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Acerca del artículo de Juan Torres «Unidad ciudadana»

Fuentes: Rebelión

Este texto es el resultado de un proceso de reflexión colectiva alrededor del artículo de Juan Torres «Unidad ciudadana». Esta reflexión ha sido realizada por el Grupo de Trabajo de Economía y Política Social del 15M del Barrio del Pilar y el Grupo de Trabajo Reflexión y Acción para la Autoorganización durante los meses de […]

Este texto es el resultado de un proceso de reflexión colectiva alrededor del artículo de Juan Torres «Unidad ciudadana». Esta reflexión ha sido realizada por el Grupo de Trabajo de Economía y Política Social del 15M del Barrio del Pilar y el Grupo de Trabajo Reflexión y Acción para la Autoorganización durante los meses de abril y mayo de 2013.

El trabajo se inició con la difusión del artículo en el blog de la Asamblea del Barrio del Pilar. Su publicación resultó especialmente interesante en una coyuntura en la que están surgiendo propuestas y debates sobre la unidad de acción que implican a los movimientos sociales. Se redactó un primer borrador sobre el que se hicieron once aportaciones escritas que fueron a su vez difundidas y debatidas. Este texto es una síntesis de esas aportaciones y no tiene intención de ser una contestación ni una réplica, sino más bien un motivo para avanzar en la construcción de lo común.

Juan Torres se pregunta por qué no avanzamos en nuestra lucha contra la «agresión neoliberal», analizando una serie de motivos: la renuncia de las personas a defenderse, la falta de unión de los movimientos sociales y la insuficiencia de la lucha en la calle, para terminar haciendo una propuesta que pasa por la autodisolución de los movimientos sociales para alcanzar una unidad de acción que permita conseguir una mayoría parlamentaria.

En las primeras lecturas todas fuimos cautivadas por el carácter seductor del texto, por el tipo de lenguaje empleado, por los conceptos y reivindicaciones que ofrece y por una propuesta que nos resulta cercana a la mayoría de las personas que participamos en movimientos sociales. Fue al comentarlo y profundizar en él cuando aparecieron aspectos que se alejaban de los criterios que llevamos construyendo durante 2 años. La urgencia de articular una respuesta social antes de que la «opción política actual» acabe con todo, es quizás, lo que hace que lo propuesto en el artículo sea fácilmente asumible y aceptado por todas nosotras. Es además una propuesta dentro de los límites de lo que existe y se mueve dentro de lo que consideramos sentido común, apelando a cosas simples y sencillas como puede ser la idea de que «el poder ha de volver a buenas manos».

En el texto hay cuestiones fundamentales que compartimos: Es una propuesta concreta que responde al deseo colectivo de unirse, una voluntad de desdibujar las líneas rojas que nos separan de las demás y nos impiden establecer un diálogo y, sobre todo, la idea de intervenir desde abajo para conquistar el derecho al bienestar de todas las personas mediante una unidad de acción organizada desde la base, articulando una fuerza social capaz de convertir las voluntades sociales en decisiones políticas.

Sin embargo, hay también otros aspectos de su análisis que no compartimos. Nos referimos a su concepto de que la raíz de los problemas actuales se encuentra en la agresión neoliberal. Nosotros consideramos que la crisis económica se nos ha mostrado recientemente pero que la crisis social, política e institucional viene de décadas atrás, y comparten la misma causa. Nuestra sociedad está organizada para perpetuar la dominación de grupos minoritarios, las élites, que cuentan con la alianza de una parte considerable de la población. Estos grupos se enriquecen en cualquier situación y para ello han construido una forma de relación social basada esencialmente en la dominación. Es más , hemos de entender que la acumulación económica es también acumulación de poder y de las relaciones necesarias para preservarlo. En las actuales circunstancias es fácil entender que acumulación y dominación son incompatibles con la sociedad a la que aspiramos.

Este no es un problema de hoy ni es la consecuencia de la denominada crisis económica, al contrario, esta crisis se ha generado por la necesidad de perpetuar los mecanismos de dominación y de enriquecimiento. Cuando décadas atrás el neoliberalismo azotaba otras regiones del mundo provocando hambre, miseria y violencia nosotros vivíamos en una inusitada bonanza económica que nos cegaba impidiéndonos ver el sufrimiento ajeno y sin comprender que nosotros iríamos después.

Lo que ocurre, quizás, es que se hacen evidentes aspectos que permanecían ocultos por la ficción y la banalidad de la bonanza económica. Ahora se muestra de una forma despiadada y cruel la desigualdad, la explotación, el saqueo, poniéndonos delante de los ojos que el sufrimiento ajeno no les importa mientras puedan obtener beneficios.

¿Es posible someter a los mercados al tiempo que estamos sometidos y dominados por ellos? Quienes consideran que el neoliberalismo es el problema, dan por supuesto que mediante la obtención del suficiente respaldo político, que anule las medidas neoliberales y restablezca el estado del bienestar, se conseguiría alcanzar dicha meta. Quienes no consideramos que sea posible anular el poder de esos mercados mientras estemos sometidos y dominados por ellos pensamos que es necesaria una transformación más profunda, una sociedad en base a las relaciones de equidad donde el centro no sea la economía sino el pleno desarrollo humano. No se trata de derribar gobiernos sino sistemas de vida.

