Circula por internet un texto de Thomas Jefferson, principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y tercer presidente que tuvo ese país, y que no me resisto a compartir: «Las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un […]
Circula por internet un texto de Thomas Jefferson, principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y tercer presidente que tuvo ese país, y que no me resisto a compartir:
«Las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate.
Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florezcan en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo sobre la tierra que sus padres conquistaron».
Muchos de los comentarios agregados al texto, que dos siglos más tarde expresa en sus efectos la crónica diaria de todos los medios de comunicación, resaltan la increible capacidad visionaria de Jefferson para adelantarse a los tiempos, para predecir el futuro.
Pero ahí es donde a uno, al margen de agradecer la cita, le asaltan las dudas porque ¿era realmente Jefferson un iluminado? ¿No sería que los demás optaron por mirar para otro lado? ¿No es acaso el visionario la consecuencia de tanto distraído conformista, cuando aquel, simplemente, se niega a cerrar los ojos?
En un mundo de ciegos el tuerto no es el rey, sino el visionario, ese que se atrevió a predecir que si le echas leña al fuego va a acabar ardiendo y al que los ciegos, casi siempre, también acaban quemando. Y no hace falta ser un visionario para saberlo, sólo negarse a practicar el viejo proverbio de «dame pan y dime tonto».
Debiera tenerlo en cuenta esa caterva de políticos pirómanos con licencia que, además, se las dan de bomberos y pretenden, los mismos que han generado el incendio, rescatarnos del siniestro que su perversa ambición provocara.
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