Leyendo medulosos artículos de reconocidos intelectuales, me he preguntado muchas veces, para quiénes escriben los sociólogos, los economistas, los ensayistas de todo tipo que a no dudarlo con honestidad y profunda convicción, en la mayoría de los casos, se dedican a analizar la realidad de sus propios ámbitos o la de las circunstancias que irrumpen […]
Leyendo medulosos artículos de reconocidos intelectuales, me he preguntado muchas veces, para quiénes escriben los sociólogos, los economistas, los ensayistas de todo tipo que a no dudarlo con honestidad y profunda convicción, en la mayoría de los casos, se dedican a analizar la realidad de sus propios ámbitos o la de las circunstancias que irrumpen en territorios ajenos. Y estoy llegando a la conclusión de que sus análisis complican más que aclaran el panorama para quienes intentan comprender situaciones tanto próximas como lejanas y que de repente tienen, sin embargo, la particularidad de asemejarse mucho más de lo que pareciera a los que se viven cotidianamente en la mayor parte de las sociedades contemporáneas.
En la mayoría de los casos es probable que dichas situaciones deriven de las permanentes insatisfacciones reales y/o incentivadas por los conocidos mecanismos de oferta y de, correlativa frustración económica, de la demanda que van generando una acumulación de presiones internas que en algún momento fatalmente terminarán por explotar.
Muchos de los análisis a que me refiero, deberían poner el acento en la noción de democracia real o en el de un socialismo democrático y dejar un poco de lado la mención de la izquierda como solución a los problemas generados por el neoliberalismo, por cuanto dos circunstancias: el largo proceso de desprestigio de los regímenes socialistas y comunistas montado sobre el fracaso real de las experiencias vividas y la consiguiente mala prensa conspiran contra la potencial adhesión de mucha gente y su rechazo como eventual opción de cambio. Estoy convencida que si queremos cambiar de sistema sin apelar a la efusión de sangre (contribución casi exclusiva de aquellos a quienes pretenden favorecer los cambios) es necesario trabajar incansablemente en el esclarecimiento y la concientización no solo de las mayorías sino también de las clases medias las, con seguridad, más difíciles de sensibilizar aún.
En cualquier lugar del mundo la fórmula es la misma, simple pero difícil de aplicar: no hay justicia sin democracia ni democracia sin libertad. Solo este trípode, como cualquier otro volumen físico mínimamente lo requiere, (excepto los seres vivos que pueden mantenerse sobre solo dos extremidades) puede sostener en equilibrio al edificio social. Todo lo demás se dará por añadidura de modo que mientras no se cumpla esta premisa las explosiones populares se reiterarán, alternativa o contemporáneamente, sin nada que las impida, en los diferentes y menos imaginables sitios del planeta.
La casi imposibilidad de aplicación de esta simple fórmula en nuestras sociedades deriva del aprovechamiento que hacen quienes son los principales responsables de esas situaciones de hartazgo y de disconformismo y cuyo olfato detecta con inequívoca certeza la proximidad de esas explosiones colaborando en su estallido primero desde las sombras y más tarde sin el menor prurito, desembozadamente, jamás por generosidad, desde luego, siempre por conveniencia. No creo que valga la pena detenerse en si son de derechas o de izquierdas, porque en ningún caso serán garantía de que restablecido el «orden» darán respuesta a las inquietudes y a las angustias que las generaron. Esos no son, mal que nos pese, sus objetivos, que podrán estar relacionados, según el momento y el lugar, con la venta de armas, con la apropiación de recursos naturales, con especulaciones financieras o con todos ellos al mismo tiempo pero nunca con la insatisfacción ciudadana ni, menos aún, con un genuino interés por solucionarle sus problemas. Y yo creo que esa mecánica invasiva tiene mucho más que ver con la idea imperialista de dominación (que ha dejado de ser casi exclusiva de una nación para comenzar a ser compartida o disputada por varias), que con la antigua tendencia a confrontar ideologías, que en definitiva también han sido indisimuladas formas de sometimiento.
No hay duda de que gran parte de la ciudadanía es consciente de que los actuales sistemas de gobierno están demasiado atravesados por la corrupción y creo que vale la pena señalar dos cosas: la primera es que el acceso a la representatividad constitucional o a la función pública no requiere ninguna clase de idoneidad, basta por lo general una buena oratoria, una pizca de audacia y si se le agrega una buena imagen mejor y la segunda que habría que desterrar juramentos tales como «que Dios y la Patria os lo demanden» que en realidad constituyen una burla instituyendo, en cambio, la obligación de rendir cuentas al final de cada mandato, especialmente parlamentario, ministerial o de alta responsabilidad administrativa. De modo que así como para formar parte del Servicio de Relaciones Exteriores en nuestro país se requiere haber cursado la carrera diplomática (aunque luego se multipliquen las excepciones) y hasta para ser militar se exige el cumplimiento de una amplia currícula, para desempeñarse como funcionario de alto nivel o intendente o diputado o senador o gobernador o hasta presidente sería necesario haber sido formado en cursos no solo incluyentes de todos los aspectos sociales, económicos, ambientales, etc. sino más específicamente de sus interrelaciones y de una visión global local e internacional de las diferentes alternativas políticas existentes aun cuando los candidatos tengan y mantengan su propia ideología. Es decir no a la improvisación a que nos tienen tan habituados nuestros políticos, que hoy son verdes y mañana azules, a veces rojos o hasta más frecuentemente amarillos.
