Hace algunos años el filósofo francés, Alain Badiou, adelantándose a los acontecimientos, fundamentó una audaz tesis; el siglo XXI viene preñado de revoluciones democráticas. En esa misma dirección ha reflexionado David Harvey, en «Ciudades Rebeldes, Del derecho a la ciudad a la revolución urbana». Las manifestaciones de Brasil y Turquía confirman que Badiou y Harvey […]
Hace algunos años el filósofo francés, Alain Badiou, adelantándose a los acontecimientos, fundamentó una audaz tesis; el siglo XXI viene preñado de revoluciones democráticas. En esa misma dirección ha reflexionado David Harvey, en «Ciudades Rebeldes, Del derecho a la ciudad a la revolución urbana».
Las manifestaciones de Brasil y Turquía confirman que Badiou y Harvey no se equivocan. Al igual que en otros momentos de la historia una pequeña chispa ha encendido la ira popular en distantes lugares del planeta.
Llegado el momento de las explicaciones todos los analistas serios barruntan la misma razón de fondo. Los pueblos exigen participar. No están dispuestos a aceptan pasivamente la gobernanza, que con distintas caras, impone el orden neoliberal.
El Zeitgeist (el espíritu de la época) son las rebeliones exigiendo una democracia real, las movilizaciones auto convocadas usando medios digitales, el repudio a castas políticas corruptas, el hartazgo por la desposesión impuesta por el capital financiero.
Ante la emergencia las burocracias de la izquierda tradicional se han mostrado sorprendidas. No es de extrañar. En España, al igual que en Brasil, cuando emerge el movimiento 15M los dirigentes de cierta izquierda reaccionan con desconfianza.
Lo que pasa es que nuestra vieja izquierda estaba durmiendo una larga siesta. En el instante que abrió con estupor su ojo derecho, no falto el «cagatintas» de matriz estalinista que desprestigió al movimiento, el intelectual que lo calificó como fenómeno cultural pasajero, el dirigente de CC.OO que creyó ver un complot de la ultraderecha.
Fue tal la incomprensión de la cúpula que el «histórico» Julio Anguita tuvo que escribir un artículo llamando la atención. «Son los nuestros» exclamo fuerte y claro para que la dirigencia reaccionará.
A esa altura los abnegados militantes de base, siempre a pie de calle con las luchas del pueblo, se habían sumado masivamente a las plazas donde se hablaba de rebelión.
La elite dirigente, descolocada en un principio, decidió subirse al carro. Rebélate fue su consigna electoral. Sin embargo, poco les duró la rebelión. Pasadas las elecciones autonómicas IU, aprovechando su crecimiento electoral, decide gobernar con la corrupta dirigencia del PSOE en Andalucía. Para más «inri» en Extremadura el PP llega al poder gracias a la abstención de sus diputados.
Por su parte los sindicatos mayoritarios en vez de plantar cara a un gobierno rabiosamente neoliberal, hacen todo lo posible para marear la perdiz. Proponen un referéndum que no realizan, crean una cumbre social para manejar la protesta popular. Ahora se rinden, sin decoro, al pacto con Rajoy. Han subordinado, su pobre estrategia a la colaboración que Rubalcaba oferta al gobierno del PP.
Como era de esperar , los dirigentes de la izquierda institucionalizada no duermen nunca la siesta en periodos de elecciones. Ahora que tenemos cercanos los comicios europeos creen tener su gran oportunidad. Se mueven rápido tras el espacio del 15M. Piensan que hay un caladero fácil de votos y corren para ofrecer a los movimientos sociales algunos cupos en su lista electoral.
Como el asunto es de calado y la decisión es importante para los movimientos os proponemos hacernos algunas preguntas.
¿Para que? ¿Con que propósito? Los movimientos sociales participarían en una lista de la izquierda tradicional en las europeas?
¿Acaso no es la propia izquierda institucionalizada la que afirma que la democracia liberal en Europa ha sido vaciada de contenido por el capital financiero?
¿Entonces, que sentido tiene tener algunos diputados en un parlamento europeo que es un tinglado más del sistema?
¿Se da cuenta esta izquierda que la llamada democracia representativa no es el «fin de la historia»?
¿Está dispuesta a jugarse por formas de democracia directa y participativa?
¿Es consciente del cabreo del pueblo con una casta de políticos corruptos que ya usan una democracia formal para mantener sus privilegios?
¿Tiene, esta izquierda, un pensamiento fuerte que implique la ruptura con el sistema o se conforma con ser la izquierda del «ancien régime»?
