Intervención en una conferencia en Saint Denis – 18 de enero de 2013. Traducción de Nemoniente.
I. Cuando se habla de la globalización de los mercados se entiende que ésta impone límites a la soberanía del Estado-nación. El hecho de no haber comprendido la globalización como un fenómeno irreversible constituye el error esencial de las izquierdas nacionales en Europa occidental.
Hasta la caída de la Unión Soviética el liderazgo americano consistió en combinar, prudentemente pero con continuidad, las especificidades nacionales de los países comprendidos en las alianzas occidentales (y en la OTAN principalmente) y la continuidad del imperialismo clásico, reagrupándolos dentro de un dispositivo de antagonismo con el mundo del «socialismo real». Desde 1989, desaparecido el mundo soviético, el hard power de la potencia americana es sustituido progresivamente por el soft power de los mercados: la libertad de comercio y la moneda han subordinado, en cuanto instrumentos de mando, al poder militar y de policía internacional -el poder financiero y la gestión autoritaria de la opinión pública han constituido, por otra parte, el campo sobre el que se ejercita principalmente la nueva empresa política de sostenimiento a la política de los mercados. El neoliberalismo está fuertemente organizado a nivel global, gestiona la actual crisis económica y social en beneficio propio teniendo verosímilmente ante sí un horizonte radiante…. A no ser que se produzcan rupturas revolucionarias, no es imaginable una transformación democrática y pacífica de los actuales ordenamientos políticos del neoliberalismo en el horizonte global.
Por otro lado, a la consolidación del sistema capitalista en la forma neoliberal, le ha sucedido una desbandada masiva de las fuerzas políticas de la izquierda tras el 89. Al lado de las fuerzas dogmáticas que, fieles a formas ideológicas arcaicas, renuncian a toda comprensión de la lucha de clases en un mundo profundamente renovado por la globalización y por las transformaciones de las formas de producción, se crea una nueva corriente de pensamiento y de acciones socialistas que, en el intento de mediar con la novedad de la situación, ha llevado hasta puntos extremos de alianza con el neoliberalismo.
Los procesos de unificación del continente europeo y las instituciones en las que vienen desarrollándose la discusión sobre la constitución europea, han constituido un lugar ejemplar del vacío y de la impotencia política de la izquierda, ya sea aquella «tercera vía» blairiana (cuya orientación pronto se identificó con las pulsiones más fuertes a una estructuración política de la Unión Europea de carácter neoliberal) ya sea, por el contrario, aquellos grupos que se han ocultado, tras el rechazo de la unidad y del desarrollo de las instituciones europeas, su incapacidad para construir una línea alternativa a la neoliberal, lo que habría significado poner en cuestión el Estado-nación, el derecho público nacional y el sistema administrativo de la modernidad capitalista. El fracaso de estas fuerzas, tomadas en conjunto, ha sido enorme.
Si queremos proceder a la discusión, preguntémonos cuáles son las condiciones teóricas y políticas que pueden permitir reabrir una perspectiva de luchas sobre terreno real de la construcción subversiva de una Europa unida. Es una cuestión planteada hoy por los movimientos que están aprendiendo a luchar contra la crisis a nivel europeo.
II. ¿En qué consiste el capitalismo financiero y/o biopolítico? Consiste en la subsunción de la sociedad, mejor dicho, de la vida misma, bajo el dominio del capital, sin residuo alguno. ¿Cómo se ejerce el mando de los mercados sobre la estructura de la sociedad actualmente? Evidentemente no puedo detenerme mucho en este punto. Baste decir que el mando funciona a través de un uso invasivo del control monetario, encaminado a la acumulación de la renta financiera, que reorganiza las relaciones productivas y reproductivas según esquemas de profundización -a veces de verdadera restructuración- de relaciones de explotación. La acción de los mercados financieros privilegia (por su valorización) las industrias de la producción del hombre por el hombre, es decir, el welfare, servicios
productivos metropolitanos, incluyendo los informáticos, etc… -y las industrias extractivas, energéticas, ecológicas y de agrobusiness. Se trata de una nueva figura de la «acumulación originaria» en la que la apropiación capitalista se aplica a la explotación del bios -humano y natural- en la captación del valor expresado por una toda la sociedad. Una primera definición de «común» (según proponen los movimientos) parece formularse así en la transformación de ese campo de explotación.
productivos metropolitanos, incluyendo los informáticos, etc… -y las industrias extractivas, energéticas, ecológicas y de agrobusiness. Se trata de una nueva figura de la «acumulación originaria» en la que la apropiación capitalista se aplica a la explotación del bios -humano y natural- en la captación del valor expresado por una toda la sociedad. Una primera definición de «común» (según proponen los movimientos) parece formularse así en la transformación de ese campo de explotación.
