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Siria, el movimiento contra la guerra y la izquierda, ¿cuántas divisiones?

Fuentes: Avanti

Traducido para Rebelión por Caty R.

El riesgo de una intervención militar imperialista directa en Siria parece difuminarse. Las distintas potencias se ponen de acuerdo con respecto a la cuestión del control internacional y la destrucción de las armas químicas sirias. Parece que todos salen ganando: Assad, obviamente, tiene todo el interés de mundo en ganar tiempo y recuperar su prestigio expresando su disposición a aceptar dicho control. Mientras tanto a Putin, uno de los principales responsables del drama sirio, su maniobra diplomática le permite aparecer como la persona que evitó in extremis una escalada militar a la vez que salvó la cara del imperialismo estadounidense. En efecto, Obama puede presumir de que su firmeza fue «provechosa», pero sobre todo evita la afrenta de un voto negativo del Congreso para una intervención impopular, con pocos aliados y organizada a trompicones.

Pero aunque parece que a todas esas fuerzas reaccionarias les salen las cuentas, no podemos decir lo mismo del pueblo sirio. Aunque se ahorre, en efecto, la desgracia adicional de las bombas y misiles «humanitarios» o el riesgo de un nuevo ataque químico de gran amplitud, el pueblo es sobre todo la víctima principal de este gran mercado de incautos y de esta nueva demostración de hipocresía de las grandes potencias. Porque el mensaje implícito de la «solución diplomática a favor de la paz» no puede estar más claro: Bachar Al Assad puede seguir masacrando tranquilamente a su pueblo, pero «solo» con armas pesadas convencionales suministradas de forma generosa y abundante por Rusia.

Esta solución provisional de la crisis plantea un nuevo e importante desafío al movimiento contra la guerra y al movimiento progresista a escala internacional. Porque, incluso más que antes, el movimiento aparece profundamente dividido, hecho que ha desempeñado un papel real en su incapacidad de desarrollar una movilización masiva. Las divisiones reflejan fundamentalmente una dificultad del movimiento progresista en conjunto para comprender la amplitud de los cambios de los últimos años y para orientarse en la nueva situación. Las divisiones son además el reflejo de una crisis más profunda en las organizaciones tradicionales del movimiento obrero (tanto sindicales como reformistas de izquierda, radicales o revolucionarias).

Con respecto a la situación de Siria, según nuestro puesto de vista, se pueden señalar cuatro evoluciones principales poco o (incluso) mal comprendidas y que se influyen entre ellas: 1) La notable evolución de las relaciones de fuerzas interimperialistas el mundo en los diez últimos años; 2) El telón de fondo de la excepcional crisis del capitalismo; 3) El surgimiento de procesos revolucionarios (y contrarrevolucionarios) en el mundo árabe-musulmán desde 2011 y su efecto desestabilizador en el orden regional impuesto por el imperialismo; y 4) La complejidad de la crisis siria en sí misma, que en semejante contexto condensa a un nivel raramente alcanzado un gran número de conflictos al mismo tiempo internos y externos de diferentes naturalezas y un choque de numerosos retos e intereses (geo) estratégicos.

Por lo tanto las divisiones de la izquierda no son sorprendentes, y sin pretender la exhaustividad ni la exactitud perfecta, es interesante aquí aclarar la tipología. Grosso modo, el campo «antiguerra» vuelve a encontrarse dividido en dos líneas principales: por una parte los que únicamente denuncian la amenaza de una intervención del imperialismo estadounidense y por el otro lado los que denuncian al mismo tiempo la posible intervención y al régimen de Bachar Al Assad. Sin embargo las cosas se complican cuando se analizan con detalle cada uno de esos dos «campos», porque coexisten en ellos muchas posiciones que a menudo proceden de análisis próximos, pero a veces también completamente opuestos entre sí.

