Catedrático de lógica de la UNED, director de la revista digital Revista Iberoamericana de Argumentación, profesor visitante de diversas universidades (Cambridge, UNAM, UAM, Nacional de Colombia, CEAR,…), autor del mejor artículo sobre el papel de Manuel Sacristán en la historia lógica en España, Luis Vega Reñón es uno de los grandes lógicos, filósofos de la […]
Catedrático de lógica de la UNED, director de la revista digital Revista Iberoamericana de Argumentación, profesor visitante de diversas universidades (Cambridge, UNAM, UAM, Nacional de Colombia, CEAR,…), autor del mejor artículo sobre el papel de Manuel Sacristán en la historia lógica en España, Luis Vega Reñón es uno de los grandes lógicos, filósofos de la lógica y teóricos de la argumentación de nuestro país. Autor de numerosas publicaciones, cabe destacar entre ellas: La trama de la demostración (1999), Las artes de la razón (1999), Si de argumentar se trata (2007). Ha sido también coeditor, junto a Paula Olmos, de Compendio de lógica, argumentación y retórica (2012).
E l libro en el que hemos centrado nuestra conservación ha sido editado en 2013 por Editorial Trotta.
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Estábamos en las formales. » Si llueve las calles mojan; las calles están mojadas. Luego ha llovido». Falaz nos decían, es una falacia formal como un castillo de grande. ¿Existen las falacias formales en tu opinión?
No. La condición de falaz -discurso capcioso y con capacidad de inducir a error- no es desde luego una propiedad formal, no se preserva o se mantiene por la forma lógica como ocurre, por ejemplo, con la validez lógica. Si un argumento es lógicamente válido, lo son igualmente todos los argumentos de la misma forma. En realidad, la validez es formal porque es una propiedad no tanto de ese argumento dado como de la clase de los argumentos de su misma forma. En cambio, de la eventualidad de que un argumento sea falaz no se sigue que sean falaces todos los argumentos de la misma forma.
A ver, a ver.
El ser falaz no es una propiedad de una clase de argumentos, sino de un argumento o incluso de su uso en un contexto concreto: hay usos falaces de argumentos válidos. Así como, desde luego, hay usos no falaces de argumentos inválidos. Imaginemos esta situación: en Tarifa ha aparecido el cadáver de N. Era de dominio público que M y N, por un problema de herencia, se habían amenazado de muerte. M es detenido y acusado de homicidio. Su defensor argumenta: «Si M hubiera estado el día de autos en Tarifa, habría podido matar a N. Pero M no estuvo en Tarifa -de hecho se pasó todo el día muy lejos de allí, en Pontevedra-. Luego, M no ha podido matar a N». Bien, se trataría de otra «falacia formal»: la de negar el antecedente, pareja a la tuya de afirmar el consecuente. Sin embargo, a mi juicio y a reserva de nuevos datos, no deja de ser una buena coartada. Como también sería una conjetura razonable, a falta de otras noticias, pensar que las calles amanecen mojadas porque ha llovido por la noche y sabemos que el servicio de limpieza municipal está en huelga. Salvo para confundir las cosas, ¿de qué sirve seguir con la cantinela escolar de las «falacias formales»?
De las perspectivas clásicas y actuales que citas en el capítulo III, ¿cuál te parece más interesante, más fructífera?
Depende del caso considerado. Cuando se trata de un argumento textual aislado, puede ser muy pertinente su análisis lógico. Pero cuando se trata de un debate, de una argumentación dialógica, cobra especial importancia la interacción dialéctica entre las dos partes involucradas o incluso la deliberación y su perspectiva socio-institucional si el objeto de debate es una cuestión de interés y de dominio público. Por regla general, el examen del discurso desde la perspectiva socio-institucional es el más complejo y envuelve criterios procedentes de las otras perspectivas. Así como la perspectiva retórica puede involucrar criterios dialécticos y lógicos -¿quién sostiene aún que, en el terreno del discurso argumentativo, la retórica y la lógica no se hablan o son irreconciliables?-, y entre las reglas de juego dialécticas se cuenta la corrección lógica.
Se te ve muy interesado en los últimos años en asuntos de la lógica del discurso civil. ¿Qué hay detrás de ello? ¿Un interés lógico, una finalidad política, una inquietud lógico-filosófica?
