Con las nociones de «sociedad digital» y «sociedad de la información» ocurre algo muy similar. Se dan por hechas y sabidas sus bondades, sin citar muchas de sus contradicciones: la «brecha digital» entre ricos y pobres (sean personas o países), la sobresaturación informativa que conduce a la desinformación; y la diferencia que existe entre acceso […]
Con las nociones de «sociedad digital» y «sociedad de la información» ocurre algo muy similar. Se dan por hechas y sabidas sus bondades, sin citar muchas de sus contradicciones: la «brecha digital» entre ricos y pobres (sean personas o países), la sobresaturación informativa que conduce a la desinformación; y la diferencia que existe entre acceso a la tecnología digital y a la información, por un lado, y al conocimiento, por otro. Pues más información y tecnología no tienen por qué implicar más conocimiento.
Para reflexionar acerca de estos límites y sobre las amenazas a la libertad en el marco de la «sociedad digital», Richard Stallman ha impartido una conferencia en la Universitat de València, organizada por la Asociación Valenciana de Software Libre (ASOLIVAL). Stallman fue el fundador del movimiento del Software libre en la década de los 80 y creador del sistema operativo GNU Linux.
Una de las principales amenazas para los ciudadanos usuarios de la tecnología digital es la vigilancia por parte de estados y empresas. La legislación estadounidense permite, incluso, que la policía pueda obtener de las empresas información sobre los usuarios sin autorización judicial. «Nos vigilan a través de nuestras computadoras y de los productos informáticos», concluye Stallman. De hecho, «numerosos programas privativos (los habitualmente distribuidos por las empresas, y contrarios al software libre) disponen de funciones para la vigilancia de los usuarios», añade. Lo mismo ocurre con las redes sociales: «Facebook es un gran sistema de vigilancia».
Esto podría evitarse mediante el Software libre, afirma Stallman. Pero los controles sobre la libertad personal van mucho más allá. Recuerda el creador del sistema operativo GNU Linux que los teléfonos móviles permiten conocer la localización del usuario; que en Inglaterra se instalan cámaras junto a las carreteras para vigilar los movimientos de los coches y seguirlos en tiempo real. Y «quieren también reconocer los rostros de los ciudadanos en la calle; en definitiva, lo quieren saber todo de cada uno», explica Stallman. ¿Cómo oponerse a estos procedimientos? «Mediante la organización política», responde Stallman. «El estado y las empresas son muy peligrosos si no los ponemos bajo nuestro control», añade.
Otra de las grandes amenazas es la censura. Hace 15 años se pensaba que Internet suponía un gran alivio frente a la censura, pero hoy, los estados, «incluso los de los países que se autodenominan libres, imponen la censura en la red». Por ejemplo, recuerda Richard Stallman que Dinamarca puso filtros a webs extranjeras, información que después apareció en Wikileaks. El estado turco ha establecido hasta cuatro niveles de censura en la red. En Australia se han puesto cortapisas para el acceso a determinados enlaces. En India se cierran habitualmente sitios web. «Pero esta posibilidad también se introduce con la Ley Sinde», afirma el programador estadounidense.
También las empresas utilizan formatos secretos o encriptados para restringir el acceso de los usuarios a los datos. Al final, se produce una dialéctica entre el Software privativo, «que no respeta la libertad del usuario», y el Software libre, que debería incluir, según Stallman, varias libertades: que el usuario pueda ejecutar el programa de la manera que quiera y con cualquier fin; y que además pueda comprender y cambiar el código fuente de los programas que usa. Pero la realidad es que la mayoría de los usuarios se maneja con los rudimentos de la informática y que los profesionales con conocimientos de programación no pueden abarcar una tarea tan vasta. Por eso, afirma el autor del manifiesto GNU en 1987, habría que agregar un «control colectivo».
Porque los programas privativos o «no libres» son, para Stallman, «un yugo que somete a sus usuarios». «Pero las corporaciones que los utilizan, gobernadas por psicópatas, saben de su poder y abusan de los ciudadanos. Introducen funciones malévolas, como las de vigilancia o determinadas modificaciones, pensando que los usuarios nunca repararán en ello». Así, Windows hace posible que Microsoft imponga cambios de software a los usuarios sin pedirles permiso. Muchas webs también vigilan a los ciudadanos sin que estos lo adviertan. Por ejemplo, cuando en una página web aparece una opción para entrar en Facebook, esta red social sabe que el usuario ha visitado la página, aunque no disponga de una cuenta en esta red social, explica Stallman.