La línea «campista»

Un primer sector del primer «campo» estaría constituido por los que se posicionan abiertamente a favor del régimen criminal de Damasco llegando incluso a adornarlo de virtudes «socialistas» y «antiimperialistas» y admitiendo, a veces, que ha podido cometer «errores». Según el análisis de ese sector, en perfecta sintonía con las teorías de la conspiración (que veremos más adelante), no hay una guerra civil en Siria, sino un gran complot urdido contra ese país. El conflicto se resume en una dicotomía simplista, a un lado el Gobierno soberano y legítimo apoyado por todo su pueblo y otros Estados «antiimperialistas» (Rusia, China, Irán), y al otro lado los grupos terroristas extranjeros armados y manipulados por el imperialismo occidental y sus aliados regionales.

En ese segmento se encuentran los más cercanos a las posiciones de la extrema derecha (explícitamente en la misma línea «contra la guerra de EE.UU. y pro Bachar») y en algunos casos se puede hablar, con razón, de derivas «rouges-brunes» [*]. En primer lugar porque esa visión recupera las concepciones geopolíticas de las teorías de extrema derecha nacidas del corazón de la «nueva derecha» según las cuales es necesario favorecer la constitución de un «bloque euroasiático» frente al «bloque» formado por el imperialismo anglosajón. Después, el presunto antiimperialismo de ese sector no consigue ocultar una verdadera obsesión con respecto al sionismo, concebido -a imagen de los «iluminati» de los delirios conspirativos- como una entidad secreta, todopoderosa, presente por todas partes y que maneja en la sombra los hilos de los poderes políticos y económicos mundiales que en sus manos son simples marionetas al servicio del proyecto del «Gran Sión». Así, esta concepción apolítica y desideologizada del sionismo recupera los peores clichés antisemitas.

Finalmente también encontramos una buena parte de racismo antiárabe y orientalismo existencialista en ese sector, que ahí también coincide con las concepciones de la extrema derecha. Según su visión de las cosas, los procesos revolucionarios de la Primavera Árabe no son tales, sino complots organizados por el imperialismo occidental para remodelar su dominio regional y desembarazarse de regímenes independientes (la Libia de Gadafi, la Siria de Assad, Irán…). Así, las masas árabes serían esencialmente incapaces de rebelarse y liberarse por sí mismas a favor de la democracia y la justicia social. La islamofobia asoma aquí la punta de la nariz ya que, según esta versión de la historia, esas masas árabes forzosamente manipuladas solo pueden acabar en los brazos del islamismo más reaccionario. Entonces ese riesgo hace necesaria (¡Y aquí añaden las preocupaciones imperialistas que se pretenden combatir!) la instauración o el mantenimiento de regímenes autoritarios, nacionalistas y laicos con el fin de amordazar esas peligrosas tendencias inherentes a la «naturaleza» de esas masas. El apoyo explícito o implícito de algunas organizaciones de izquierda de todo el mundo (y también de lo esencial de la izquierda estalinista o nasserista egipcias) al golpe de Estado militar de Egipto y a la represión contra los Hermanos Musulmanes es un buen ejemplo en este caso.

Precisamente por todas esas razones, perfectamente coherentes con su ideología racista y nacionalista y con sus concepciones geopolíticas, la extrema derecha defiende hoy el régimen de Bachar contra Estados Unidos y vemos embarcado al patético diputado de extrema derecha belga Laurent Louis (ex Partido Popular) en las manifestaciones contra la guerra. En ese contexto, en vez de denunciar las motivaciones reales de la extrema derecha y trazar así una línea de demarcación clara e infranqueable con ella, al contrario, algunas organizaciones e «intelectuales de izquierda» participan activamente en la confusión de géneros.

Así, Jean Bricmont pretende que hay una «inversión» de los «valores» entre la «izquierda» (de todas las tendencias, social-liberal, reformista y revolucionaria) y la extrema derecha en el asunto de las guerras imperialistas. En el mejor de los casos eso demuestra por su parte una incomprensión absoluta de las motivaciones de la extrema derecha y de la extrema derecha ultraconservadora, ya que se congratula abiertamente de la posición de éstas en Siria calificándola de «digna de la izquierda» e incluso hace un llamamiento a «insólitas alianzas» con los neoconservadores estadounidenses. Al mismo tiempo acusa de prácticamente de «extrema derecha» (o de «romanticismo revolucionario») a la posición de la izquierda radical que lucha al mismo tiempo contra el imperialismo occidental y contra el régimen sirio, mientras es precisamente esta izquierda radical la que mantiene los principios del internacionalismo y de la lucha de clases que están en la base del movimiento obrero.