Las tres cosas, amén de una más: es el campo en el que posiblemente se encuentren las contribuciones hispanas, es decir autóctonas y en español, más interesantes a la lógica. Pienso, por ejemplo, en contribuciones tan dispares como la de Vaz Ferreira al reconocimiento de los paralogismos y la de Alchourrón al estudio lógico de las obligaciones condicionales rebatibles, de singular importancia para la ética, el derecho y la filosofía de la razón práctica. Aparte de estos intereses lógicos, también está clara la posible repercusión sociopolítica en terrenos como el de la deliberación pública y a la luz de programas como el de una democracia deliberativa. Y, en fin, ¿cómo no preocuparse por la suerte del discurso civil si este discurso público es el aire que respiramos y en el que (mal)vivimos como agentes discursivos pretendidamente razonables?
La parte II del ensayo «contempla la construcción histórica de la idea de falacia». Has seleccionado diez textos relevantes. Empiezas por Aristóteles y saltas a Tomás de Aquino. ¿Diecisiete siglos sin aportaciones en este ámbito que sean relevantes?
Quienes pudieran haber contribuido de modo original y específico, como los estoicos, los retóricos grecolatinos o los juristas romanos, no concedieron especial atención a la idea de falacia. Tampoco se detuvieron en ella críticos tan sagaces como Sexto Empírico. En fin, las contribuciones más precisas discurrieron en la órbita aristotélica, como las de Galeno o el comentador Alejandro. E incluso dentro de esta tradición, las Refutaciones sofísticas de Aristóteles no merecieron especial atención ni siquiera por parte de Boecio, hasta el punto de que la primera noticia expresa de su traducción se debe, al parecer, a Burgundio de Pisa en torno al año 1173. Pero, en fin, ya se sabe que en historia el valor de este tipo de argumentación por el silencio es siempre provisional y relativo.
Entre los seleccionados, Benito Jerónimo Feijoo. ¿Qué te parece importante de este autor en este ámbito?
No tiene tanta importancia teórica o filosófica como crítica y práctica. En este sentido cuenta con una doble virtud o mérito: por un lado, la asunción del papel de desengañador, es decir, del compromiso de denuncia y depuración de creencias públicas erróneas; por otro lado, la opción por una lógica natural no exenta de lucidez, frente a una impenitente tradición escolástica, y por el lenguaje común frente al latín académico, pues como él mismo dice a propósito de su designio de desengañar al público: «no sería razón, cuando puede ser universal el provecho, que no alcanzase a todos el desengaño». La contribución de Feijoo recogida en el libro puede considerarse una muestra de lógica informal del discurso civil.
Otro de los seleccionados es Schopenhauer. No es frecuente verlo en libros de la filosofía de la lógica y teoría de la argumentación. ¿Dónde reside la importancia de este autor a veces caracterizado como destacado filósofo irracionalista?
En este contexto su importancia reside en su «maquiavelismo preventivo», una estrategia que el propio Schopenhauer parece reducir al absurdo cuando hace declaraciones como ésta: «Si existieran la lealtad y la buena fe, las cosas serían distintas. Pero como no se puede esperar esto de los demás, uno no debe practicarlas pues no sería recompensado. Lo mismo sucede en las controversias. Si doy al adversario la razón en el momento en que éste parezca tenerla, no es probable que él haga lo mismo en caso contrario. Más bien acudirá a medios ilícitos. Por tanto, yo debo hacerlo también». Basta generalizar esta estrategia para advertir que es inviable. Sería algo parecido a generalizar la sospecha y el fraude en el mundo del comercio: ¿quién va a vender o comprar algo si supone de entrada que la otra parte lo va a engañar, de modo que ha de anticiparse y utilizar mercancía averiada o moneda falsa? Peor aún, ¿cómo distinguir lo lícito de lo ilícito, la buena argumentación de la falaz, si toda sería falaz de modo que a fin de cuentas no tendríamos un contraste para identificarla?
Le citaste antes pero me permito insistir. Carlos Vaz Ferreira es un autor, poco conocido para mi, que aparece repetidas veces en tu ensayo. Hablas muy elogiosamente de su Lógica viva y le dedicas incluso un capítulo. ¿Quién fue Carlos Vaz Ferreira?
