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Algo más sobre el campo de Higgs-Brout-Englert-Guralnik-Hagen-Kibble

Fuentes: Rebelión

El «mote de partícula de Dios» que le endosó Lenderman, un Premio Nobel de Física, se debe al papel central del bosón de Higgs en el origen de todas las cosas, en el bang del Big Bang, ha señalado Javier Sampedro [1]. No es la única narrativa. Se cuenta otra, tan o más jugosa si […]

El «mote de partícula de Dios» que le endosó Lenderman, un Premio Nobel de Física, se debe al papel central del bosón de Higgs en el origen de todas las cosas, en el bang del Big Bang, ha señalado Javier Sampedro [1]. No es la única narrativa. Se cuenta otra, tan o más jugosa si cabe:

Allá por los años 90, Leo Lederman decidió escribir un libro de divulgación sobre la física de partículas. En el texto, el autor se refería al bosón de Higgs como «The Goddam Particle» -«la partícula puñetera», «la partícula maldita» si lo prefieren- por lo difícil que resultaba detectarla. El editor del libro, en un arranque de originalidad que se ha convertido -depende como lo miremos- en un ejemplo de hallazgo semántico o en una ilustración del disparate publicitario con consecuencias metafísicas, decidió cambiar la expresión «The Goddam Particle» por «The God Particle». De este modo, «la partícula puñetera» se convirtió -sin ningún ánimo de ofender- en «la partícula de Dios». ¡La vida (editorial) nos sigue dando sorpresas!

Hay, además, otra narración alternativa con tintes de humor. La ha recordado Álvaro de Rújula: Mamá, mamá, ¿por qué la llaman partícula de Dios? Por dos motivos hija. El primero: los que lo hacen son unos ignorantes o acaso unos interesados. El segundo: tanto sobre Dios como sobre el bosón de Higgs lo sabemos todo… menos si existen».

Ahora, eso sí, sabemos más de la existencia del segundo. Del primero, seguimos como hasta ahora, en ascuas.

Sea como fuere, seguimos conmovidos por el gran hallazgo científico anunciado el pasado miércoles, 4 de julio. El bosón de Higgs, a partir de la generalización de lo que Sampedro llama esquizofrenia cuántica, es también un campo de Higgs (o de Higgs-Brout-Englert-Guralnik-Hagen-Kibble para ser más justos con la totalidad del grupo científico que conjeturó su existencia hace más de 40 años). El campo sería un residuo del Big Bang, la primera «cosa» que existió una fracción infinitesimal de segundo después de origen de nuestro universo. Ello explicaría no sólo la masa de todas las demás partículas elementales (como el protón o el electrón, por ejemplo) sino su misma existencia. «El campo de Higgs fue el hacedor del bang, o de la inflación formidable que convirtió un microcosmos primigenio de fluctuaciones cuánticas en el majestuoso cielo nocturno que vemos hoy», ha comentado Javier Sampedro.

Las probabilidades de que tal partícula no exista, ha señalado Cayetano López, las probabilidades de que se trate de un efecto estadístico y no responda a un fenómeno real, son minúsculas, muy minúsculas. La certeza obtenida es de 5 sigma -Atlas- y 4,9 -CMS-, lo que implica, señala Alicia Rivera, «una probabilidad de error muy baja, menor que 0,3 en un millón». Pero la comunidad física nos advierte -la metodología científica es así de exigente y prudente- de que debemos acumular más datos antes de dar «su existencia por definitivamente demostrada». El modelo explica un porcentaje de la materia del universo (en torno al 4%); el resto es materia oscura y energía.

No me resisto a no dar cuenta de una maravillosa aproximación -divulgación de la buena, de la mejor- del gran físico teórico del CERN (y del Instituto de Física Teórica de la UAM-CSIC) Álvaro de Rújula:

Las partículas elementales tienen muy pocas propiedades personales. Nuestro querido bosón estándar, por ejemplo, tiene solo su masa, señala AdeR. Su carga eléctrica y su spin son nulos. El resto de sus propiedades, por así decir, es una metáfora obviamente, son sociales: «la intensidad con la que interacciona con otras partículas, incluido consigo misma». La autointeracción del bosón parecería su faceta menos erótica, apunta metafóricamente el físico del CERN, pero es la más interesante: «implica nada menos que el vacío y la nada no sean lo mismo». El vacío, el estado de mínima energía, está lleno, pues, de una sustancia, el campo de Higgs. Las vibraciones de ese campo son los bosones de Higgs. La interacción de ese vacío -que no está vacío- con el resto de las partículas hace que tengan las masas que las caracterizan. El vacío no-vacío, concluye Rújula, les concede buena parte de su carné de identidad.

La cooperación del CERN -¡en ciencia básica!- se estudia en todas las escuelas de negocios, ha señalado Carlos Pajares; las nacionalidades, ha añadio, se diluyen en él. Dejemos a un lado lo de las escuelas de negocios -bien mirado no es ningún éxito- que parecen no haber aprendido mucho sobre cooperación. «La raza humana es cooperativa (lo vemos en los niños y la prehistoria), le preocupa el bienestar de los demás, pero nuestras sociedades han llegado a un punto en el que esas tendencias naturales no tienen cabida más allá de la familia. Si somos lo suficientemente inteligentes para potenciarlas…» [2], ha señalado Michael Tomasello, especialista en psicología comparada entre humanos y simios.

Sin bordear ningún cuento idealista, la ciencia no es desde luego un mar sin perturbaciones, las prácticas reales de algunos hallazgos científicos también añaden gotas de optimismo a la posibilidad de la cooperación entre humanos en busca de la verdad. ¿Y, por qué no, en busca de la verdad, la justicia y la libertad y con el mismo éxito?

 

Notas:

[1] Tomo pie en los artículos e informaciones de Cayetano López, Alicia Rivera, Álvaro de Rújula y Javier Sampedro aparecidos en El País , 5 de julio de 2012, pp. 32 y 33.

[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=152590

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.