El escribidor varguitas hace crecer su infortunio con cada falsedad sobre el Comandante empuñado; el escribidor quería ser intelectual y no ha pasado de siervo plumilla, al dictado lo tiene su señor, y él le ñoñea con vocecita nasal, como un jilguero, con crestita y ojos de lagarto, oyéndole, se diría que solicita clemencia por […]
El escribidor varguitas hace crecer su infortunio con cada falsedad sobre el Comandante empuñado; el escribidor quería ser intelectual y no ha pasado de siervo plumilla, al dictado lo tiene su señor, y él le ñoñea con vocecita nasal, como un jilguero, con crestita y ojos de lagarto, oyéndole, se diría que solicita clemencia por molestar: «perdhónegme, señhor, y aorha ¿chómo shigho? ¿quhé phohnhgho?», habla como si tuviese la lengua trabada; y varguitas eleva los ojos en blanco igual que los que dirigen sus oraciones a lo alto, para que su bienhechor vea que su esclavo le es fiel y le siga mandando a roer manzanas por dentro. Pudrir, se llama pudrir. Después, con su propio fondo como paso fecal, cagado y podrido, se iría a su casa, y viene con ansia de encontrar a alguien débil para resarcirse y no da más que con su hijo, joven memo con los mismos dentones que el padre, de roer y roer, gusano, y del color demudado más blanco que la carne de las manzanas, que temía los arrebatos dictatoriales de aquel progenitor, y sin mediar un suspiro descarga la ira quemaqnte del plumilla en cabeza, espalda y tobillos, puñetazos y patadas que sin cruzar palabra le cayeron como piedras rodando desde la cima de una montaña con trueno y todo, sin polvareda axfísiante, haciéndole correr de forma lastimera y enroscándose en sí mismo hasta la calle; y en la calle, con saltos de gusano llega hasta el parque de enfrente para coger sitio en un banco ñoñeando entre lágrimas-mocos con vocecita nasal, ¡ñaaa! ¡ñaaa!; allí, sabe por otras veces, que debía pasar un mínimo de dos días, haga frío o calor, ¿comerá? ¿no comerá?, se roe a sí mismo. Alguien que le conoce le ve. Para volver tiene que arrastrar su abdomen, hacer ver que es siervo él también, llorando con la cabeza agachada y pidiendo perdón sin pronunciar palabra, no habla, ni con h ni con g, se pone con las manos en forma de rezo, como ha visto hacer a su padre, varguitas el escribidor, porque todo se aprende; y el escribidor le admitirá después de haberle espetado, tras agacharse un poco y a distancia de un palmo de su cara, varios insultos ultrajantes dichos con fiereza, salpicándole la saliva de gusano en los ojos agusanados y de pequeño lagarto. Así ocurrió y así hacía sentir su superioridad varguitas el escribidor, mísera superioridad que por si misma, como si se impregnase con su defecación de gusano, le ridiculiza. ¿Escribir?, escribidor. Ridiculizado por él mismo cualquiera descubre su falta moral, ética, su servilismo, eso que le hace decrecer, cada vez es menos y menos, hasta casi ni vérsele, como si hubiese caído en el fondo de la más infinita e infernal sima; si dice algo sobre el Comandante empuñado, hombre de justicia humana, de altura inalcanzable para el escribidor varguitas, sus propios esputos le caen en su propia cabeza de gusano, chorreándole, desde su crestita, por los ojos de lagarto, y es que el Comandante tiene una altura inmedible, cruza, se interna en el cielo azul, altura, eso que el sirviente varguitas no puede siquiera imaginar.
El escribidor varguitas es así, él mismo es cada insulto, cada mentira, cada esputo, él es cada muestra de servilismo a su señor, él mismo es repulsivo, en una sola cosa es grande, en la de gusano.
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