Llegamos a un final, sí, pero a la vez estamos viviendo sólo el comienzo de una Gran Depresión. La mayor que haya conocido el capitalismo histórico. EE.UU. tiene en estos momentos una deuda acumulada de aproximadamente 57 billones de dólares, mientras que su PIB es de unos 14.4 billones. Eso quiere decir que está gastando […]
Llegamos a un final, sí, pero a la vez estamos viviendo sólo el comienzo de una Gran Depresión. La mayor que haya conocido el capitalismo histórico. EE.UU. tiene en estos momentos una deuda acumulada de aproximadamente 57 billones de dólares, mientras que su PIB es de unos 14.4 billones. Eso quiere decir que está gastando y endeudándose en una proporción del 400% de su PIB, a razón de unos 2.000 millones de dólares por día. Sí, por día.
En buena parte ese endeudamiento se debe al gasto militar que la principal potencia necesita cada vez más para garantizar la pervivencia no sólo de su dominio sino del sistema para el que domina, que hace agua por todos lados. Y es que la mano invisible del mercado cada vez funciona menos sin el puño de hierro del Estado y especialmente del super-Estado.
Pero los gastos improductivos militares llevan a un callejón sin salida económico a los Estados que abusan de ellos sin cesar.
Hay otro gran problema en la forma en que el Capital ha intentado hasta ahora «huir» de su Gran Crisis, valga decir, de su atasco en la generación de ganancia en la producción: la vía o versión financiero-especulativa. El producto bruto mundial (PBM) es de aproximadamente 63 billones de dólares. El capital financiero ficticio que se ha creado en virtud de deudas y valoraciones bursátiles es muy difícil de saber con certeza, pero las consideraciones más modestas (El Bank for International Settlements en su Quarterly Review de junio de 2011) apuntan a unos 600 billones de dólares. Las más realistas hablan de alrededor de 1.100 billones dólares. Es decir, casi 20 veces la riqueza real.
No hay manera «normal» de acabar con ese monstruo creado. La evaporación masiva de tamaño capital ficticio que se está llevando a cabo desde 2007 supone y supondrá la quiebra imparable de Bancos, agencias de inversión, entidades de Bolsa, y después de ellos, las empresas reales, aquellas que se dedican a la producción o el comercio. Aun así, hasta 2010 sólo se habían logrado eliminar a través de derrumbes bursátiles y quiebras unos 10 billones de dólares. Tanto ruido para tan poco ajuste real.
En el esfuerzo por salvar a la Gran Banca, se están transfiriendo sus deudas a los Estados, que ahora también están quebrando. Los Estados, por su parte, hacen lo que pueden para transferir a su vez esas deudas como obligaciones a ser pagadas por las poblaciones, con el consiguiente deterioro del conjunto de las condiciones de vida.
Como quiera que, por ejemplo, los Estados del espacio euro renunciaron previamente a financiarse a través de sus Bancos Centrales y a tener soberanía monetaria, se ven obligados a entrar en el juego de la mafia financiera: les piden a ella dinero a cambio de aceptar sus condiciones. Un juego de mafias para acabar con la gente. Así que la mafia financiera hace como que rescata a los Estados a cambio de imponer normas draconianas no sólo contra la clase trabajadora, sino contra todo hijo de vecino que no esté en alguna de las mafias. Plan perfecto. La clase capitalista en cada Estado (la mafia plutocrática) y sus intermediarios políticos, dicen que no pueden hacer nada, que todas las nuevas condiciones les vienen «impuestas».
Queda por saber si la Gran Depresión del siglo XXI será la que se lleve por el sumidero al propio capitalismo, pero mientras tanto hay dos cosas al menos que deberíamos tener claras a partir del análisis del capitalismo histórico:
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toda Gran Crisis sirve de limpiadora de capitales «no-competitivos», llevando a cabo un proceso de mayor concentración del capital, en el que unos pocos acaparan mucho más;
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tras ninguna Gran Crisis se ha vuelto a lo que había antes de ella.
De este segundo punto aprendamos al menos que ni el capitalismo «amable» y «democrático», ni el Estado Social ni el keynesianismo volverán (al menos en un futuro a medio plazo, en el mejor de los casos).
Entonces, ante esta Gran Depresión cuáles son las «salidas» a la crisis que nos proponen:
A) Opción reaccionaria, de las élites de poder económico-político.
Garrapiñar todo cuanto puedan de la riqueza social o riqueza colectiva, todo aquello que hasta ahora era público y que había costado tanta lucha conseguir. Así, con toda esa impúdica acaparación, estarán mejor posicionadas para dar el salto hacia otro orden social (porque al acaparar tanto y dejar a la sociedad sin nada, la dinámica capitalista deja de funcionar, claro).
B) Opción «progresista».