Nos interesa estudiar las contradicciones que sobre el terreno, a menudo caótico, del ataque neoliberal, son evidenciadas por los movimientos. Son contradicciones difícilmente superables, que el poder tiende a mantener mediante una governance excepcional, un gobierno de emergencia de larga duración, para reestructurar la sociedad entera. Pero enseguida observamos la serie de paradojas que encuentra esta governance.
a. Una primera paradoja se refiere a la producción y consiste en que el capitalismo financiero representa la forma más abstracta y distante de mando en el mismo momento en que concretamente inviste la vita entera. La «reificación» de la vida y la «alienación» de los sujetos son impuestas por un mando productivo, sobre una fuerza de trabajo cognitiva, que parece haber devenido totalmente trascendente en cuanto mando financiero. Esta fuerza de trabajo cognitiva, obligada a producir plusvalor, precisamente por ser cognitiva, inmaterial, creativa, no inmediatamente consumible, se revela autónomamente productiva. Trascendencia financiera contra autonomía cognitiva: he aquí una primera contradicción.
Esta se presenta plenamente cuando se considera que, basándose la producción esencialmente sobre la «cooperación social» (sea informática, cuidados, servicios, etc…), la valorización del capital ya no se enfrenta simplemente con la masificación del «capital variable» sino con la resistencia y la autonomía de un proletariado que se ha reapropiado de una «parte» del capital fijo (presentándose por tanto, si se quiere, como «sujeto maquínico») y de una continua «relativa» capacidad para organizar autónomamente las redes de trabajo sociales.
b. La segunda paradoja es la de la propiedad. La propiedad privada (aquella que definimos jurídicamente como tal) está sometida cada vez más a las figuras de la renta. La renta nace hoy esencialmente de procesos de circulación monetaria que se efectúan en los servicios del capital financiero y/o en los del capital inmobiliario -o de los procesos de valorización que se realizan en los servicios industriales.
Ahora, cuando los bienes (privados) se presentan como servicios, cuando la producción capitalista se valoriza principalmente a través de los servicios, la propiedad privada difumina sus tradicionales características de «posesión» y se representa más bien como producto de la cooperación social que constituye y hace productivos los servicios. ¿Cómo restituir a la propiedad privada la función fundamental (en el orden social) de la cual el capitalismo tiene necesidad? Cuando la propiedad se está socializando, ¿cómo restituirle la cualidad del mando privado?
Esto nos preguntamos a menudo y se responde: son los poderes públicos los que deben hacerlo. Pero, en las sociedades postindustriales, la mediación pública de las relaciones de clase cada vez resulta más difícil, porque la soberanía ha sido privatizada (patrimonializada por el capital financiero) en la misma medida en que la propiedad privada se ha disuelto, no presentándose ya como posesión sino como uso de un servicio. Lo «público soberano» ya no se enfrenta con las corporaciones, los sindicatos, las instancias colectivas del trabajo (que por otra parte se representaban a sí mismos como individuos privados), sino con la cooperación y la circulación social de figuras que se componen y se recomponen continuamente en la producción material y en la producción cognitiva: en definitiva, con lo que llamamos «común». Entendemos aquí por «común» el reconocimiento de que la producción se realiza de modo cada vez más cooperativa, pero esta cooperación es directamente controlada por el capital financiero aunque es directamente agitada por las nuevas figuras de la fuerza de trabajo cognitiva -es decir por aquellas mismas potencias sociales que llamábamos «clase obrera». Hay, por tanto, una progresiva «patrimonialización privada» de los bienes públicos que, mientras destruye la institución de la propiedad pública, debe hacer valer la ideología de la propiedad privada -y es a partir de esta combinación que se pone en marcha (a resultas de aquella disolución) una deriva continua de la gestión de lo público en la emergencia, el tránsito de la emergencia en la corrupción, la destrucción del común en el poder de excepción.
