Kaustky, eran vistos como sus naturales sucesores y como «padres del marxismo». Rosa Luxemburgo, pese a su joven edad ganó respeto como intelectual marxista, por sus trabajos sobre los problemas económicos, por su participación en el debate sobre la autodeterminación nacional y por militar desde sus inicios en el ala izquierda de la socialdemocracia alemana, que ya daba sus primeras señales de degeneración burguesa.
Reforma o Revolución
La segunda mitad del siglo XIX (exceptuando la Comuna de París en 1871) fue una etapa de desarrollo relativamente pacífico de las luchas del movimiento obrero europeo, donde primaba un proceso de crecimiento de la organización de la clase obrera a nivel sindical, político y parlamentario, expresado en el desarrollo de grandes sindicatos, partidos socialdemócratas con gran influencia parlamentaria e importantes conquistas sociales como la jornada de ocho horas de trabajo, el sufragio universal y en general el aumento del nivel de vida y cultura del proletariado.
En ese contexto, se fue generando una fuerte aristocracia obrera en las metrópolis imperialistas, y esta sirvió de sustrato social para las ideas del «revisionismo», una corriente intelectual liderada por Edward Bernstein; antiguo líder del partido, que en 1898 en su libro «Socialismo Evolutivo» plantea, a diferencia de lo que Marx estableció, que el capitalismo no tendía a empobrecer a la clase obrera y que seguiría produciendo bienestar hasta devenir pacíficamente, por la vía de las reformas parlamentarias, en socialismo.
Rosa Luxemburgo combatió con todas sus fuerzas estas ideas, demostrando que el relativo mejoramiento de la clase obrera en las metrópolis solo se podía explicar porque el capitalismo súper-explotaba a los trabajadores de las colonias y semicolonias creando así un enorme exceso de ganancias, lo que le permitía dejar caer algunas «migajas» de forma pacífica sobre el movimiento obrero de los países imperialistas. Pero estas situaciones no podrían durar por siempre, tarde o temprano el capitalismo mostraría su rostro depredador y lanzaría a la miseria a las masas, obligando a estas a combatir revolucionariamente contra el capital. Siete años después la revolución rusa de 1905, dio la razón a Luxemburgo.
Luxemburgo comprendió que la fuerza de las tendencias revisionistas al interior de la socialdemocracia, planteaban el problema de la verdadera existencia del partido proletario. No solo por la influencia de las ideas de Bernstein y sus secuaces, sino por la actitud vacilante y conciliadora que tenía hacia estos el «centro» liderado por Karl Kaustky, máxima autoridad dentro del partido alemán. No se equivocaba en esto, como lo demostraría la historia en 1914, al estallar la guerra imperialista.
El sonido del cañón
En 1914 la mayoría absoluta de los diputados del partido socialdemócrata, vota a favor de los créditos de guerra que pedía el Kaiser Guillermo III, Rey de Alemania, y así dieron su aval para iniciar la masacre de la primera guerra mundial. La socialdemocracia oficial llamó a los obreros a combatir, no contra sus verdaderos enemigos: los burgueses de cada uno de sus países, sino contra sus hermanos obreros de otras nacionalidades, vestidos de soldado.
Era la bancarrota de la socialdemocracia, no solo en Alemania, en todo el resto del mundo, las dirigencias de los Partidos Socialdemócratas, bendijeron la rapiña imperialista.
