Frente a la deriva a que nos conduce el capitalismo, totalmente irracional e insostenible, aparecen diferentes registros desde los que pueden plantearse críticas radicales a su lógica devastadora. Unas son éticas, otras son morales y otras son políticas. La diferencia entre ética y moral es confusa : para algunos son sinónimos, porque se usan de […]
Frente a la deriva a que nos conduce el capitalismo, totalmente irracional e insostenible, aparecen diferentes registros desde los que pueden plantearse críticas radicales a su lógica devastadora. Unas son éticas, otras son morales y otras son políticas.
La diferencia entre ética y moral es confusa : para algunos son sinónimos, porque se usan de manera indistinta, para otros la ética es la reflexión crítica sobre los sistemas morales. Pero para mí lo más fecundo es recuperar el sentido originario de la ética, entendido como arte de vida, como búsqueda de la buena vida. Lo distinguimos así de la moral como algo referido al otro, a nuestras obligaciones con el semejante. Aristóteles fue el primero que entendió la ética como el camino a la felicidad, que no era otro que el desarrollo de nuestras capacidades, de nuestro potencial humano. Michel Foucault recuperó este sentido y buscó en los textos antiguos materiales para el presente. Para que nos ayudaran a lo que él llamó el cuidado de sí . Se trataba de un trabajo interior para hacer de nuestra vida una obra de arte, algo ética y estéticamente satisfactorio. La pregunta es si el capitalismo nos facilita las condiciones para esta buena vida, para la creatividad personal. Sabemos, siguiendo al mismo Marx, que el capitalismo ha supuesto un formidable desarrollo de las fuerzas productivas. La tecnología ha liberado inmensos recursos para hacer la vida más larga, más fácil y más segura. Pero sabemos igualmente que este crecimiento es insostenible por sus efectos y por lo limitado de los recursos naturales. Sabemos que solo una parte de la humanidad está disfrutando de ellos. Sabemos también que estos recursos no están al servicio de las necesidades reales. Sabemos finalmente que la riqueza material no ha conducido a una mayor felicidad en los humanos. Aunque hay un punto a partir del cual disponer de recursos proporciona más bienestar hay un límite a partir del cual la relación no es clara. Está claro que una persona con derechos sociales reconocidos tiene más posibilidades de ser feliz que uno que vive en la pobreza o en su límite. Pero a partir de aquí la relación no es tan directa entre los que tienen lo suficiente y los que tienen demasiado. Pero aunque la codicia o la vanidad no nos lleve a la felicidad la ideología empuja a esta carrera absurda. El capitalismo se basa en el consumo desenfrenado : su lógica, como ha explicado muy bien Wallerstein, es la de aumento incesante del beneficio y de la inversión. Todo el Sistema-Mundo, con sus Estados, con sus empresas, con su funcionamiento está montado para ello. Con el nefasto invento de la publicidad se crean deseos ilusorios que sólo conducen a la búsqueda compulsiva de objetos. Objetos para el consumo inmediato, que pierden su valor de inmediato. Marcas cuyo valor consiste en que los tenemos nosotros y no los demás . Es distinción social de la que nos hablaba Bordieu : creemos que somos algo si nos sentimos superiores a la mayoría. No tiene sentido. Como tampoco lo tiene la codicia que alimenta el sistema y que, en parte, ha conducido a la crisis actual. En lugar de una ética propia, singular, elaborada por uno mismo, el capitalismo nos ofrece como valores centrales la codicia y la vanidad y un hedonismo sin límites que solo conduce a la frustración. Ser libre no se entiende como lo que es : una capacidad interna, un desarrollo de las potencialidades. Ser libre se convierte en poder elegir, contra más mejor, sin darnos cuenta que estas elecciones están manipuladas, que solo somos marionetas. Es lo que el psicólogo social Beauvois llamó la servidumbre libera l. Como dice Richard Sennet lo que se promociona es una cultura narcisista mortífera y destructiva. Podríamos añadir aquí el certero diagnóstico de Bauman : el capitalismo es hoy un sistema parasitario.
Si pasamos al terreno de la moral hemos de decir que estamos del cuidado del otro, del compromiso con el otro. Una moral razonable es hoy anticapitalista. Es cierto que el capitalismo puede convivir con la religión y con las morales que se derivan de ellas. Pero, como dice Žižek, el único imperativo del capitalismo actual es el del goce. Los fundamentalismos de todo tipo ( religiosos, nacionalistas, populistas) no son sino síntomas y reacciones negativas a este proceso. Morales, en todo caso, dogmáticas y represoras La relación con el otro en el capitalismo consiste en verlo como un rival o como un medio al servicio de nuestros intereses.