Esta a la vista que la izquierda institucionalizada sigue subordinando su accionar político a las elecciones del sistema. Por lo tanto son muchos los que ven en las ofertas electorales una maniobra para vampirizar a los movimientos sociales.
Los entendidos dicen que hay una verdadera borrachera electoral en los cenáculos de esa izquierda. Prueba de ello ha sido la conferencia de IU acerca del euro. Ante el fetiche electoralista, la reunión fue un autentico «paripe» para despachar rápidamente una declaración formal.
Todo indica que IU prefirió una calculada ambigüedad. En la practica olvidó convenientemente que la UE no es más que un instrumento del capital financiero y que el euro como dice el sociólogo portugués Boaventura de Sousa «es una de las formas como se ha impuesto el neoliberalismo en Europa»
Para salvar la cara la dirigencia de IU dice apostar por la reforma de la UE, vía un proceso constituyente. Claro que no explica como y quien llamará a ese proceso. Extrañamente paso por alto que la Unión Europea tal como esta concebida es irreformable. Los pilares de su arquitectura corresponden al paradigma neoliberal. Fue pensada como un artefacto, donde las decisiones que importan no estén sujetas al veredicto popular.
La UE y sus organismos (BCE y Bruselas) son la estrategia del capital financiero europeo para sobrevivir. No tienen otra alternativa. Lo otro sería aceptar buenamente una derrota histórica frente las competitivas potencias emergentes.
Por otra parte, una política distinta al «austericidio» implica que las perdidas deberían ser asumidas por quienes han provocado la crisis. Pobres ilusos, son aquellos que creen que la banca alemana y el capitalismo europeo va hacerse el haraquiri.
No hay donde confundirse. En esta Europa de los financieros no existe espacio político ni económico para reformas que salven el capitalismo de «rostro humano» como pide Gaspar Llamazares en un promocionado libro.
La vieja izquierda no se entera que vivimos una época que se anuncia revolucionaria. Las grandes movilizaciones son las primeras acciones de ensayo y error de los pueblos. Están probando fuerza ante las castas políticas que sirven al capital financiero.
En este camino no se puede desechar de antemano la participación en elecciones. Otra cosa es pretender que ese medio es el único y el más importante. Es simplemente dar la espalda a los hechos, es desconocer que el actual sistema ha perdido toda legitimidad democrática.
Tiene razón el profesor Manuel Castells cuando afirma que el cambio vendrá de la mano de «movimientos insurgentes» y no de las estructuras de una vieja izquierda desprovista de un pensamiento estratégico revolucionario.
Por mucho que se adorne la oferta los nuevos movimientos sociales no van a escuchar cantos de sirena. Saben que no habrá un autentico proceso constituyente que este dirigido por las elites que comparten cuotas de poder Europa y España. El verdadero proceso constituyente es un proceso revolucionario. Para decirlo de otra manera es una revolución «a la plebeya», desde abajo y con los de abajo.
En este nuevo escenario ¿Abrirá su ojo izquierdo la izquierda institucionalizada? ¿Saldrá de su ensoñación electoralista?
Lo cierto, es que sí quiere ser creíble debe poner sobre la mesa no unos cuantos cupos parlamentarios sino una táctica y estrategia para un cambio revolucionario democrático. Por el momento, siguiendo a Miras y Tafalla, son cada vez más los que piensan que la vieja izquierda más que una solución es un problema.
Todo indica que lamentablemente el hilo rojo que recuerda una izquierda luchando contra el fascismo y por la democracia en España y en Europa ha sido roto hace mucho tiempo. El pacto de Yalta entre Stalin, Roosevelt y Churchill puso fin a esa época heroica. Había que «tocar el poder» mediante elecciones, sin cambiar el equilibrio de fuerzas a nivel internacional. El eurocomunismo y el «carrillismo» español se insertan en esa visión.
Esa deriva derechista llevo a los comunistas italianos a transformarse en un partido de «orden». El año 1978 el PCI ganó las elecciones y pudo gobernar con Partido Socialista italiano, que a la sazón tenía una dirección de izquierda.
¿Que paso? Sorpresa. La dirigencia eurocomunista italiana decidió dejar en el poder a la democracia cristiana. Prefirieron una cómoda oposición parlamentaria con todos los beneficios que tiene «la casta política» antes de enfrentarse con el imperio. Para hacerlo se necesitaba un proyecto de cambios revolucionarios y los chicos de Berlinguer no estaban para esos trotes.
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