Un segundo sector, por el contrario, no canta forzosamente las alabanzas de Al Assad, pero tampoco expresa la menor crítica hacia él. Algunos incluso pueden llegar a reconocer, en su fuero interno o en privado, la naturaleza opresiva del régimen sirio, pero consideran que los intereses geopolíticos superiores dictados por la realpolitik de algunos Estados «opuestos» a Estados Unidos, el respeto de la «soberanía nacional» (considerada un principio intangible y situada por encima del internacionalismo entre los pueblos) o incluso la necesidad de no «dividir» al movimiento contra la guerra frente al «enemigo principal» estadounidense, imponen una forma de «neutralidad» con respecto a Damasco.

Cualquier análisis de clase o de la complejidad de la situación siria se desvanece en beneficio de una lógica de enfrentamiento entre dos «bloques» geoestratégicos directamente heredado de la Guerra Fría. La influencia de las concepciones orientalistas ya evocadas empuja a ese sector a considerar que las únicas alternativas en Siria se resumen en el mantenimiento de un régimen autoritario pero «laico» (que en realidad no es tal [1]) o en la instauración de un «califato salafista ultrarreaccionario».

Finalmente un tercer sector, que como los demás pone el énfasis principalmente en la amenaza del imperialismo estadounidense, admite más o menos abiertamente la represión y algunos crímenes de Al Assad. Pero a menudo más bien para relativizarlos y equiparando al régimen con la oposición a pesar de la heterogeneidad de esta última. Vemos también que algunos se dedican esencialmente (en general de buena fe y con la idea de ir «a contracorriente» de los «mentirosos medios de comunicación») a poner de relieve únicamente las atrocidades cometidas por los grupos yihadistas de la oposición y a callar o negarse a reconocer la existencia de una oposición democrática y progresista en Siria. A veces llegan incluso a reconocer que las primera protestas efectivamente eran pacíficas y relativamente legítimas, pero a sus ojos ahora el conflicto sirio ya solo es una guerra civil sectaria. Una guerra civil querida desde el principio u oportunamente alimentada por las potencias imperialistas occidentales con el fin de desestabilizar y controlar un país clave en una región estratégica, así como para proteger al aliado israelí y debilitar a Irán. En ese sector las cuestiones geoestratégicas y la lógica de los «bloques» influye fuertemente en el análisis de clases, aunque sin eliminarlo totalmente.

La batalla política

En el campo político, a nivel internacional, la batalla la llevan a cabo algunos partidos comunistas tradicionales y sobre todo las organizaciones (mao) estalinistas que se asientan en las diversas posiciones del primer «campo», así como las organizaciones de izquierda y los movimientos progresistas de América Latina. Respecto a estos últimos, sin embargo, hay que señalar que el apoyo del Gobierno venezolano de Nicolás Maduro a Damasco en realidad es digamos menos «expresivo» que el que expresó hace unos meses Hugo Chávez quien, por otra parte, condenó con razón el golpe de Estado militar en Egipto. La rama del Partido Comunista sirio, totalmente sometida al régimen de Assad, encarna de forma caricaturesca el primer sector descrito aquí y sus tesis han sido difundidas complacientemente por Michel Collon, quien también participa activamente en el confusionismo reproduciendo en su web las tesis y la propaganda de los medios «rouges-bruns». En Bélgica, la línea oficial del PTB se sitúa grosso modo a medio camino entre el segundo y el tercer sector, pero los matices no son inamovibles, algunos de sus miembros militantes o de su «periferia» se desvían a veces al primero.

