No es descabellado plantear que nos encontramos en pleno proceso de shock económico, mediante el cual se está planteando una salida a una crisis económica por la vía del neoliberalismo más salvaje. Esta situación es más perceptible en los estados que conforman la Unión Europea, en los que hasta ahora primaba un modelo en el […]
No es descabellado plantear que nos encontramos en pleno proceso de shock económico, mediante el cual se está planteando una salida a una crisis económica por la vía del neoliberalismo más salvaje. Esta situación es más perceptible en los estados que conforman la Unión Europea, en los que hasta ahora primaba un modelo en el que ciertas garantías sociales eran prácticamente incuestionables. En este sentido no parece excesivo observar la actual crisis como un colapso provocado, al menos en cierta medida. No son pocos los autores de prestigio aseveran que esta situación se debe a un proyecto más o menos planificado para desmantelar los estados del bienestar. Dicho esto apunto que el eje sobre el que se estructurará este ensayo será el de la situación presente lanzando, al mismo tiempo, una mirada retrospectiva sobre otros shocks económicos pretéritos.
Si observamos la actual coyuntura europea y en particular la de España resulta inevitable acordarse de lo ocurrido en Argentina hace poco más de una década. Entonces, como ahora, la crisis económica parecía plantearse »como si fueran oportunidades de hacer negocio» [1]. Sirvan como ejemplo en este sentido los múltiples proyectos de privatizaciones ya en marcha. Claro que en Argentina la influencia directa de Estados Unidos era palpable desde el Golpe de 1976. En el caso español es necesario mirar en el papel ejercido por la Unión Europea, y en la aceptación acrítica de todas y cada una de sus imposiciones. Desde la firma del Tratado de Maastricht en 1992 se ha venido haciendo patente una cesión constante de soberanía, continuada con la integración en el Euro y la firma del Tratado de Lisboa (2007), y culminada con la actual crisis económica. Sin embargo esto puede ir todavía más lejos a la vista de una más que posible intervención sin ambages.
Observando a lo largo del enrevesado camino que nos ha conducido a esta situación tan complicada entran en escena múltiples interrogantes. Resulta difícil comprender, desde un punto de vista racional, como pudo impulsarse de una manera tan entusiasta y durante tantos años un modelo económico claramente insostenible. Contando éste con el máximo consenso institucional y mediático hasta incluso después de que se demostrase inoperante. Parece evidente que los intereses económicos que maniobraban en estos desajustes repercutían en el beneficio económico de gente muy poderosa.
En este sentido es reveladora una afirmación del premio Nóbel de economía Paul Krugman quien señala que » la defensa de la austeridad en el Reino Unido no tiene en realidad nada que ver con los déficits; tiene que ver con usar el pánico al déficit como excusa para desmantelar programas sociales. Y esto es, por supuesto, exactamente lo mismo que ha estado pasando en EE UU». Al mismo tiempo que asevera: »cuando se tenga un problema de déficit a largo plazo, recortar drásticamente el gasto mientras la economía está profundamente deprimida es una estrategia contraproducente porque no hace más que agravar la depresión» [2]. Esto lleva a plantearse seriamente hasta qué punto la crisis pueda haber sido provocada y profundizada a conciencia. No obstante, en el caso de España esta posibilidad queda difuminada por la endémica corrupción e incompetencia demostrada por los dos partidos de gobierno, por no hablar directamente de un país corrompido institucionalmente a casi todos los niveles.
Por su parte, y dejando a un lado la incompetencia de nuestros dirigentes, el profesor Vicenç Navarro habla sin rodeos de una pretendida transformación de la Europa social en la Europa liberal, impulsada por las élites económicas pensando únicamente en sus intereses de clase. Para ello la crisis vendría a ser un mecanismo para vencer las resistencias populares y por tanto, dice, » han creado una gran recesión, imponiendo tales políticas [neoliberales] (imponiendo porque no hay ningún gobierno que las aplique que tuviera tales políticas en su programa electoral) con el argumento de que no hay alternativas» [3]. Como instrumentos para provocar la crisis podemos tomar, por ejemplo, las privatizaciones que se han ejecutado en las últimas décadas, así como las políticas fiscales claramente regresivas que se han impuesto. A su vez estas políticas fiscales »obligaron a las administraciones públicas a endeudarse con las familias acomodadas y con los mercados financieros para financiar los déficits creados de ese modo» [4] con los lógicos intereses que eso genera; por tanto estas políticas fiscales habrían acabado por beneficiar por partida doble a las clases adineradas. Una vez consumado este atropello se procedió a convencer a la opinión pública, mediante los medios de comunicación de masas al servicio de los mismos intereses, de que los culpables del déficit eran los receptores de ayudas sociales y empleados públicos.