Lo público soberano se plantea ahora ya sólo de manera paradójica y tiende a disolverse frente al «común» que emerge en el interior de los procesos de producción social y en la cooperación valorizante. Este común es más bien directamente captado por los poderes financieros, por el mercado global: hic Rodhus, hic salta.
c. La tercera paradoja es aquella que el biocapital verifica en su confrontación con los cuerpos de los trabajadores. Aquí el choque, la contradicción, el antagonismo se expresa de modo más evidente, porque el capital (en la fase postindustrial, donde la producción cognitiva se convierte en hegemónica) debe poner los cuerpos humanos directamente a producir, convirtiéndolos en máquinas, ya no simplemente mercancía de trabajo. Esto se deriva del hecho de que (en los nuevos procesos de producción) los cuerpos son cada vez más eficazmente especializados y han conquistado una relativa autonomía. No es casualidad que a través de la resistencia y las luchas de la fuerza de trabajo maquínica, se desarrolla cada vez más explícitamente la demanda de una producción del hombre para el hombre, esto es para la máquina viviente «hombre». Sobre este desarrollo se aplica la explotación del capital financiero.
Efectivamente, en el momento en que el trabajador se reapropia de una parte del «capital fijo» y 1) se presenta, de modo variable, a menudo caótico, como actor cooperante en los procesos de valorización, como «sujeto precario», pero, por otra parte, 2) como sujeto «autónomo» en la valorización del capital, se da una completa inversión en la función del trabajo respecto al capital: el trabajador ya no es sólo el instrumento que el capital utiliza para conquistar la naturaleza -que quiere decir banalmente producir mercancías; sino que el trabajador, habiendo incorporado el instrumento, habiéndose metamorfoseado desde el punto de vista antropológico, reconquista «valor de ‘uso», actúa «maquínicamente», en una alteridad y autonomía del capital, que tiende a devenir completa. Entre esta tendencia objetiva y los dispositivos prácticos de constitución de este trabajador maquínico, existe una lucha de clases que ahora ya podemos llamar «biopolítica».
Estas tres paradojas siguen sin resolverse en el desarrollo del capital -al contrario, se configuran como contradicciones acentuadas por la crisis. En consecuencia, cuanto más fuerte es la resistencia, más feroz es el intento de restauración del mando por parte del Estado (órgano del capital), tanto más decisivo es el uso de la violencia. Cualquier resistencia está condenada como ejercicio ilegal de contrapoder, cualquier revuelta es definida como devastación y saqueo. De nuevo, pura mistificación: al ejercer la máxima violencia, el capital y su Estado deben aparecer como figura necesaria y neutral; la máxima violencia se ejerce por instrumentos y/o por órganos «técnicos». «No hay alternativa», proclamaba Thatcher.
III. Si esta es la constitución política del presente, en la crisis y en el proyecto neoliberal de estabilización, es evidente que en los movimientos de resistencia se expresa indignación, rechazo y rebelión y está formándose el diseño para construir nuevas instituciones que correspondan a la potencia social de la cooperación productiva. Así que volvamos a los terrenos sobre los hemos verificado paradojas y contradicciones.
a. Frente a la «paradoja de la producción», se trata de confirmar un viejo punto del programa comunista -el de la «autovalorización» obrera y proletaria, reapropiándose progresivamente, cada vez más decididamente, del capital fijo empleado en los procesos productivos sociales, contra la multiplicación de las operaciones de valorización-captura- privatización que desarrolla el capital financiero. Reapropiarse del capital fijo significa construir «común» -un común organizado contra la apropiación capitalista de la vida, un común como desarrollo de «usos» civiles y políticos y como capacidad de gestión democrática y autónoma, desde abajo. La reconquista del saber y de la renta son objetivos que califican especialmente al proletariado cognitivo -son desde el inicio objetivos «políticos», tanto como lo era para el trabajador industrial «la lucha contra la reducción del salario relativo, es decir,» (lo recordaba Rosa Luxemburg) «la lucha contra el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, esto es contra la producción capitalista en su conjunto. La lucha contra la reducción del salario relativo ya no es una batalla sobre el terreno de la economía mercantil sino un ataque revolucionario al fundamento de esta economía; es el movimiento socialista del proletariado».