Todas esas variantes diversas se inscriben en clásico posicionamiento «campista» (los enemigos de mis enemigos son mis amigos… o al menos no son mis principales enemigos). Pero es importante subrayar aquí las diferencias señaladas, ya que permiten evitar algunas mezclas o escorzos contraproducentes. También es totalmente nefasto ignorar o minimizar la influencia cada vez más elevada de las teorías conspirativas y el confusionismo con la extrema derecha que empieza a ver «rouges-bruns» por todas partes, cayendo así en la trampa de una espiral paranoica sin fin. Analizar y tomar conciencia de esos matices internos permite sobre todo determinar una actitud adaptada a cada sector en la batalla de las ideas y la confrontación política con ellos.

Así, el entendimiento y el diálogo con el primer sector (el que defiende abiertamente el régimen de Bachar Al Assad y predica el aplastamiento militar de la oposición) nos parece simplemente imposible. Incluso sería inaceptable, porque en realidad se trata de enemigos políticos que hay que excluir definitivamente del campo progresista al que ya no pueden pretender seguir perteneciendo. Por el contrario, en el marco de una confrontación política que se sitúa fundamentalmente en el terreno progresista, el debate y la clarificación son absolutamente necesarios con el segundo y el tercer sector. Aunque puede parecer difícil llegar a cualquier unidad de acción con ellos sin embargo es posible y necesario al menos tratar de convencerlos para un diálogo que evite todo lo posible las invectivas de ambas partes.

Pero también hay que tener claro el hecho de que asistimos a un fallo histórico de la mayoría de las fuerzas de izquierda frente a la Primavera Árabe. Sin duda las cosas habrían sido muy diferentes y mucho más difíciles para el imperialismo si desde el principio todas las fuerzas de izquierda hubieran declarado sin reservas su apoyo a las revoluciones y a los pueblos árabes en sus aspiraciones a la democracia, la dignidad, la independencia y la justicia social.

La línea «internacionalista»

Al segundo «campo», que denuncia al mismo tiempo las agresiones imperialistas y al régimen sirio, podemos calificarlo de «internacionalista»; esencialmente está formado por organizaciones reformistas de izquierda, de múltiples corrientes trotskistas o procedentes del trotskismo, y el movimiento anarquista. Pero ese «campo» también está surcado de divisiones y contradicciones internas. Hay que señalar que mientras la línea campista practica un «sobredeterminismo» geopolítico, negando o minimizando el impacto de los movimientos populares y su capacidad de acción autónoma, algunas corrientes que se inscriben en la línea «internacionalista» corren el riesgo de subestimar la importancia o la influencia de los intereses estratégicos en juego.

En cualquier caso, y aunque con esos matices, una de las diferencias fundamentales de estos sectores internacionalistas con la línea campista es que no solo denuncian el imperialismo estadounidense y a sus aliados, sino también la intervención en Siria de otras fuerzas imperialistas, en primer lugar la Rusia de Putin. Pero más allá de esas coincidencias las divergencias se profundizan en torno a la definición de la situación actual en Siria. Divisiones que reflejan una dificultad real para entender la estrecha interacción entre revolución y contrarrevolución en los procesos en curso en el mundo árabe-musulmán y una tendencia, aquí también, a sobreestimar o subestimar esos dos polos de una forma implícita.

Así un primer sector (esencialmente las organizaciones vinculadas o procedentes de la IV Internacional, de la Tendencia Socialista Internacional y de la Liga Internacional de los Trabajadores) considera que existe una auténtica «revolución» en Siria y por lo tanto es necesario apoyarla contra el régimen, de forma abierta y activa, independientemente de sus contradicciones y debilidades o de la presencia de fuerzas reaccionarias o contrarrevolucionarias en la oposición, a las que hay que denunciar. Una parte de esas organizaciones que se inscriben en esa parrilla de análisis llama abiertamente a entregar armas a los grupos democráticos de la oposición para que luchen al mismo tiempo contra la represión sangrienta del régimen y contra las agresiones de los grupos yihadistas.

