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¿Se acabaron los ciclos?

Fuentes: Rebelión

Al parecer va prosperando el consenso acerca de que la economía del orbe atraviesa el peor momento en la existencia del capitalismo. Sin embargo, las respuestas prácticas de la mayoría de los gobernantes, calzadas por empeñosas lucubraciones de «tanques pensantes» y consejeros áulicos, «lo único que van a lograr es la intensificación del colapso y […]

Al parecer va prosperando el consenso acerca de que la economía del orbe atraviesa el peor momento en la existencia del capitalismo. Sin embargo, las respuestas prácticas de la mayoría de los gobernantes, calzadas por empeñosas lucubraciones de «tanques pensantes» y consejeros áulicos, «lo único que van a lograr es la intensificación del colapso y el dolor de millones de personas».

La previsión entrecomillada pertenece a Alejandro Nadal (La Jornada, México), quien asimismo aporta una atinada argumentación. «Por el lado de la política fiscal, la idea de que la austeridad permitirá sanear las finanzas, resolver el problema de la deuda y activar el crecimiento no tiene sentido. Eso solo contribuye a castigar a una población. Pero ¿qué hay por el lado monetario? Se ha hablado mucho sobre el papel del Banco Central Europeo, en particular sobre la posibilidad de intervenciones directas en los mercados de deudas (…) esa discusión oculta un tema medular: ¿de dónde salió el dinero que contribuyó a la gestación de la crisis?»

En otras palabras, ¿acaso se puede velar «la relación entre la función de creación monetaria de los bancos y la crisis económica y financiera global»? Recordemos con nuestro articulista que la desregulación franqueó el paso a acciones cada vez más arriesgadas. Que la capacidad de generación monetaria y la eliminación de reglas para maniobrar en sectores especulativos fue una combinación explosiva. «En Estados Unidos y en Europa, las operaciones de los bancos contribuyeron a incrementar artificialmente el precio de distintos activos, en especial de los bienes raíces. Debido a la bursatilización y otras formas de interdependencia en el sector financiero mundial, el colapso del mercado de hipotecas chatarra en Estados Unidos desencadenó la crisis en Europa. Se presentaron diversos mecanismos de transmisión (…) en todos ellos la función de creación monetaria por parte de los bancos comerciales desempeña un papel importante».

Ahora, más allá del certero desmontaje de la publicitada terapia realizado por Nadal, señalemos que el capital, desprovisto de límites para su expansión, termina por convertirse en un proceso incontrolable y asaz destructivo. No en balde István Mészáros -citado por Ricardo Antunes en el número 28 de la revista Marx Ahora, La Habana- defiende desde el final de los años sesenta la tesis de que el capitalismo se ha sumido en una nueva etapa, inédita, de crisis estructural, marcada por un continum depresivo que trueca en historia las anteriores fases cíclicas.

Conformados por lo que el destacado intelectual húngaro denomina, en la línea de Marx, mediaciones de segundo orden -cuando todo deviene controlado por la lógica de valorización del capital, sin que se tomen en cuenta los imperativos humano-societarios vitales-, la producción y el consumo superfluos concluyen causando la corrosión del trabajo, con la consecuente precarización de este y el desempleo estructural, además de que impulsan una degradación de la naturaleza a escala jamás presenciada. Inimaginada.

De modo que, tras un largo período dominado por los ciclos, el sistema del capital asume la forma de una crisis endémica, acumulativa, crónica y permanente. Hecho que exige una alternativa que privilegie el valor de uso de la mercancía sobre el valor de cambio, porque, se preguntaba el estudioso traído a colación por Antunes, qué será de la humanidad cuando menos del 5 por ciento de ella (Estados Unidos) consuma el 25 por ciento del total de los recursos energéticos. Y ¿si el 95 por ciento restante adoptara el mismo patrón de derroche?

Por eso hay que distanciarse de los análisis -vertidos en medios tales The Economist, The Wall Street Journal- que circunscriben la sacudida actual al universo de los bancos, el sistema financiero, los créditos irresponsables; o «distinguen» la fuente del entuerto en una mera pérdida de confianza, la cual impelería incluso a exhumar el regulador keynesianismo -sepultado con el sambenito de haber originado las crisis anteriores-, en aras de un capitalismo perfectible. Coincidamos: la enorme expansión especulativa resulta inseparable de la profundización de la debacle en las ramas productivas y la industria. Debacle «en sí» y «para sí», pues quién quita que sus teóricos la estén concienciando, aunque los intereses cortoplacistas les impidan prescribir el remedio.

¿Entonces? Solo una política que reoriente radicalmente la base económica -y la armazón sobre ella erigida- podrá vencer una lógica obcecada en ciscarse, sin pudor alguno, en las reales necesidades autorreproductivas de la humanidad, y en dar riendas sueltas a la autovaloración geófaga, humanófaga, del capital… ¿Qué política? Creo que huelga mencionar el santo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.