Es en este punto que se retoman, estudian y repiten las experiencias italianas, por ejemplo en Italia, la agitación militante sobre el referéndum para reapropiarse y dar nueva figura jurídica a los «bienes comunes».
b. Frente a la «paradoja de la propiedad», es decir, ir contra/más allá de la propiedad privada, urge en los movimientos la necesidad de emerger en el contexto contradictorio de servicios y redes sociales que actualmente estructuran la cooperación productiva. Aquí el desafío plantea inmediatamente el tema de moverse «dentro y contra» las instituciones del poder público. Se cruzan aquí dos líneas principales: la primera es la que se opone a la inerte pero feroz represión de los poderes públicos frente a las luchas de reapropiación; la segunda es la lucha que estratégicamente se opone el rol y el poder de la moneda.
En el primer terreno, es fundamental la capacidad de romper con la governance gestionada por formas neoliberales -por ej. los gobiernos técnicos. Ya hemos dicho que se trata de pura mistificación. Sin embargo, hemos discutido muchas veces si era posible imaginar, en los enfrentamientos que los movimientos abren en torno a la governance pública, la apertura de una especie de «doble poder» y el problema permanece abierto -dudo que pueda decidirse en abstracto, fuera de las luchas. Es sobre este punto, precisamente en relación a la intensidad de las luchas por el uso del común, que se lanza la propuesta de nuevos principios constitucionales, de nuevos derechos y de una nueva legalidad: el común, la renta, el rechazo a la deuda y la insolvencia, la libertad de movimiento, la cooperación del saber, el commonfare, la reapropiación de la moneda -sobre estos temas volveremos en la conclusión.
Vayamos al segundo tema, afrontar, a través de los movimientos, la cuestión de la moneda. Todos tenemos claro que, si la moneda es un medio de cálculo y de intercambio difícilmente eliminable, puede ser instrumento de estructuración de la división social del trabajo y de acumulación del poder patronal contra los productores. Hay que cuestionar la independencia del Banco Central, someterlo a las necesidades de la «producción del hombre para el hombre» y ponerlo bajo un proyecto estratégico de reconfiguración común de las estructuras sociales biopolíticos. El problema no es tanto el de separar los «bancos de depósito» de los «de inversión», como el de dirigir ahorros e inversiones hacia medidas que garanticen la producción del hombre para el hombre. Esta es la batalla política que los movimientos más avanzados ya han iniciado, y que consiste -esta vez sin remordimientos ideológicos y de inmediato- en desafiar y sabotear la governance monetaria del biopoder, es decir, introducir, en toda ocasión posible, claims y rupturas desde abajo. Es necesario comenzar a preguntarse qué es una «moneda del común» y desarrollar la hipótesis que ésta deba garantizar la reproducción y la cantidad de ingresos necesarios para todos los ciudadanos y el apoyo de las formas de cooperación que constituyen la multitud productiva.
c. Volvamos ahora sobre la última «paradoja», aquella «entre biocapital y cuerpos» de los trabajadores. Aquí la contradicción sólo se puede superar eliminando al capitalista: esta dolorosa contradicción nace de que el capitalista no puede sino explotar al trabajador si quiere obtener beneficio y de que sin trabajo vivo no hay posibilidad de producción ni de riqueza.
Este es el auténtico terreno de la política. Para el poder del capital es el terreno de la decisión sobre lo indecidible, con la incertidumbre que siempre planea entre fascismo y democracia.
Pero también es terreno constituyente para el conjunto de los cuerpos-máquinas, singulares y potentes, al ejercer la lucha de clases. Para estos cuerpos hacer política es construir «institucionalmente» la multitud, es sacar a las singularidades de la soledad y situarlas, instaurarlas en la multitud, es decir, transformar la experiencia social de la multitud en institución política.