El enunciado de las amenazas y los abusos consumados lleva a Stallman a reivindicar la «soberanía informática» de los países. Asegura que todas las escuelas deberían enseñar el software libre por varias razones: educar a buenos ciudadanos de una sociedad libre (por el contrario, el software privativo genera dependencia; por eso regalan la primera copia de sus programas en las escuelas); también el software libre en los colegios permite formar a los mejores programadores, pues tienen la oportunidad de manejarse con muchos códigos; y el software privativo, por lo demás, se opone al ideal que debería presidir las aulas: compartir conocimientos, explica el experto.
Acciones cotidianas y supuestamente inocentes también entrañan riesgos. Es el caso de la introducción de los datos personales, por ejemplo, en una página web sobre ofertas y demandas de trabajo. «Los datos que aporta el usuario porque se le solicitan para un servicio, pueden acabar en manos del gran hermano«, explica Stallman. Esto puede ocurrir con las empresas estadounidenses y con las firmas de la Unión Europea con servidores en este país. Otro peligro, «aunque menos conocido», según el creador del GNU Linux, es «que uno deje su informática en el servidor de otro; de este modo, está perdiendo el control».
Otras amenazas apuntan directamente al sistema político. El experto norteamericano pone como ejemplo las votaciones electrónicas, que, a su juicio, «constituyen una invitación al fraude», ya que mediante procedimientos informáticos pueden cambiarse los totales. La manera de evitarlo es mediante el tradicional voto con papeletas, que siempre permiten el recuento.
Para un uso libre de la tecnología digital, es necesario que pueda copiarse y transmitirse información sin barreras. Pero, según Stallman, «los editores se oponen; llevan más de dos décadas en guerra contra nosotros; así, al hecho de compartir lo llaman piratería«, explica. Y añade que «nos han impuesto leyes injustas y grilletes digitales en los programas privativos; por si fuera poco, los editores han acabado con un principio básico de la justicia: ningún castigo sin proceso justo; pero en Japón se ha castigado con dos años de cárcel el hecho de bajar contenidos en Internet sin autorización», lamenta Stallman.
Por eso, considera primordial que se legalice la acción de compartir, entendida como redistribución de copias exactas con fines no comerciales. Y también la legalización del «remix», es decir, tomar parte de varias obras para componer una nueva. «Y esto no significa estar en contra de los derechos de autor», aclara. «Estoy a favor de los artistas, hay que apoyarlos; pero el sistema hace lo contrario: apoya a las empresas y sólo a algunos artistas, las estrellas«. ¿Y respecto a la propiedad intelectual? Stallman explica que este término introduce «confusión». «Antes era sinónimo de derechos de autor, pero hoy se usa para muchas leyes sin relación entre sí, respecto a patentes, denominaciones geográficas, entre otras». En definitiva, «cuando alguien se refiere a la propiedad intelectual, o no sabe de qué habla o quiere ocultarlo».
Por los demás, Stallman plantea un doble mecanismo de respaldo a los autores. El primero, procedería directamente del erario público o de un impuesto por la conexión a Internet. Se trata de que estos recursos lleguen al artista en función de su éxito, que determinarían los sondeos. Pero con un matiz: los recursos para cada artista no serían proporcionales a su audiencia, sino que se introducirían correcciones para apoyar a los autores que más lo necesitan. A esto se añadiría un segundo mecanismo: los pagos voluntarios. Es decir, habilitar una opción para que el usuario pueda aportar una pequeña cantidad al artista, por ejemplo, al entrar en la página web de éste. Richard Stallman sugiere que esta posibilidad pueda sustentarse con «publicidad amigable».
Al final, hay un elemento decisivo. «Todo lo que hacemos en la red no se fundamenta en que tengamos derecho a ello, sino en que las empresas nos lo toleran». Así, «tengo derecho, en principio, a emitir mis opiniones en papel, pero en la red me hace falta un proveedor, registro de dominios, un servicio de hospedaje y que acepte todas las condiciones que se me ponen» (cuando el Gobierno de Estados Unidos quiso expulsar a Wikileaks de Internet, atacó por estos frentes, recuerda Stallman). Por eso, resulta esencial «establecer derechos en la red para todos los usuarios», concluye el especialista.
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