Inscrito en el mismo marco de análisis un segundo sector (algunas organizaciones o individuos procedentes de las corrientes citadas) considera que la revolución sigue viva pero actualmente se encuentra, por una parte debilitada y en un impasse frente al auge de las fuerzas reaccionarias en la oposición, y por el otro lado en una situación de «empate» militar frente a un régimen que ha demostrado más capacidad de resistencia de la prevista. Por lo tanto sería necesaria una «desescalada» del conflicto armado con el fin de que las corrientes progresistas y democráticas pudieran expresarse plenamente y desarrollarse en el marco de una confrontación política que la guerra ha convertido en imposible a la vista de su configuración actual.

Por lo tanto la falta de armas no es el obstáculo principal para la victoria de la revolución siria, sino más bien las numerosas divisiones y contradicciones dentro de la oposición, la ausencia de unidad de mando de las fuerzas armadas rebeldes dispersas, el incremento de las tensiones étnicas (entre suníes y chiíes, pero también en este caso el rechazo de la mayoría de la oposición a reconocer el derecho de autodeterminación de los kurdos) y confesionales (atizadas al mismo tiempo por el régimen y por los grupos yihadistas) y, finalmente, la influencia de los distintos imperialismos y de los actores regionales.

En estas condiciones la continuación de la guerra, con la militarización, la tensión y el cansancio de las fuerzas que implica, constituiría ya un obstáculo para el desarrollo de la revolución. Por lo tanto sería necesario un alto el fuego para que las fuerzas democráticas y progresistas pudieran recuperar el terreno, reconstruir o desarrollar las estructuras de autoorganización democrática de la población en las zonas liberadas y, al final, conquistar la hegemonía política en la oposición. Esto también abriría a esas fuerzas la posibilidad de captar a una parte de la base social del régimen o ganar para la revolución a los sectores «neutros» o pasivos de la población actualmente asustados por el espectro de una guerra sectaria o que simplemente no pueden participar en la movilización por culpa de la guerra (hay más de un millón de refugiados sirios en el extranjero). Pero ese tipo de alto el fuego exige serias garantías políticas y una presión máxima sobre los aliados del régimen sirio con el fin de obligarle a negociar en posición de debilidad [2].

Finalmente un tercer sector «internacionalista» agrupa otras corrientes (como la Tendencia Marxista Internacional y el Comité para una Internacional Obrera). Uniéndose ahí sensiblemente al tercer sector del «campismo» estima que ahora simplemente no se puede hablar en absoluto de revolución en Siria. La represión militar, la guerra civil y sectaria, así como las diferentes intervenciones e intereses extranjeros han asfixiado y asesinado totalmente una revolución inicialmente legítima pero que en la actualidad está totalmente dominada o viciada por las fuerzas reaccionarias (oposición liberal, islamistas, salafistas…).

Por lo tanto, según este tercer sector internacionalista, no es posible aportar a la oposición siria más apoyo que las armas: la revolución, inicialmente tan legítima como las de Túnez o Egipto, ha degenerado en una guerra civil. En esas condiciones, una intervención militar directa del imperialismo estadounidense se considera la amenaza prioritaria. Pero, al contrario de la mayoría de los campistas, estas corrientes estiman que son en primer lugar el régimen de Al Assad, los diferentes imperialismos y las potencias regionales reaccionarias que intervienen en el conflicto, los principales responsables de esta evolución contrarrevolucionaria.

Como vemos aquí también, las divergencias internas en la línea internacionalista pueden conllevar una parálisis de la acción común frente a la situación de Siria, lo que también impide actuar de forma coordinada en el movimiento contra la guerra. Esta situación es particularmente dañina en Bélgica, donde el pequeño movimiento contra la guerra está dominado por la línea «campista», apresado en el impulso de las organizaciones vinculadas al PTB o influenciadas por él.