Rosa Luxemburgo sostuvo que la socialdemocracia se había convertido en un «cadáver maloliente», y se abocó junto con Franz Mehring, Clara Zetkin, Karl Liebknecht y Otto Rühle (estos dos últimos los únicos de entre los 110 diputados de la socialdemocracia alemana que votaron contra los créditos de guerra) a construir un ala de izquierda revolucionaria e internacionalista en el partido socialdemócrata. Lamentablemente esta ala no se organiza como una fuerte fracción disciplinada, para expulsar a la vieja dirección traidora, o en otro caso para construir un partido proletario independiente. Esta limitación produciría en el futuro funestas consecuencias Al mismo tiempo pequeños reductos de socialdemócratas en distintos países, mantuvieron una actitud principista y denunciaron la guerra y a los socialdemócratas como traidores. Llamaron a los obreros a volcar las armas contra sus jefes militares, a transformar la guerra imperialista en guerra civil. A la cabeza de esta corriente conocida como «izquierda de Zimmerwald», (debido al Congreso Internacional Socialista realizado en el pueblo suizo del mismo nombre) estaban los Bolcheviques de Lenin, Trotsky y el grupo Espartaco, liderado por Liebknecht y Luxemburgo. Este sería el embrión de la futura Tercera Internacional, la cual sería fundada un par de años después.
El estallido de la revolución
Cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia, Rosa Luxemburgo llamó a la Revolución de Octubre de 1917: «la salvación del honor del socialismo internacional». La Rusia Soviética había firmado la paz en abril de 1918; sin embargo, Alemania siguió la guerra contra el naciente estado obrero; pero los años de privaciones y el grandioso ejemplo de los obreros rusos, ahora dueños de su propio destino, crearon una enorme efervescencia en el proletariado alemán.
En noviembre de 1918 los marineros del puerto de Kiel se amotinaron, los soldados y los obreros fraternizaban y pocos días después era derrocado el Kaiser Guillermo III.
Ya en diciembre del mismo año fue fundado el Partido Comunista Alemán. En esa ocasión Rosa Luxemburgo decía: «La realidad creada por el imperialismo expresa la nueva alternativa de hierro en la que se encuentra la clase obrera: Socialismo o Barbarie«.
Este fue uno de sus últimos discursos públicos. En enero de 1919, el joven partido comunista se lanzó a una insurrección prematura, y se desató una ola de represión sobre los espartaquistas.
Pese a la calidad revolucionaria de los marxistas alemanes no le daban gran importancia a la necesidad de tener un partido de combate disciplinado y conspirativo, estilo bolchevique, capaz de actuar en condiciones severas de clandestinidad y persecución. Esto explica de alguna forma la imposibilidad que tuvo la izquierda alemana para proteger a sus líderes e impedir su trágico final.
Los socialdemócratas Noske y Scheidemann, antiguos compañeros de partido y ahora ministros burgueses, ofrecieron 100,000 marcos por la cabeza de Rosa Luxemburgo.
El 15 de enero Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron capturados. La versión oficial dice que Liebknecht fue muerto intentando escapar de la cárcel.
Rosa Luxemburgo fue muerta a manos de la policía de choque de los socialdemócratas, su cabeza fue destruida a culatazos y su cuerpo lanzado a un canal junto con él de Liebknecht. La «Rosa Roja» había muerto.
El olor a «cadáver maloliente» de la socialdemocracia se extendió a todo el mundo con esta atrocidad, y aún llega este olor hasta nuestros días acompañando a los sucesores socialdemócratas, tales como el laborista Tony Blair, Primer Ministro de la Inglaterra imperialista, asesino del pueblo iraquí y yugoslavo, o Felipe González, que financiara y armara debajo de la mesa a los asesinos paramilitares del pueblo vasco.
A raíz de la crisis económica mundial surgida en el 2008, hemos visto como la socialdemocracia europea en Grecia, como en España, en Italia como en Portugal es la rabiosa guardiana del orden capitalista e impulsora ferviente de los planes de ajuste más brutales que hayan sufrido los trabajadores europeos desde los años 30’s .
El proletariado internacional ha pagado caro la pérdida de estos titanes revolucionarios, pero la crisis sistémica del capitalismo imperialista, le da la posibilidad al proletariado europeo, de reactualizar en nuevas y favorables condiciones las lecciones y el testimonio Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
El partido comunista alemán perdió a sus dirigentes más experimentados, y cuando la revolución alemana resurgió en 1923, no estuvo a la altura de su prueba histórica, y nuevamente la clase obrera fue derrotada. Esto permitió la estabilización del capitalismo y el aislamiento internacional de la URSS, produciendo luego su burocratización y la consolidación del estalinismo, cáncer que terminó degenerando el estado obrero soviético. Tal es la dimensión histórica que adquiere la derrota de la revolución alemana.