Vaz Ferreira (1872-1958) fue un filósofo uruguayo con cierta proyección cultural e intelectual en el pujante Montevideo de la primera mitad del siglo XX. Su influencia se hizo sentir en varios y diversos campos: la ética y la filosofía política, la jurisprudencia y las cuestiones de género, la enseñanza universitaria. También quiso desempeñar en cierto modo un papel de desengañador del discurso público y, en este sentido, su Lógica viva es la contribución más notable a la lógica informal del discurso civil en español. Para su desgracia, entre los años 30 y 60, la lógica por antonomasia era la lógica formalizada del discurso lógico-matemático, de modo que esta obra de Vaz se tornó invisible, así como su incipiente investigación crítica sobre los paralogismos y los errores discursivos. Creo que va siendo hora de recordar esta investigación y desarrollarla.
Una pregunta de marchamo básicamente ciudadano: ¿se cometen muchas falacias en la vida pública española? ¿Con consciencia o inconscientemente?
Se cometen muchas, desde luego. Y de todos los tipos, torpes y deliberadas. La propaganda comercial, política, religiosa, etc., es un medio de manipulación discursiva y por tanto una fuente de falacias. Entiendo manipulación en el sentido fuerte de incluir estas tres condiciones: (i) interés propio, de modo que el manipulador persigue por esta vía un interés propio que puede no coincidir con los intereses del manipulado; (ii) opacidad, de modo que los intereses y propósitos del manipulador están ocultos o son inaccesibles para el manipulado; (iii) dependencia, de modo que el manipulado se ve inducido a responder en el sentido pretendido sin que medien ni advertencia ni consentimiento por su parte. Pero quizás no sean tan deplorables las falacias concretas, por ejemplo pretender que un argumento contra la veracidad de B es argüir como hace C «lo que siempre ha sido verdad, siempre será verdad, y lo que siempre ha sido mentira, siempre será mentira, y lo que es mentira es lo que dice B», alegación que no pasa de ser una simpleza. Más lamentables son las actitudes que revela este tipo de discurso vacío y reiterativo, la pretensión de convencer a la gente -o tenerla callada- no por razonamiento sino por aburrimiento, y las consecuencias de incumplir de modo casi sistemático ciertas condiciones básicas del discurso público, como las que se siguen de eludir cualquier rendición de cuentas. En el primer caso, se trivializa y deteriora el discurso público; en el segundo caso, se falta además al respecto a los conciudadanos.
Danos un consejo si no te importa. ¿Qué debemos hacer para evitar que se nos cuelen como buenos argumentos lo que son falacias o desarrollos narrativos, argumentativos o explicativos afines? ¿Hay alguna vía de demarcación mecánica?
No hay un procedimiento mecánico o efectivo de identificación del discurso falaz: las falacias no llevan marcado un estigma en la frente. Las hay incluso parecidas a lo que antaño se llamaban «espíritus animales», incitaciones que se dejan sentir antes que definir. Por otra parte, es muy comprometido esto de «dar consejos cuando para mí no tengo». Pero me aventuraré con dos sugerencias. Una es que no conviene creer todo lo que se nos dice y menos cuando se nos dice en tono excluyente o intimidatorio: nunca está de más repasarlo por nuestra cuenta. Y si algo no nos cuadra, discutirlo y pedir razón. Como decía Bertolt Brecht al hacer la loa del estudio: «Repasa tú la cuenta, que la tienes que pagar. Apunta con el dedo a cada cosa y pregunta: Esto, ¿de qué?». La otra sugerencia es acudir a nuestra experiencia discursiva y al sentido común: el sentido común no es una garantía de éxito, pero la falta de sentido común es una apuesta por el fracaso, en este caso por el engaño y el error.
Después de agradecerte, una vez más, tu generosa disposición, ¿quieres añadir algo más?
Bueno, Salvador, solo se me ocurre darte una vez más las gracias por tu interés y atención, y expresarte mi reconocimiento por esta nueva ocasión de volver a pensar y aclararme sobre lo que he pensado. No solo eres un gran amigo, sino un constante estímulo.
[*] La primera parte de esta entrevista puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184670
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