Por lo tanto, los movimientos actuales demandan, cada vez con más ímpetu, superar el modelo constitucional de la modernidad -siglos xvii, xviii y xix- donde el poder constituyente disminuye tras concluir la acción revolucionaria. Hoy está claro que el poder constituyente no puede bloquearse reconstruyendo el poder del Uno. No se hacen revueltas para tomar el poder sino para tener siempre abierto un proceso de contrapoderes, desafiando los dispositivos de captura siempre nuevos que la máquina capitalista produce. La experiencia de las luchas enseña que la representación política siempre está en crisis porque (seducida en el mecanismo de la soberanía, destilada en la hedionda y mágica alquimia electoral) no logra estar a la altura de la verdad y la riqueza siempre renovadas de la composición social de la clase trabajadora.
Todos los movimientos a partir de la primavera de 2011 desean una «contrademocracia» conflictual, atravesada de reivindicaciones y protestas, de resistencias y de indignación -¡basta de constitucionalismo «normativo»! Estos movimientos exigen constituciones democráticas biopolíticas que no se transformen en máquinas opresivas a través del filtro de la legalidad y la formalidad jurídica -sino que se desarrollen a través de inversiones de «dinero común», dirigidas al continuo reequilibrio de las relaciones sociales, poniendo a los pobres en lugar de los ricos, y creando una vida cimentada a partir del hombre al servicio del hombre.
Hay que afirmar aquí claramente que, a pesar de todos los Nobel de economía, una productividad creciente sólo es fruto de una sociedad igual y libre, de una sociedad del «rechazo del trabajo».
IV. Cuanto más avanza la crisis y maduran los movimientos, más se advierte que algo decisivo ha ocurrido en las conciencias de los trabajadores. Declarar que «el 900 ha terminado» es banal, sobre todo cuando se dice para cancelar el recuerdo de las formidables experiencias de lucha obrera y las gigantescas tentativas para construir una nueva sociedad que se realizaron. Pero que estos intentos hayan sido derrotados (no en un día sino en un siglo, subrayo) no significa que su potencial haya desaparecido. Más bien el «viejo topo» ha continuado cavando su esperanza. ¿Recuperar la experiencia socialista? Sí -si la insertamos en un nueva teoría, en una nueva estrategia… Eso es lo que están haciendo los nuevos movimientos.
Centremos entonces nuestra atención sobre cuanto sucede en los movimientos que luchan en la crisis. Actuando así podremos estudiar los procesos de subjetivación que se dan en estas condiciones, y cuáles son las condiciones favorables o no que permiten o bloquean una política del común.
Ahora, en primer lugar, sin duda resultan desfavorables las demandas a las reformas constitucionales propuestas a nivel europeo; lo que nos interesa aquí -e interesa a los nuevos movimientos- es considerar las acciones políticas que puedan conducir a favorecer procesos de subjetivación adecuados a un nuevo diseño subversivo y comunista.
Prestando atención a los movimientos, un primer grupo de iniciativas puede recogerse bajo la palabra insolvenza. Contra la deuda, a favor de la renta de ciudadanía, las luchas retoman aquellas sobre el salario relativo y devienen luchas revolucionarias porque ponen en cuestión la medida del trabajo. Siempre en este terreno se desarrollan experimentos e intento de construir una teoría y una práctica de «huelga precaria»: de comprender qué luchan «perjudican» al patrón en la nueva condición de la explotación social, a partir de la condición precaria impuesta a los trabajadores. Las luchas que reconquistan espacios, plazas, teatros, centros sociales, squat, etc… entran dentro de este marco. Pero sobre todo entran aquellas iniciativas que logran reapropiarse y/o «mutualizar» de forma alternativa la gestión de nodos de welfare, de la educación, de políticas de vivienda, etc… En este caso, se lucha en torno al salario directo y/o indirecto de los trabajadores, integrando no sólo la cantidad monetaria sino también la cualidad social.
Destituciones. Este es el segundo terreno sobre el que se mueven hoy las luchas. El primer punto consiste en tratar de eliminar las cadenas del mando capitalista. En el neoliberalismo, el caos social y jurídico se considera normal. Asumirlo, transformando la governance de momentos de conflictividad en momento de «contropoder», es la tarea de cualquier fuerza de oposición al neoliberalismo. Tenemos en Latinoamérica ejemplos de movimientos revolucionarios (obreros y/o indígenas) que durante mucho tiempo han construido e impuesto la agenda a los gobiernos. No será fácil en Europa repetir esta experiencia pero hay que intertarlo, sin hacerse ilusiones de que esta capacidad de ruptura pueda consolidarse en un mecanismo estable de contrapoder, dado que el efecto destituyente prevalece todavía respecto al constituyente.
