Con el tiempo que lleva dibujando sorprende lo joven que es Miguel Brieva. Su trabajo, ya se sabe, ha caminado siempre por la línea de la ironía, de la hipérbole y del sarcasmo para caricaturizar sin piedad las bondades del capitalismo, los discursos de la televisión y de la publicidad, el daño que, de paso, […]
Con el tiempo que lleva dibujando sorprende lo joven que es Miguel Brieva. Su trabajo, ya se sabe, ha caminado siempre por la línea de la ironía, de la hipérbole y del sarcasmo para caricaturizar sin piedad las bondades del capitalismo, los discursos de la televisión y de la publicidad, el daño que, de paso, le estamos causando al suelo que pisamos. Precisamente de ese maltrecho territorio va su nuevo libro, Memorias de la tierra, cómic verde y cómic activista que, comulgue uno con él o no, recoge su genialidad al lápiz y su habilidad para darle una vuelta a lo que nos merendamos cada día. Postales desde el fin del mundo, podría decirse. Antipublicidad, prefiere él.
En Madrid el joven, como decimos, Brieva, acaba de presentar esta nueva compilación de historietas y viñetas enmarcada en una trilogía que culminará con una novela gráfica de la que aún no quiere aportar muchos datos. Si el primero hablaba de la televisión, de «las realidades que se nos venden en los medios de comunicación», este de ahora recoge la mirada inocente de un extraterrestre que pasaba por aquí y que alucina con el panorama que le deja ver el humo de las fábricas. Se adivina ahora a un Brieva más constructivo, tal vez porque el curso terrible de los acontecimientos invita hoy más a la solución que a la crítica:
– Yo no soy nada pesimista, estoy en contra del pesimismo, de hecho. Otra cosa es que la realidad te empuje a serlo por lo atroz que es. Simplemente manejo las herramientas de la sátira, que son la ironía, la exageración… para que la gente vea lo que ve todos los días y que, sin embargo, no acaba de interpretar. Nos dan un mensaje omnipresente en el que la realidad es otra. Un ejemplo muy concreto: se muere Fraga. En los medios de forma unánime se hace un panegírico del personaje que no se corresponde ni por asomo con lo que habla la gente en sus casas mientras ve el telediario. Y, sin embargo, esa es la voz que escuchamos. La gente vive enmudecida por ese fragor de los medios que hace que parezca que lo que pensamos es otra cosa. Hay que luchar contra ese coloso de las imágenes, de las voces, que es omnipresente. Yo no soy pesimista, repito, pero no tiene sentido permanecer esperanzado y comprarse el nuevo modelo de, de… (mira al móvil con el que se está grabando la entrevista). Eso, que parece que tenemos que estar sonrientes con esta debacle. ¡Pues no!
Su mirada sobre el planeta queda desparramada en un sinfín de historias. Personajes que son peleles frente a malos exacerbados, bizarros, impíos, enterrados con honores y recordados con cariño; bosques repoblados con animales disecados; la Semana Fantástica del Tercer Mundo. ¿Dónde se sitúa Brieva en todo esta cabalgata de desastres ampliada en sus dibujos con una lupa gigantesca?
– A veces soy un extraterrestre, a veces una persona atrapada en lo juegos a los que todos jugamos constantemente. Lo cuento de forma tan exagerada que no creo que nadie se identifique. Procuro no estar presente en las cosas que hago. Para pensar hay que salirse de uno. Si dices soy español o árabe, te mediatizas. Esa es mi idea, o mi intención, que luego es distinta a lo que puedo haber conseguido.
Lo que sí ha conseguido Brieva es mantener una trayectoria coherente y al margen de moda. Cuando todo el mundo dice cómic en formato largo, él repite con sus historias cortas en un tomo. Historias que no tienen nada que ver con la creciente tendencia a la autobiografía en los tebeos españoles y otras modas presentes. Él sostiene que trabaja así para explicarse las cosas y, además, porque es como le sale: «Tiene algo de autoayuda, de autoaclaración, de exorcismo», matiza este dibujante que, insiste, tiende a huir del asociacionismo gremial:
– Hago esto porque he dibujado toda la vida, por comodidad o por pereza, por lo que sea. Al ceñirnos al círculo de nuestro gremio nos perdemos cosas muy interesantes. Obviamente tengo amistad con gente que se dedica a esto. Pero procuro ir a mi aire.
Sobre el furor de la novela gráfica, convertida en esa etiqueta que vende y que todo lo abarca, Brieva tiene una opinión relativizadora: «Pasa igual con la novela, ¿no? Muchas tendencias caben dentro de esa etiqueta. Lo que en realidad sucede es que el cómic está tomando el lugar que va dejando la literatura tradicional en las generaciones más jóvenes, en las que tenemos una educación mucho más audiovisual. El cómic es como el hermano más pequeño y tonto de lo audiovisual, pero ofrece una literatura más accesible en relación a la literatura tradicional. No sé si es una circunstancia buena, porque también va en paralelo a un proceso de analfabetización, pero el caso es que está sucediendo.
Leyendo esto último cabe deducir que el cómic es para Brieva un arma cargada de futuro. ¿Lo es? – La literatura tiene esa posibilidad, cualquier campo es bueno, pero el mejor es el de la acción directa. Aunque quizá antes hay que prepararse. La gente tiene miedo a perder lo que tiene, por eso todos tendríamos que pasar por un proceso de desintoxicación y justo ahí es donde tendría un papel fundamental el pensamiento. No le tengo mucha fe, pero está en nuestras manos y todo lo que hagamos en esa dirección es bueno. El cómic es como un cuadro en pequeñito pero es mucho más potente que la literatura, por ejemplo, porque combina letras e imágenes. Cuando dicen que es menor es porque se asocia aún a una imagen infantilizada.
Si es militante, desde luego el suyo es también un cómic muy literaturizante. Antes que Robert Crumb, del que es deudor, antes incluso que a El Roto, nombra a gente como Agustín García Calvo, Sánchez Ferlosio… y activistas como Jorge Reichman y gente de Ecologistas en Acción: «Autores que den los menos rodeos posibles, que no escriban para lucirse como muchos discursos de la posmodernidad, sino que vayan más a la urgencia».
En la línea de estos referentes cabalgan sus Memorias de la tierra, el más integrado de sus libros, porque la destrucción es hoy tan evidente que recalcarla sería redundante:
– El capitalismo está implosionando y además tiene dos talones de aquiles insoslayables, el declive ecológico y el energético. Este mundo no es posible, simplemente. En su colapso, y en función de cómo lo hagamos, puede llevárselo todo por delante. El capitalismo No es malo ni bueno, es una ecuación, una máquina que no tiene sentimientos, somos nosotros los que tenemos que elegir. Hay mucho qué hacer para que la gente consiga desengancharse en este modelo de vida. Vamos a tener que renunciar a los coches, a los vuelos los fines de semana… Es eso, o embestirnos contra la pared de un callejón sin salida.
Bueno, bueno, todo el mundo quiere viajar en avión y todo dibujante de cómic estaría encantado, claro está, de publicar en una editorial como Mondadori, toda una multinacional de las letras, en vez de enviar fanzines por correo. ¿Se contradice usted?
– Es cierto, y también publico en El País, que es un periódico como todos. Pero he tenido que sopesar la incongruencia de hacerlo con la posibilidad de llegar a gente y transmitir otras ideas. Yo estoy a favor de acabar con estas contradicciones y, bueno, al principio apostaba por la autoedición, pero no se puede vivir de eso, tendría mucho menos tiempo y llegaría a una minoría de gente.