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La nacionalización de YPF y el pensamiento absoluto

Fuentes: Rebelión

Hay gente que no quiere modificar sus ideas aunque la realidad las desmienta una y mil veces. La experiencia del socialismo real, desde el modelo soviético, pasando por el modelo chino y llegando a las nuevas formas del socialismo del siglo XXI, ha demostrado que no existe el socialismo puro, que entre el capitalismo y […]

Hay gente que no quiere modificar sus ideas aunque la realidad las desmienta una y mil veces. La experiencia del socialismo real, desde el modelo soviético, pasando por el modelo chino y llegando a las nuevas formas del socialismo del siglo XXI, ha demostrado que no existe el socialismo puro, que entre el capitalismo y el socialismo hay un prolongado periodo de transición caracterizado por las más diversas combinaciones de capitalismo y socialismo. Pero a los portadores del pensamiento absoluto esta experiencia no les dice nada o no les dice lo que ellos piensan y desean. Y así niegan la realidad o la declaran falsa. Y la condición de falso o verdadero que debe aplicarse a la teoría, los intelectuales adscritos al pensamiento absoluto terminan aplicándola a la realidad. Aunque se declaran materialistas, siempre colocan el pensamiento por encima de la práctica social e incluso al margen de ella.

Piensan que el mundo capitalista ha permanecido igual en sus contradicciones a lo largo de toda su historia y que sólo hay una contradicción fundamental: la que enfrenta a los explotadores con los trabajadores. Y mientras la izquierda progresista y una buena parte de la izquierda radical celebran que YPF vuelva a manos del Estado, los representantes del pensamiento absoluto no lo celebran. Siguen con su resquemor y sospecha: esté YPF en manos privadas o en manos del Estado argentino, para los intereses de los trabajadores nada ha cambiado. Y este es el rasgo fundamental del pensamiento absoluto: la creencia de que sólo existe una contradicción fundamental, la que enfrenta a los trabajadores con los capitalistas; las demás contradicciones son secundarias y en nada afectan a aquella. La complejidad del mundo, el entrelazamiento de un sinfín de contradicciones con todos sus matices y transiciones, queda reducida en manos de los intelectuales adscritos al pensamiento absoluto a una única y exclusiva contradicción. Y así los capitalistas se presentan como una clase social homogénea e idéntica a sí misma por todos sus costados y en todos sus momentos históricos. Y de igual modo es presentada la clase trabajadora. Se habla de estas dos clases sociales como si participaran de la identidad absoluta. Incurren en el idealismo más extremo aunque crean defender el materialismo más feroz.

Pero hay aquí dos preguntas que formular. Primera pregunta: ¿Ha sucedido alguna vez en el mundo que los miembros de una misma clase social hayan estado representados por un solo partido? Respuesta: no. ¿Ha sucedido alguna vez que todos los miembros de la clase obrera, por ejemplo, hayan votado al partido comunista? Respuesta: no. No existe correspondencia absoluta entre partido y clase social. Los militantes y simpatizantes de los partidos políticos siempre han pertenecido a clases sociales distintas. Así que una política que conciba el mundo de tal modo que la clase obrera esté representada por un solo partido, no parte de la experiencia práctica de la lucha de clases sino de la fantástica cabeza de quien elabora esa política. Una política que conciba que la clase obrera tenga unos intereses homogéneos sin divisiones internas, no parte de la experiencia práctica sino de ideas puras. Si los portadores del pensamiento absoluto solo miraran a lo que sucede en la propia izquierda radical, donde el número de partidos políticos de esa tendencia puede alcanzar la cifra de treinta por cada país, concluirían que las contradicciones que mueven al mundo son muchas, variadas y complejas.

Vayamos ahora por la segunda pregunta: ¿Cuál es la base social que genera el pensamiento absoluto? Pensemos en los representantes de esta línea de pensamiento. Son en su mayoría profesores de universidad. No son trabajadores colectivos. Son trabajadores individuales. Si atendemos a las condiciones en que se desenvuelve su actividad, su modalidad de trabajo es análoga a la del campesinado independiente y al trabajador autónomo. Además tienen un buen sueldo, un empleo estable y largas vacaciones. Están totalmente integrados en el sistema de Estado. Pertenecen a esfera pública de la economía y gozan de todos sus privilegios. Son miembros de la pequeña burguesía. Resulta aparentemente curioso que los miembros de un sector de la pequeña burguesía quieran hacerse pasar por representantes genuinos de los intereses puros de la clase obrera en su totalidad. Pero en realidad no hay nada de curioso en ese comportamiento: sus condiciones de trabajo individuales constituyen la base de su idealismo y de su adscripción al pensamiento absoluto. En el aula y ante los alumnos son los amos. No tienen que negociar nada ni consensuar nada. Y sólo tratan con ideas. La división del trabajo les ha dado la posibilidad de producir ideas puras, esto es, ideas que no tienen necesariamente que estar vinculadas a las exigencias de la práctica social. De ahí que puedan fantasear cuanto quiera. Y aunque el mundo cambie y desmienta una y otra vez sus ideas, aunque los otros sean obreros colectivos y ellos trabajadores individuales, seguirán presentándose al mundo como los genuinos representantes de la clase obrera y como los genuinos representantes de los intereses colectivos del socialismo. Son quijotes, pero no lo saben. Creen que luchan contra los gigantes del capitalismo en una batalla sin par, pero en verdad sólo lo hacen contra viejos y abandonados molinos de viento.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.