No existen formas de dominación fácticas que no hayan sido preparadas por formas de dominación ideológica. Y esta forma de dominación ideológica ya no se ejerce con la imposición de dogmas cuasi religiosos o la cruenta y simple violencia, sino a través de lo que seria la hegemonía de una epistemología de la dominación. Esta […]
No existen formas de dominación fácticas que no hayan sido preparadas por formas de dominación ideológica. Y esta forma de dominación ideológica ya no se ejerce con la imposición de dogmas cuasi religiosos o la cruenta y simple violencia, sino a través de lo que seria la hegemonía de una epistemología de la dominación. Esta epistemología va autolegitimándose a través de métodos y técnicas que por sí mismas se corresponden con un tipo de discurso que está bastante lejos de la neutralidad, pues resume, en la comprensión de lo técnico, una determinada forma de entender y proyectar la vida. No se puede ocultar que esta epistemología acepta como natural una estratificación jerárquica que se corresponde con una idea de ordenamiento del mundo basado en el poder. De ahí que en lo profundo de esta lógica sea imposible la crítica y el supuesto de que es posible una lectura y comprensión del mundo «alternativa», a través de una construcción horizontal e incluyente, que admita la diferencia y que posibilite un diálogo efectivo de saberes. La estructuración del saber entonces se convierte en un monólogo que organiza los símbolos en base a una determinada relación de poder. La semiología política nos revelará, en efecto, que el poder se ejerce desde una inteligente invisibilidad. Esta invisibilidad nos configura, asigna y designa las formas de significación, y la estructuración de nuestras relaciones sociales con sus formas de peremnización, que igualmente, no dejan de ser profundamente simbólicas. Aquellos ideales como el éxito a pesar de todo, que tienen que ver con «ser el mejor», «ser el más grande», «ser el más rico», es decir, ser absoluto en la lógica de la ganancia. Estos mismos ideales se muestran y demuestran permanentemente en los mass-medias que no tienen por objeto ni pensar, ni objetar, pero paradójicamente adoctrinan en un tipo de pensamiento y de cultura, ligada a la prevalencia del capital. Este tipo de mensaje no produce desarrollo, no produce comunidad, tan solo produce la vigencia de un sistema que garantiza la iniquidad y la inseguridad, y sobre todo, lo hace casi de manera inconsciente, al articularse a un patrón de comportamiento que asume como natural un tipo de conducta pro-mercancía y anti-social, y esto sería la concretización de un tipo nuevo de colonialismo, un neocolonialisamo que nos seduce en una falsa promesa de libertad, adquirida a través de la eficiencia en el cumplimiento irrestricto de las instrucciones, la apatía ante la pobreza y la explotación social y ecológica, el deseo de violencia, el morbo ante la muerte del otro, la cosificación de la tierra, del cuerpo, de lo sagrado, la devastación de lo humano, la eliminación de la probabilidad de otro mundo.
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