Movilizaciones débiles y desorganizadas

En Bélgica todas esas divisiones han acarreado una gran dispersión de las fuerzas y la incapacidad de cada uno de los campos para dirigir una movilización amplia. Así hemos podido ver al Comité de Acción Siria, que apoya el proceso popular democrático sirio, llamar a la unión reuniendo a algunas decenas de personas frente a la embajada rusa (con razón) pero sin denunciar el papel del imperialismo estadounidense en Siria y los riesgos de una intervención directa, puesto que una mayoría del Comité se pronunció a favor de la intervención contra el régimen de Assad. Porque, sin hablar de las víctimas civiles, de todas formas la intervención habría sido lo bastante limitada como para no debilitar de manera sensible el poder militar del régimen y por el contrario le habría reforzado políticamente.

En cambio una plataforma contra la guerra organizó una manifestación ante la embajada de Estados Unidos con apenas 300 o 400 manifestantes focalizándose únicamente contra el imperialismo estadounidense y sin expresar la menor crítica o distanciamiento respecto al régimen sirio. En consecuencia vimos a numerosos partidarios de Bachar Al Assad exhibir su retrato, así como la presencia del diputado de extrema derecha Laurent Louis. A los militantes a favor de una línea internacionalista los dejaron aparte (incluso a algunos los arrestó la policía) los pro Bachar y la mayoría abandonaron la manifestación en vista del giro y el tono de la misma. En cuanto a la comunidad kurda, simplemente se manifestó sola para protestar por los ataques de las fuerzas yihadistas y las fracciones del Ejército Sirio Libre en las zonas controladas por los kurdos sirios.

Por desgracia, ahora que el peligro de una intervención militar directa de Estados Unidos parece alejarse, podemos comprobar que Siria ya no constituye una preocupación central de las corrientes campistas y pacifistas mientras continúa la guerra del régimen contra un parte del pueblo. Por lo tanto las diversas corrientes campistas deberían intentar encontrar un terreno de entendimiento y desarrollar una acción común con el fin de llegar a movilizaciones unitarias, interpelando al mismo tiempo al movimiento contra la guerra para que asuma también sus responsabilidades frente a «la otra guerra» (la de Bachar) y la otra «intervención imperialista» (la de Rusia) que siempre se niegan a tener en cuenta.

Como señala el opositor sirio de izquierda Yassin Swehat:

«Hablar únicamente de esta intervención (estadounidense) como único eje de la cuestión siria es falso, demagógico, inmoral y políticamente estéril. Esta intervención, hasta ahora, no es la única injerencia en Siria, e incluso no es la más determinante puesto que está largamente superada por la de Rusia e Irán, que apoyan al régimen entregando armas o milicianos de manera masiva, continua y pública (…) Y está sobre todo el fondo de la cuestión: un amplio levantamiento popular contra una tiranía hereditaria (…) Partiendo de esta base es como se puede desentrañar la complejidad de la realidad política y estratégica y tomar posiciones, al mismo tiempo políticas y éticas, tanto en lo que concierne a la situación interna de la cuestión siria como frente al comportamiento de los actores regionales e internacionales».

Abandonar las teorías de la conspiración

Sin duda parte del impasse actual del movimiento contra la guerra se explica por su dificultad de reconocer la especificidad de cada caso particular de agresión imperialista en el contexto de la evolución de las relaciones de fuerzas interimperialistas y los cambios introducidos por el surgimiento de la Primavera Árabe. Naturalmente es muy sano que aparezca el «reflejo antiimperialista» ante la amenaza de intervención militar de Estados Unidos. Pero ese reflejo no debe impedir la reflexión sobre cada caso concreto, sobre las motivaciones reales, sobre el estado real de las relaciones de fuerza y sobre la complejidad y la especificidad de cada caso.

Así, vemos en la izquierda y en el movimiento contra la guerra un tipo de lectura «materialista vulgar» que solo ve en las intervenciones estadounidenses una simple voluntad de dominación y control neocolonial de los recursos (petróleo, gas…); aunque esta razón desempeña un papel real, de manera directa o como telón de fondo, sin embargo las intervenciones imperialistas no siempre están motivadas por ella. En el caso de Siria es obvio que el imperialismo estadounidense no tiene la intención de invadir el país para «apropiarse de sus riquezas», por lo tanto hay una diferencia innegable con el precedente de Irak, por ejemplo.