Inundar de dinero la eurozona, por ejemplo, aunque sea como dice algún sesudo comentarista, «lanzarlo desde helicópteros». Gran endeudamiento de los Estados (que el Banco Central Europeo se ponga a fabricar papel estajanovistamente) y sacar Bonos europeos para regenerar el ciclo económico, para «engrasar» la economía, y hala, vuelta a empezar.
Haciendo eso tendríamos miles de millones más de capital ficticio, ¿pero qué más da?, ya puestos… hacemos como que salimos ahora de ésta y en 4 o 6 años la cosa estalla de nuevo, pero enormemente más fuerte.
C) Hay otro camino.
El otro camino es el nuestro, el de la gente. El que nos lleva a la transformación social, a darnos otro sistema social y económico. Pero somos poblaciones desestructuradas y dominadas, «sociedades masa» que se creyeron clase media universal y que por tanto hace mucho tiempo que dejaron de saber lo que es ser clase, y ni siquiera se piensan como su sucedáneo, el «pueblo».
Problema aún más grave: no tenemos una izquierda digna de tal nombre (ni «política», ni sindical ni social), a la altura de las terriblemente dramáticas circunstancias históricas que atravesamos. Integradas en el capitalismo a través de sus dispositivos keynesianos, a lo más que aspiran las izquierdas integradas es a «recuperar» esos factores regulatorios, anticíclicos, del capital. Es decir, vuelta atrás, a lo que había.
Pero esto es imposible, «my friends». Tras la Gran Depresión del Siglo XXI y a falta de sujeto antagónico, el Capital tiene tiempo para probar diferentes posibilidades de salvación de sí mismo, mientras termina de construir un nuevo modo de dominación. Éste se insertará bien un nuevo sistema de explotación de ellos sobre las grandes masas, o en un nuevo tipo de capitalismo, en el que sólo unos pocos (todavía menos que los que tuvo en el siglo XX) puedan disfrutar de la «cara social» del mismo. Y fijaos que aquí no hemos hablado de las claves ecológicas ni demográficas. Los límites infraestructurales a todo el tinglado en que se basa la civilización capitalista. Porque la era del crecimiento ya pasó, por mucho que nuestros sindicatos mayoritarios no se hayan dado cuenta. Y el capitalismo sin crecimiento no quiere ni oír hablar de «repartir» ni de «mejorar» nada. Por eso nuestras izquierdas integradas añoran tanto el crecimiento capitalista, que le vayan las cosas bien al capitalismo: porque no tienen ningún proyecto fuera del mismo.
Mientras todo se hunde las izquierdas integradas siguen encantadas de su juego electoralista y parlamentarista, contando si subieron tantos diputados y felicitándose por ello; entrando a formar gobiernos con los mismos que han preparado el Gran Robo. Bueno, al fin y al cabo son ellas las que pueden acceder al Parlamento y fungen como «interlocutoras» de la población frente al Capital, para encauzar la contestación hacia vías «racionales». A las otras izquierdas, severamente marginadas y estigmatizadas, cada vez les caerán más acusaciones de antisistema, incivilizadas, violentas, cuando no directamente «terroristas».
Y es que como dijera Trotsky (y perdón por la inclusión), la gran crisis de la humanidad es la crisis de la clase obrera organizada, la crisis de sus (perdón de nuevo) «vanguardias».
Porque las poblaciones-masa reaccionarán, no hay duda, pero ya después de mucho sufrimiento. Aunque entonces barrerán, eso sí, a esas izquierdas torpes, atascadas, que no les ofrecieron ni les ofrecerán nada con su forma de hacer política integrada, propia de un capitalismo que hoy ya no existe.
Así que estamos en un fin de algo que es al tiempo sólo el comienzo de una Gran Depresión de la que saldrá probablemente una nueva forma de ser, un nuevo tipo de capitalismo, una fase terriblemente oscura para la humanidad, de dolor y destrucción. Casi inevitablemente de Guerra (no perderse lo que están haciendo con Siria: pocas mentiras se han elaborado tanto). Ya los del Club ese de «Bilderberg», que sólo es la parte más visible de las cocinas del Capital, preparan la puntilla.
Pero si quienes se sienten izquierda transformadora logran reaccionar a tiempo y hacer frentes amplios capaces de actuar, proponer e ilusionar a amplios sectores de población, con una política de transformación, podríamos estar también, en cambio, en un principio: el de lo nunca dado hasta hora. El de esa sociedad nueva que cada vez es más una necesidad histórica.
Porque objetivamente el capitalismo está hecho cisco. Pero no hay nadie para darle el último empujón, quiero decir, para esparcir sus cenizas. Por eso, sólo por eso, puede volver a levantarse. ¿O me equivoco y nos atrevemos con él?
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