Una idea muy extendida es que la crisis afecta a la inmensa mayoría de la población y que si tenemos en cuenta más lo que nos une que lo que nos separa la unidad es la construcción lógica. Sin embargo, la realidad es que la crisis está generando cada vez más desigualdad, afectándonos de manera diferente e incluso contradictoria ; quienes están consiguiendo cuantiosos beneficios de las privatizaciones , o simplemente un empleo , no quieren compartir su suerte con las víctimas. Pero además, para dar más valor a lo que nos une que a lo que nos separa se hace necesario conocerlo y comprenderlo para actuar responsablemente. La unidad construida sólo por deseos, por muy buenos que estos sean, es inconsistente y fácilmente manipulable. Este fue el alimento con el que se construyeron las mayorías de la Transición y del «cambio» de principios de los ochenta.

Si bien es cierto que en los últimos dos años se ha multiplicado la presencia de la población en las calles, eso no significa que haya más unidad de acción que nunca, como asegura Juan Torres. Las individualidades que participamos tenemos intereses, ideas y soluciones distintas, igual que los movimientos sociales y las distintas organizaciones. Sería posible abordar esas diferencias si todas las partes asumiésemos como requisito indispensable la relación entre iguales independientemente del tamaño, importancia o poderosa que cada parte se considere. El centro de atención, de este modo, se situaría en qué puede hacer cada una en su ámbito, a la vez que se plantea qué puede hacer en el ámbito del otro.

En nuestra opinión, más allá de la discusión sobre tiempos y mecánicas, lo verdaderamente importante es cómo conseguir formar una identidad común con prioridades globales, tanto para las personas que participan activamente comprometidas con este proceso como para capas más amplias de la población. Centrar los esfuerzos en conseguir generar procesos que den lugar a nuevas generaciones de personas con conciencia crítica, capaces de construir otro modelo de participación política y de relaciones en todos los ámbitos. Este es un camino difícil de seguir desde nuestra actual perspectiva donde el debate ha estado secuestrado por la representación que deja en manos del dinero y los medios de comunicación la construcción de las mayorías. Por tanto tenemos que descubrirlo, imaginarlo, inventarlo y crearlo desde lo colectivo.

Esta democracia no es débil como señala Juan Torres, no es el menos malo de los sistemas, ni es imperfecta, como justifican las élites, simplemente no lo es. Democracia, al igual que otras muchas palabras (justicia, libertad, igualdad…), ha ido perdiendo su significado para convertirse en una consigna ideológica que ayuda a perpetuar el poder de quienes la manipulan. Aun cuando etimológicamente anuncia «reconocer y anunciar derechos», en la sociedad contemporánea (desarrollada, occidental, capitalista) es más bien una técnica, una forma especial de sometimiento consentido, una herramienta que consigue que las mayorías acepten las decisiones de las minorías. Al confundirse la democracia con la forma de gobierno la participación política se centra en la captación de votos y voluntades, y quienes tienen más poder para captar esos votos y voluntades son las mismas élites que controlan los medios de comunicación y los aparatos del estado. Esto hace prácticamente imposible que las clases populares conformen mayorías capaces de controlar el poder y transformar la sociedad.

No parece razonable excluir un ámbito tan importante como el institucional en un proceso transformador, pero sí entender que es un ámbito más y que comporta importantes riesgos, al menos mientras seamos colectiva y organizativamente frágiles, e individualmente sigamos contaminados de una forma de ver y actuar inoculadas desde el sistema.

Se hace necesario asumir que la construcción de lo común es en algún modo un proceso auto-constituyente de los movimientos que aborde los retos más inmediatos orientados en una dirección y bajo un nexo común. Esta unión debe sustentarse en elementos básicos compartidos por todas y no sólo en sus principios objetivos. No sólo se trata de compartir unos objetivos comunes sino de compartir el proceso de construcción de la conciencia crítica del individuo, de su sentido social, de la construcción de una voluntad y un bienestar común, para que el pleno desarrollo humano fundamente y articule las decisiones políticas.

Debemos aceptar que, hoy por hoy, entendemos cosas diferentes sobre conceptos que todas consideramos básicos: democracia, justicia, igualdad, economía social…Tenemos que aceptar no sólo la existencia de estas diferencias sino de que además no tenemos un diseño acabado del lugar de llegada, que en un horizonte previsible siempre estaremos en el camino, y de lo que se trata es de que nadie tire de nosotras ni que nos empuje sino de que caminemos juntas probablemente hacia una institucionalidad diferente generada desde la equidad y que permita a las personas el acceso al análisis crítico, conformando sus criterios en función de sus necesidades y del bien común, tomando decisiones en base a esos criterios.

El control desde las bases sociales es insustituible y ese control para asegurar una participación real y eficaz debe ser colectivo, organizado, con poder de decisión y con posibilidad de asumir tareas propias. Quizás no sea suficiente organizar respuestas fuera de las instituciones pero estas respuestas son imprescindibles en el camino de transformación de nuestra sociedad.

Hemos de convertirnos en activistas de nuestras propias vidas, de las nuestras y de las de todas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.