Los que hoy en día reinvindicamos el ejemplo de la «Rosa Roja», hacemos nuestras las siguientes palabras de Clara Zetkin, otra fundadora del Partido Comunista Alemán: «Rosa Luxemburgo, simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional»
Recuadro 1: Carta de Rosa Luxemburgo a Luisa Kautsky:
«Este hundimiento total en medio de la miseria cotidiana es incomprensible e insoportable para mí. Observa, por ejemplo, la fría serenidad con que un Goethe* se sobreponía a los acontecimientos, y piensa por todo lo que hubo de pasar durante su vida: La Gran Revolución Francesa, que de cerca debía de producir el efecto de una mascarada sangrienta y sin finalidad alguna; luego, de 1793 a 1815 una serie de guerras que se suceden sin interrupción y que vuelven a dar al mundo la apariencia de un manicomio suelto. -Y con que tranquilidad, con que equilibrio intelectual proseguía él, entretanto, sus estudios sobre la metamorfosis de las plantas, sobre la teoría de los colores, sobre mil cosas diversas!!
Yo no te pido que hagas versos como Goethe, pero su modo de concebir la vida – el universalismo de los intereses, la armonía interior- está al alcance de cualquiera, o por lo menos, todos pueden pugnar por alcanzarlo.
Y si me dices que Goethe no era un político militante, te replicaré que el político de acción es justamente quien debe sobreponerse a los acontecimientos, sino quiere naufragar, estrellándose contra el primer escollo que se le presente. Al decir esto me refiero, claro está, a los luchadores de gran envergadura, no a esas veletas que simulan ser «grandes hombres».»
Recuadro N 2: Estancamiento y progreso del marxismo (Fragmento).
«Sólo en la proporción en que nuestro movimiento avanza y exige la solución de nuevos problemas prácticos nos internamos en el tesoro del pensamiento de Marx para extraer y utilizar nuevos fragmentos de su doctrina. Pero como nuestro movimiento, como todas las empresas de la vida real, tiende a seguir las viejas rutinas del pensamiento, y aferrarse a principios que han dejado de ser válidos, la utilización teórica del sistema marxista avanza muy lentamente.
Si, pues, detectamos un estancamiento en nuestro movimiento en lo que hace a todas estas cuestiones teóricas, ello no se debe a que la teoría marxista sobre la cual descansan sea incapaz de desarrollarse o esté perimida. Por el contrario, se debe a que aún no hemos aprendido a utilizar correctamente las armas intelectuales más importantes que extrajimos del arsenal marxista en virtud de nuestras necesidades apremiantes en las primeras etapas de nuestra lucha. No es cierto que, en lo que hace a nuestra lucha práctica, Marx esté perimido o lo hayamos superado. Por el contrario, Marx, en su creación científica, nos ha sacado distancia como partido de luchadores. No es cierto que Marx ya no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades todavía no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.
Así, las condiciones sociales de la existencia proletaria en la sociedad contemporánea, condiciones desentrañadas por primera vez por Marx, se desquitan con la suerte que le imponen a la propia teoría marxista. Aunque esa teoría es un instrumento sin igual para la cultura intelectual no se la utiliza porque, imposible de aplicar a la cultura burguesa, trasciende enormemente las necesidades de la clase obrera en materia de armas para la lucha diaria. Recién cuando la clase obrera se haya liberado de sus condiciones actuales de existencia, el método de investigación marxista será socializado junto con todos los demás medios de producción para utilizarlo en beneficio de la humanidad en su conjunto y para poder desarrollarlo en toda su capacidad funcional.»
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