La única base de una moral aceptable y deseable es el respeto al otro, su reconocimiento como sujeto de derechos. La Declaración Universal de Derechos Humanos, que en su espíritu radical también me parece incompatible con el capitalismo, habla de la dignidad como noción básica. Reconocer la dignidad del otro es reconocer a éste como un igual, como un sujeto deseante como uno mismo, con una dignidad propia. Cuando Primo Levi describe en su estremecedor relato «Si esto es un hombre…» la manera cotidiana y sistemática cómo los nazis iban despojando de su humanidad a los prisioneros en sus campos de exterminio, podemos ver su reverso extremo : privar a los humanos de cualquier resto de dignidad. No es una cuestión de valores, de principios o de normas, es cuestión de actitud, de la posición que tenemos hacia el otro. Kant lo formuló de manera clara : no utilizar al otro como un medio. Cuando los ejecutivos de una multinacional deciden en función del beneficio y sin tener en cuenta las consecuencias que tiene para los otros los están tratando como un número, como una cosa. Tampoco hay reconocimiento, tampoco hay respeto.
Lo que queda finalmente es la la política. Renunciar a ella sería renunciar a la lucha por un mundo mejor para todos. Filósofos como Alex Honneth hablan y celebran erróneamente de su desaparición en nombre de la moral. Para ellos el respeto y la dignidad deben ocupar hoy el lugar que antes correspondía a la justicia social. Su argumentación : la crisis del comunismo y de la socialdemocracia han mostrado que las teorías de Marx o de Rawls no tienen actualidad. Este proceso, continua Honneth, ha conducido a que la lucha por la distribución equitativa y la igualdad de bienes materiales se convierta en el combate por el reconocimiento. Los obreros del siglo XIX, las mujeres y los negros del siglo XX , dice Honneth, luchaban por su dignidad. En parte es cierto, aunque esta lucha por la dignidad me parece política y no moral : es una lucha por la igualdad, por la democracia, en el sentido más fuerte de la palabra. Además, lo que no acaba de aclararnos Honneth es como se concreta esta lucha por una mayor justicia distributiva. Porque cuando hablamos de distribución no nos referimos solo a la de bienes materiales ( que por cierto no hay que despreciar). Nos referimos también a la distribución del poder. Esto es la política, porque se trata de quien decide en los asuntos comunes. Jacques Rancière ya nos ha avisado del peligro del giro de la política a la moral. La lucha por los derechos es política y as´ñi hay que plantearlo. Porque todas estas luchas que cita Honneth son luchas por la emancipación, por romper lo que Rancière llama el reparto sensible, que es la distribución de los papeles y de los espacios. Podemos hacer una lectura moral de «La Declaración Universal de los Derechos Humanos» pero su fuerza real como instrumento emancipador la encontramos cuando hacemos una lectura política. La cuestión jurídica de la igualdad de derechos o de la supuesta igualdad de oportunidades ( imposible en el capitalismo) no puede solucionar el problema de la justicia social, como plantea Honneth. Rancière lo dice muy claro : las cuestiones comunes son políticas y esto es la democracia, el cuestionamiento del reparto establecido por el poder. El ordenamiento jurídico sanciona siempre este reparto, forma parte de lo que llama la lógica policial. Pero también la justicia distributiva se refiere a la cultura, al capital simbólico del que hablaba el sociólogo Pierre Bordieu. Los recursos culturales, intelectuales, se reparten de una manera determinada y desigual. La emancipación es el desarrollo de las capacidades de todos, de cualquiera y esto es un problema político.
Que cada cual siga su ética personal, que cada cual busque su camino singular. El capitalismo no lo facilitará, se basa en el engaño de reducirlo a lo privado. nuestro camino no puede separarse del de los otros, del de la convivencia con los otros. Se abre por tanto a la moral, a la política. El mismo Foucault, tan preocupado por el cuidado de sí decía que éste no podía separarse del cuidado del otro, de los otros, de la política. Paul Ricoeur decía algo sabio : «Vivir bien, conviviendo bien, en el marco de unas instituciones justas.» Resistir las agresiones del Capital y del Estado, crear espacios democráticos y de libertad, compartir proyectos cooperativos, transformar las instituciones. Este es el capital ético, moral y político que nos dará una salida. Contra la voracidad capitalista en la que no hay ni ética, ni moral ni política.
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