Por todo ello la crisis se nos presenta como un producto de la voracidad y codicia de las élites más que como consecuencia de una serie de errores, dando por sentado que estos puedan haber influido en mayor o menor medida. Y por supuesto el hecho de culpar de ella a las clases subalternas no es más que una miserable e interesada falacia.
Si observamos el paquete de medidas económicas conocido como el Consenso de Washington, el cual se impuso en América Latina y en otras partes del mundo durante los años 90, no cabe duda que nos es bastante familiar, a saber: freno al déficit presupuestario, reducción del gasto público, liberalización financiera, liberalización comercial, promoción de la inversión extranjera directa, privatización de las empresas estatales, desregulación de la economía y protección de los derechos de propiedad [5]. Visto esto parece claro que las medidas que se promocionan desde el poder para salir de la crisis son la acentuación de las mismas que nos han llevado a ella. Podrían sorprender, en primera instancia, las escasas y en todo caso muy matizadas críticas que se vierten desde la prensa a este modelo, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los grandes medios de comunicación (por no decir todos) pertenecen o están bajo influencia directa de las grandes corporaciones empresariales. Además el neoliberalismo, como ideología de la clase dominante que es, arrastra consigo a »periodistas de prestigio, especialistas en relaciones públicas, intelectuales que escriben para públicos amplios, gente del espectáculo, artistas, funcionarios estatales y políticos» [6]. Si a todo esto le sumamos las condiciones específicas que se dan España, donde se dan cita una masa social particularmente aletargada, una oligarquía especialmente feroz y una ínfima pluralidad mediática, el cóctel resultante es aterrador.
Si miramos al pasado constatamos que los métodos mediante los que se han llevado a cabo los shocks económicos neoliberales, y sobre todo sus resultados, son poco menos que inquietantes. El caso más llamativo es el de Rusia dónde, tras desmantelarse el modelo socialista por una vía escasamente democrática, la cifra de personas que vivían bajo el umbral de la pobreza se disparó a los 74 millones frente a los dos millones de 1989. Asimismo, según UNICEF, había en el país 3,5 millones de niños sin hogar en el año 2006, cuando se suponía que ya gran parte de los efectos del shock estaban en claro retroceso [7]. Al margen de estas sobrecogedoras cifras, no parece que los ideólogos y ejecutores de la doctrina del shock tengan demasiados remilgos morales a la hora de imponer sus criterios en vista de cómo los implantaron en los países del llamado Cono Sur americano: Brasil, Argentina, Chile y Uruguay. En todos ellos se instituyeron sangrientas dictaduras corporativistas que aplicaron un modelo económico neoliberal al mismo tiempo que se torturaba salvajemente y asesinaba a los disidentes. Y todo ello con la complacencia, cuando no con el apoyo directo, de Estados Unidos.
Un caso análogo al europeo actual es el que se produjo en Asia oriental en los 90, en concreto en 1997, entonces »los años de apogeo terminaron de manera súbita cuando sobrevino la crisis financiera (…) cuyos devastadores efectos se dejaron sentir en la región durante años» [8]. La vía para paliar esta crisis fue mediante la aplicación de rescates internacionales combinada con la venta de activos comerciales a inversores extranjeros a precios bajísimos. Lo que se hizo, en pocas palabras, fue aprovechar la crisis para proceder al saqueo de la región. Y aunque, en efecto, muchos de estos países lograron remontar la crisis, lo cierto es que sus devastadoras consecuencias políticas y sociales continúan siendo palpables, afectando especialmente a las capas más desfavorecidas de estas sociedades. Concretamente en Japón, cuando la economía empezó a deteriorarse a marchas forzadas, comenzaron a imponerse programas de reforma de fuerte contenido neoliberal alimentados por presiones externas, especialmente de EEUU, para que liberalizaran sus protegidos mercados.
También en China se implementaron desde finales de los años 80 reformas de carácter neoliberal que tuvieron una fuerte contestación popular. El paradigma de este descontento fueron las manifestaciones de 1989 que culminaron con la masacre de Tiananmen. Los manifestantes reclamaban que la apertura económica fuese acompañada de una apertura democrática, lo que el régimen chino no estaba dispuesto a aceptar de ningún modo. El resultado de estas medidas ha sido un crecimiento espectacular de la economía china a costa de un acentuadísimo incremento de las desigualdades sociales y de un deterioro significativo de las condiciones de trabajo de los asalariados.
Otro pasmoso ejemplo de la mentalidad de de los terapeutas del shock y sus acólitos lo encontramos en su habilidad para aprovechar catástrofes naturales para su propio beneficio económico, o incluso para provocar y aprovechar desastres humanitarios tales como guerras para hacer negocios.
