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El ejemplo de solón de Atenas

Desapego del poder y valentia para la regeneración de la democracia

Fuentes: Rebelión

El pasado año publicamos en «El Faro de Ceuta», bajo el pseudónimo de Septem Nostra, un artículo que titulamos «Ceuta y España necesitan un grupo de Solones». Después de releer la obra de Patrick Geddes «Ciudades en evolución», ha regresado a mi memoria su contenido. La similitud entre el pensamiento del célebre pensador escocés y […]

El pasado año publicamos en «El Faro de Ceuta», bajo el pseudónimo de Septem Nostra, un artículo que titulamos «Ceuta y España necesitan un grupo de Solones». Después de releer la obra de Patrick Geddes «Ciudades en evolución», ha regresado a mi memoria su contenido. La similitud entre el pensamiento del célebre pensador escocés y el precursor de la democracia, el griego Solón de Atenas, es extraordinaria. Si este último habla de la Eunomia (el buen gobierno), Geddes, en un plano más utópico, acuñó un termino similar, el de Eutopía. Pero venían a referirse a lo mismo, el surgimiento de un cambio trascendental en la historia de la humanidad, como sin duda fue la aparición de la democracia. Estos grandes avances, como indica Geddes, «han surgido con clamores y protestas contra el estado de cosas prevalecientes, y se ha desarrollado a partir de sueños y planes que invariablemente han levantado protestas en contra y clamores de «pocos prácticos» y «utópicos». Con todo, estos «sueños poco prácticos» se han traducido a pesar de todo en resolución y esfuerzo, y aquellos «sueños utópicos» se han desarrollado con el trabajo y el esfuerzo de una, dos o más personas, pero al principio pocos individuos». Uno de estos individuos fue Solón de Atenas, cuyas acciones supusieron la instauración de los primeros pilares de la democracia.

Nacido en torno al 639 a.C., en el seno de una de las familias más distinguidas de Atenas, Solón abordó durante su arcontado (máxima autoridad en la Grecia Arcaica) una serie de reformas audaces: anuló la excesiva carga de las deudas que se originaron tras las introducción de una economía monetaria en el contexto de una sociedad agrícola; impidió que los hombres se vendieran como esclavos; limitó los excesos de los aristócratas al garantizar los derechos y obligaciones de sus conciudadanos. Con este fin desarrolló una legislación para evitar que «los poderosos pudiesen cometer en el futuro los desmanes que habían llevado a la ciudad de Atenas al borde del desastre» (Domínguez Monedero, 2001).

Las conocidas Leyes de Solón pusieron las bases de la democracia mediante dos medidas complementarias: la reducción de los privilegios y poderes de voto de la aristocracia poseedora de la tierra; y la dotación a los ciudadanos libres de instrumentos para convertirlos en los administradores activos de la ley. Una vez acometidas estas importantes reformas hizo algo inaudito para un político: no solamente rehusó asumir el poder absoluto que le ofrecieron, sino que se retiró de la escena para viajar, a fin de probar la fuerza y la eficacia de sus reformas. Como bien expresó Lewis Mumford en «la condición del hombre», la acciones de Solón «fueron valientes; su desinterés, ejemplar». El mismo Mumford se preguntaba: ¿Qué no podría lograr un grupo de Solones?.

El historiador Domínguez Monedero publicó una monografía sobre Solón de Atenas, en cuya contraportada se describe la historia de este político y poeta griego como «la de un hombre a quien, a pesar de habérsele ofrecido explícita e implícitamente el poder absoluto, la tiranía, sabe renunciar a ella tanto por responsabilidad moral como por ahorrar sufrimientos a su patria y es también la del individuo que tiene que sobrellevar, una vez que abandona la política, la incomprensión que sus medidas provocaron en sus contemporáneos. No obstante, la posterioridad le recompensó elevándole a la categoría de Sabio, dentro de los Siete Sabios».

Autores como Javier Gomá vienen insistiendo en sus obras sobre la importancia de la mímesis y la ejemplaridad de las personas que ocupan el poder en nuestra sociedad. Buena parte de nuestros problemas actuales se deben a que nuestros políticos en vez de tomar como referente en su actuación pública a personajes históricos como Solón, prefieren a demagogos como Pericles. Y tienen en su mesita de noche, en vez de los poemas de Solón, las tragedias de Sófocles o los diálogos de Sócrates y Platón, al «Príncipe» de Maquiavelo.