Hay quienes se preguntan si estos movimientos son inútiles y a veces dañinos, porque riots y tumultos no crean instituciones. Estos discursos resultan ociosos, cuando no provocadores si consideran implícitamente que riots y tumultos no pueden crear instituciones: insistimos, por ahora no lo hacen porque el efecto destituyente es todavía propedéutico y principal.
Siempre sobre este terreno de actividad destituyente, existe otro ámbito de lucha que recorren los movimientos, consistente en la acción contra las estructuras constitucionales del biopoder capitalista. El tema es -en este caso- el desarrollo de un poder constituyente democrático, de masas, multitudinario.
Estos terrenos de investigación y de luchas se desarrollan principalmente a nivel metropolitano. Donde antes estaba la fábrica que centralizaba la organización del trabajo, hoy es la metrópoli la que centraliza las redes de cooperación del trabajo (cognitivo y no cognitivo), elevando a través de sus conexiones el grado de tensión y de fusión de la producción y de las luchas. Sobre el terreno metropolitano se organizan cada vez más espacios de reunión, de militancia, y de organización del trabajo material e inmaterial, del trabajo y del no-trabajo, de la cultura y de las culturas (con los migrantes) -espacios organizativos de luchas, de reapropiación de los productos del «General Intellect». ¿Es posible comenzar a construir instituciones de autogobierno que activen formas de nueva «solidaridad» y de protección social contra los efectos más violentos de la crisis? Así es en muchos casos. Y de nuevo, junto a estos elementos de apertura que podemos definir «intensiva» (es decir, dirigida hacia el interior del tejido social) se experimenta un dispositivo «expansivo», en definitiva un dispositivo de apertura extendida. Sólo la conexión y la concatenación entre las movilizaciones en diversos países europeos puede determinar el fin de las políticas de crisis que estamos viviendo actualmente.
Comunalizaciones. Aquí comienzan a jugar las iniciativas constituyentes. En Italia, por ejemplo, los movimientos las han ensayado. De lo público al común, el camino es el de afirmar el derecho de «acceso al común», de realizar este deseo de común que ya habita en el corazón de los trabajadores. En definitiva, comunalizar significa construir nuevas instituciones del común y en particular la «moneda del común» que permita a los ciudadanos producir en libertad y en el respeto de la solidaridad.
De cuanto hasta aquí se ha dicho, aparece claramente una alternativa: por un lado está el bio-valor captado (extraído) por el capital sobre el conjunto de la sociedad; y también existe la forma monetaria, su estructuración funcional a la explotación de toda la sociedad. Por otro, ¿qué significa, a este nivel, construir una alternativa revolucionaria? Significa liberar la potencia de la fuerza de trabajo del dominio capitalista, imponer la igualdad como condición de libertad.
Proponiendo estas cuestiones, y principalmente la que respecta a la moneda, volvemos a la pregunta que habíamos planteado al inicio: ¿qué hacer con respecto a Europa? Mejor dicho: ¿cómo se movilizan los movimientos en relación a la Unión europea? Está claro que el terreno de la unidad europea es necesario e irreversible. En la globalización es intransitable un camino político que no tenga dimensiones continentales, pero a veces no parece que los movimientos lo comprendan. Por tanto, es necesario construir nuevos modelos de solidaridad y nuevas conexiones que sepan articular las diferencias entre las desiguales geografías, no sólo entre los viejos estados-nación, sino también entre las diferentes historias de los movimientos actuales. La urgencia de las luchas lo exige, sobre todo cuando el tema constituyente toma centralidad. Para completar esta agenda, hay que desarrollar una investigación continua y convergente, evitando los plazos institucionales europeos y las campañas electorales que se repiten continuamente. Probablemente el punto central de discusión consista en pensar una acción contra el BCE, conscientes de que simboliza el Palacio de Invierno en la Europa actual.
Fuente original: http://www.uninomade.org/
Fuente de la traducción: https://n-1.cc/blog/view/