Es paradigmático el caso del tsunami que asoló Sri Lanka en 2004, el cual fue aprovechado por empresas internacionales para ejecutar ambiciosos planes referidos a la explotación de la industria turística, que de otro modo hubieran sido prácticamente inviables debido a la frontal oposición de la población local. Estos planes de desarrollo privado suelen usarse como condicionante para la concesión de ayudas para la reconstrucción, lo que en pocas palabras viene a ser un chantaje. De todos modos la administración de estas ayudas acaba siendo, por norma general, bastante deficiente al estar sujetas al control de las corruptas elites autóctonas; además de que suelen ser escandalosamente insuficientes. En el caso de Sri Lanka, en 2006, »la mayoría de los hogares golpeados por el tsunami estaban aún en ruinas, la única excepción era el propio distrito electoral del presidente en el sur, donde un milagroso 173% de los hogares habían sido reconstruidos» [9].
Pero estas prácticas de rapiña no se limitan a países exóticos y subdesarrollados. En Nueva Orleans (EEUU), tras el paso del huracán Katrina, las propias élites estadounidenses aprovecharon el desastre para hacer negocios y llevar a cabo ambiciosos planes de reestructuración neoliberal, siempre a costa de los más desfavorecidos. Sirva como ejemplo que antes del huracán »la junta estatal se ocupaba de 123 escuelas públicas; después, solo quedaban 4»[10]. Asimismo se aprovechó la situación para despedir a los profesores sindicados, concretamente a nada menos que 4700. Por si esto fuera poco acabaron desviándose los fondos destinados a la reconstrucción de hogares e infraestructuras hacia la privatización del sistema educativo. A la vista de semejantes atropellos contra la población de su mismo país llego a la conclusión de que esta gente es, valga la expresión, capaz de cualquier calamidad con tal de llenarse los bolsillos.
Otro caso espeluznante es el de la invasión de Irak de 2003 liderada por Estados Unidos, cuyo enfrentamiento genuinamente bélico fue relativamente rápido y poco traumático. Sin embargo aquí los verdaderos problemas no se iniciaron con la propia invasión sino cuando se procedió a reconstruir el país. Se dieron cita entonces múltiples intereses entrecruzados, entre los que primaron los de las empresas estadounidenses subcontratadas para la reconstrucción que pretendían desmantelar todo el sistema productivo iraquí, tanto público como privado, previamente existente; y por supuesto los intereses referidos a la explotación del premio gordo de la invasión: el petróleo. Todo ello además sin contar apenas con trabajadores iraquíes, condenando a éstos al paro y a la miseria. El objetivo era obtener los máximos beneficios a costa de privar a los iraquíes de la posibilidad de una vida digna, y para ello no se dudó en suspender todas las promesas democráticas e incluso en someter a las más salvajes torturas a los insurgentes.
Cambiando de tercio, el historiador Josep Fontana retrotrae el inicio de la actual ofensiva de las élites al año 1973, cuando ya parecía imposible que la Unión Soviética ganara la guerra fría. Entonces se dejaron de hacer concesiones y pactos con los trabajadores motivados, hasta entonces, por el miedo a una revolución proletaria: ahora era el momento de »restaurar la plena autoridad del patrón» [11]. El principal resultado de esta ofensiva a largo plazo ha sido un aumento de las desigualdades sociales. En el periodo 1973-2011 la productividad en Estados Unidos creció en un 80,4%, mientras que el salario medio solo lo hizo en un 10,7%; esto evidencia que el reparto de la riqueza no ha sido, ni mucho menos, equilibrado entre empresarios y trabajadores. Lo que sostiene Fontana es que este modelo se ha exportado sin tapujos a Europa después del estallido de la crisis en el año 2008.
Centrándonos en las particularidades de España, nos encontramos con que durante los años del conocido como boom económico (1994-2006) también se acentuaron las desigualdades. Mientras que el PIB experimentó un crecimiento del 62% el salario medio retrocedió un 2,4% en términos de poder adquisitivo. En 2005, en un tiempo de supuesta de bonanza económica, un 27% de los habitantes tenía dificultades para llegar a final de mes, al mismo tiempo que aproximadamente un 35% llegaba bien a fin de mes pero sin ninguna capacidad de ahorro. Mientras, en el periodo 1993-2005, pese al continuo aumento del PIB, el gasto social se redujo en un 3,5%, alejándonos progresivamente de la media del la UE de los 15. Mientras que en 1994 la diferencia era del 38%, en el año 2005 esta brecha se ensanchó hasta el 40%. Todo esto fue acompañado de políticas fiscales regresivas, que beneficiaban los que más tenían y que, junto a las privatizaciones, acabó repercutiendo seriamente en la capacidad de recaudación del Estado. Otras medidas alentadas desde Europa como las orientadas a estimular la reconversión y deslocalización industrial han terminado provocando una merma en la independencia de la economía española, al mismo tiempo que los empresarios se beneficiaban instalando sus fábricas en países más pobres en los que podían someter a los trabajadores a unas condiciones mucho más duras a un menor coste [12].