Lo que la gente tiene que saber y es hacia allí adonde creo deberían dirigirse el esfuerzo de los intelectuales, explicándolo con claridad, de qué manera afectan la vida cotidiana, no solo las medidas palpables e inmediatas de sus gobiernos sino aquellas otras decisiones u omisiones que permanecen ocultas o disfrazadas y que van minando el sustrato básico de la convivencia social. Solo por citar unas pocas podría mencionar la impagable deuda externa, la enajenación de la tierra, el otorgamiento de privilegios para la explotación de los recursos tanto renovables (aunque también expuestos al agotamiento sin retorno), como no renovables, la incentivación de los agronegocios y sus consecuencias, la concentración urbana, la postergación in aeternum de un desarrollo territorial equilibrado, la concentración poblacional en inmensos conurbanos de miseria junto a, sin embargo, la permanente aceleración de la especulación inmobiliaria, la transformación de la burguesía nacional en el imperio de las corporaciones transnacionales y tantas otras.
En tal sentido los ensayos y los artículos, destinados a esclarecer a los lectores sobre temas, en gran parte económicos, terminan dejando a mi criterio más interrogantes que los que contestan. Parecen, por lo general escritos para el lucimiento de los autores ante sus colegas u otros intelectuales. De modo que no se encuentran y me preocupa, textos fácilmente accesibles al ama de casa, al taxista, al empleado de comercio, a la empleada doméstica, que de una vez por todas expliquen con claridad qué es la deuda externa, el déficit fiscal, los paraísos fiscales, los programas de ajuste, el FMI, el BM, las retenciones, la tercerización, la especulación financiera y un inacabable léxico que he puesto así solo al correr y cuyo sentido no trasciende a nivel de la gente que debería comprender cómo y de qué manera influyen sobre su vida cotidiana, los mecanismos con que se les imponen y que se manejan en su nombre. Creo que es hora de vulgarizar y difundir muchos de esos conceptos. Habrá que ver quién se toma la molestia, parece que a los partidos políticos (en vías de extinción) no les preocupa demasiado. Tal vez porque no son garantía cierta de competir con los tradicionales instrumentos caza-votos…
Sin embargo creo que es urgente que quienes han accedido al conocimiento y han desarrollado capacidades analíticas y de reflexión se impongan el deber de bajar estos conocimientos a niveles elementales y entre todos encontremos la manera de divulgarlos de introducirlos en las masas sociales, logrando su compresión y estimulando la necesidad de razonar, de relacionar causas y efectos y de advertir que toda esa gran problemática global que la excluye y por la que resulta sin embargo la principal afectada se manifiesta en cada uno de los aspectos de la vida cotidiana y que solo conociéndola será posible encontrar soluciones ecuánimes y verdaderamente acertadas.
No es necesario esperar el surgimiento de un gran líder. La sociedad debe serlo de sí misma y solo podrá lograrlo a través del conocimiento, tarea larga y difícil, pero sin embargo única garantía de evitar extremismos y enfrentamientos que solo seguirán favoreciendo a los de siempre o a los que la ambición impulse a escalar y a detentar los resortes del poder, como es rutina, en tan solo su propio y exclusivo beneficio.
Los grandes líderes son como el flautista de Hammelin, capaz de arrastrar alegremente a los roedores de un mismo país a su total exterminio con el agravante, si se quiere, que van sembrando a su paso más contradicciones que certezas y generando enfrentamientos luego difíciles cuando no imposibles de superar. Tampoco es inusual que quienes apuntan a convertirse en líderes y son capaces de encender el fervor popular desde el llano cambien abruptamente de rumbo cuando acceden al poder algo que sin duda sucede gracias a la inexistencia de mecanismos de control popular destinados a sancionar ese y otros tipos de traiciones, pero que se dan, se dan y hasta ahora no he escuchado a nadie realizar una propuesta política que intente evitarlas.
Los intelectuales y los políticos de buena fe, deben asumir su irrenunciable responsabilidad y poner manos a la obra para esclarecer a la sociedad y alumbrar así nuevos caminos para la convivencia pacífica y un edificable y posible bienestar común.