Recomiendo:
0

Sobre prejuicios sobre viejos

Fuentes: Rebelión

Quizá el bávaro Harald Martenstein supo por alguien que yo estaba traduciendo la obra del bilbaino afincado desde los siete años en la Alemania del este, primero en Leipzig y más tarde en Petershagen, en el Berlín este. Hablo del gran escritor Fritz Rudolf Fries y de su última novela Last Exit to El Paso. […]

Quizá el bávaro Harald Martenstein supo por alguien que yo estaba traduciendo la obra del bilbaino afincado desde los siete años en la Alemania del este, primero en Leipzig y más tarde en Petershagen, en el Berlín este. Hablo del gran escritor Fritz Rudolf Fries y de su última novela Last Exit to El Paso. De esta novela dice el crítico literario Ulf Heise «Last Exit to El Paso no es sólo una novela de viajes o una novela de aventuras, es también una sobre la vejez; los dos héroes son ya viejos y se encuentran en la recta final de sus vidas. Fries aborda esta temática con mucho humor, los dos actores tienen que tomar al inicio del viaje pastillas contra algunos achaques, contra la artritis, la hipertensión o por falta de vitaminas. Fries mismo ha cumplido 78 años y posee una salud cascada. Y a pesar de ello en la novela hay poco rastro o huella de miedo a la muerte o a la depresión vejestoria, al contrario, encasqueta a los dos principales actores es eslogan de los Músicos de Bremen del cuento de los hermanos Grimm: «en cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte«. Y finaliza su recensión diciendo: «Esta grandiosa novela, con la que se nos presenta Fritz Rudolf Fries, es para mí el disparo de salida de un verdadero renacimiento. No en balde Fries forma parte de los autores más inteligentes de su generación«. 

Quizá fui yo mismo quien en charla amigable le hablé de la tarea. Lo cierto es que hablando de vejez y viejos Harald Martenstein me ha remitido en sobre marrón y con una cierta mala leche la siguiente reflexión:

«Querida Cornelia Loeffler, querida Sonja Blume (parece una introducción de sermón de domingo), ¿realmente se llaman así o sólo son dos seudónimos? En cualquier caso ustedes comentan bajo estos nombres en Bild.de. Y ustedes allí, igual que yo, han leído una noticia sobre el actor Christof Wackernagel, de 62 años, de que no hace mucho ha sido padre y de familia monoparental. Ha vivido mucho tiempo en África y la madre del niño procede de allí. Usted, Cornelia, comenta esto diciendo: «Irresponsable». Y usted, Sonja, escribe: «Egoísmo sin fin».

¿Tienen ustedes hijos? De ser el caso tienen que saber que la decisión de tener un hijo significa asumir responsabilidad y además no poca. Quien se espanta ante tal responsabilidad por regla general se lava las manos. Y lo mismo ocurre con los egoístas empedernidos, y con esto no pretendo decir nada en contra del egoísmo dentro de unos límites. Pero con un hijo en casa hay que tachar apetencias. Si Christof Wackernagel fuera realmente un egoísta sin límites, lo que usted le endilga, hubiera intentado convencer a su compañera de que abortara o, en cualquier caso, de no conseguirlo hubiera puesto pies en polvorosa.

¡Ah, que usted tan sólo se fija en la edad! Tiene usted razón, no es la mejor. Quizá muera antes de que el niño sea adulto, pero quizá llegue a los cien y vea un nieto, esto nadie lo sabe. Cornelia, ¿cómo fueron en realidad tus padres? ¿Perfectos? ¡Enhorabuena! En la mayoría de los casos, que conozco, ocurre que manifiestan alguna carencia. Por regla general se quiere a los padres, pero sí, hay cosas que hubieran podido funcionar mejor en la niñez. Quizá porque los padres eran pobres, o quizá poco formados, muy rígidos, faltos de cariño… Hay de todo, Cornelia, incluso padres minusválidos y padres homosexuales, ¡imagínese usted! Debían existir Cornelias por doquier que cuidasen que sólo tuvieran hijos los auténticos, los sanos, los intelectuales, los austeros, los acaudalados, los jóvenes preparados en pedagogía, los de ideas juiciosas…, claro está, habría que saber qué entiende usted bajo todo esto. De todas formas con todo esto reinaría la soledad en las salas de parto. Y mire usted: apuesto que incluso bajo su control habría niñeces desgraciadas, y quizá tantas como sin su supervisión.

Una tal «Sven Schleich» escribe en Bild.de sobre el viejo padre Wackernagel: «Malo si hombres viejos quieren demostrar que todavía no lo son. A uno el niño sólo puede causar pena». Sven, me sorprendo la poca información que basta a algunos para permitirse un juicio riguroso sobre otros. ¿Conoce usted los motivos de Christof Wackernagel? En absoluto. Yo tampoco sé nada de usted, Sven, pero si afirmo que ustedes son parte de una banda antipática de Internet, mi juicio está más fundado que el suyo. Es malo que viejos corran maratones o aprendan un idioma, es malo que personas con 80 se enamoren, es malo que Picasso con 90 no quisiera dejar de pintar y de engatusar a mujeres jóvenes, es malo que Helmut Schmidt siga fumando y dé consejos…, todo esto es malo, malo, malo…»

Y finalizo este comentario cabreado de Harald volviendo de nuevo al comentario de otro crítico, Sebastian Hammelehle sobre el libro Last Exit to El Paso de Fries: «… para conocer al escritor, que ahora reúne en un solo libro el ser viejo, la obra de vejez y la superación de la cobardía, el lector tiene que atreverse a salir de aquella tierra en la que los guardianes de los cánones vigilan el orden literario e introducirse en el reino de las sombras de los autores olvidados y minusvalorados. Uno de esos es Fritz Rudolf Fries».

Pues eso.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.