La idea de que dios es la creación del hombre es muy antigua, lo mismo puede decirse de la premisa que anuncia su muerte. Desde el antropocentrismo de Protágoras, hasta el nihilismo de Niestzche, el tema es recurrente y la machacona insistencia en que dios ha muerto, se parece a la actitud del asesino que […]
La idea de que dios es la creación del hombre es muy antigua, lo mismo puede decirse de la premisa que anuncia su muerte. Desde el antropocentrismo de Protágoras, hasta el nihilismo de Niestzche, el tema es recurrente y la machacona insistencia en que dios ha muerto, se parece a la actitud del asesino que siempre regresa a la escena del crimen, en este caso, para cerciorarse de que al fin, la víctima ya no tiene signos vitales.
Los asesinos de dios no son sólo Epicuro, Ovidio y otros tantos teólogos y filósofos que miraron con escepticismo la competencia de dios en este mundo, sino la misma iglesia, con sus escándalos de corrupción moral y financiera, su nostalgia arcaica y su incapacidad para entender a las personas y sus vidas. Al asesinato de dios, se suma así, el suicidio de la iglesia. El destierro del mundo espiritual se completa con la racionalidad científica, importante fundamento del pensamiento ateo.
Hoy, bajo la mirada atea, la religión y la magia son residuos del avance del hombre hacia la modernidad, una racionalidad incompleta contraria a la revelación de los misterios del universo de parte de las verdades científicas; magia y religión son como la pubertad de una humanidad adolescente en camino a la adultez, cebada con los nutrition facts del evolucionismo, el positivismo y el neopositivismo.
A la magia se le confinó como a la hermana contrahecha de la ciencia, su vocación es someter con métodos sobrenaturales, y a la religión, se le identificó con el ancien regime totalitario. En automático, el mundo moderno, racionalista, fundado en libertades civiles y el respeto a los derechos humanos, se tornó antirreligioso, equiparó lo dogmático con lo totalitario y las creencias religiosas o mágicas se marginaron al elenco de los derechos humanos en cuanto a su estatus de libertad de credo, pero perdiendo toda su cualidad de validez para explicar la realidad.
El método científico no sólo abrazó la física y las matemáticas, también la teoría política, la economía y las ciencias sociales en general. Sin embargo, la noción mecanicista del universo resultó ser más pobre de lo que en su momento creyeron Newton, Descartes y Bacon.
Para despecho de muchos ateos, la ciencia actual ya no pretende ni puede tener la última palabra de la visión del mundo, hoy es parcialmente explicativa, hace un lugar a la incertidumbre, lo imprevisible, el desorden, reconoce que se mueve en territorios de fronteras mutantes y en las arenas movedizas de lo aleatorio. Contrario a la idea de que el pensamiento mítico es un estadio larvario del pensamiento científico, hoy se admite una doble legitimidad, se trata de dos abordajes diferentes de lo real. Ninguno está equivocado, ninguno tiene la razón. La ciencia ve constreñidos sus criterios de validez universales a otras lógicas de entender la naturaleza, la ciencia decimonónica da un lugar a la caología, al desorden en acción que se impone a lo lineal, a lo estático, a lo inmutable.
Nuestro mundo, producto de una combinación azarosa e infinita de formas atómicas, los universos paralelos y los mundos invisibles sugeridos por la teoría cuántica, entre otras muchas ideas que parecen ciencia ficción, parecen afirmar que la investigación científica toma un camino que inevitablemente conduce a la contemplación del caos.
Si asumimos que la persona atea rechaza cualquier llamado a la trascendencia y se niega a admitir cualquier método de conocimiento fuera de los límites de la propia condición humana ¿cómo hace para explicar la vida y los enigmas, ahora, que se ha encargado de matar a dios, la iglesia se ha arrojado a las vías del tren y la ciencia ha sufrido un accidente que le ha dejado incapacitada para poder articular cualquier discurso totalizante?
La Real Academia de la Lengua Española entiende por ateo al «que niega la existencia de dios» y con esta raquítica definición se abren muchas interrogantes ¿A dónde muda lo sacro? ¿cómo se manifiesta? ¿el ateo tiene mitos? ¿tiene ritos? ¿tiene liturgias individuales y privadas? ¿puede existir una religiosidad inmanente?
Se ha dicho que la experiencia del espacio sagrado hace posible la fundación del mundo y esta experiencia encarna en el mito como una proclama de orden primordial. Al principio era el caos, el pensamiento científico plantea preguntas y el pensamiento mítico da respuestas definitivas e incontestables, porque no son sujetas nunca a verificación y sin embargo, son «verdades» que develan el misterio de un tiempo fundacional, que unifican en el relato las vivencias colectivas.
Si bien la religión puede albergar un mito agotado, en la vida social éste se autorreconstruye y es una tentativa para allegarse conocimiento sobre la esencia de las cosas. Las mutaciones de la vida religiosa se leen a través de los ritos y los mitos en la vida social. Lo sacro ni se crea ni se destruye, se transforma, y el más furibundo ateo no escapa de ser partícipe de mitos y ritos contemporáneos. El mito persiste, y si el ateo se niega a darle cobijo en el misterio de la religión, no puede negarle un sitio preponderante en las ciencias sociales.
Los ateos debemos recordar que no hay tiempo profano sin tiempo sagrado. Si en un tiempo antiguo la distinción era entre trabajo sacro y trabajo profano, hoy la distinción es entre trabajo y ocio; este último tiempo, susceptible a ser recuperado, es el tiempo para el amor, para el recreo y también para hacer política.
En esta época convulsa es común ver cómo las religiones de naturaleza variopinta aparecen como hongos; una característica de muchas de ellas es que se atrincheran en categorías inmutables de una existencia milenaria: la raza, el territorio, el color de la piel y la cultura particular, se convierten en refugios cuya existencia debe ser salvaguardada.
En el último cónclave vaticano y con la elección de Jorge Mario Bergoglio como papa, la iglesia católica ha optado por un autismo que la coloca como una comunidad cerrada, autorreferencial e incapaz de representar a nadie más allá de la feligresía incondicional.
Yo me opongo a cualquier fundamentalismo. Las religiones afirman un absoluto y al mismo tiempo (o así debería ser) reafirman la libertad del hombre para abrazarlo o no; este es el punto que los ateos debemos subrayar.
En tiempos convulsos el fundamentalismo adquiere muchas formas. Me opongo también al ateísmo fundamentalista, creo que un pensamiento que rechaza lo irracional o lo mágico para, en aras de la razón, fundar una sociedad basada en el orden, no solamente renuncia a otras maneras de conocer, sino también está cerca de caer en las tentaciones totalitarias e imponer verdades inmutables.
Frente a fundamentalismos y cónclaves, los ateos debemos admitir otras formas de conocer más allá de los discursos totalizantes religiosos y científicos. Los absolutos y las persecuciones se dan en tiempos de crisis; alguien ya anotó, que la caza de brujas no es un fenómeno medieval, sino renacentista.
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