El profesor Carlos Taibo habla, sin tapujos, de que »no nos encontramos delante de un problema de impericia técnica o de meros errores en el diseño de las políticas: nos hallamos ante una premeditada, interesada y turbia mezcla de inmoralidad e intereses privados. Ante una operación tramada y teledirigida en la que nada hay de improvisación, o al menos nada lo hay en lo que respecta a la conducta de los grandes poderes económicos» [13]. Decisiones como la de nacionalizar deudas privadas ilustran perfectamente esta afirmación. Dentro del panorama español es ineludible referirse a la burbuja inmobiliaria la cual provocó un fuerte endeudamiento privado y un exagerado incremento del valor del patrimonio inmobiliario, con los inevitables desajustes que eso conlleva. Se estima, en definitiva, que pese al bombo que se suele dar a la deuda pública, ésta supone solo el 18% del capital total que se debe desde España, el resto correspondería a la deuda privada, de la cual casi la mitad recaería sobre los bancos.
Tampoco podemos pasar por alto la enorme incidencia del fraude fiscal en España, cuyo monto anual se estima en una cifra cercana a los 70.000 millones de euros, dándose la circunstancia de que según un informe de los técnicos de Hacienda más del 70% de este fraude recae sobre las grandes fortunas y grandes empresas [14]. En este sentido el 86% de las empresas del Ibex 35 operan en paraísos fiscales y además esta tendencia continúa incrementándose año tras año [15]. Resulta alarmante que las distintas administraciones no tomen apenas medidas para castigar estas prácticas, sino que más bien hacen lo contrario. Desde el gobierno de España se ha propuesto premiarlas permitiendo blanquear el dinero a los estafadores previo pago de un 10%, cifra muy inferior a la que les correspondería pagar si lo hiciesen por los cauces hasta ahora establecidos; por si esto fuera poco resulta que pretenden reducir el número de inspectores de Hacienda. Por otro lado son muchos los especialistas que afirman que estas prácticas podrían combatirse efectivamente a escala europea a través de una armonización fiscal a nivel comunitario. Visto todo esto parece obvio que no hay mucho interés desde las diferentes administraciones en perseguir el fraude fiscal a gran escala, lo que refuerza la tesis de que el poder político se halla postrado ante los intereses del gran capital.
En conclusión, es evidente que nos hallamos inmersos en un círculo vicioso de difícil salida a través de las recetas neoliberales. Si miramos en el Manifiesto de economistas aterrados, publicado en 2010 por especialistas franceses, observamos que mediante una serie de medidas no demasiado radicales podrían haberse neutralizado, al menos en gran medida, los efectos más dramáticos que está teniendo la crisis. Como destellos de esperanza podemos mirar a determinados países de América Latina que se han sacudido el yugo de la deuda y han procedido a aplicar políticas socializantes mediante la renacionalización de recursos y empresas previamente saqueadas. No obstante las diferencias estructurales ente los dos continentes impiden copiar el modelo; se trataría, en todo caso, de adaptarlo a nuestras propias circunstancias. La situación actual de Grecia, en donde un partido moderadamente revolucionario tiene visos de ganar las elecciones, también proporciona esperanzas, aunque acompañadas de no pocas incógnitas. Lo que parece claro es que los mismos agentes y las mismas políticas que nos han hundido en la crisis no son los que nos van a sacar de ella, y menos de una manera justa.
Notas:
[1] Klein (2012, p.594)
[2] http://economia.elpais.com/
[3] http://www.vnavarro.org/?p=
[4] Askenazy et ál. (2011, p.34)
[5] Steger y Roy (2011, pp. 42-43)
[6] Steger y Roy (2011, p. 30)
[7] Klein (2012, p.319)
[8] Steger y Roy (2011, p.127)
[9] Klein (2012, p.526)
[10] Klein (2012, p.26)
[11] http://ccaa.elpais.com/ccaa/
[12] Taibo (2012)
[13] Taibo (2012, p.258)
[15] http://economia.elpais.com/
Bibliografía
ASKENAZY, P. et ál.; Manifiesto de economistas aterrados; Pasos Perdidos, Madrid, 2011.
KLEIN, N.; La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre; Editorial Planeta, Madrid, 2012.
STEGER, M. y ROY, R.; Neoliberalismo. Una breve introducción; Alianza Editorial, Madrid, 2011.
TAIBO, C.; España, un gran país. Transición, milagro y quiebra; Catarata, Madrid, 2012.
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