Tras esa incapacidad de entender las particularidades de cada conflicto se perfila una tendencia a sobrestimar la capacidad de manipulación y control del imperialismo estadounidense. Precisamente lo que demuestra su actual marcha atrás en el caso sirio es que el imperialismo de EE.UU. pierde velocidad, incluido en Oriente Medio. Los hechos también demuestran que no sigue forzosamente, como un demiurgo, un único plan predefinido de avance, sino que lo va aplicando de forma coherente y sin fanatismo a golpe de manipulaciones exitosas. Frente a la complejidad cambiante de las situaciones (en un contexto donde los actores regionales siguen igualmente, y cada vez más, su propia agenda y donde las masas árabes también escriben la historia), el imperialismo estadounidense en realidad tiene una multitud de «planes» de repuesto. Debe desarrollar una fuerte capacidad de improvisación y de adaptación y puede encontrarse ante serios bloqueos y dilemas que ahora le hacen vacilar y dudar.

La sobrestimación del imperialismo estadounidense está, como hemos visto, alimentada por el auge de las teorías de la conspiración que explican todo a partir de complots fomentados por poderes ocultos y omnipotentes. Las organizaciones de izquierda, incluidos los campistas, deben tomar conciencia del peligro encarnado por esas teorías en vez de, en algunos casos, fomentarlas y reproducirlas sin discernimiento ni crítica. Esas teorías son peligrosas no porque denuncien los complots (cuando existen), sino porque dan una explicación «monocausal» que borra al mismo tiempo la lucha de clases, las particularidades, las contradicciones y la autonomía de los diferentes actores.

El filósofo marxista Santiago Alba Rico es sin duda uno de los que mejor han expresado esa necesidad crítica:

«Las teorías de la conspiración son convincentes porque siempre tienen un asidero en la realidad: las conspiraciones existen. La CIA, la OTAN, el Pentágono, la UE están conspirando ininterrumpidamente para asegurar sus intereses en todas las regiones del planeta. También conspiran Rusia y China y Turquía y Paquistán y la India. También Cuba y Venezuela. Todo el mundo conspira porque la conspiración es uno de los instrumentos indisociables de la relación entre los Estados-Nación en un marco de luchas imperialistas, antiimperialistas e interimperialistas.

Nadie puede poner en duda, pues, que el imperialismo está conspirando en estos mismos momentos contra todos los movimientos populares y contra quienes los representan. Las conspiraciones imperialistas conspiran también con el propósito de volver paranoicos a los revolucionarios; es decir, para que acaben completamente absorbidos en la idea no revolucionaria de la omnipotencia del enemigo. La diferencia entre una teoría de la conspiración y una teoría de la revolución es que ésta considera justamente que si el imperialismo conspira es porque no controla todas las fuerzas y que eso que llamamos «pueblo» mantiene siempre su potencia «residual» respecto de todas las conspiraciones».

Notas

[*] El término «rouge-brun» designa a una persona o un movimiento político susceptible de predicar valores híbridos resultantes de una mezcla de los de la extrema derecha nacionalista (le brun) y la extrema izquierda comunista (le rouge) [Nota de la traductora].

[1] según la Constitución siria de 1973 (y se mantiene en la reforma de 2012), el presidente debe ser musulmán y la ley estatal se basa en la ley islámica (artículo 3).

[2] En un artículo próximo volveremos con más detalle a la cuestión de la caracterización y la naturaleza del proceso sirio, así como a la discusión en torno a las reivindicaciones que hay que avanzar, según nosotros, especialmente sobre el armamento de la oposición y la solución política del conflicto.

Ataulfo Riera es militante marxista en Bélgica y miembro del comité de redaccion de la web anticapitalista «Avanti».

Fuente: http://www.avanti4.be/analyses/article/la-syrie-le-mouvement-anti-guerre-et-la-gauche