La ignorancia genérica de la historia lleva a que la mayor parte de la población desconozca que situaciones de crisis como la que hoy día estamos sufriendo se han repetido en diferentes momentos históricos. Una de las primeras crisis de «deuda» se dio precisamente en la Grecia Arcaica, cuando se creó el «dinero», y la respuesta vino de la mano, como hemos visto, de Solón. Entonces las reformas introducidas por Solón acabaron con las deudas, redujeron los privilegios de las clases superiores y pusieron las bases de la democracia política. En la actualidad, por el contrario, las deudas ahogan a la mayor parte de la población y ni siquiera se está dispuesto a la dación de pago para la hipotecas; se hablan de mini-trabajos como nueva forma de esclavitud laboral; la desigualdad entre ricos y pobres en España es una de la más altas en los países de la OCDE. Y la calidad democrática en nuestro país es lamentable.

Solón pudo elegir entre dos caminos: perpetuarse en el poder aceptando erigirse en tirano; o bien tomar la senda de la democracia, traicionando a los de su clase, pero beneficiando a sus conciudadanos, a partir del desarrollo de la libertad, la justicia y la igualdad. Se decantó por la democracia y aunque sus contemporáneos no entendieron sus reformas y las nuevas leyes que impuso, el tiempo reconoció su sabiduría y le convirtió en paradigma de moderación, de mesura y de justicia.

Para desgracia de nuestro país, la mayoría de nuestros políticos son la antitesis del ejemplo y el modelo que encarna Solón. Nuestra clase política está dominada por personajes aferrados al poder y a las prebendas que le acompañan; cobardes a la hora de tomar decisiones impopulares por más que estén consagradas en las leyes; demagogos por naturaleza; cancerberos de los intereses de los poderes económicos; enemigos de la verdad y la perfección; incultos y seres parciales, con una visión limitada de la realidad y cortoplacistas en su acción política; aspirantes a la santidad más que a la sabiduría.

Cuando muchos ciudadanos por todo el planeta se echan a la calle para reclamar un giro en la política económica mundial, lo hacen confiados en que alguien les escucha. Esperan que sus acciones de protesta calen en los principales mandatarios de los países más poderosos de la tierra. Y aguardan a que surja un líder con la suficiente determinación, valentía y desprendimiento del poder, similares a la que tuvo en su momento Solón de Atenas, para regenerar una democracia que ha derivado en una oligarquía liberal. Algunos ingenuos y optimistas albergaron ciertas esperanzas en la figura de Barack Obama, pero el tiempo ha demostrado que le ha faltado convicción y coraje para emprender los cambios que pueden salvar a este planeta de la aniquilación por la mano del propio hombre.

Desconocemos si alguna vez Obama tuvo voluntad real de cambiar las cosas. Es posible que si alguna vez lo pensó, pronto se dio cuenta de que los primeros que les retirarían su apoyo serían los integrantes de las clases superiores de la sociedad americana, al ver sus privilegios y poderes mermados.

Tal y como le sucedió a Solón de Atenas, su destino más previsible hubiera sido el retiro de la escena política y la incomprensión de mucho de sus conciudadanos. Sin embargo, parte de nuestra esperanza de un mundo más justo, equilibrado y democrático reside precisamente en el surgimiento de «solones» en todos y cada uno de los órganos de gobierno de los países más poderosos de la tierra. Estos líderes serían los encargados de facilitar la transición hacia una verdadera democracia inclusiva. Aunque, sinceramente, no confiamos mucho en ello. No podemos seguir esperando a la reencarnación de Solón de Atenas. Ha llegado el momento de abandonar cualquiera esperanza en que nuestros gritos en la calle sirvan para cambiar la mentalidad y la agenda política de los líderes políticos mundiales. Toda esta energía la tenemos que concentrar en la transformación del propio ser humano que pasa por «el retiro, el desapego, la simplificación, la reflexión y la liberación del automatismo». Una vez que hayamos acometido este proceso de automejora es cuando, según Mumford, tenemos que retornar al grupo y unirnos con los que han sido sometidos a una regeneración como ésta y son por ello capaces de asumir la responsabilidad y tomar la acción. Todos tenemos que asumir la responsabilidad moral de rescatar la democracia, hoy día secuestrada por una exigua minoría de codiciosos oligarcas. Si tiene algún sentido echarse a la calle es para vernos frente a frente, reconocernos como ciudadanos, y empezar a reconstruir la democracia entre todos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.